Teología Litúrgica - El encuentro mistérico con el médico corporal y espiritual - Parte 4


 

Rodrigo Sánchez-Arjona Halcón, S.J.


CAPÍTULO 2

Continuación...


Enseñanza del Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II ha retomado este punto concreto de la tradición católica y nos señala de nuevo al Verbo encarnado como la única esperanza de salvación humana. "Dios que quiere que todos los hombres se salven (...) cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón (ls. 61,1; Lc 4,18) como Médico carnal y espiritual (Ign. Antl. Efes.'7,'2), Mediador entre Dios y los hombres" (SC 5).

Las palabras conciliares son un eco de la vivencia y la teología de la Iglesia recordadas: El Hijo de Dios apareció en el mundo como un hombre, para anunciar como Mediador la salvación ofrecida por Dios a los hombres y para curar la enfermedad mortal de los mismos hombres como un Médico carnal y espiritual" Que Cristo pueda llevar a cabo esta curación de un ser herido de muerte en el campo religioso, lo deduce el Concilio siguiendo a la tradición de la encarnación del Verbo: "En efecto, su humanidad unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación" (SC 5).

Con estas breves palabras entroncamos con la fe vivida por la Iglesia, es decir, con la confesión de que la salvación hace su entrada en el mundo por la carne divinizada del Verbo, el cual se vale de ella para dar a los hombres una participación en su luz y en su vida. Según el Concilio, el modo señero de ponerse en contacto con Jesús glorificado, fuente de salvación religiosa, es el misterio litúrgico de la Iglesia (SC 10), ya que él nos hace presente al mismo Salvador en la trasparencia de los símbolos (SC 35,2).

Sin esta participación en la celebración litúrgica es imposible que el hombre pecador pueda conseguir un "espíritu verdaderamente cristiano" (SC 14), porque a través de los sacramentos y sacramentales los fieles entran en contacto con el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor (SC. 61).

Los llamados "sacramentales" participan de la vitalidad religiosa de los sacramentos, los cuales alimentan la fe cristiana y la expresan por medio de palabras y cosas (SC 59-60). Este "espíritu verdaderamente cristiano" trae al corazón humano una apertura amante a Dios y a los hombres (LG 1; SC 48). Pero en nuestros tiempos la apertura al hombre es inseparable de un compromiso con la compleja realidad humana (GS 1,43).

De todo lo expuesto deduce el Concilio que no podrá el hombre perseverar en un "compromiso cristiano" con el amor al hombre, sin participar en la celebración litúrgica, la cual es a la vez signo de la presencia y fuente eficaz de ese amor comprometido: "El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, hecho Él mismo carne y habitando en la tierra (Jn 1,3, 14). entró como hombre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola en sí mismo (Efes. 1, 10), Él es quien nos revela que Dios es amor (1 Jn. 4, 8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y, por lo tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles ... Constituido Sor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra (Art. 2,36; Mt.28, 18), obra ya por virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con este deseo aquellas generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin. Mas los dones del Espíritu son diversos ... El Señor dejó a los suyos una prenda de esperanza (en las realidades futuras) y una comida para el camino en aquel sacramento de la fe, en donde los elementos de la naturaleza cultivada para el hombre, se convierten en el cuerpo y la sangre gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la pregustación del banquete celestial" (GS. 38).

El texto citado es capital para nuestro estudio, pues sirve de lazo de unión entre las Constituciones Sacrosanctum Concilium y Gaudium et Spes; es decir, entre el misterio litúrgico y el compromiso de la fe. Si comparamos los textos recordados más arriba de la constitución y la liturgia y éste, hallaremos muchos puntos de contacto. Ante todo veremos cómo las dos constituciones conciliares nos hablan del Verbo encarnado como único germen de salvación humana, en las dos aparece el existir cristiano traducido por un esfuerzo creador de unidad y fraternidad humana, que es don de Cristo, y por un amor explícito al Padre de los cielos, que también es gracia de Cristo.

Las dos constituciones nos presentan el misterio litúrgico como la cumbre y la fuente de este existir cristiano. Pues este misterio es para el Concilio Vaticano II por una parte la celebración por medio de símbolos del amor hacia el Padre y los hermanos, ya actual en una comunidad reconocido como don gratuito de Dios por Jesucristo, y por otra parte la fuente, de donde hay que buscar continuamente ese amor explícito gratuito a Dios y a los hermanos, pues es aquí en donde el cristiano y la comunidad hallan al Verbo encarnado y glorificado, fuente de la vida.

La diferencia entre este texto de Gaudium et Spem y los de Sacrosanctum Concilium está, en que el primero insiste más en el compromiso de la fe, y los segundos subrayan más la necesidad del ministerio litúrgico para que el cristiano pueda mantenerse en ese compromiso de la fe. Pero una teología fiel al Concilio ha de tomar ambas enseñanzas para poder ilustrar con rectitud la conciencia cristiana de nuestros creyentes.

 

 Notas al Capítulo 2

 

(1) EUDOKIMOV, P. Ortodoxia, Barcelona, 1968, pp. 99

(2) ZERNOV, N. Cristianismo oriental, Madrid, 1962,

(3) SAN SIMEON: en 27 La vie spirituelle, París, p. 309.

(4) Citemos sólo las obras de L. CERFAUX, en donde se puede hallar abundante bibliografía: Jesucristo en S. Pablo, Bilbao, 1955; La Iglesia en S. Pablo, Bilbao, 1960; El cristiano en S. Pablo Bilbao, 1965.

(5) LYONNET, S. La historia de la salvación en la carta a los romanos, Salamanca, 1967, pp. 170-171.

(6) FILTHAUT, T. La theologie des mystéres. Exposé de la controverse, París, 1967, pp. 81 ss.

(7) CULLMANN, O. Los sacramentos en el evangelio de Juan, en la fe y el culto en la primitiva Iglesia, Madrid, 197 , pp. 181ss. El evangelio de Juan y la historia de la salvación, en Estudios de teología bíblica, Madrid, 1973, pp. 151 ss. BRAUN, F·M. Jean le tbeologien, París, 1959-1966.

(8) GONZALEZ FAUS, J. Carne de Dios, significado salvador de la encarnación en la teología de san Ireneo, Barcelona, 1969. ORBE, A. Antropología de san Ireneo, Madrid, 1969.


Referencia:
“TEOLOGÍA LITÚRGICA para agentes de pastoral” -  P. Rodrigo Sánchez-Arjona Halcón, S.J.


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