Las Bienaventuranzas
El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión sobre el evangelio del domingo 29 de enero, "Podríamos pensar que las Bienaventuranzas son la descripción del hombre según el ideal que Dios tiene de él." Acceda AQUÍ.
La Santísima Trinidad: Introducción
El Misterio de la Santísima Trinidad puede albergar muchas preguntas, por ello en esta serie trataremos de compartir las enseñanzas de la Iglesia sobre este tema fundamental para nuestra fe, con la finalidad de profundizar en el conocimiento y en la fe, con la gracia de Dios. Iniciamos con la Introducción. Acceda AQUÍ.
Judith: el coraje de una mujer que da esperanza
En su catequesis sobre la esperanza cristiana, brindada en la Audiencia del miércoles 25, el Papa Francisco nos presenta la figura de Judith que en su tiempo fue testimonio de esperanza para su pueblo. Acceda AQUÍ.
Cristología II - 29° Parte: La Resurrección - 1° Parte
El P. Ignacio Garro S.J. inicia con los temas sobre la Resurrección de Cristo y en esta primera entrega nos comparte los aspectos sobre el sentido, el valor y las etapas de la glorificación de Cristo, como también los aspectos mostrados en las Sagradas Escrituras. Acceda AQUÍ.
Historia de la Salvación: 32° Parte - Cristo: Los misterios de su vida pública II
El P. Ignacio Garro, S.J., continúa el tema sobre los misterios de la vida pública de Jesucristo, finalizando incluso con los pasajes de Pentecostés. Acceda AQUÍ.
Oraciones diarias Click To Pray en PDF, audios y videos - ENERO 2017
Oremos en Enero junto al Papa Francisco a través de la Red Mundial de Oración. Podemos descargar las oraciones del mes en PDF, o acceder día a día por AUDIO y VÍDEO. Acceda AQUÍ.
Ofrecimiento Diario - Orando con el Papa Francisco en el mes de FEBRERO 2017
APOSTOLADO DE LA ORACIÓN
INTENCIONES PARA EL MES DE FEBRERO
OFRECIMIENTO DIARIO
mis oraciones, pensamientos, afectos y deseos, palabras, obras, alegrías y sufrimientos en unión con el Corazón de tu Hijo Jesucristo que sigue ofreciéndose a Ti en la Eucaristía para la salvación del mundo.
El Espíritu Santo, que condujo a Jesús, me guíe y sea mi fuerza en este día para que pueda ser testigo de tu amor.
Con María, la Madre del Señor y de la Iglesia, pido especialmente por las intenciones del Papa para este mes:
Universal: Acoger a los necesitados
Por aquellos que están agobiados, especialmente los pobres, los refugiados y los marginados, para que encuentren acogida y apoyo en nuestras comunidades.
Por aquellos que están agobiados, especialmente los pobres, los refugiados y los marginados, para que encuentren acogida y apoyo en nuestras comunidades.
ORACIÓN
Dios, nuestro Padre y Padre de todos.
Al leer el Evangelio, nos llama la atención la preferencia de Jesús por los más pequeños, por los pobres, los enfermos, los que están puestos al margen de la sociedad.
Manifestó aún en medio de incomprensiones, la proximidad de tu misericordia, curando, perdonando, llamando a formar parte nuevamente de la comunidad.
En este tiempo en que tantos pobres, marginados, personas en busca de una vida mejor tocan nuestras puertas, pasan por nuestras calles, pedimos que no tengamos un corazón duro e indiferente a sus necesidades.
La comunidad cristiana es el primer lugar de acogida.
Danos Señor la gracia y el coraje de acoger a todos como lo hace Jesús.
DESAFÍOS PARA EL MES
En un tiempo en que se viven tantos recelos y resistencia a la acogida de los refugiados en nuestro país, procuremos distanciarnos de la propaganda que excluye y tomemos mayor conciencia de los dramas humanos que están detrás de estas migraciones forzadas.
Acoger o colaborar con instituciones que acogen refugiados o trabajan con los marginados de la sociedad.
Al cruzarte con algún pobre y marginado en la calle, no evitar ni desviar la mirada, sino ser capaz de ver en él un hijo de Dios y un hermano.
VÍDEO DEL PAPA
INTENCIONES DEL MES
RECURSOS EN LA RED
A. cada Primer Viernes en Youtube, se pude buscar "El Video del Papa".
B. "Click To Pray" es una aplicación para teléfonos inteligentes (iOS y Android) en donde puedes unirte cada día a la red Mundial de Oración del Papa. Descarga ClickToPray[App Store] [Google Play]
C. Para comunicarnos:
apostolado.oración.peru@gmail.com
LA REVOLUCIÓN DE LA TERNURA
No podemos negar que en nuestra sociedad actual existen fuertes tendencias destructivas. Son diversos los atentados, distintas las formas de agresividad, violencia y destrucción a los que nos enfrentamos. Parece haberse perdido el amor a la vida. Hay quienes hace tiempo hablan de una auténtica «cultura de la violencia», e incluso de la «necrofilia» que es la atracción que se siente hacia la muerte.
El Papa Francisco, desde su elección ha hecho un fuerte llamado a la paz y a la construcción de la «cultura del encuentro». Si algo caracteriza a Jesús es su amor apasionado por la vida. Los relatos evangélicos lo presentan luchando por la vida de los demás. Buscando ayudar a crecer a las personas. Sembrando esperanza, devolviendo la vida y la salud, y ayudando a recuperar el sentido de la vida a quienes lo habían perdido.
Este mes estamos llamados a reproducir los gestos y las palabras de Jesús para ayudar y acompañar a quienes están agobiados, especialmente a los pobres, refugiados y marginados. ¿Acaso nuestro modo de vivir la fe en Jesucristo debería ser distinta de su manera de ser y proceder con los que más necesitan? El discípulo de Jesús está llamado a sintonizar con el corazón del Maestro. Debe poner el amor en acción. No dedicarse a dar discursos ni teorizar sobre el amor, la caridad o la solidaridad sino a obrar conforme al Corazón de Jesús.
¡Dichosas las personas que descubren que ser creyente es amar la vida y no odiarla! Potenciarla y no bloquear, acrecentarla y no mutilarla o destruirla por completo! Son muchas las personas que necesitan que recemos por ellos, pero sobre todo que transformemos nuestra oración en acción. ¿Te animas a ser parte de la revolución de la ternura? «Yo he venido para que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10,10).
P. JAVIER ROJAS, S.J.
Descargue Afiche y Díptico Ofrecimiento Diario - Orando con el Papa Francisco en el mes de ENERO 2017
Si desea contribuir con la difusión de las Intenciones del Papa Francisco para los desafíos de la humanidad, puede descargar los siguientes archivos:
Afiche en PDF
Orando con el Papa Francisco en el mes de Febrero - 2017
Díptico en PDF
Ofrecimiento Diario - Febrero 2017
INVITACIÓN A PARTICIPAR EN EL APOSTOLADO DE LA ORACIÓN - LIMA, PERÚ
También le invitamos a participar con el Apostolado de la Oración de la Misa dominical de 11:00AM en la Parroquia de San Pedro - Lima, y acompañarnos en las reuniones semanales a las 12:00M en el claustro de la parroquia, todos los domingos.
