Podemos ahora tomar la Biblia en nuestras manos, con el fin de iniciarnos en su “lectura cristiana”. Escogemos cualquier pasaje de los evangelios, y comenzamos a leer el texto sin prisas, sin ansiedad alguna; y es probable que alguna frase nos impresione. Nos detenemos. Podemos repetir la frase de forma pausada y tranquila. Quizás nos surja algún pensamiento. Quizás se produce una sintonía de sentimientos. Lo más importante es que las palabras vayan penetrando en lo hondo del corazón, en la parte más profunda donde alienta nuestro espíritu. Y al llegar a este nivel, la lectura se transforma en oración. Esta, de ordinario, tendrá pronto un tono afectivo pues el alma siente hallarse en la presencia del Señor como ser personal. Pueden brotar palabras o silencios, poco importa. De ordinario, cuando la oración es breve es más pura, es decir, sin distracciones. Cuando éstas se presentan habrá que volver al texto y proseguir con la lectura de la forma como se acaba de indicar. No se trata tanto de reflexionar cuanto de contemplar y sobre todo de entrar en sintonía, de captar y de experimentar de algún modo el don de Dios, la efusión de su Espíritu.
Este método de una lectura cordial de la Biblia puede practicarse también en grupo. Parece conveniente entonces iniciar la reunión con algún rito eclesial (comunidad de fe). En un ambiente cuasi litúrgico pero distendido y en silencio apacible, de amistad y de servicio, el encargado de la lectura puede recitar una frase o un párrafo. Cada participante tiene su Biblia. Se dejan pasar unos tiempos breves de silencio. Si alguno de los presentes desea expresar con espontaneidad algún pensamiento o afecto que inspire en el texto, puede hacerlo con libertad. Todos escuchan la palabra, nadie discute ni aclara nada. Lo importante es el abrirse para llegar a percibir (escuchar) la palabra misma de Dios. Y así se va procediendo a una lectura en comunión (unidos en un solo espíritu), siempre en una actitud de respeto humano y espiritual, de respeto a nosotros mismos y sobre todo a Dios que habla a la gente sencilla y humilde; y a cada uno le habla según sus necesidades y temperamento. Un espíritu de paz.
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Agradecemos al P. Fernando Martínez Galdeano, S.J. por su colaboración.
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