P. José Luis de Urrutia, S.J. †
En esta práctica actualmente se da un hecho paradójico: sigue manteniéndose en una parte importante del Pueblo de Dios; importante no sólo por su número, sino por ser entre los cristianos más auténticos en su vida y en su adhesión al Magisterio. Pero al mismo tiempo, algunos de sus pastores, los sacerdotes, han cesado de propagarla, y aún a veces la impugnan duramente.
Fenómeno extraño que exige revisar los mismos fundamentos de esta práctica. En la revisión que vamos a intentar hacer concisamente, analizaremos: I) las razones en las que antes se apoyó; II) las causas de la nueva oposición; III) el por qué de la promesa.
I. Razones a favor de los Primeros Viernes
Ante todo notemos que histórica y teológicamente sólo tiene sentido hablar de esta práctica dentro de la espiritualidad del Sagrado Corazón y para quienes la admitan. Por lo demás, los Primeros Viernes se apoyan en una doble autoridad: 1º, la de Santa Margarita María y 2º la del Pueblo de Dios (incluyendo la Jerarquía
1º En Santa Margarita María
A la Madre Saumaise escribía en 1688 que un viernes durante la comunión (quizá al tener la tercera de las grandes revelaciones, en 1674, cuando el Señor le pidió que comulgase todos los primeros viernes), le fueron dichas estas palabras: «Te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final: no morirán en mi desgracia y sin haber recibido los sacramentos; mi divino Corazón será su asilo seguro en los últimos momentos». Esta promesa no fue divulgada hasta 1867, en que se publicó la carta. Por tanto, la práctica de los primeros viernes ha cumplido ya un siglo en la Iglesia.
La obtención de esta promesa, como se ve, no está condicionada (según algunos han sostenido sin probarlo), ni a que después no se desmerezca el privilegio (sería reducir a nada la promesa), ni a que las comuniones sean de elevado fervor. Basta que sean comuniones válidas y dentro de esta espiritualidad (como correspondencia al amor de Cristo, ofreciéndonos a aceptar su voluntad, por todos los que no le aman…) La segunda parte de la promesa: que recibirán los sacramentos a la hora de la muerte, por tratarse de un medio, se deberá dar únicamente si es necesario para el fin de su salvación.
¿Qué valor tiene la afirmación de Santa Margarita María? Aún admitiendo ciertas anomalías en su psicología, sin embargo se puede afirmar:
Su virtud heroica, canonizada por la Iglesia con juicio infalible, no solamente excluye la mala fe, sino que asegura su más sincera búsqueda de la verdad.
Por parte de Dios, estaría contra su promesa evangélica “buscad y hallaréis”, que la hubiese dejado perdida en una perpetua ilusión errónea, precisamente en lo que constituyó el centro de su vida y el motor de su santidad: la misión a la que se creyó llamada. Eso no sucede en la hagiografía.
Su doctrina, además de no contradecir en nada al dogma (de lo contrario su proceso de canonización se hubiera interrumpido), lo expone con un vigor y un fruto que si sus revelaciones fueran falsas se habrían conseguido sólo gracias a una fantasía delirante: lo que resulta moralmente imposible según la teología espiritual.
2º En el Pueblo de Dios
Una práctica secular ya del Pueblo de Dios y tan extendida en toda la Iglesia; práctica impulsada por el Magisterio de los Papas y los Obispos de todo el mundo, no solamente porque creían que estaba bien comulgar ciertos días, sino basados en la promesa cuya autenticidad confirmaban: todo esto, para quienes creemos en la asistencia del Espíritu Santo a su Iglesia, induce la verdad de tal doctrina, pues de lo contrario el Espíritu Santo no hubiera permitido semejante credulidad, ni levantado sobre algo falso toda una espiritualidad tradicional de perfección.