Asimismo, invitamos a la Misa de los Primeros Viernes de cada mes en Honor al Sagrado Corazón de Jesús, a las 7:30PM en la Parroquia de San Pedro.
El Apostolado de la Oración es antes que nada hacernos interiormente disponibles a la misión de Cristo. Esta disponibilidad tiene como su fuente y modelo a Jesucristo entregado a nosotros y por nosotros, que se nos hace presente continuamente en la Eucaristía. Recibir su vida nos lleva, en reconocimiento, a ofrecer diariamente nuestra propia vida al Padre.
APOSTOLADO DE LA ORACIÓN - PERÚ
Apartado 387 - Lima 100 - Perú
Jr. Azángaro 451 - Cercado de Lima
Telf. 4270266
Para conocer más acerca del Apostolado de la Oración y sus actividades acceda AQUÍ.
Oraciones diarias Click To Pray en PDF, audios y videos - FEBRERO 2017
Ofrecimiento diario
Orando con el Papa Francisco en el mes de FEBRERO 2017
Para orar con
el Papa Francisco durante el día
el Papa Francisco durante el día
Click To Pray
Oraciones diarias para unirnos a la Red Mundial del Papa en el mes de ENERO 2017 - ClickToPray, 16 al 31
Compartimos las oraciones diarias de ClickToPray - Red Mundial de Oración del Papa, para unirnos en oración a lo largo del día durante enero. Agradecemos al P. Enrique Rodríguez S.J. Secretario Nacional del Apostolado de la Oración - Perú, por compartir este material. Acceda AQUÍ.
Oraciones diarias para unirnos a la Red Mundial del Papa en el mes de FEBRERO 2017 - ClickToPray, 1 al 14
Material de ClickToPray para el mes de FEBRERO
Clic en las imágenes para ampliar
Agradecemos al P. Enrique Rodríguez S.J.
Secretario Nacional del AO Perú por compartir este material con nosotros.
Las Bienaventuranzas
P. Adolfo Franco S.J.
TIEMPO ORDINARIO
Domingo IV
Mateo 5, 1-12
Esta página del Evangelio de San Mateo, las Bienaventuranzas, es una de las que mejor resumen todo el mensaje de Jesús, toda su predicación durante su vida en este mundo. Es una página condensada, densa, llena de contenido y de metas, es una incitación a la superación.
Podríamos pensar que las Bienaventuranzas son la descripción del hombre según el ideal que Dios tiene de él. Jesús describiendo al hombre “imagen de Dios” dice: el hombre que Dios ha ideado, es pobre de espíritu, no tiene codicia ni apegos materiales; es bondadoso siempre y ha desterrado de su alma la hostilidad; es sufrido y firme frente al sufrimiento, y no saca de él ni pesimismo ni tristeza; es una persona con un afán insaciable de justicia y a cada uno le respeta sus derechos; el hombre que Dios ama es misericordioso, lleno de afabilidad y comprensión, sabe tolerar y aceptar los defectos de los demás; es limpio de corazón, porque siempre interpreta bien a sus semejantes y tiene una gran estima de la dignidad de todos; es persona que tiene una única guerra, la guerra contra todo tipo de guerras, prefiere estar desarmado porque es pacífico; no se sorprende de ser perseguido, incomprendido por salirse de la mediocridad, y su máxima felicidad es llegar incluso a compartir aunque sea en forma mínima los sufrimientos de Cristo. Así pensó Dios al hombre cuando lo iba modelando con sus propias manos.
Esto es lo que describen una a una las bienaventuranzas:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.»
Pero es que estas maravillosas palabras de Jesús, lo describen a El mismo, y por eso nos pone este maravilloso ideal: hombre en estado puro, limpio de codicia, de envidia, de agresividad, amigo, buscador de paz y de justicia. Es la meta del hombre ideal; y el hombre ideal es Jesús.
Y con este discurso el Señor nos reta: nos pone una meta elevada; el que quiera aspirar a ir más allá de lo mediocre, el que quiera tener la verdadera aventura de la vida, debe aceptar este riesgo: dejar abajo lo que es materia, mezquindad, sentimientos hostiles, venganza, superficialidad, egoísmo. Subir más arriba. A eso nos desafía el Señor a que aspiremos a sus propuestas. Y que entendamos que ese es el verdadero camino de la felicidad. Esa búsqueda que todos hacemos y que tan pocos encuentran, porque buscamos la felicidad dentro de las propuestas más materiales. Y es que en esta búsqueda de la felicidad se encuentran enfrentados el espíritu y la materia, de lo que estamos hechos todos los seres humanos; hay unas propuestas que surgen de nuestra parte material, y que son las que más nos atraen, y otras propuestas que surgen de nuestro espíritu iluminado por Jesús, y que nos parecen poco atractivas y casi insuperables. Y en ese forcejeo tantas veces vence la materia al espíritu; y cuando termina esta batalla, queda en el suelo una víctima: el ser humano derrotado, justamente por haberse equivocado en la búsqueda de la felicidad. Por eso Jesús nos da esta lección, para que no nos dejemos engañar. El que sabe lo que es la Felicidad, Jesús, es el que nos enseña con su vida y con su palabra este camino de las bienaventuranzas.
Pero además el Señor se pone delante de nosotros y nos lanza este discurso que desconcierta a nuestro sentido común, nos dirige unas palabras que chocan contra nuestros razonamientos. Bienaventurado, el que no tiene nada, el que sufre, el que es manso, el que lucha por la paz. Este discurso ha hecho pensar a algunos, que no lo han entendido, que este es el camino de los que no se saben esforzar, de los seres de pocas aspiraciones. Y no hay mayor valentía, ni mayor nobleza para un ser humano que este camino que Cristo nos presenta en las bienaventuranzas. Así abre nuestra mente, y nos hace la advertencia de que el camino que El nos propone en todo el Evangelio es un camino estrecho, y que pocos se atreven a recorrerlo.
...
Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
La Santísima Trinidad: Introducción
Por el P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
INTRODUCCIÓN
La división del tratado acerca de Dios en dos partes: una sobre Deo Uno, es decir, Dios en su esencia, y otra sobre Deo Trino, es decir Dios Trino en Personas, es clásica y digna de mantenerse. Nosotros conservamos esta distribución por varios motivos:
Primero porque así lo exige nuestro modo de conocer las realidades divinas, ya que, según un principio teológico, nuestro entendimiento procede de lo que es absoluto a lo que es relativo, y tratándose de la divinidad, lo absoluto es su unidad (Deo Uno) y lo relativo son las Personas (Deo Trino).
Segundo porque así se deduce del modo como Dios se ha revelado a Sí mismo: acomodándose a la manera de entender del hombre, manifestó primero todo lo referente a la unidad de la esencia divina y después descorrió el velo del gran misterio de la Trinidad de Personas.
Finalmente, desde el punto de vista estrictamente metodológico, parece conveniente tratar antes y separadamente de Dios Uno y después de Dios Trino. En efecto, resultaría un tanto arriesgado introducirse en el estudio de la "distinción" y "propiedades" de las Personas divinas sin haber asimilado suficientemente las características definitorias de la unidad de naturaleza en Dios.
