SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
4. Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas
Rasgo típico de su enseñanza.
Por medio de ellas invita al banquete del Reino, pero exige también una
elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo; las palabras
no bastan, hacen falta obras. Las parábolas son como un espejo para el hombre:
¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra? ¿Qué hace con los
talentos recibidos? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están
secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es
decir, hacerse discípulo de Cristo para «conocer
los Misterios del Reino de los cielos» (Mt 13, 11). Para los que están «fuera», la enseñanza de las parábolas
es algo enigmático.
5. Los milagros
Son signos sensibles que lleva
a cabo Jesús y testimonian que el Padre le ha enviado a salvar a todo el género
humano. Invitan a creer en Jesús. Concede lo que le piden a los que acuden a él
con fe. Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de
su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios.
Pero también pueden ser «ocasión de escándalo» (Mt 11, 6). No
pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan
evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos; incluso se le acusa de
obrar movido por los demonios.
Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la
injusticia, de la enfermedad y de la muerte, Jesús realizó unos signos
mesiánicos; no obstante, no vino para
abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la
esclavitud más grave, la del pecado, que es el obstáculo en su vocación de
hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.
La venida del Reino de Dios es
la derrota del reino de Satanás. «Pero si
por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros
el Reino de Dios» (Mt 12, 28).
Los exorcismos de Jesús liberan
a los hombres del dominio de los demonios. Anticipan la gran victoria de Jesús
sobre «el príncipe de este mundo» (Jn
12, 31). Por la Cruz de Cristo será
definitivamente establecido el Reino de Dios: «Dios reinó desde el madero de la
Cruz».
6. Una visión anticipada del Reino: La
Transfiguración
A partir del día en que Pedro
confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro «comenzó a mostrar a sus discípulos que él
debía ir a Jerusalén, y sufrir... y ser condenado a muerte y resucitar al
tercer día» (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio, los otros no lo
comprendieron mejor.
En este contexto se sitúa el
episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús, sobre una montaña, ante
tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos
de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le «hablaban de su partida, que estaba para
cumplirse en Jerusalén» (Lc 9, 31).
Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: «Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle» (Lc
9, 35). Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la
confesión de Pedro. Muestra también que para «entrar en su gloria» (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz
en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la
Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías.
La Pasión de Jesús es la
voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios. La nube indica la presencia del Espíritu
Santo. En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la
Pascua, la Transfiguración. Por el Bautismo de Jesús «fue manifestado el
misterio de la primera regeneración»: nuestro bautismo; la Transfiguración «es
el sacramento de la segunda regeneración»: nuestra propia resurrección. Desde ahora nosotros participamos en la
Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del
Cuerpo de Cristo.
La Transfiguración nos concede
una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo «el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo
glorioso como el suyo» (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que «es necesario que pasemos por muchas
tribulaciones para entrar en el Reino de Dios».
7. La subida de Jesús a Jerusalén
«Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su
voluntad de ir a Jerusalén» (Lc 9, 51). Por esta decisión,
manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había
repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección. Al dirigirse a Jerusalén
dice: «No cabe que un profeta perezca
fuera de Jerusalén» (Lc 13, 33).
Jesús recuerda el martirio de
los profetas que habían sido muertos en Jerusalén. Sin embargo, persiste en
llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: «¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a
sus pollos bajo las alas y no habéis querido!» (Mt 23, 37b).
Cuando está a la vista de
Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más el deseo de su corazón: «¡Si también tú conocieras en este día el
mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos» (Lc 19, 41-42).
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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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