Homilía: Domingo 29º T.O. (C), 17 de Octubre


Lecturas: Ex 17,8-13; S 120; 2Tim 3,14-4,2; Lc 28,1-8


Orar como respirar

P. José R. Martínez Galdeano, S.J.




La primera idea que se me ocurrió al comenzar la preparación de esta homilía, fue la de si habría mucho que añadir al mero señalar lo que el Señor nos ha manifestado estas semanas. Mucho se ha orado para la salvación de los mineros en Chile y en el mundo y han ido ocurriendo una tras otra cosas muy difíciles de modo aparentemente muy sencillo: Se consiguieron desde muy lejos máquinas nada fáciles de transportar; se perforó con acierto y sin retrasos pese a que los planos no eran tan perfectos: se encontraron vivos a los 33 tras varias semanas de entierro; se les pudo atender perfectamente y con éxito en los aspectos alimenticios, médicos, psicológicos, sociales, espirituales; se idearon y construyeron de modo rápido y perfecto los instrumentos técnicos necesarios; hubo un acuerdo perfecto y acierto tras acierto en la aplicación coordinada de toda clase de medios y previsión de todos los detalles, unión y espíritu de trabajo. Fueron demasiados los problemas y demasiado difíciles y sin embargo todo se solucionó bien; y se pueden constatar además otros magníficos frutos que dejan ver muy clara la mano bondadosa de Dios tanto y por tantos invocada. Hemos palpado que Dios escucha cuando se le pide con fe, con constancia, con humildad y reunidos en su nombre. Demos gracias a Dios por todo y por tanta fe reverdecida, tanto cariño familiar renovado, tanto coraje y solidaridad cívica despertada, que ha superado rencores y suspicacias y capacita a un país para resolver cualquier problema. Porque no cabe duda que lo que parecía una desgracia ha resultado para Chile muy beneficioso. Dios escuchó muy por encima de lo esperado y le damos gracias con ellos, pues somos hijos del mismo Dios.

San Lucas tocó ya el tema de la oración (Lc 11,1-13) y en concreto la insistencia en la oración de petición, pero ahora vuelve a hacerlo: hoy y el domingo que viene la Iglesia nos propone dos fragmentos sobre la oración que en el texto vienen seguidos. Estamos ya al final del evangelio; en el capítulo siguiente se narra la entrada en Jerusalén y luego siguen los acontecimientos de la Semana Santa y la Pasión. Por la selección, cuidado y amplitud con que viene tratando estos temas, Lucas da la impresión de no querer terminar su escrito sin exponer algunos de los puntos de la doctrina de Jesús que le parecen especialmente importantes para la catequesis cristiana. Notan los exegetas que Lucas se fija especialmente en la oración. También me parece interesante señalar que la parábola de hoy se presenta sin preparación ni ambientación especial. Parece decirnos: orar es importante, no lo pueden olvidar.

Dice el texto que el fin de esta parábola fue “para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”. El juez de la parábola está descrito en los términos más repulsivos, que niegan toda esperanza de que se conmoviese para hacer un favor a una mujer pobre. Aquel juez era un canalla por los cuatro costados. No le preocupaba para nada hacer justicia, sino –se supone– sólo su propio interés. No le importaba Dios, carecía de sentido de justicia, no respetaba a los hombres, a nadie. Pueden ver en Isaías la forma como Dios los juzga por sus injusticias especialmente con los más débiles: “Aparten de mi vista sus malas acciones. Busquen la justicia, amparen a las víctimas, defiendan al huérfano, protejan a la viuda” (Is 1,16s.) La mujer tenía razón, pero era viuda, pobre, carecía de marido y de hijos que abogasen por ella, no tenía ningún poder social.

¿Qué movió al juez injusto a hacer justicia? Nada mínimamente noble. La mujer en su desesperación podría llegar a darle una bofetada públicamente (así traducen bastantes el término griego, entre ellos la Vulgata de San Jerónimo, y parece que es la versión más correcta del texto original griego; el texto litúrgico no refleja la fuerza del original.). Le sería fácil al inicuo juez vengarse cruelmente, pero la humillación de la bofetada no se la quitaría nadie y más de uno –más bien muchos– se alegrarían en secreto. Esto bastó para que, ante la insistencia de la mujer, optase por hacerle justicia.

En la conclusión Jesús resalta la oposición entre aquel indigno y su Padre, para subrayar al máximo la seguridad de que la oración perseverante logra de Dios lo que pide. Casi se podría decir que Jesús recurrió a una caricatura irrespetuosa de Dios. Porque Dios no es como aquel juez, es infinitamente bueno —insiste Jesús concluyendo— Padre bondadoso e infinitamente justo; y los que le piden son “sus elegidos”, a los que ama infinitamente, para cuya salvación ha enviado a su Hijo y el Hijo va a dar la vida en la cruz. “Yo les aseguro”, concluye Jesús empeñando su palabra de Hijo de que les escuchará. Y no sólo les escuchará, sino que lo hará sin hacerles esperar, “sin tardar”; lo dice y lo repite. Aunque es cierto que a nosotros, tan impacientes, una espera no tan larga nos pueda parecer demasiada.

Tengamos, pues, confianza. Dios no dejará de escucharnos si le pedimos “el Espíritu bueno” (Lc 11,13) con constancia, bien y humildemente, mejor unidos (Mt 18,19) y en su nombre (Jn 14,13-14), y de modo que nuestras peticiones puedan incluirse de una u otra forma en la oración del Padrenuestro, como indican San Cipriano y San Agustín.

Algunos exegetas tienen dificultad con la frase final: “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esa fe sobre la tierra?”. Les parece que rompe el hilo del discurso. Sin embargo además de aquí hay en los evangelios una serie de lugares lamentando Jesús la falta de fe de los hombres, discípulos incluidos. Porque la clave está en la fe, “el justo vive de la fe” (Ga 3,11). “He luchado bien—escribe Pablo a Timoteo con la muerte ya cercana— termino la carrera, he guardado la fe” (2Ti 4,7). “Todo lo que no procede de la fe, es pecado” (Ro 1423). La fe insiste y no se rinde.

Vivir de la fe es tenerle a Dios presente, es vivir con el amor para con Dios despierto, es conciencia de que Él está cercano, de que Él envía su ángel para protegerme, es seguridad de que en cualquier duda se puede acudir a Él y se obtendrá la respuesta, de que le alcanzará una mano cuando se necesite de su ayuda, de su consejo, de su fuerza. Es caer en la cuenta y agradecer su ayuda. No es difícil orar continuamente. Orar es el respirar del espíritu, es algo espontáneo. Si se cree de verdad en que Dios es Padre, en que nos ama infinitamente, en que no nos abandona ni abandonará jamás, se persevera fácil orando. ¿Es ésta nuestra fe? Pidámosla cada día. Dios nos la quiere dar.


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