Somos conscientes de que al estudiar y exponer el tratado de Dios Trino, afrontamos la verdad frontal de toda la teología, pero al mismo tiempo el misterio por antonomasia de la revelación, que por eso mismo afecta más íntimamente a cada ser humano. Y le afecta en cuanto que el hombre, según la misma revelación sobrenatural, está destinado a realizarse y a lograr su plena felicidad siendo templo vivo en el que inhabite Dios Uno y Trino. Dios Uno, porque sólo hay un Dios y repugna a la razón la pluralidad de dioses; Dios Trino, porque siendo y permaneciendo único Dios, hay tres Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintas una de otra.
El misterio de la Santísima Trinidad es, por tanto, fundamental para el cristianismo, que renace a la vida sobrenatural mediante el sacramento del bautismo que es administrado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
El misterio de la Santísima Trinidad, "es el misterio central de la fe y de la vida cristiana", Cat. Igl. Cat. nº 234. Constituye el ámbito más profundo y elevado de toda la divina Revelación, es el: "misterio de Dios en Sí mismo ... fuente de todos los otros misterios de la fe; ... luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de le fe", Cat Igl. Cat. nº 234.
La Trinidad no puede conocerse por la sola razón natural a partir de las cosas creadas, pues, "es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" , Conc. Vat. I, Dz 3015. "La intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo", S. Cesáreo de Arlés.
En el estudio de la Trinidad se trata de conocer el revelarse de Dios más íntimamente y así alcanzar un conocimiento más perfecto de la creación y del ser humano creado a su imagen y semejanza. La doctrina sagrada tiene como intento principal dar a conocer a Dios en Sí mismo y en su relación con la creaturas. En cuanto a la consideración teológica del Misterio de Dios, en primer lugar estudiamos (tratado de Deo Uno), todo lo que atañe a la Esencia divina: la existencia de Dios, su modo propiamente divino de ser, sus perfecciones, lo relativo a sus operaciones: la vida cognoscitiva divina y la voluntad divina, se trató de conocer esta esencia común a las tres divinas personas. Ahora en este Tratado "de Deo Trino" se trata de considerar el misterio trinitario, en cuanto a las Personas divinas, es decir considerar el misterio de Dios desde la Trinidad de Personas.
Para este estudio trinitario es necesario fundar el conocimiento por medio de la divina revelación. Jesucristo nos revela que Dios es Padre, pero no únicamente en cuanto Creador de todas las cosas, sino en un sentido nuevo: es eternamente Padre en relación a su Hijo Único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: "nadie conoce el Hijo sino el Padre, ni al Padre lo conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quién el Hijo se lo quiera revelar", Mt 11, 27.
Ese Hijo, Jesús, que "es el Verbo que en el principio estaba junto a Dios", Jn 1,1, "la imagen del Dios invisible", Col 1, 15, "el resplandor de su gloria y la impronta de sus substancia", Heb 1, 3. Jesucristo también nos revela al Espíritu Santo como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre: "pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo" , Jn 14, 26. Misterio de la Trinidad enseñado por la Iglesia como verdad de fe.
Dogma de la Santísima Trinidad que nos enseña la existencia de un sólo Dios en tres personas distintas, es conocida por la "Trinidad consubstancial": las Personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, un sólo Dios por naturaleza. Cada una de las tres Personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina. Cat. Igl. Cat. nº 253.
Las tres Personas divinas realmente distintas: "el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo", Conc. Toledo. Denz 280. Distintos entre sí no por la Esencia, única, sino por la las relaciones de origen: "el Padre es quien engendra, el Hijo es el engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede", Conc. Toledo, Denz 432. Pues, en Dios: "todo es uno donde no obsta la oposición de relación", Conc. Florencia, Denz 703, único principio de distinción real de las Personas divinas.
Santísima Trinidad que es el fin último del hombre y a la que desde ahora somos llamados a unirnos: "si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él", Jn 14, 23.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
INTRODUCCIÓN
La división del tratado acerca de Dios en dos partes: una sobre Deo Uno, es decir, Dios en su esencia, y otra sobre Deo Trino, es decir Dios Trino en Personas, es clásica y digna de mantenerse. Nosotros conservamos esta distribución por varios motivos:
Primero porque así lo exige nuestro modo de conocer las realidades divinas, ya que, según un principio teológico, nuestro entendimiento procede de lo que es absoluto a lo que es relativo, y tratándose de la divinidad, lo absoluto es su unidad (Deo Uno) y lo relativo son las Personas (Deo Trino).
Segundo porque así se deduce del modo como Dios se ha revelado a Sí mismo: acomodándose a la manera de entender del hombre, manifestó primero todo lo referente a la unidad de la esencia divina y después descorrió el velo del gran misterio de la Trinidad de Personas.
Finalmente, desde el punto de vista estrictamente metodológico, parece conveniente tratar antes y separadamente de Dios Uno y después de Dios Trino. En efecto, resultaría un tanto arriesgado introducirse en el estudio de la "distinción" y "propiedades" de las Personas divinas sin haber asimilado suficientemente las características definitorias de la unidad de naturaleza en Dios.
Somos conscientes de que al estudiar y exponer el tratado de Dios Trino, afrontamos la verdad frontal de toda la teología, pero al mismo tiempo el misterio por antonomasia de la revelación, que por eso mismo afecta más íntimamente a cada ser humano. Y le afecta en cuanto que el hombre, según la misma revelación sobrenatural, está destinado a realizarse y a lograr su plena felicidad siendo templo vivo en el que inhabite Dios Uno y Trino. Dios Uno, porque sólo hay un Dios y repugna a la razón la pluralidad de dioses; Dios Trino, porque siendo y permaneciendo único Dios, hay tres Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintas una de otra.
El misterio de la Santísima Trinidad es, por tanto, fundamental para el cristianismo, que renace a la vida sobrenatural mediante el sacramento del bautismo que es administrado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
El misterio de la Santísima Trinidad, "es el misterio central de la fe y de la vida cristiana", Cat. Igl. Cat. nº 234. Constituye el ámbito más profundo y elevado de toda la divina Revelación, es el: "misterio de Dios en Sí mismo ... fuente de todos los otros misterios de la fe; ... luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de le fe", Cat Igl. Cat. nº 234.
La Trinidad no puede conocerse por la sola razón natural a partir de las cosas creadas, pues, "es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" , Conc. Vat. I, Dz 3015. "La intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo", S. Cesáreo de Arlés.
En el estudio de la Trinidad se trata de conocer el revelarse de Dios más íntimamente y así alcanzar un conocimiento más perfecto de la creación y del ser humano creado a su imagen y semejanza. La doctrina sagrada tiene como intento principal dar a conocer a Dios en Sí mismo y en su relación con la creaturas. En cuanto a la consideración teológica del Misterio de Dios, en primer lugar estudiamos (tratado de Deo Uno), todo lo que atañe a la Esencia divina: la existencia de Dios, su modo propiamente divino de ser, sus perfecciones, lo relativo a sus operaciones: la vida cognoscitiva divina y la voluntad divina, se trató de conocer esta esencia común a las tres divinas personas. Ahora en este Tratado "de Deo Trino" se trata de considerar el misterio trinitario, en cuanto a las Personas divinas, es decir considerar el misterio de Dios desde la Trinidad de Personas.
