Matrimonios: Una sola Vid, una sola Iglesia, 3º Parte

P. Vicente Gallo, S.J.

Los laicos son llamados a la santidad


La Palabra “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, no es una simple exhortación moral del Evangelio (Mt 5, 48), sino una exigencia del ser cristianos. Dios es el único SANTO, Santísimo por su actuar intachable y por su Ser “sin mancha alguna que lo afee”. Y es “santo” todo aquello que es cosa propia de Dios: un altar, un templo, etc. Entre los hombres, es de veras “Santo” Jesucristo, Dios hecho hombre; el Espíritu Santo de Dios le engendró hombre, le consagró “hombre de Dios”, y le guió siempre en su vivir y obrar como hombre.

Es “santo” todo su Cuerpo, la Iglesia. “Santa” deberá ser la Esposa suya, porque El entregó su vida por ella para santificarla, purificándola con el baño del agua en virtud de la fe en la Palabra, a fin de presentársela a sí mismo resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e inmaculada (Ef 5, 25-27). Lo mismo que El, la cabeza, somos “santos” sus miembros, los “hombres nuevos” en El, con esa Vida nueva que es la Vida de Dios hecha nuestra. Mientras somos de Cristo de veras, somos santos como lo es El, partícipes de la santidad suya de hombre Dios. Serlo siempre, es nuestro deber absoluto e inabdicable. Pecando, hacemos pecadora a la Iglesia Santa y a Cristo mismo (Rm 6, 12-14)

Cristo es la “viña elegida”. El Espíritu Santo, que santificó la naturaleza humana de Jesús desde el seno de María, hace “santos” a los sarmientos, que viven, crecen y dan fruto en virtud de la misma sabia que vivifica a la vid. Viendo que la Iglesia, al comenzar el nuevo milenio, sufre en sus cristianos una crisis grande de santidad, es urgente que los creyentes en Cristo emprendamos como tarea primordial el ser “santos en toda nuestra conducta” (1P 1,15). Nuestro deber de ser santos es primordial, aunque lo tengamos olvidado con tanta frecuencia los cristianos, también en el Matrimonio sacramentado.

En los dos milenios de la Iglesia, siempre sufrió crisis y momentos difíciles; pero siempre superó esas situaciones con el surgimiento de nuevos santos y santas eminentes. Igualmente hoy la Iglesia tiene necesidad apremiante de santos, en este trance de deterioro del matrimonio, de la vida familiar y de la sociedad tan materializada y corrompida. Siendo santos también los laicos viviendo la perfección cada uno en su propio estado y su trabajo en que cada uno se halle colocado en la vida de este mundo que hay que salvar.

El Bautismo nos hace “santos” con la santidad de Cristo. Todos los demás Sacramentos, principalmente la Confesión de los pecados y la Eucaristía, nos renuevan en esa santidad siempre en peligro y muchas veces tan fácilmente perdida. Los cristianos, por serlo, están llamados a vivir “como conviene a los santos” (Ef 5, 3). Ello es vivir según el Espíritu de Cristo, lo cuál tiene como fruto la santificación (Ga 5, 22); vivir el Amor de Dios en el amor y el servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Es mantener firme el mandato de Jesús de “permanecer en su amor” amándonos como El nos ha amado (Jn 15, 9 y 12). Es hacer verdad la fe en la caridad (Ef 4, 15).

“La vocación de los fieles laicos a la santidad implica que la vida según el Espíritu se exprese particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades terrenas” (CL 17). “Los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplir su voluntad, así como también de servir a los demás hombres llevándolos a la comunión con Dios en Cristo” (Apostolicam Actuositatem 4). Según dice San Pablo: “Todo lo que puedan decir o hacer, háganlo siempre en nombre del Señor Jesús”(Col 3, 17), para que sea acción salvadora.

Los cristianos, para ser “un signo luminoso del Amor sin límites del Padre, que nos ha regenerado a su vida de santidad” (CL 17), vivirán la santidad de la Iglesia de Cristo; ellos mismos serán esa Iglesia Santa. Serán acaso poco apreciados por los sabios y grandes de la tierra, pero serán mirados con mucho amor por el Padre, que encuentra en ellos a Cristo y la realización del Reino de Dios en el mundo.

Todo el Pueblo de Dios necesita encontrar, en nuestros tiempos, nuevos modelos de santidad, con virtudes heroicas vividas en las condiciones reales de nuestro mundo, en lo ordinario de la existencia humana, y especialmente en la vida conyugal y familiar, para que todo sea según Dios (Ef 4, 24). Garantizando y promoviendo el espíritu de comunión y fraternidad entre los hombres, será como los fieles laicos se convertirán en el secreto dinamismo de la Iglesia para la urgente renovación del mundo, salvándolo de su perdición. Los laicos, al santificarse, santifican a la Iglesia y al mundo. Principalmente santificándose en su matrimonio y en su propia vida familiar, amándose con ese amor de Cristo que se juraron al casarse ante la Iglesia como cristianos. En ese Amor es Santo el Dios Trinidad.


¿Sabemos que nuestro primordial deber en nuestro Sacramento es ayudarnos ambos a ser Matrimonio de Santos en la Iglesia Santa?


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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.


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