151. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Parábola del rico insensato


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


VI. DESPUÉS DE LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS, HASTA LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN

ACTIVIDAD DE JESÚS EN JUDEA Y PEREA

(Mediados de Octubre a Diciembre, año 29)

151.- PARÁBOLA DEL RICO INSENSATO

TEXTO

Lucas 12,13-21

Uno de la gente dijo: "Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo." El le respondió: "¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o re­partidor entre vosotros?" Y les dijo:

"Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aún en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes."

Les dijo una parábola: "Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo dónde reunir mi cosecha?' Y dijo:

"Voy a hacer esto: voy a demoler mis graneros y edificaré otros más gran­des y juntaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea; pero Dios le dijo: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?, Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios."

INTRODUCCIÓN

En alguna ciudad de Judea, o quizá de Perea, el Señor está predicando y dialogando con la gente que le rodea. Un hombre de entre la gente se des­taca, se acerca al Señor y le hace una petición: que arregle los asuntos de herencia entre su hermano y él. Da a entender que el hermano no quería compartir la herencia. El Señor le responde que arreglar esos asuntos pro­fanos no es misión suya. Por supuesto, que el Señor quiere que en todo se haga justicia, y toda su doctrina va encaminada para que todas las relacio­­nes humanas se desarrollen en armonía, paz y justicia. Pero en los asuntos que conciernen al bienestar material, a las relaciones humanas dentro de la familia, dentro de la sociedad civil, es el hombre mismo el que tiene que poner los medios eficaces para que, cumpliendo con las enseñanzas de Cristo, puedan solucio­narse los problemas que se susciten. El Señor no ha venido para ser él quien directamente establezca las leyes y normas en el campo civil, económico, político, social, cultural. El, en su Evangelio, nos transmite el espíritu con que esas normas y leyes deben darse; pero corres­ponde al hombre, ser inteligente y libre, el establecer tales leyes y normas.

El Señor, con su sabiduría infinita, penetró en el corazón de aquel hombre que le hacía tal petición; y, sin duda alguna, vio en ese corazón un apego excesivo a los bienes materiales, un corazón dominado por la codicia. Y quiere darle una lección de despego de esos bienes. La enseñanza de Cris­to se dirige directamente a él, pero en él están representados todos los hombres. Meditemos la enseñanza de Cristo.

MEDITACIÓN

El Señor nos enseña primero una reflexión profunda sobre el poco valor de los bienes materiales. Esos bienes no pueden comprar la vida. Y aquí, la palabra "vida", en labios de Jesús, tiene la doble interpretación de la vida terrena y de la vida eterna. Esos bienes no sirven como elemento de cambio para conseguir escapar de la muerte terrena, y menos aún para ob­tener la vida eterna. Más aún, el Señor da a entender implícitamente que el apego a los bienes materiales es un gran obstáculo para obtener la verdadera vida. Y para aclarar su mensaje dirá: "guardaos de toda codi­cia", y en seguida propone la parábola del Rico Insensato.

En sí la parábola nos habla de un caso que no es irreal. La muerte amena­za al hombre desde su nacimiento y son muchas las veces que arrebata la vida en un momento. Pero el sentido profundo de la enseñanza de Cristo no está tanto en una muerte repentina, como en una muerte a la que no se ha preparado el que muere. Y este es el caso del rico insensato, cuya alma no estaba preparada para el encuentro con Dios.

Por la descripción que el Señor hace de este rico, aparece con toda clari­dad que todos sus anhelos e intereses están centrados en la acumulación de bienes materiales para poder entregarse a una vida de diversiones y de toda clase de comodidades. Y no hay en él ninguna otra aspiración espiri­tual. El pecado del rico está en que ha puesto, prácticamente, la meta de su vida en los bienes de aquí abajo; y le llamamos insensato, porque no se da cuenta de que esos bienes desaparecen y llegará un día que tenga que abandonarlos todos. El se siente plenamente feliz y seguro en la posesión de esos bienes. Y el trastocar los medios en fin es causa de grandes trage­dias para el mismo individuo y para la sociedad. Para el mismo individuo, porque el vicio de la codicia es raíz de todos los pecados, como nos dice San Pablo: "La raíz de todos los males es el afán del dinero." (1 Tim 6,10) Y es gran tragedia para la humanidad, porque la codicia de los hombres es la causa de los mayores males del mundo actual. Claramente así nos lo en­seña Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio:

"Así pues, tener más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin último. Todo crecimiento es ambivalente. Necesario para permitir que el hombre sea más hombre, lo encierra como en una prisión desde el momento que se convierte en el bien supremo que impide mirar más allá. Entonces los corazones se endurecen y los espíritus se cierran; los hom­bres ya no se unen por amistad sino por interés, que pronto les hace opo­nerse unos a otros y desunirse. La búsqueda exclusiva del poseer se con­vierte en obstáculo para el crecimiento del ser, y se opone a la verdadera grandeza. Para las naciones como para las personas, la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral." (n. 19)

En la parábola, el Señor pone delante de nuestros ojos el terrible desenga­ño de la muerte: "Esta misma noche te van a pedir tu vida." Nos apega­mos a las cosas de aquí abajo que nos arrastran al pecado, porque vivimos completamente engañados. De hecho, el hombre tiene la tendencia a poner

su felicidad en cosas que no sacian el corazón y lo dejan vacío, en cosas que ponen en grave peligro su verdadera felicidad eterna. Tomamos lo transitorio como permanente y nos olvidamos de lo verdaderamente dura­dero; buscamos la felicidad fugaz y despreciamos la felicidad eterna.

Cristo quiere desengañarnos de esta falacia en que vivimos y nos exhorta a que no atesoremos para nosotros mismos, sino para Dios. Hacerse rico para Dios.

Cosechar para uno mismo es buscar por todos los medios posibles satisfa­cer todos los deseos carnales y terrenales de nuestro corazón: riquezas, placeres, honores, poder. Cosechar para Dios es todo lo contrario: poner siempre en primer lugar los bienes espirituales del alma, buscar a Dios y su salvación. (Cfr. medit. 43 sobre la frase del Señor: "Haceos tesoros en el cielo.")



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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