Para este estudio trinitario es necesario fundar el conocimiento por medio de la divina revelación. Jesucristo nos revela que Dios es Padre, pero no únicamente en cuanto Creador de todas las cosas, sino en un sentido nuevo: es eternamente Padre en relación a su Hijo Único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: "nadie conoce el Hijo sino el Padre, ni al Padre lo conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quién el Hijo se lo quiera revelar", Mt 11, 27.
Ese Hijo, Jesús, que "es el Verbo que en el principio estaba junto a Dios", Jn 1,1, "la imagen del Dios invisible", Col 1, 15, "el resplandor de su gloria y la impronta de sus substancia", Heb 1, 3. Jesucristo también nos revela al Espíritu Santo como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre: "pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo" , Jn 14, 26. Misterio de la Trinidad enseñado por la Iglesia como verdad de fe.
Dogma de la Santísima Trinidad que nos enseña la existencia de un sólo Dios en tres personas distintas, es conocida por la "Trinidad consubstancial": las Personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, un sólo Dios por naturaleza. Cada una de las tres Personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina. Cat. Igl. Cat. nº 253.
Las tres Personas divinas realmente distintas: "el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo", Conc. Toledo. Denz 280. Distintos entre sí no por la Esencia, única, sino por la las relaciones de origen: "el Padre es quien engendra, el Hijo es el engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede", Conc. Toledo, Denz 432. Pues, en Dios: "todo es uno donde no obsta la oposición de relación", Conc. Florencia, Denz 703, único principio de distinción real de las Personas divinas.
Santísima Trinidad que es el fin último del hombre y a la que desde ahora somos llamados a unirnos: "si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él", Jn 14, 23.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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Judith: el coraje de una mujer que da esperanza
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 25 de enero de 2017
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Entre las figuras de mujeres que el Antiguo Testamento nos presenta, destaca la de una gran heroína del pueblo: Judit. El libro bíblico que lleva su nombre narra la imponente campaña militar del rey Nabucodonosor, quien, reinando en Nínive, extiende las fronteras del imperio derrotando y esclavizando a todos los pueblos de los alrededores. El lector entiende que se encuentra delante de un grande, invencible enemigo que está sembrando muerte y destrucción y que llega hasta la Tierra Prometida, poniendo en peligro la vida de los hijos de Israel. El ejército de Nabucodonosor, de hecho, bajo la guía del general Holofernes, asedia a una ciudad de Judea, Betulia, cortando el suministro de agua y minando así la resistencia de la población.
La situación se hace dramática, hasta tal punto que los habitantes de la ciudad se dirigen a los ancianos pidiendo que se rindan a los enemigos. Las suyas son palabras desesperadas: «Ya no hay nadie que pueda auxiliarnos, porque Dios nos ha puesto en manos de esa gente para que desfallezcamos de sed ante sus ojos y seamos totalmente destruidos». Llegaron a decir esto, “Dios nos ha vendido”, y la desesperación de esa gente era grande. «Llamadles ahora mismo y entregad toda la ciudad al saqueo de la gente de Holofernes y de todo su ejército» (Judit 7, 25-26). El final parece casi ineluctable, la capacidad de fiarse de Dios ha desaparecido, la capacidad de fiarse de Dios ha desaparecido. Y ¡cuántas veces nosotros llegamos a situaciones límite donde no sentimos ni siquiera la capacidad de tener confianza en el Señor!, es una tentación fea. Y, paradójicamente, parece que, para huir de la muerte, no queda otra cosa que entregarse a las manos de quien mata. Pero ellos saben que estos soldados entrarán y saquearán la ciudad, tomarán a las mujeres como esclavas y después matarán a todos los demás. Esto es precisamente “el límite”.
Y ante tanta desesperación, el jefe del pueblo trata de proponer un punto de esperanza: resistir aún cinco días, esperando la intervención salvífica de Dios. Pero es una esperanza débil, que le hace concluir: «Pero si pasan estos días sin recibir ayuda cumpliré vuestros deseos» (7, 31). Pobre hombre, no tenía salida. Cinco días vienen concedidos a Dios —y aquí está el pecado— cinco días vienen concedidos a Dios para intervenir; cinco días de espera, pero ya con la perspectiva del final. Conceden cinco días a Dios para salvarles, pero saben, no tienen confianza, esperan lo peor. En realidad, nadie más, entre el pueblo, es todavía capaz de esperar. Estaban desesperados.
Es en esta situación que aparece en escena Judit. Viuda, mujer de gran belleza y sabiduría, ella habla al pueblo con el lenguaje de la fe, valiente, regaña a la cara al pueblo: «¡Así tentáis al Señor Omnipotente, […]. No, hermanos; no provoquéis la cólera del Señor, Dios nuestro. Porque si no quiere socorrernos en el plazo de cinco días, tiene poder para protegernos en cualquier otro momento, como lo tiene para aniquilarnos en presencia de nuestros enemigos […]. Pidámosle más bien que nos socorra, mientras esperamos confiadamente que nos salve. Y Él escuchará nuestra súplica, si le place hacerlo» (8, 13.14- 15.17).
Es un lenguaje de la esperanza. Llamamos a las puertas del corazón de Dios, Él es Padre, Él puede salvarnos. ¡Esta mujer, viuda, corre el riesgo también de quedar mal delante de los otros! ¡Pero es valiente! ¡Va adelante! Y esto es algo mío, esta es una opinión mía: ¡las mujeres son más valientes que los hombres!
Con la fuerza de un profeta, Judit llama a los hombres de su pueblo para llevarles de nuevo a la confianza en Dios; con la mirada de un profeta, ella ve más allá del estrecho horizonte propuesto por los jefes y que el miedo hace todavía más limitado. Dios actuará realmente —ella afirma—, mientras la propuesta de los cinco días de espera es un modo para tentarlo y para escapar de su voluntad. El Señor es Dios de salvación, y ella lo cree, sea cual sea la forma que tome. Es salvación liberar de los enemigos y hacer vivir, pero, en sus planes impenetrables, puede ser salvación también entregar a la muerte. Mujer de fe, ella lo sabe. Después conocemos el final, como ha terminado la historia: Dios salva.
Queridos hermanos y hermanas, no pongamos nunca condiciones a Dios y dejemos que la esperanza venza a nuestros temores. Fiarse de Dios quiere decir entrar en sus diseños sin pretender nada, también aceptando que su salvación y su ayuda lleguen a nosotros de forma diferente de nuestras expectativas. Nosotros pedimos al Señor vida, salud, afectos, felicidad; y es justo hacerlo, pero en la conciencia de que Dios sabe sacar vida incluso de la muerte, que se puede experimentar la paz también en la enfermedad, y que puede haber serenidad también en la soledad y felicidad también en el llanto. No somos nosotros los que podemos enseñar a Dios lo que debe hacer, es decir lo que necesitamos. Él lo sabe mejor que nosotros, y tenemos que fiarnos, porque sus caminos y sus pensamientos son muy diferentes a los nuestros.
