Navidad para el Año de la Fe
P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Ba 5,1-9; S 125; Flp 1,4-6.8-11; Lc 3,1-6
Este año el texto evangélico de la misa será el de San Lucas. Es un personaje extraordinariamente interesante. No era judío ni conoció personalmente a Jesucristo. Nació en Antioquía, ciudad entonces importante del imperio romano. De padres paganos, debió convertirse al cristianismo en su patria. Porque en Antioquía se formó pronto una comunidad cristiana vigorosa y fue allí donde los cristianos comenzaron a ser llamados así: “cristianos”. Escribió su evangelio y también “Los hechos de los Apóstoles”, que es continuación del Evangelio. Ambos escritos muestran a su autor como muy culto y muy buen escritor. Su lengua natural era el griego y son con ventaja sus escritos los mejores del Nuevo Testamento. Las cartas de San Pablo nos dan datos interesantes de sus conocimientos en medicina y en jurisprudencia. Tanto el Evangelio como Los Hechos de los Apóstoles están dedicados a un cristiano amigo suyo llamado Teófilo, que también parece que era de clase social y cultura elevada. Lucas acompañó a Pablo al menos en su segundo viaje apostólico y en el último viaje a Roma, en donde permaneció mucho tiempo acompañando a Pablo encarcelado. Una teoría bien fundamentada afirma que Lucas fungió de abogado defensor en el juicio de San Pablo y que Los Hechos de los apóstoles es la defensa jurídica de San Pablo ante el tribunal imperial.
Precedido por dos capítulos sobre el nacimiento y vida oculta de Jesús, sigue
el evangelio con el texto de hoy. Es el comienzo de la vida apostólica. Como ya
lo venía haciendo, Lucas muestra su sentido de la historia y así lo primero que
hace es precisar con cuidado el momento. Señala con precisión el año, quienes
gobernaban en Palestina y en Roma, de cuyo imperio formaba parte la región en
que Jesús hizo su obra; da los nombres de todos los gobernantes civiles, las
zonas de su autoridad, y por fin las autoridades
religiosas judías. Indica muy bien cómo surge el movimiento religioso que
produce la aparición de Juan el Bautista y el interés que suscita.
Todos esos datos y nombres están confirmados por documentos de indudable
valor histórico. Ello confirma el pretendido valor histórico del evangelio de
Lucas y confirma lo que dice al principio del libro en su dedicatoria a Teófilo.
Ha decidido escribírselo “después de haber investigado todo diligentemente
desde los orígenes para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has
recibido” (Lc 1,3-4).
Juan aparece de repente en la zona ribereña del río Jordán, que es la
zona más oriental de la presencia judía entonces. Es posible que hubiese pasado
años en la zona vecina del desierto, formando parte de los esenios, especie de
monjes dedicados a la oración, estudio de la Sagrada Escritura y penitencias,
las ruinas de cuyo monasterio están muy cerca (Lc 1,80). Jericó y el
camino normal de Galilea a Jerusalén pasan por allí, lo que hace posible que
Juan Bautista se hiciese encontradizo con grupos que caminaban a Jerusalén con
o sin motivos religiosos y les dirigiese su mensaje. La noticia se extendió rápidamente.
Juan anunciaba la próxima llegada del Mesías liberador, que esperaba la gente,
y predicaba la conversión de los pecados y el perdón de Dios, que se expresaba
con el rito del bautismo (también practicado por los esenios).
Con Juan volvían aquellos profetas de su historia, enviados de Dios, que
el pueblo conocía y cuya palabra se releía con frecuencia en la sinagoga. Y así
lo recordaba el mismo Juan, citando a Isaías: “Una voz grita en el desierto”;
era la de Juan. “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”; es decir:
hagan fácil que el Señor entre en sus corazones y los cambie. “Elévense los
valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo áspero
se iguale” “Y entonces todos verán la salvación de Dios”.
La Navidad de este año, la del Año de la fe, debe ser algo especial.
Hemos de prepararnos para gracias grandes. Las lecturas del libro de Baruc con
el salmo responsorial y de la carta a los Filipenses tratan de forzar a nuestra
esperanza para que se abra con confianza a gracias grandes. A los desterrados
en Babilonia, símbolo de los que se alejaron de la Iglesia, los anima a la
vuelta rápida y gloriosa. Dios los guiará, allana los caminos, “les mostrará su
misericordia”, “el Señor ha estado grande con ellos”. A sus queridos cristianos
de Filipos, estando en la cárcel, les dice que “reza por ellos” y “con gran
alegría”, pidiendo que “su amor siga creciendo más y más en conocimiento y
sensibilidad para todo”. Habla de amor a Jesucristo y al Padre, y del amor a
los hermanos que es su fruto y que nos debe distinguir a los cristianos. No nos
limitemos en conservar el grado de fe, de esperanza y de caridad, de las
virtudes teologales que tenemos, ni de las demás virtudes ni dones que tenemos
de Dios. Trabajemos por crecer en todas ellas, esforzándonos en aumentarlas.
Como les he explicado ya otras veces, eso es imposible sin la gracia de
Cristo, la ayuda de Dios y la fuerza del Espíritu. Dios nos las quiere dar a
condición de que se las pidamos con humildad. Recurramos a María. Ayer
celebramos con alegría la solemnidad de su concepción inmaculada y llena de
gracia. Cada año al comienzo del adviento nos sale al paso para ayudarnos a
preparar la Navidad. Sobre todo hagámoslo en este Año de la fe “para llegar al
día de Cristo, colmados de frutos de justicia, para gloria y alabanza de Dios”.
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