En esta misma práctica masiva del Pueblo de Dios encontramos la respuesta a una serie de objeciones que se le han opuesto:
1. «Es una presunción insostenible el creerse uno cierto de su salvación» El Concilio Tridentino (D. 806) dice: «Nadie se prometa con absoluta certeza la perseverancia…, ya que hay que procurar la salvación con temor y temblor (Fil. 2,12)… y se debe temer, sabiendo que no hemos renacido en la gloria, sino en la esperanza de la gloria». Y en el canon correspondiente (D. 826): «Si alguno dice con absoluta e infalible certeza, sin especial revelación, que tendrá el gran don de la perseverancia, sea anatema»
Respuesta: No se trata de una certeza absoluta, sino moral, no exigida por la evidencia ni por el dogma; ni aun del mismo hecho de la validez de una comunión tenemos certeza absoluta. Por otro lado, una experiencia masiva demuestra que después de comulgar nueve primeros viernes, los fieles no caen en la presunción, sino que continúan comulgando y con más temor de Dios y del pecado que antes, aunque ya más impulsados por el amor que por el miedo al infierno. Si alguno comulgase presuntuosamente, es decir, sin propósito de enmienda, pensando pecar después, está claro que su comunión sería sacrílega, no válida, y no ganaría la promesa. Respecto a los posibles presuntuosos luego de ganar la promesa, pastoralmente, para evitarlos, habrá que exponer adecuadamente el espíritu de la devoción al Sagrado Corazón; teológicamente no nos toca preocuparnos por cómo se verificará en ellos la promesa: Dios tiene infinitos medios para evitar que haya presuntuosos, o si los permite, para convertirlos después, según su misteriosa Providencia.
2. «Es una promesa increíble; una concepción mágica del cristianismo: que toda su finalidad sea comulgar nueve veces y precisamente los primeros viernes de mes. ¿No sería mejor comulgar un domingo al mes durante un año, por ejemplo?»
Respuesta: Respondemos ante todo que se trata de un problema histórico: ¿Dios lo ha prometido, sí o no? Rechazarla temerariamente a priori porque a mí y ante mí me parece al revés que a los Papas y a la Iglesia, que supone poca prudencia en Dios, es demasiada petulancia (¡el gran pecado intelectual del humanismo contemporáneo!) Por supuesto que Dios podía haber hecho la promesa de la perseverancia final de otras mil formas, o no haberla hecho. Pero si quiere prometer el cielo por nueve o por una comunión, ¿es que nos va a pedir consejo? «¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!» ¿Quién ha sido alguna vez consejero suyo? (Rom 11,33 s, también 1Cor 2,16; Is 40,13; Job 15,8; Sab 9,13) «No son mis planes los vuestros, ni vuestros caminos los míos. Como los cielos distan de la tierra, así mis caminos están sobre los vuestros y mis planes sobre vuestros planes» (Is 55,8-9) Más inverosímil nos parecería, sino fuese de fe, que Dios se quede en la Eucaristía para que le comamos, expuesto incluso a tanta irreverencias. Bien mirado, a priori nos parecería imposible (más aún que esta promesa) el que Dios se degradase tanto y no lo aceptaríamos, como tampoco lo aceptan los protestantes. Pero la creatura no debe juzgar, sino buscar el camino que Dios ha trazado (Y por algo hace Dios las cosas)
Bien puede ser además una promesa y plan de Dios lo que por todas partes da el fruto inesperado de reanimar la vida cristiana e introducir la costumbre de la comunión frecuente, ya que muestra la experiencia ser la comunión de los primeros viernes el único medio para conseguir en muchísimos cristianos la frecuencia de sacramentos y de hecho, una vez comenzada, suele generalmente continuarse, o al menos repetirse a menudo los nueve primeros viernes. Es el criterio que nos da Cristo para la discreción de espíritus: «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,16)
3. «No tiene más valor esta promesa –objetan algunos- que la del escapulario del Carmen, y desde luego menos que la hecha por Cristo en San Juan (6,47ss): ‘El que cree, tiene la vida eterna’; ‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo: si alguno lo come, vivirá eternamente’; ‘El que come mi carne vive en Mí y Yo en él, tiene la vida eterna y Yo le resucitaré el último día’; ‘El que come este pan, vivirá eternamente’»
Respuesta: Sin embargo podemos responder: La promesa del escapulario del Carmen dice que se salvarán los que mueran con él, lo cual uno no sabe hasta la hora de la muerte si se realizará. Ni presenta pruebas de autenticidad y autoridad tan claras como la promesa de los primeros viernes.