El camino que Judit nos indica es el de la confianza, de la espera en la paz, de la oración en la obediencia. Es el camino de la esperanza. Sin resignaciones fáciles, haciendo todo lo que está en nuestras posibilidades, pero siempre permaneciendo en el camino de la voluntad del Señor, porque Judit —lo sabemos— ha rezado mucho, ha hablado mucho al pueblo y después, valiente, se ha ido, ha buscado el modo de acercarse al jefe del ejército y ha conseguido cortarle la cabeza, ha degollarlo. Es valiente en la fe y en las obras. El Señor busca siempre. Judit, de hecho, tiene su plan, lo realiza con éxito y lleva al pueblo a la victoria, pero siempre en la actitud de fe de quien acepta todo de la manos de Dios, segura de su bondad. Así, una mujer llena de fe y de valentía da de nuevo fuerza a su pueblo en peligro mortal y lo conduce en los caminos de la esperanza, indicándole también a nosotros. Y nosotros, si hacemos un poco de memoria, cuántas veces hemos escuchado palabras sabias, valientes, de personas humildes, de mujeres humildes que uno piensa que —sin despreciarlas— son ignorantes… ¡Pero son palabras de la sabiduría de Dios, eh! Las palabras de las abuelas. Cuántas veces las abuelas saben decir la palabra justa, la palabra de esperanza, porque tienen la experiencia de la vida, han sufrido mucho, se han encomendado a Dios y el Señor da este don de darnos el consejo de esperanza.
Y, yendo por esos caminos, será alegría y luz pascual encomendarse al Señor con las palabras de Jesús: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22, 42). Y esta es la oración de la sabiduría, de la confianza y de la esperanza.
Tomado de:
http://w2.vatican.va/
Cristología II - 29° Parte: La Resurrección - 1° Parte
P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
11. LA RESURRECCIÓN
11.1. SENTIDO DE LA GLORIFICACIÓN - EXALTACIÓN
Al hablar del Misterio Pascual decíamos que éste tiene como dos tiempos: uno, la pasión y muerte de Cristo, es el aspecto kenótico - sacrificial, en el que Cristo se ofrece al Padre como víctima propiciatoria en favor de la salvación de los hombres; otro, la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, es el aspecto triunfal y glorioso de Cristo como premio al cumplimiento de la voluntad del Padre. S. Pablo lo explica de esta manera: "Y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz. Por lo cual le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todos los nombres", Fil 2, 8-9. Así se completa el ciclo del "paso", de Cristo de este mundo, a la gloria del Padre.
La predicación apostólica sobre la muerte de Jesús no termina en un hecho constatable por la multitud de testigos presentes en el monte Calvario sino que culmina en la Resurrección. En la primera predicación del Apóstol Pedro dice: "A éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros lo matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades", Hech 2, 36. En la primera predicación apostólica siempre van unidas muerte y resurrección de Cristo refiriéndose al acontecimiento de Cristo como entronización gloriosa ante Dios, su Padre.
Sin embargo esta glorificación de Cristo comenzó inmediatamente después de su muerte, en el descenso a los infiernos, o lugar de los muertos: Si la muerte comporta la separación del alma y el cuerpo, se sigue que también para Jesús ha habido por una parte el estado real de cadáver del cuerpo, y por otra el estado de glorificación celeste de su alma desde el momento de su muerte. La primera carta de S. Pedro habla de este doble estado en Cristo, cuando refiriéndose a la muerte de Cristo por los pecados dice de El : "muerto según la carne, pero vivificado en el espíritu", 1 Petr 3, 18.
Así el alma de Cristo, unida sustancialmente a la Persona del Verbo, recibe ya plenamente la gloria que se deriva de la visión beatífica, como la reciben los santos inmediatamente después de la muerte. Pero la completa glorificación de Cristo, en la integridad de su ser Dios-Hombre, tiene lugar en la Resurrección y Ascensión a los cielos.
La Resurrección como manifestación del triunfo y Señorío de Cristo, S. Pablo: "Si confiesas con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, serás salvo", Rom 10, 9. Aquí se pone de manifiesto que la fe en Cristo como Señor está en dependencia del acontecimiento supremo en que se manifiesta: la Resurrección.
La Resurrección de Jesucristo tiene una dimensión soteriológica indiscutible. Con la resurrección de Jesús, Dios da cumplimiento a sus promesas de un Mesías salvador, Hech, 13, 10; 32-37. La relación entre la resurrección de Cristo y nuestra salvación es tan estrecha, que S. Pablo no duda en afirmar: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana es nuestra fe. Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe, aún estáis en vuestros pecados" , 1 Cor 15, 14-17.
Este aspecto soteriológico de la resurrección de Jesús y nuestra salvación es tan estrecha e importante y en la que se muestra la auténtica victoria de Cristo sobre la muerte, una victoria que es parte esencial de nuestra redención y en la que participamos mediante la unión con El: "Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicias de los que duermen. Porque como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos", 1 Cor 15, 20-21.
La glorificación es el "paso" de Jesús de la vida terrena al estado definitivo de gloria. Como tal, en su realidad profunda, esa glorificación no es constatable, es decir, del hecho puntual, concreto, de cómo resucitó Cristo no hay testigos humanos; ningún testigo terreno ha podido observar la transformación que se ha producido en Jesús después de su muerte y no por esto dejamos de afirmar que Cristo realmente resucitó de entre los muertos. Los apóstoles nunca dijeron en su predicación : "Yo lo vi resucitar de entre los muertos", sino predicaron que Jesús resucitado se les había aparecido, cómo comió con ellos, les mostró sus llagas, etc. Esta glorificación se ha dado a conocer a través de sus manifestaciones y en sus efectos. La manifestaciones han consistido esencialmente en las apariciones de Jesús resucitado, y los efectos han sido sobre todo los que han marcado la formación y desarrollo de la Iglesia mediante la efusión del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, y en los tiempos sucesivos.
Hay que guardarse de identificar la glorificación sólo con la resurrección. El hecho de que esta identificación sea frecuente se debe a que el acontecimiento de la Resurrección fue considerado como el más decisivo por parte de aquellos que volvieron a ver vivo a Jesús después de la muerte del Calvario. Aun reconociendo la importancia única de tal acontecimiento, hay que admitir, sin embargo, que no se agota la realidad de la glorificación ni expresa todos sus aspectos. Ni siquiera se puede decir que la glorificación haya comenzado con la Resurrección ya que desde el instante de la muerte y antes del "tercer día", existió una primera etapa durante la cual Jesús fue colmado de gloria divina en su alma: la glorificación del espíritu (de Cristo) precedió a la del cuerpo (de Cristo). Además, cuando esa glorificación se efectúa en el cuerpo, se realiza ciertamente a través de la Resurrección, pero también por medio de la Ascensión. En Pentecostés, llega a su auténtica culminación, pues Cristo ha sido glorificado, divinizado en su naturaleza humana para comunicar a la humanidad esa divinización por medio del Espíritu Santo. Debemos, pues, considerar el desarrollo de la glorificación en sus diversas etapas: estado glorioso después de la muerte de Cristo. Resurrección de entre los muertos. Ascensión a los cielos. Pentecostés (don del Espíritu Santo).
