Matrimonios comprometidos con la Iglesia - 3º Parte

3. Llevar a otros lo que hemos recibido


P. Vicente Gallo, S.J.



Hablando del tema de arrojar los demonios, Jesús dice a sus Discípulos: “Dad gratis lo que habéis recibido gratis” (Mt 10, 8). Las parejas que han encontrado una vida de relación con el amor como Cristo ama a su Iglesia, y viven su Sacramento con fe muy consciente, han hallado el gran tesoro por el que vale la pena vender todo lo que se tiene para adquirirlo (Mt 13, 44). Deben hacerse muy conscientes de lo penoso que era su matrimonio para toda la vida sin haber hallado tal tesoro; para tratar de entender el drama de tantos matrimonios que viven en la mayor pobreza, la de no amarse como Cristo nos ama.

Quienes conocen y viven toda la riqueza del Matrimonio como Sacramento, deben saber que es gracia de Dios, muy valiosa, la que han recibido no por méritos personales sino por regalo de Dios sin haberlo merecido más que los otros.  No pueden permitirse que, por ese regalo divino, ellos tengan tan grande riqueza, y dejen a los demás que no la tengan, siendo tan fácil darla sin que con ello se empobrezcan. Cumplir el “Amaos unos a otros como Yo os he amado”, el mandato de Jesús para ser suyos, es gozar de ese amor como Dios goza en el suyo.  Pero es, además, una luz que alumbra a todos los de la casa que viven sumidos en tinieblas (Mt 5, 16).

Esa luz, necesaria para saber dónde se encuentran como matrimonio, también es necesaria para ver por dónde caminar felizmente, sin tropiezos ni angustias, y llegar dichosos a la meta de vivir juntos con el amor que se desearon al casarse. Hay muchos matrimonios a los que les falta tener esa luz, y penan en la desorientación previendo el fracaso o pereciendo sin ver salida en el horizonte. Los matrimonios que viven día a día su Sacramento, testifican a todos que es posible mantenerse juntos con ese gozo; todos  quienes los ven, pueden acudir a ellos y preguntarles cómo se vive tan felizmente el estar casados. En un matrimonio donde los padres se aman como los ama Cristo, los hijos serán felices al verlo.

Para mantenerse en este modo de gozar el matrimonio cristiano, no basta con conocerlo en todo su alcance; es necesario alimentarlo cada día con firmeza  en el empeño.  Ya hemos mencionado anteriormente los caminos para hacer realidad permanente en el matrimonio el mandato de Cristo “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Esos caminos son: tomar en todas las situaciones la decisión de amar así,  avivarlo en el Diálogo diario, vivir la unión sexual no sólo con responsabilidad de personas sino con la fe en el amor de Cristo, rezar juntos en pareja, y hacer grupo con otros matrimonios que entiendan las cosas lo mismo, queriendo animarse unos a otros al reunirse, para ir caminando juntos en apoyo mutuo contándose sus éxitos y sus tropiezos en tan esforzado intento. Son también los caminos para mantener viva la espiritualidad matrimonial que hemos venido desarrollando.

Terminamos con esta reflexión final.  La espiritualidad del cristiano, creyente en Cristo el Salvador, ha de transformar no solamente la vida de quien la vive; debe trasformar también el mundo en el que se realiza.  Así tiene que ser la Espiritualidad de los que viven cristianamente su matrimonio.  Se ha dicho que las teorías que no trasforman las realidades son  una vana ideología.  El cristianismo igualmente, como doctrina, puede parecer muy bello para muchos que lo conozcan, como dicen que le ocurría a Gandhi; pero no se harán creyentes en Cristo si no encuentran que, quienes creen en él, transforman y hacen mejor al mundo con esa fe, y lo salvan.  Lo mismo sucederá con la Espiritualidad Matrimonial que hemos tratado de presentar: se quedará en vanas consideraciones, si la dejamos en bonita teoría.



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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.

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