La búsqueda del Resucitado

Domingo de Pascua

8 de abril del 2012


Esta es la Pascua del Señor. Es la solemnidad de las solemnidades. La celebración de la Resurrección del Señor es el centro de la vida cristiana. Esta es la fuente de nuestra fe, el estímulo para nuestra esperanza y el alimento de nuestra caridad. Este es para los cristianos “el primer día de la semana”.

Para el pueblo de Israel, la búsqueda de Dios era una categoría fundamental de la fe. Los mejores creyentes son presentados en el Antiguo Testamento como los “buscadores de Dios”. Todos ellos deseaban “ver a Dios”. Su anhelo los llevaba a peregrinar para encontrarse con Él en el templo.

En el nuevo tiempo de la historia de la salvación, el misterio de la muerte y resurrección de Cristo orienta a sus discípulos de la primera hora y los de todos los tiempos. También ellos han de ser sinceros buscadores de Dios, sabiendo que lo encontrarán en Jesucristo. El evangelio que hoy se proclama nos marca un itinerario de búsqueda del Señor (Jn 20, 1-9).

VER Y CREER

El relato evangélico no es un compendio de verdades abstractas. Nos presenta las actitudes de tres personajes. Son como iconos de un proceso de fe. En ellos reconocemos los primeros pasos de la fe cristiana.

María Magdalena es movida por sus afectos. No podía aguardar hasta la llegada del nuevo día. Fue al sepulcro cuando aún estaba oscuro. Vio la losa quitada del sepulcro. Pero esa experiencia sólo produce en ella desaliento e inseguridad.

Pedro recibe el anuncio de Magdalena. El sepulcro de Cristo está vacío. La noticia es alarmante y no deja indiferentes a los discípulos de Jesús. De Pedro se dice que “vio las vendas y el sudario”, pero nada más. Se intuye su desconcierto.

El discípulo amado adelanta a Pedro en la carrera, pero le deja la precedencia. Después entra también él. El texto anota escuetamente que “vio y creyó”. Al fin, la ausencia del cuerpo del Señor suscita la fe.

Es evidente que la fe en el Resucitado no nace de la visita al sepulcro sino de la memoria de la palabra del Señor. El sepulcro es el signo de la ausencia. Pero la Escritura indica su presencia.

AUSENCIA Y PRESENCIA

“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Ése es el mensaje que María Magdalena trasmite a los discípulos de Jesús. Ése es el principio de la evangelización. Lo que parecía el anuncio de una tragedia es el núcleo de la “buena noticia”.

“Se han llevado del sepulcro al Señor”. Efectivamente, Cristo no se encuentra en el sepulcro. El lugar de la muerte no puede contener al Señor de la vida. El sepulcro es sólo un “monumento”, es decir un recordatorio.

“No sabemos dónde lo han puesto”. El Jesús de cada día era fácilmente ubicable. Sus amigos y enemigos podían informarse y averiguar dónde estaba. El Cristo resucitado ha de hacerse encontradizo para ser encontrado.

“Se han llevado del sepulcro al Señor”. También hoy, los creyentes vivimos con frecuencia la experiencia de la ausencia de nuestro Maestro. Pensamos que nos lo han arrebatado. Tendremos que preguntarnos si lo buscamos con curiosidad o con fe.

“No sabemos dónde lo han puesto”. También hoy son muchos los que tratan de decirnos que el Señor está aquí o allá. Pero él nos enseñó a desconfiar de los que intentan amarrarlo a un lugar preciso. La fe es siempre búsqueda y esperanza.

Señor Jesús, resucitado de entre los muertos, sabemos que estás vivo. Ayúdanos a recordar tu palabra para que los signos que vemos nos lleven a la fe. Amén.

José-Román Flecha

Universidad Pontificia de Salamanca

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