11.2. VALOR DE LA GLORIFICACIÓN EN LA OBRA DE LA SALVACIÓN
Antes de examinar cada una de las etapas, anteriormente citadas, demos una primera indicación general sobre el valor de la glorificación. Constatamos, que según los textos bíblicos, la glorificación es la obra soberana del Padre. Es El, el que hace a Cristo espiritualmente vivo en el momento de la muerte, l Petr 3, 18; es él el que resucita a Jesús, Rom 4, 24; le toma y le eleva a los cielos, Mc 16, 19; le hace sentarse a su derecha, Efes 1, 20; le proclama sumos sacerdote según el orden de Melquisedec, Hebr 5, 10, y envía el Espíritu Santo como Espíritu de Cristo. Si la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés son actos de Cristo que resurge de la tumba, asciende al cielo y envía el Paráclito, lo son en la medida en que Jesús lo recibe todo del Padre, Hech 2, 33.
El acento que se da a la acción del Padre nos hace comprender a qué titulo la glorificación "consuma el sacrificio". Por medio de su sacrificio Jesús se abandonó a la voluntad del Padre, y de esa voluntad salvífica suprema es de donde le viene su triunfo. La glorificación expresa la acogida que el Padre dispensa a la ofrenda, y manifiesta en el estado glorioso de Cristo el resultado que el Padre quiere dar a esa ofrenda. Es, pues, una aceptación del sacrificio y una aceptación que realiza en el mismo Cristo el objetivo (conseguido a través del sacrificio) de una humanidad nueva, divinizada.
La glorificación atestigua que la obra de la reparación por el pecado ha alcanzado su finalidad, asegurando a los hombres la benevolencia divina. Traduce la eficacia del mérito redentor en el acto del Padre que, al elevar a su Hijo a la gloria, le otorga el poder de salvar a la humanidad. Sella definitivamente la conclusión de la alianza nueva bajo dos aspectos de restablecimiento de la amistad y de comunicación de la vida divina a naturaleza humana.
En el ámbito de las relaciones personales, consagra, en efecto, la reconciliación, la restauración de la amistad entre Dios y la humanidad, ya que el favor del Padre se hace ya manifiesto en la gloria otorgada a Cristo, representante de los hombres. Atestigua el perdón concedido a los pecadores, y crea esa atmósfera de amor y de paz que caracteriza a la nueva religión.
En el campo de la transformación de la naturaleza humana mediante su unión a la naturaleza divina, la glorificación desempeña igualmente una función decisiva. Esa transformación de la naturaleza humana ya había comenzado, pero no estaba todavía consumada en la misma Encarnación. Cristo era Dios (Verbo) hecho hombre, pero en su vida terrena, su naturaleza humana, que se encontraba en un estado de anonadamiento o de "kénosis", no estaba todavía penetrada por el esplendor de la vida divina. A través de la glorificación, alianza llega a su culminación en la persona de Cristo, mediante una metamorfosis de la naturaleza humana ya divinizada.
Realizada en Cristo glorioso, la alianza queda, por eso mismo, realizada en principio para la comunidad humana. En efecto, la glorificación depara una respuesta al interrogante planteado en torno a la adquisición de la salvación. La redención objetiva, distinta de la redención subjetiva, designa la adquisición de la salvación independientemente de su aplicación particular a cada individuo ¿Dónde se sitúa esa salvación adquirida en principio? No en los hombres que deben recibirla, ya que no pocos de esos hombres no existen todavía y en la redención objetiva se hace abstracción de la aceptación individual de la salvación. Tampoco bastaría pretender que la salvación está adquirida en la voluntad divina, que perdona los pecados de la humanidad, pues la redención objetiva consiste en el perdón no simplemente querido por Dios sino puesto objetiva e históricamente a disposición de los hombres, en la realidad humana concreta. Esta realidad humana concreta es la de Cristo glorioso: en él reside la salvación de toda la humanidad, salvación en principio que debe aún ser aplicada a cada hombre mediante su acogida y colaboración.
Este principio de salvación concretamente realizado no significa solamente que en Cristo ya está adquirida la divinización de la naturaleza humana que debe realizarse en los demás hombres. Además de la ejemplaridad, como ya hemos observado, implica la eficiencia: Cristo glorioso posee, en virtud de su glorificación, el poder de comunicar a los hombres su propia vida divina, de tal manera que, aun siendo el perfecto modelo de la transformación de nuestra naturaleza, también es su causa eficiente.
En virtud de la Encarnación, Cristo tenía el poder de "merecer" la salvación de la humanidad; la mereció efectivamente con el propio sacrificio. En virtud de la glorificación, consumación y fruto del sacrificio, posee el poder directo de dar la salvación, y más exactamente de darla a través de su naturaleza humana gloriosa. En este sentido es como en Cristo glorioso todos los hombres están salvados en principio.
La glorificación explica cómo se efectúa la extensión universal de la salvación. Ya hemos tocado este problema a propósito del mérito del Redentor. No sólo se da una extensión jurídica universal, debida a la calidad de representante jurídico de la humanidad, ni tampoco una extensión de carácter intencional, resultante de la intención de Jesús de salvar a todos los hombres por medio de su sacrificio; la extensión se apoya en un fundamento ontológico, esto es, en la capacidad de Cristo glorioso de actuar sobre todos los hombres y de transformarlos a su imagen.
11.3. LAS ETAPAS DE LA GLORIFICACIÓN CORPORAL
Hemos observado que en Cristo no se pueden identificar simplemente glorificación y Resurrección. Antes de la Resurrección tuvo lugar una glorificación del alma de Cristo, como acabamos de ver, desde el instante de su muerte; por lo demás es necesario advertir que la resurrección no es sinónimo la cual sólo representa la primera etapa.
En efecto, mientras que la glorificación del alma de Cristo se produjo en un sólo acontecimiento que fue a la vez vivificación espiritual y elevación celestial y que implicó inmediatamente la comunicación de la gloria a la humanidad difunta, la glorificación corporal, se realiza progresivamente en dos etapas: la Resurrección y la Ascensión, a las que viene a añadirse una tercera: Pentecostés, que no aporta nada nuevo a la glorificación del cuerpo de Cristo, pero hace llegar a la humanidad viviente en la tierra la repercusión de esa glorificación, su influjo salvífico.
Lo que sólo había durado un instante en el dominio del alma, en la misma alma de Cristo y en beneficio de las almas del más allá, se escalona, en el tiempo, es decir, en el plano corporal y en la instauración del Reino visible, en una cronología de tres acontecimientos.
Se podría decir que la glorificación corporal, con la sucesión de la Resurrección, de la Ascensión, de Pentecostés, se presenta como una liturgia, en el sentido de una traducción visible escalonada en el tiempo, de un misterio de varias facetas que, en el plano espiritual e invisible, se realizó simultáneamente.