La promesa de Cristo en San Juan, estrictamente indica que quien comulgue tiene la gracia santificante (que es la vida eterna); pero no excluye que pueda perderla. Así decimos: el que tiene entrada, entrará; lo cual no excluye que llegue a perder la entrada y no pueda entrar. La promesa de los Primeros Viernes es como decir: ya tienes derecho a entrar; es decir, el condicionado se cumple al comulgar el noveno viernes; en el otro caso no se cumple hasta la hora de la muerte. Sin embargo, aquella promesa de Cristo en San Juan es el fundamento de esta otra. Según aquella lo normal es que quien comulga frecuentemente mantenga siempre en sí la vida eterna. Esta, lo vemos en la práctica, concede una gracia especial por la que, generalmente, se continúa comulgando frecuentemente (aparte de ser también válida la promesa para los que dejen de hacerlo)
Para algunos espíritus más intelectuales (ojalá que no más orgullosos), las promesas sobran. A ellos sólo les gusta obrar por razón; moverse por promesas, les parece infantil. Pero Dios nos conoce bien, y por eso multiplica las bienaventuranzas y las promesas. Y a las promesas de Dios se ha debido la gran difusión de esta práctica, como del escapulario del Carmen. Este modo nuestro de ser lo demuestra hasta la vida comercial: se compra muchas veces un producto en lugar de otro buscando regalos que promete. En términos actuales diríamos que Dios acomodándose a ese modo de ser nuestro, nos propone premios concretos como propaganda, para que vivamos según su revelación.
4. «Si esta promesa fuese verdadera sería demasiado fácil salvarse: se regalaría el cielo por una bagatela»
Respuesta: Aquí hay que distinguir dos cosas: Una, la gracia de la perseverancia. Otra, lo que cueste ganar el cielo. Que Dios conceda la gracia de la perseverancia fácilmente, no debe extrañarnos, menos ahora que según algunos casi todo el mundo se salva. A la Santísima Virgen Dios se la concedió, sin exigirle nueve comuniones ni nada, al confirmarla en gracia en el instante de su Inmaculada Concepción. Pero esto no impidió que, análogamente a Cristo, tuviese que pagar un precio tremendo para ganar el cielo para sí y para nosotros. De igual forma, que Dios prometa a uno la perseverancia, no quiere decir que no tenga que llevar su cruz. Recordemos que la espiritualidad al Sagrado Corazón, con su entrega a Dios renunciando a todo egoísmo y gusto personal a fin de vivir para los demás y aceptando todos los padecimientos de la vida como venidos de la mano de Dios, constituye la ascética más exigente, aunque sea al mismo tiempo la más fácil y más elevada.
En consecuencia, no extrañará que los Papas, a quienes compete el juicio definitivo, hayan aprobado, con las otras particularmente esta «gran promesa»: La Congregación de Ritos, en 1872 con la confirmación posterior de León XIII. El mismo Papa en la constitución “Benignae” (28 de junio de 1889) afirmó: “Jesucristo invita y atrae a todos los hombres a sí con la esperanza de magníficas promesas”. Benedicto XV en la bula de canonización de Santa Margarita María (13 de mayo de 1920) dice: “El Señor Jesús se dignó dirigir estas palabras a su fiel esposa…” y a continuación repite las que contienen esta promesa que antes citamos. Pío XI en la encíclica “Miserentissimus Redemptor” escribía: “Hoy prevalece por todo el mundo la costumbre de comulgar los primeros viernes, conforme al deseo de Cristo Jesús”. Pío XII en la “Haurietis aquas” explica: “El motivo principal de abrazar este culto no han de ser los beneficios que Nuestro Señor ha prometido en revelaciones privadas”, con lo cual implícitamente afirma que los ha prometido. Y el Sínodo Romano dirigido por Juan XXIII concede a los sacerdotes de Roma celebrar los primeros viernes misa votiva del Sagrado Corazón y les encarga que mantenga la costumbre de llevar esos días la comunión a los enfermos, lo que supone una aceptación de esta promesa.
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El texto es una Comunicación Nacional del Apostolado de la Oración - Madrid, enero de 1969, del P. José Luis de Urrutia, S.J. †, en ese tiempo Director de la revista "Reino de Cristo" de dicho AO.
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1 comentario:
Gracias por publicar este texto. La verdad nos hace mucha falta, sobretodo para los que tenemos la práctica de la Comunión de los Primeros Viernes, mas allá de los nueve que pide el Corazón de Jesús.
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