P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.
Estas cartas fueron escritas algunos años después de la redacción última y definitiva del cuarto evangelio. Su autor, supuestamente el mismo, habría sido discípulo de Juan y según parece tenía responsabilidades y una gran autoridad espiritual dentro de las comunidades de inspiración joánica.
Pero como ya se ha indicado anteriormente, en no pocos de sus miembros de estas comunidades se estaba infiltrando la forma de pensar "gnóstica". Su creencia básica era que sólo el espíritu es bueno, y que la materia es esencialmente mala. La naturaleza física, por tanto, de las criaturas creadas es mala. El espíritu se encuentra prisionero dentro del cuerpo, y sólo parece posible liberarse de él mediante un conocimiento ("gnosis") secreto y complicado. Por tanto, la aseveración de una encarnación del "logos" no es aceptable porque en definitiva nuestra experiencia nos prueba su ineficacia y frustración.
En las iglesias cristianas de aquel entonces había maestros que sostenían que Jesús nunca había tenido un verdadero cuerpo humano; sólo que "parecía" haber tenido cuerpo. Otros afirmaban que el Cristo (el ser Hijo de Dios) sólo había descendido en Jesús con el bautismo de Juan, pero que le había abandonado ya antes de padecer su pasión y muerte. Esto último (el crucificado) era un escándalo para la gente.
Todas estas creencias e ideas derivaban con frecuencia hacia conductas inmorales , pues todo lo del cuerpo carecía de valor e importancia, ya que el pecado personal no existía para quienes poseían la fe gnóstica. A todos ellos se refiere el autor de estas cartas cuando escribe con énfasis y claridad: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8)
Como consecuencia de ésto, la comunidades cristianas tendían a dividirse en dos clases de miembros: los que se sentían iluminados por la "gnosis", y los demás. Los primeros menospreciaban a los segundos. Contra esta conducta antifraterna viene la frase: "Si alguno dice, yo amo a Dios, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20)
El propósito de estas tres cartas es el de salir al paso de tales herejías. Su autor muestra su convencimiento de que Dios se manifiesta y se entrega a sí mismo como luz y amor; que Jesús es aquel que existía desde siempre, que es el verdadero Cristo (el Mesías), el auténtico hijo de Dios; que Jesús era un verdadero hombre, quien ha venido con el agua de su bautismo y con la sangre de su muerte como redentor y salvador (1Jn 5,6); y vino para quitar el pecado del mundo dando su vida por nosotros. Cuando caminamos con fe bajo esta luz, hemos de vivir en actitud de comunión. Lo más esencial del cristianismo es el creer en Jesucristo y el amarnos los unos a los otros. "Y este es su mandamiento: que creamos en su hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros conforme al precepto que Él nos dió" (1 Jn 3,23)
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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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