P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones
Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
VI. DESPUÉS DE LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS, HASTA LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN
ACTIVIDAD DE JESÚS EN JUDEA Y PEREA
(Mediados de Octubre a Diciembre, año 29)
159.- LOS PRIMEROS ASIENTOS
TEXTO
Lucas 14,7-11
Notando cómo los
invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: "Cuando
seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea
que haya sido convidado otro más distinguido que tú, y viniendo el que os
convidó a ti y a él, te diga: "Dejo el sitio a éste"; y entonces
vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado,
vete a sentarte en el último puesto, de manera que cuando venga el que te
convidó, te diga: "Amigo sube más arriba y esto será un honor para ti
delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce,
será humillado; y el que se humille, será ensalzado."
INTRODUCCION
Señor observaba
cómo los invitados con él en casa del Fariseo buscaban los puestos
distinguidos. Conocida era la vanidad de los fariseos y escribas que en todas partes
buscaban siempre ocupar los primeros puestos. Esta acusación la hace el Señor
en repetidas ocasiones: "Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio
ropaje y quieren ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en
las sinagogas, y los primeros estos en los banquetes." (Lc 20,46) "Todas
sus obras las hacen para ser vistos por los hombres..., van buscando los
primeros asientos en los banquetes y los primeros puestos en las
sinagogas." (Mt 23,5-6).
Él Señor aprovecha
esa conducta llena de vanidad de los escribas y farios, para dar una lección
de humildad.
MEDITACIÓN
El Señor, en
primer lugar, hace ver a los fariseos y escribas que esa vanidad, aun en el
plano de las relaciones humanas, puede ser causa para ellos mismos de ser humillados
y avergonzados delante de los demás. El que se deja llevar de la vanidad, y su
manera de obrar está motivada por el deseo de mostrar su superioridad sobre los
demás, acaba siendo despreciado por todos.
Pero el Señor a
continuación pronuncia una sentencia que es fundamental para todo el que quiera
ser su discípulo. Ya no se trata de las consecuencias de la vanidad y soberbia
dentro de las relaciones humanas. Se trata de la profunda humildad cristiana,
primero y ante todo en relación con Dios, y, como consecuencia, en relación con
los hombres.
En el Antiguo y
Nuevo Testamento encontramos frecuentemente revelaciones de Dios que nos
repetirán que toda vanidad, soberbia, orgullo, es el gran obstáculo para
recibir las gracias y bendiciones de Dios.
"Dios resiste
a los soberbios y da su gracia a los humildes" (Prov. 3,34; Sant. 4,6; 1
Ped 5,5)
Y se nos describe
la soberbia como la causa de que Dios arranque a los orgullosos de su viña,
indicando el castigo que les espera: "Las raíces de los orgullosos las arrancó
el Señor, y en su lugar plantó a los humildes" (Eccli. 10,15). Por el
contrario, la sincera humildad será siempre la actitud del corazón que abra sus
puertas a todas las gracias y beneficios de Dios.
La humildad es el
fundamento de toda ascética cristiana. La humildad es la raíz y fundamento de
la compunción, de la obediencia a la Palabra de Dios, de la oración, de la
misma fe.
La tragedia de la
creación empezó con el primer acto de orgullo de Satanás que se negó a servir
a Dios que le había creado; y la tragedia de la humanidad caída comenzó con el
pecado de orgullo de los primeros padres de quererse hacer igual a Dios:
"Seréis como dioses" (Gen 3,5)
Y por el
contrario, el comienzo de la redención de la humanidad, de la encarnación del
Hijo de Dios, tuvo lugar cuando Dios "puso sus ojos en la humildad de su
esclava" (Lc 1,48)
La humildad en el
orden natural nos lleva a reconocer la grandeza de Dios Creador y nuestra
nada en su presencia: "Mi existencia cual nada en tu presencia." (Ps 39,6).
La esencia del hombre es ser creatura de Dios, sostenida continuamente por sus
manos omnipotentes creadoras, para no volver al abismo de la nada.
Y en el orden
sobrenatural se da en el hombre una total incapacidad para todo lo que se
refiere a su salvación. Todo es pura gratuidad de Dios, regalo suyo, no
exigido por la naturaleza humana, sino otorgado por su infinita bondad y amor.
"Dios es el que obra en ustedes el querer
y el obrar" (Filip. 2,13) "Nadie puede decir: ‘¡Jesús es el Señor!'
sino por influjo del Espíritu Santo." (1 Cor 12,3)
Reconociendo estas
verdades fundamentales de nuestra fe, es como viviremos siempre en la
presencia de Dios siendo conscientes de su infinitud y grandeza, de su bondad y
de su amor, y, al mismo tiempo, de nuestra nada y miseria. Y esta conciencia
profunda en nuestro corazón nos llevará a la aceptación plena de toda
revelación de Dios, a una perfecta sumisión a su amorosa voluntad, a una
oración confiada. Y como nos enseñó Cristo en la oración del Padre Nuestro, lo
primero que buscaremos es que su Nombre sea santificado, que se establezca en
el mundo su Reino de gracia y de amor, y que su voluntad se cumpla en la tierra
como en el cielo. No buscaremos nuestra propia gloria y exaltación entre los
hombres, sino la verdadera gloria de Dios.
La propia gloria
siempre es vaciedad y mentira.
Ese corazón
humilde está abierto a todas las gracias de Dios y será exaltado por él delante
de los hombres y en la gloria eterna: "El que se humille, será exaltado."
La vanidad, la soberbia,
el buscar su propia gloria es lo que impidió a los escribas y fariseos acoger a
Cristo y recibir todos los beneficios de su redención.
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.
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