III. La Eucaristía en el Plan de Salvación
Los
signos del pan y del vino
(CIC 1333-1336)
En el
corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que,
por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se
convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la
Iglesia continúa haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno glorioso, lo que
Él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz
lleno de vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre
de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad
de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el
vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero
antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del
Creador. La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que
"ofreció pan y vino" (Gn 14,18), una prefiguración de su
propia ofrenda (cf Plegaria Eucaristía I o Canon Romano, 95; Misal
Romano).
En la
Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las
primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben
también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que
Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora
de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive
del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día
es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus
promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete
pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión
escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén.
Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la
bendición del pan y del cáliz.
Los milagros
de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y
distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud,
prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt
14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf Jn
2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el
cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles
beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.
El primer
anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la
pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede
escucharlo?" (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de
escándalo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división.
"¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta
pregunta del Señor resuena a través de las edades, como invitación de su amor a
descubrir que sólo Él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68),
y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a Él mismo.
La
institución de la Eucaristía
(CIC 1337-1340)
El Señor,
habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la
hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una
cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13,1-17).
Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y
hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su
muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su
retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento"
(Concilio de Trento: DS 1740).
Los tres
evangelios sinópticos y san Pablo nos han transmitido el relato de la institución
de la Eucaristía; por su parte, san Juan relata las palabras de Jesús en la
sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía:
Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (cf Jn
6).
Jesús escogió
el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a
sus discípulos su Cuerpo y su Sangre:
«Llegó el
día de los Ázimos, en el que se había de inmolar el cordero de Pascua; [Jesús]
envió a Pedro y a Juan, diciendo: "Id y preparadnos la Pascua para que la
comamos"[...] fueron [...] y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se
puso a la mesa con los Apóstoles; y les dijo: "Con ansia he deseado comer
esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré
más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" [...] Y tomó pan,
dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: "Esto es mi cuerpo que va a
ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío". De igual modo,
después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: "Este cáliz es la Nueva Alianza
en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros"» (Lc 22,7-20; cf
Mt 26,17-29; Mc 14,12-25; 1 Co 11,23-26).
Al celebrar
la última Cena con sus Apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús
dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su
Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la
Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y
anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
"Haced
esto en memoria mía"
(1341-1344)
El
mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que
venga" (1 Co 11,26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo
que hizo. Requiere la celebración litúrgica por los Apóstoles y sus sucesores
del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y
de su intercesión junto al Padre.
Desde el
comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén
se dice:
«Acudían
asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a
la fracción del pan y a las oraciones [...] Acudían al Templo todos los días
con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y
tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón» (Hch
2,42.46).
Era sobre
todo "el primer día de la semana", es decir, el domingo, el día de la
resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían para "partir el
pan" (Hch 20,7). Desde entonces hasta nuestros días, la celebración
de la Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas
partes en la Iglesia, con la misma estructura fundamental. Sigue siendo el
centro de la vida de la Iglesia.
Así, de celebración en
celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús "hasta que
venga" (1 Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina
por la senda estrecha de la cruz" (AG
1) hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán a la mesa
del Reino.
...
Extractos del Catecismo de la Iglesia Católica.
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