Saber Dialogar



P. Vicente Gallo S.J.



Nadie dialoga solo, se dialoga entre dos: uno habla, y escucha el otro. Pero desde la confianza y el amor con que se dialoga. Pretendiendo aumentar ese amor hasta llegar a la intimidad como verdadero fruto del diálogo, en base a manifestarse los sentimientos y escucharse con el corazón. Debe hacerse con esa profunda reverencia que merece lo sagrado que se manifiesta y que se escucha; acogiéndose con el amor que se merece el otro en su confianza de expresarse y también de escuchar. Un diálogo de ese tipo debe ser no sólo el camino para amarse, sino la sincera expresión del amor y confianza que ambos ya se tienen; por eso dialogan.

Por esta razón, un modo excelente de entablar ese diálogo es escribiéndose los dos una «carta de amor» como cuando eran enamorados, como enamorados han de estarlo durante toda su vida. Cada uno escribe al otro con ese amor, y le cuenta sus sentimientos, los que no se cuentan a cualquiera sino a quien se considera íntimo y se tiene con él tanta confianza. Cada uno, después, lee con el mismo amor la carta del otro; a lo que seguirá la escucha, al volver a leer una vez más lo que el otro quiere comunicar sobre sí mismo, haciendo el esfuerzo de alcanzarlo y asumirlo como propio. Ya eso es diálogo, aunque no se hablen todavía.

Después de ello, se pondrán a hablar, pidiendo uno al otro que le aclare más el sentimiento que le comunica, porque quiere alcanzarlo más plenamente y hacerlo suyo más de veras. Y si lo ve conveniente, ayudará al otro a descubrir cómo está afectada una de sus necesidades de relación que más arriba hemos enumerado; a fin de encontrar juntos qué se ha de hacer que valga para satisfacer esa necesidad afectada, y no quedarse en divagar, ni en compensarse con otras cosas, o en querer recuperar lo que falta en la relación buscándolo en otra persona o en otro lado.

Este modo de dialogar comunicando lo que se siente, ha de ser acerca de esos sentimientos que a uno le embargan sin saber por qué causa. Comunicarlos es ya tener confianza de intimidad con su pareja; intimidad que se alimenta al recibir el otro ese signo de confianza que, si muy raras veces se muestra, es porque apenas se trabaja en tenerla, o se deja que poco a poco se desvanezca. Pero principalmente deberá hacerse cuando se trata de los sentimientos que se tienen, derivados de los problemas que están afectando a la vida de pareja: el dinero, el trabajo en peligro, el poco tiempo que ambos se dedican, la marcha quizás mala que llevan los hijos, los familiares políticos, etc. Problemas que pueden estar socavando la buena relación, y que se necesita saber convertirlos en motivo para la mutua ayuda que se prometieron al casarse; reafirmando la relación de intimidad, que sólo se logrará con el diálogo que aquí planteamos sobre los sentimientos.



Pero si al dialogar se debe hablar teniendo confianza en el amor, también se ha de escuchar con el amor de responder fielmente a esa confianza. Si el uno habla desde el corazón, el otro también debe escuchar con el corazón para acoger en él lo que se le comunica. No fingiendo atención, sino atendiendo con todo su ser. Sin escuchar sólo las palabras más o menos mal expresadas, sino lo que quiere comunicar el corazón de quien habla. No tratando de tranquilizar al otro diciéndole que es tonto el sentir eso, sino enterándose de que se siente así y que sus motivos tendrá, no quitándole el derecho de verse afectado por esos sentimientos.

No se debe estar pensando del otro que siempre tiene sentimientos parecidos, y que ya uno se los sabe de memoria; sino tratar de ahondar en las razones por las cuáles los tiene. Ni escuchar por cumplir, sino dando al otro la satisfacción de sentirse escuchado; pero más, no simplemente para darle esa satisfacción, sino para reforzar la intimidad que deben tener como lo primordial en su vida de relación. No estar buscando dar respuestas a lo que el otro dice; sino alargándole la mano en esa ayuda que de él está teniendo y es por eso que le manifiesta lo que siente.

Se ha de escuchar atendiendo de veras: con la inteligencia, con los oídos, con la mirada amorosa, con el tacto, con todo el ser puesto en escucha; para terminar con un espontáneo abrazo, un profundo beso, una auténtica manifestación de amor. Sin dejar defraudado a quien te comunica sus sentimientos. Sin darle la impresión de haberse equivocado al tener en ti esa confianza, y haciendo que piense en otra persona que le acogería mejor.

Convéncete de que, si es a Dios al que escuchas cuando alguien te habla porque necesita hacerlo, es más de veras Dios quien te habla desde tu pareja, cuando te manifiesta sus sentimientos porque te tiene el amor de confiar en ti y porque necesita de ti recibir ese amor de ser escuchado con el corazón. Dios, que es Amor, los hizo a ambos para que se amasen el uno al otro como los ama Él. No le defrauden a Dios, ámense de esa manera. Escucha al otro como le escucharías a Dios, y acógele en tu corazón como a Dios mismo, que ahí te necesita.

Hazte ahora esas preguntas: ¿Comunicas a tu pareja tus sentimientos, o más bien te los guardas? ¿Acaso es a otro por ahí a quien se los comunicas? ¿Dejas a tu pareja que te comunique lo que siente, y también le das el gozo de verse escuchado con el corazón? ¿Por qué tienen ambos tanto reparo en vivir ese grado de confianza mutua? ¿Cómo esperan ser felices en pareja de otra manera?



De las necesidades que se experimentan en la vida de relación de pareja hablamos en la publicación Las Intimidades 1º Parte. Pero digamos ahora, siquiera algo, de los valores o cosas que valgan para satisfacer cualquiera de esas necesidades, y que deben rescatarse con el diálogo. Son, por ejemplo, la fe en ti mismo o la fe en el otro de la pareja; la confianza en ti mismo o la confianza en el otro; la fe en Dios y la confianza en Dios (dado el caso); mantener la esperanza que se puede mantener en ti o en el otro, o en la retribución que recibirás del otro o de Dios como respuesta a tu fidelidad a pesar de todo; la certeza de lo mucho que tú vales o la certeza de lo que vale el otro, así como saber que tú eres bueno y el otro también lo es, aunque a veces lo olvidemos. Igualmente, el aguante y la fortaleza mía, o la del otro, ante lo que nos angustia; la humildad contra toda respuesta de soberbia, que es más que el amor propio; retomar la decisión de amarnos también ahora como lo prometimos al casarnos; así como prometer que en todos los casos dialogaremos. Hay otros valores todavía que pueden hallarse, buscándolos, al salir de un problema que nos afecte en nuestra vida de pareja.
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