Me sigue emocionando, como cuando lo leí por vez primera, este fragmento de una felicitación de Navidad. Se escribe en la Navidad del año 1943 desde una prisión de la Gestapo, la terrible policía alemana de los tiempos del nazismo. Su autor es Dietrich Bonhöffer, conocido teólogo y pastor de la confesión luterana, fervoroso cristiano, que tuvo el coraje de denunciar la inmoralidad criminal del gobierno alemán de aquel entonces.
Escribe a sus padres desde una celda de aislamiento. Dice así: “Sobre todo una cosa: no piensen que en esta Navidad tan sola estoy hundido. Miradas las cosas desde el punto de vista cristiano, no puede ser gran problema pasar una Navidad en la celda de una prisión. Aquí –en la cárcel– probablemente muchos celebrarán una Navidad más rica en significado y más auténtica que allí donde de esta fiesta no se conserva más que el nombre. Un preso capta mucho mejor que nadie que miseria, sufrimiento, pobreza, soledad, falta de ayuda y culpa tienen a los ojos de Dios un sentido totalmente distinto al del juicio de los hombres. Pues Dios vuelve sus ojos precisamente hacia aquellos de quienes los hombres acostumbran a quitarlos, y Cristo nació en un establo porque no había encontrado sitio en la posada. Todo esto para un preso es una noticia verdaderamente alegre”.
Les puedo afirmar que mi experiencia personal lo confirma. Todas las semanas visito una de las cárceles de Lima. Para los que han encontrado a Dios en su vida (y para algunos ha sido en ese lugar), aunque la nostalgia de la separación familiar les haga sufrir, están viviendo la Navidad de forma muy alegre y llena de sentido; tal vez de las que hasta ahora hayan tenido más sentido en sus vidas.
Dios se ha hecho niño y ha abrazado además las penosas circunstancias de Belén. El Hijo de Dios se ha desnudado de sus prerrogativas a fin de ser en todo igual a sus hermanos y poder así representarlos. Forma parte de la naturaleza y familia humana con todas sus consecuencias aun en las suertes más dolorosas de las vidas de los hombres. Por eso asumirá la pobreza y el dolor desde los primeros momentos de su existencia terrena. Entrando en la cueva, hasta entonces refugio de animales y ahora habitación y cuna del Niño Dios, el creyente comprende que no es falso que el amor de Dios sea más que meras palabras; más aún vive la experiencia de que su sufrir y sus lágrimas tienen sentido. Entrar con fe en Belén libera al creyente de su angustia, lo ilumina y da sentido a su vida, lo libera de la amargura y de la desesperación del mal.
Jesús no nació en las condiciones, que nos narra el evangelio, solamente para sus coetáneos, sino para todos. Por eso nos invita a todos. Ustedes, que se han sentido invitados hoy a celebrar su nacimiento y vienen con renovado fervor a esta eucaristía y otras manifestaciones de fe, son hoy del número de los pastores. También un ángel y una gran luz han brillado en sus corazones; vayan sin tardar a Belén a ver, a palpar, a escuchar, a dejarse maravillar por todo lo que se nos sigue manifestando.
“Habiendo amado a los suyos —dice San Juan al abrir el capítulo del último día de Jesús en su vida mortal— los amó hasta el fin” (Jn 13,1). Pero también desde el principio los amó cuando vino a los suyos lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14). Y a los que le recibieron les concedió poder hacerse hijos de Dios y si hijos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo (Jn 1,12-13; Ro 8,15-17).
Dios, que quiere que todos los hombres se salven y, como sin la gracia de Dios nadie puede salvarse, a todos da su gracia en algún momento de su vida para su salvación, no debemos extrañarnos de que también fuera de la Iglesia dé gracias y gracias extraordinarias como la que vemos en Bonhöffer. Pero hemos de pensar que justamente a los hijos de la Iglesia Católica, a la que ha dado, como a esposa predilecta, todos los tesoros de su redención, a los que han creído plenamente se les ha de dar su gracia con la misma y aun mayor generosidad.
Por eso nos la ha de dar a nosotros. Vayamos, pues, en espíritu a Belén. Vayamos con nuestros problemas, con nuestras lágrimas, con nuestra cruz, con nuestros pecados y arrepentimiento. Tendremos la experiencia de Bonhöffer. La falta de salud, la escasez de plata, las propias miserias de nuestros pecados, la falta de trabajo, el mal trato que se sufre, el hijo o la hija o el esposo encarcelados o perdidos como el hijo pródigo…sería infinito y tedioso recorrer todas las circunstancias de la vida cuyo peso se nos hace casi o sin casi insoportable. Al contactar con el misterio de Belén todo esto cobrará un sentido positivo. Entonces se produce el milagro en el propio corazón. Entonces se entiende que Jesús ha venido y viene; entonces se comprende lo grande que es haber recibido la gracia del perdón; la de poder enderezar la vida con la estrella de la fe; la de recibir fuerzas para caminar hacia el bien y la verdad y la vida para en compañía de Jesús poder amar de veras a Dios como a padre y a los hombres como a hermanos; la de sentir que, junto al peso de la cruz que debo llevar, tengo un Cirineo divino que me da como alas. Es que la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas desparecieron.
¡Vayan! ¡Vayamos todos a Belén a ver esta maravilla de amor que se nos ha revelado y revela!
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