Esa liturgia posee, por lo demás, su plena realidad; manifestación de lo que ya se había producido a nivel del cuerpo y de la vida terrena, y aporta una real consumación a la obra redentora que, sin ella quedaría esencialmente inacabada ¿Cuál es la razón de esa sucesión cronológica y de ese fraccionamiento en varias etapas? Ahí se ve una finalidad pedagógica: Dios ha querido hacernos comprender, a través de distintos acontecimientos, los diversos aspectos de la glorificación de Cristo y de su influjo sobre nosotros. No habría sido imposible que Resurrección, Ascensión y Pentecostés se hubieran producido en el mismo día, pero en tal caso se nos habría hecho más difícil captar todas las significaciones agrupadas en un solo misterio.
Además, los intervalos de tiempo permitieron a los discípulos prepararse: la Ascensión que anunciada a los discípulos desde el día de la Resurrección, Jn 20, 17, de tal manera que ellos pudieron orientar sus pensamientos hacia ese acontecimiento, tanto más cuanto que Cristo, en el decurso de sus apariciones, les ilustraba sobre el sentido de la Ascensión hablándoles acerca del Reino de Dios, Hech 1, 3: Pentecostés se anunció en el momento de la Ascensión, y Cristo subrayó la necesidad de una preparación, de una espera del acontecimiento en Jerusalén, Hech 1, 4.
Por fin, esa cuestión cronológica armoniza con la instauración del Reino de Dios. Como todos los acontecimientos que se inscriben en la historia de la humanidad, esta instauración se efectúa dentro del cauce de un desarrollo temporal. Por esta razón la glorificación corporal de Cristo, principio del establecimiento visible del Reino de Dios, se realiza en varias etapas, cada una de las cuales aporta un nuevo alcance.
Estas etapas marcan la consumación de la Redención objetiva, la obra de la salvación en la medida en que se concentra objetivamente en la persona de Cristo. Con la Resurrección y la Ascensión Cristo recoge en su cuerpo la vida y la potencia espiritual que le han merecido, en ese mismo cuerpo, sus padecimientos y su muerte; por medio de Pentecostés, comunica a sus discípulos a través de la efusión del Espíritu Santo, su nueva vida que su mismo cuerpo glorificado contribuye a difundir.
11.4. EL ACONTECIMIENTO DE LA RESURRECCIÓN SEGÚN LOS TESTIMONIOS DE LA ESCRITURA
Antes de reflexionar sobre el valor de la Resurrección dentro de la obra salvífica, vamos a considerar aquí la presentación del acontecimiento en el N T. Tratándose de un acontecimiento capital para la fe cristiana, no es sorprendente que el alcance de los textos que a él se refieren haya sido objeto de discusiones.
En el aspecto histórico, lo primero que hay que afirmar es que no hubo testigos presenciales del hecho de la Resurrección. A veces desviados por algunas imágenes piadosas (quién no ha visto cuadros artísticos de Jesús resucitando, saliendo del sepulcro con un estandarte en las manos, los soldados tendidos en el suelo y Jesús triunfante y glorioso). Primera afirmación: no hubo testigos presenciales del hecho mismo.
11.5. EL HECHO DE LAS APARICIONES DE JESÚS RESUCITADO
¿Las apariciones de Jesús vivo y resucitado después de su muerte están suficientemente garantizadas por los relatos que se nos han transmitidos y que tradicionalmente han sido consideradas en la Iglesia como testimonio auténtico? No parece obvio atribuir las apariciones de Jesús, primero a las mujeres y luego a los discípulos a imaginaciones fantasiosas o escritos helénicos de influencia mítica de la primitiva comunidad cristiana, pues ningún antecedente parece apto para justificar los relatos de las apariciones bajo esta manera, pues no hay paralelo ni en el mundo religioso helénico ni en las tradiciones judías.
Lejos de aparecer como una fe que se ha dado a sí misma su objeto, la fe en la Resurrección se presenta en los textos como fundada en los testimonios de aquellos que han visto a Jesús resucitado. La más antigua enumeración de los testimonios nos vienen de Pablo, que apela a una tradición anterior bien fundamentada: "Porque os transmití lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde a los Apóstoles. Y en último término se me apareció a mí, como a un abortivo", l Cor 15, 3-8.
Se debe suponer que Pablo recibió esa tradición cuando, años después de su conversión, fue a Jerusalén y se encontró Pedro y Santiago, dos testigos de la Resurrección, Gal 1, 18s.s. Dado que ese viaje tuvo lugar en al año 37 o en el 38, la transmisión se produjo muy cerca del origen, y se debe concluir que los primeros años de la Iglesia, el testimonio de los Doce y de un círculo más amplio de discípulos era invocado para apoyar la afirmación de la Resurrección de Jesús.
Según el relato de la elección de Matías, los Doce eran considerados en la Iglesia primitiva como: "testigos de la Resurrección", Hech 1, 22. (Testigos de la Resurrección, no por el hecho de que le vieron resucitar, sino que lo vieron resucitado, de ahí testigos de la resurrección). Si la Resurrección no hubiera sido otra cosa que una "interpretación", una representación suscitada por una fe fanática y fantasíosa, no se explicaría ese titulo de: "testigos de la Resurrección", porque el testimonio tiene precisamente el sentido de garantizar un acontecimiento de la historia, y en nuestro caso de la historia de la salvación.
Las apariciones de Jesús, lejos de producirse en un contexto previo de fe, tropiezan, más bien, con actitudes de incredulidad en aquellos a quienes se aparece (los apóstoles en el cenáculo). El episodio más significativo es el de Tomás Jn 20, 24-29. Todos los evangelios destacan la dificultad que tuvieron en creer: "de qué os turbáis y por qué se levantan dudas en vuestros corazones?. Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo...", Lc 24, 38-39. Dado que estas dudas no redundan en favor de sus discípulos, destinados a convertirse oficialmente en testigos de la Resurrección, los evangelistas no las han mencionado sino por fidelidad a lo que realmente aconteció.
Así pues, no cabe suponer que, tras la muerte de Jesús, haya nacido una fe entusiasta hasta el punto de convertirse en visionaria. Los testimonios coinciden en reconocer que los discípulos no se prestaron fácilmente a dar fe a la Resurrección, y que fue necesario el encuentro con el mismo Jesús resucitado para que se convirtieran. De todo esto podemos colegir que la Resurrección no fue para los apóstoles un acontecimiento esperado y descontado; fue más bien un acontecimiento inesperado y desconcertante, Lc 24, 13,s.s.
Finalmente la experiencia vivida por los discípulos no fue la de una resurrección visionaria e imaginativo-espiritual sino un aproximación de contacto visible con un Jesús resucitado corpóreo, concreto, a quien se le puede palpar y tocar, que come con ellos, no es un fantasma, es Jesucristo resucitado. Todo esto explica el modo de actitud que se operó en los discípulos después de la muerte de Cristo. Sabemos que la desconfianza ante el resucitado no es infundada, el escándalo de la muerte en cruz fue demasiado fuerte para aquellas mentes sencillas y desvalidas; fue una verdadera derrota en el sentido humano y realista de la palabra. Los discípulos de Emaús hablan confirman el abatimiento y confusión de los Doce. Esto demuestra que los Doce y discípulos de Jesús habrían sido impotentes para salir de la situación de fracaso y pesimismo para que luego se lanzaran a predicar desde la fe a un Cristo resucitado. Más bien hay que interpretar que el cambio de depresión, pesimismo, angustia a manifestación profunda y segura de Cristo resucitado es por la seguridad de haber visto a Jesús y ver que Jesús con su presencia continua su disposición de salvar al mundo. Desde esta perspectiva los Doce son testigos de la Resurrección. Lejos de inventar la resurrección les costó enormemente creer en la Resurrección.
