El Corpus Christi, es
una fiesta que subraya el hecho prodigioso de la
Encarnación. Realmente Cristo tuvo un cuerpo que fue instrumento de
nuestra salvación, y lo sigue siendo.
Encarnación. Realmente Cristo tuvo un cuerpo que fue instrumento de
nuestra salvación, y lo sigue siendo.
La fiesta del Cuerpo de Cristo, se traslada en muchos
sitios, como en el Perú, a este domingo, para que tenga el realce que se
merece. Es una fiesta que se refiere naturalmente a la Eucaristía (que es el
Cuerpo y la Sangre de Cristo).
Celebramos y con alegría el que Jesús nos haya regalado
este sacramento de la Eucaristía. Así cumple El la promesa hecha de estar con
nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Hay que detenerse y darle
tiempo a este pensamiento: Dios está presente entre nosotros y yo me lo puedo
encontrar realmente; Dios no es un Dios lejano a miles de kilómetros y miles de
galaxias. Está aquí en nuestro barrio, a unas pocas cuadras de mi casa, y puedo
tener un encuentro con El siempre que yo quiera. Eucaristía, presencia de Dios,
alimento de nuestra vida, locura del amor de Jesús, que ha querido ser
personalmente el alimento de nuestra existencia, nuestro consolador, nuestro
apoyo y nuestro amigo.
Pero es notable la
insistencia que da la Iglesia a destacar en esta celebración lo del CUERPO
de Cristo, subrayando lo material de Jesucristo, su carne, en realidad su
Cuerpo y su Sangre. El mismo Jesús había
insistido en este aspecto "material" de su realidad, insistiendo
en que hay que "comer su carne" (Jn 6, 53); y al narrar su Encarnación
se destaca lo mismo en el Evangelio de San Juan "el Verbo se hizo carne"
(Jn 1, 14).
"Esto es mi Cuerpo", "Esta es mi
Sangre" (Mt 26, 27-28). Nosotros a veces espiritualizamos tanto la figura
de Jesús, que perdemos de vista su realidad tangible, y lo tangible de El es
su cuerpo. Cuando resucita insiste en lo mismo: "Palpadme y ved que un
espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo" (Lc 24, 39).
¡Qué fundamental es que se subraye en esta fiesta la
importancia del cuerpo! Es bueno que meditemos en la importancia del Cuerpo de
Cristo, y en la importancia del nuestro.
El cuerpo es al fin y al cabo un libro abierto de
nuestra vida. En el de Cristo han quedado grabadas las escenas de su vida. En
El han quedado para siempre las huellas, las llagas, lo que hizo por
entregarse a nosotros. En su Cuerpo se grabaron las espinas, y los azotes, el
cansancio. Y además de ser un libro donde se han escrito los hechos de su
vida, su Cuerpo es el reflejo de su espíritu: su vitalidad, su bondad, la
profundidad de su espíritu, su preocupación por los hombres; todo esto se
reflejaba en su forma de mirar, en el tono de su voz, en la expresión de su
boca. Esto es en resumen lo que es el Cuerpo de Cristo y lo que queremos
celebrar con alegría.
Pero también es bueno que pensemos en nuestro propio
cuerpo, el compañero donde se han ido marcando las etapas importantes de
nuestra existencia; casi podríamos también decir que nuestro cuerpo es el
libro de nuestra vida, nuestra biografía: las cicatrices de una enfermedad,
cuántos recuerdos de angustia han quedado como arrugas de nuestro rostro: al
mirar el rostro de un padre podríamos leer las preocupaciones por sus
hijos, y en sus canas el esfuerzo con que ha enfrentado la vida para sacar
adelante a la familia y superar los obstáculos de todos los días. El cuerpo se
ha ido quedando marcado con este tatuaje. El cuerpo ha sido el mirador de
nuestras alegrías, y el instrumento que ha experimentado los sufrimientos.
Toda nuestra vida, lo mejor de nosotros mismos, está señalado en ese compañero,
que a veces no apreciamos. Y nuestra alma está unida a nuestro cuerpo y se
expresa a través de él: lo que llevamos dentro lo comunicamos por este cuerpo
que es parte tan importante de nosotros mismos.
Al cabo del tiempo este nuestro cuerpo, a lo mejor encorvado,
está manifestando a los demás una vida de trabajo y de fatiga, que la persona ha vivido como un servicio. No
es un cuerpo simplemente desgastado, es la expresión de una persona que se ha
entregado. Y el rostro, la expresión de nuestra mirada y de nuestro gesto,
puede exteriorizar la paz y la tranquilidad que una persona ha ido logrando a
base de controlar sus reacciones temperamentales, y es una manifestación de
su confianza en Dios. Una mirada puede tener la luminosidad del que todavía
tiene ideales, y sabe sonreír profundamente: ¡hay que ver cómo algunos ojos
sonríen! Cuantas cosas de nuestra vida se manifiestan en nuestro cuerpo: no
sólo cicatrices de operaciones (momentos especiales de dolor y de conversión),
sino huellas más sutiles, que expresan aventuras de nuestro caminar con fe y
esperanza en una vida, que no se presenta como fácil, pero que siempre está
llena de riquezas.
Y para este cuerpo nuestro, santuario de nuestro
espíritu, viene el Cuerpo de Cristo para ser alimento, fortaleza, sostén. El
Cuerpo de Cristo se nos da realmente aunque bajo las apariencias de pan y de
vino, y se nos da porque El personalmente quiere renovar nuestro interior, pero
entrando como comida y como bebida.
Al darle gracias al Señor por el milagro de su Cuerpo y
de su Sangre, démosle gracias también por nuestro propio cuerpo y por nuestra
propia sangre.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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