11.6. ASPECTOS ESENCIALES DE LA REVELACIÓN DE LA RESURRECCIÓN. LA TUMBA VACÍA
Nos limitaremos a considerar ciertos aspectos esenciales de la manifestación histórica de la Resurrección de Cristo.
El descubrimiento del sepulcro vacío aparece como la primera indicación destinada a conducir a la fe en la Resurrección, aunque por sí no sea suficiente para demostrar que Jesús ha resucitado realmente.
Muchos indicios de historicidad existen a favor de los relatos del descubrimiento. La visita de las mujeres al sepulcro es de lo más verosímil; no solamente porque está de acuerdo con las usanzas judaicas, sino porque está en consonancia particularmente con el afecto demostrado por las mujeres hacia Jesús durante su Pasión. Si la comunidad primitiva hubiera inventado un relato del descubrimiento del sepulcro vacío, a buen seguro que no habría presentado a las mujeres como protagonistas. Pero es que, además, no habría podido recurrir a la invención de un sepulcro vacío, pues los adversarios habrían impugnado inmediatamente tal alegación. Ahora bien, precisamente esos adversarios, al pretender que el cuerpo de Cristo había sido retirado por los discípulos, Mt 28, 13-15, admitieron implícitamente la realidad del sepulcro vacío, y el hecho de que esa acusación se haya mantenido hasta la redacción del evangelio de Mateo confirma que ese sepulcro vacío era conocido en Jerusalén. Finalmente, María Magdalena, testigo del descubrimiento, era conocida por la Iglesia primitiva, lo mismo que las otras mujeres mencionadas por Marco, Mc 16, l.
¿Cuál es el valor teológico del sepulcro vacío? El descubrimiento de ese sepulcro es signo de continuidad entre la muerte y la revelación de la resurrección. La primera constatación es la de la ausencia del cuerpo de Jesús. En consecuencia, el resucitado es idéntico al crucificado, con una identidad corpórea. Se puede añadir que el sepulcro abierto simboliza más especialmente la victoria de Cristo que abre la prisión de la muerte. El símbolo se trasluce aún más en el relato de Mc 16, 3, según el cual las mujeres se percatan de su impotencia para retirar la piedra de entrada, esto es, para abrir por sí mismas la puerta del sepulcro. Cristo ya ha abiertos esa puerta, en señal de que la muerte no podrá ya aherrojar a la humanidad. Sin embargo, es necesario advertir que los relatos evangélicos nos refieren el descubrimiento del sepulcro vacío no por su valor simbólico, sino por su simple realidad de hecho perteneciente al misterio de la resurrección, los evangelista nos señalan una evidencia objetiva. Es al teólogo al que le corresponde discernir en este hecho un "signo", una intención particular del plan divino.
11.7. EL PRIMER MENSAJE
El descubrimiento del sepulcro vacío está marcado por la presencia de los ángeles. Este es uno de los rasgos del relato evangélico que ha suscitado más reacciones escépticas acerca de la su historicidad: muchos exegetas han pensado ver ahí un elemento fantasmagórico debido a una representación de tipo apocalíptico.
Un análisis de los relatos debe de esforzarse por verificar si la descripción de los ángeles, a pesar de la diferencias de su mensaje, deriva de un montaje inspirado por los apocalipsis, y si existen indicios positivos en favor de una tradición original.
Primeramente se debe advertir que en los cuatro evangelios se afirma la presencia de uno o varios ángeles, a pesar de las diferencias de los relatos. Particularmente impresionante es el relato de Juan, en el que la visita de María Magdalena al sepulcro parece aportar elementos precisos derivados de la transmisión de recuerdos personales. La concordancia de los evangelistas parece indicar que la experiencia del sepulcro vacío está esencialmente ligada a la de una explicación y un mensaje suministrado por los ángeles.
Veamos, en el relato de Mateo nos encontramos con una escenificación apocalíptica, insertada entre la llegada de las mujeres al sepulcro y la comunicación del mensaje: terremoto, bajada del ángel del Señor, pánico de los guardias, Mt 28, 2-4. Está claro que esa descripción prodigiosa se sale del campo de las constataciones que han podido hacer las mujeres en ese momento, y del testimonio que ellas han podido dar. De ahí que no pueda ser considerada sin más, como un recuerdo histórico.
El relato de Marcos ignora semejante escena, no describe a un ángel que baja del cielo, sino que refiere que las mujeres, "vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca", Mc 16, 5. Esta descripción se mantiene en el ámbito de lo constatable y no puede ser puesta en duda, al menos a priori.
Lo que contribuye a corroborar el valor histórico de esa descripción es que se comprendería mal una invención por parte de la primitiva comunidad cristiana. ¿A qué vendría inventar un mensaje de ángeles para anunciar la resurrección de Jesús, cuando ya existían los testimonios decisivos sobre las apariciones del resucitado? Por lo demás, la tendencia espontánea de la comunidad hubiera sido más bien la de reservar al mismo Jesús la primera revelación de su Resurrección.
La presencia de los ángeles debió, pues, imponerse en virtud del testimonio original de las mujeres que descubrieron el sepulcro vacío. Esa presencia va vinculada a este descubrimiento y esclarece su sentido. Nos podemos preguntar lo siguiente ¿Por qué una tumba vacía y un mensaje de los ángeles, cuando ese encuentro hubiera podido bastar y había aportado más luz ?
La respuesta parece residir en el designio de promover una fe activa, verdadera cooperación a la revelación de la Resurrección. Las mujeres son invitadas a creer antes de ver. El mensaje angélico, tal como nos lo refiere Marcos, 16, 6-7, y Mateo, 28, 5-7, constituye una llamada a la fe: tiende ante todo a suscitar una disposición de confianza, eliminando el espíritu de temor; a continuación enuncia el hecho de la Resurrección confirmándolo con la indicación del lugar donde el cuerpo había sido depositado; asigna a las mujeres el encargo de advertir a los discípulos sobre el hecho; invoca la afirmación: "ha resucitado, como lo había dicho", Mt 28, 6 y da a entender como la fe en la Resurrección es en primer lugar fe en la verdad de la palabra de Cristo. En la versión de Lucas, 24, 57, la referencia a esa palabra es más explícita.
Lo mismo que el sepulcro vacío y juntamente con él, el mensaje de los ángeles es, por consiguiente, una invitación a la fe en el Resucitado, las mujeres deben creer la declaración misteriosa de los ángeles, y los discípulos son llamados a creer primeramente en el mensaje de las mujeres, que les transmite esa inicial revelación. Hay aquí como una aplicación anticipada de las palabras de Jesús a Tomás: "Dichosos los que no han visto y han creído", Jn 20, 29.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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