Ofrecimiento Diario - Orando con el Papa Francisco en el mes de ABRIL 2023: Por una cultura de la no violencia

 

 



RED MUNDIAL DE ORACIÓN DEL PAPA
APOSTOLADO DE LA ORACIÓN

INTENCIONES DEL PAPA PARA EL MES DE ABRIL




OFRECIMIENTO DIARIO

Padre Bueno, sé que estás conmigo.
Aquí estoy en este nuevo día.
Pon una vez más mi corazón
junto al Corazón de tu Hijo Jesús,
que se entrega por mí y que viene a mí en la Eucaristía.
Que tu Espíritu Santo me haga su amigo y apóstol, 
disponible a su misión de compasión.
Pongo en tus manos mis alegrías y esperanzas,
mis trabajos y sufrimientos, todo lo que soy y tengo,
en comunión con mis hermanos y hermanas de esta red mundial de oración.
Con María te ofrezco mi jornada por la misión de la Iglesia y por la intención de Oración del Papa para este mes:

«Oremos por una mayor difusión de una cultura de la no violencia, que pasa por un uso cada vez menor de las armas, tanto por parte de los Estados como de los ciudadanos.»
AMÉN




ORACIÓN

Jesucristo, Príncipe de la paz, manso y humilde de corazón

enséñanos a forjar un corazón parecido al tuyo.

Envía tu Espíritu Santo sobre nuestras ideas

para no dejarnos seducir por la cultura del enfrentamiento.

Que Su Amor abrasador encienda nuestros corazones

y nos mueva hacia una cultura del encuentro,

de la no violencia reflejada en nuestras decisiones,

en el trato que damos a otros, en todas nuestras acciones.

Danos a percibir siempre que la no violencia

se concreta en nuestra vida corriente, en los pensamientos,

palabras y acciones que dirigimos a los hermanos y hermanas.

Danos el coraje de un estilo pacífico, que busque el encuentro,

el diálogo, la aceptación de la diferencia,

y la no violencia ante toda dificultad.

¡Corazón de Jesús danos un corazón semejante al Tuyo!

Amén.


Padre Nuestro…

Ave María...

Gloria...

Amén




VIDEO DEL PAPA








LUEGO DEL OFRECIMIENTO DIARIO
RECEMOS DURANTE LA MAÑANA, EL DÍA Y POR LA NOCHE


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DESCARGUE EN PDF LAS ORACIONES
Revista virtual RED MUNDIAL DE ORACIÓN DEL PAPA, ABRIL 2023, Nº78.
AQUÍ.



INTENCIÓN DEL MES


El Papa clama por una cultura de paz: No a la violencia, a la guerra y a las armas

El Video del Papa para el mes abril es un llamamiento a construir una cultura de paz, "que pasa por un recurso cada vez menor a las armas", porque "una paz duradera sólo puede ser una paz sin armas". El Pontífice pide hacer de “la no violencia, tanto en la vida cotidiana como en las relaciones internacionales, una guía para nuestra actuación”.

Vatican News

“Desarrollemos una cultura de la paz. Cultura de la paz”, pide con fuerza el Papa Francisco. Este es el llamado que hace el Pontífice en El Video del Papa para el mes abril con la nueva intención de oración que confía a toda la Iglesia Católica, a través de la Red Mundial de Oración del Papa.

El próximo 11 de abril se cumplen 60 años de la publicación de la encíclica Pacem in terris escrita por el Papa Juan XXIII y que lleva como subtítulo “Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”. En su video de este mes, Francisco renueva este mensaje con fuerza, destacando “que la guerra es una locura, está más allá de la razón”.

Aquella frase de hace sesenta años, citada por Francisco en el mensaje que acompañaba su intención de oración, está más vigente que nunca, como lo están los testimonios dejados por algunas de las personas que plantaron semillas de paz en el siglo pasado: san Juan XXIII, por supuesto, pero también Mahatma Gandhi, Martin Luther King, santa Teresa de Calcuta. En el Video del Papa de este mes, sus retratos en blanco y negro aparecen en medio de las escenas de destrucción causadas por la violencia actual: desde la guerra de Ucrania a las de Oriente Medio, pasando por los enfrentamientos y tiroteos incluso en los países más ricos, como Estados Unidos. Aunque no han faltado testigos, en definitiva, el mundo aún no ha aprendido la lección fundamental: que "cualquier guerra, cualquier enfrentamiento armado, acaba siendo una derrota para todos".


La paz es el objetivo

En un artículo que Amnistía Internacional publicó sobre datos y estadísticas del uso de armas entre 2012 y 2016, se revela una muestra de lo que resulta de una cultura de violencia: por ejemplo, más de 500 personas mueren cada día por la violencia armada y un promedio de 2000 resultan heridas; además, el 44 % de los homicidios en el mundo se cometen con armas de fuego. Esto se relaciona directamente con la industria de las armas: 8 millones de armas portátiles son producidas cada año, junto a 15,000 millones de cartuchos de munición. Y en lo que respecta al conflicto armado, Acción contra la violencia armada (Action on Armed Violence, AOAV) adelantó que el panorama del 2023 no parece ser alentador: los nuevos enfrentamientos, en particular la invasión rusa a Ucrania y los estallidos en Asia, se sumaron a los conflictos y luchas armadas en curso en el Cuerno de África y Oriente Medio, entre otros.

El único camino posible para frenar esta embestida es buscar y poner en marcha, en el ámbito local e internacional, vías de diálogo real y asumir “la no violencia” como “una guía para nuestra actuación”. Este mensaje se hace eco de lo que adelantó el Papa Juan XXIII hace 60 años: “La violencia jamás ha hecho otra cosa que destruir, no edificar; encender las pasiones, no calmarlas; acumular odio y escombros, no hacer fraternizar a los contendientes, y ha precipitado a los hombres y a los partidos a la dura necesidad de reconstruir lentamente, después de pruebas dolorosas, sobre los destrozos de la discordia”.


Paz sin armas

En un momento de la historia marcado por el conflicto en Ucrania, que ha implicado a un gran número de países en el último año, Francisco recuerda que, incluso en los casos de legítima defensa, el objetivo final debe ser siempre la paz: incluso cuando esta paz, como hoy, parece lejana. Pero "una paz duradera -añade- sólo puede ser una paz sin armas", y por eso insiste en el tema que le es muy querido del desarme a todos los niveles, incluso dentro de la sociedad: "la cultura de la no violencia -concluye de hecho, en su intención de oración- pasa por un recurso cada vez menor a las armas, tanto por parte de los Estados como de los ciudadanos".


Padre Fornos: Orar por una cultura de la no violencia

El Padre Frédéric Fornos S.J., Director Internacional de la Red Mundial de Oración del Papa, comentó: “Frente a la violencia de nuestro tiempo Francisco propone todo un mes para orar ‘por una mayor difusión de una cultura de la no violencia’. La paz entre los pueblos comienza, de hecho, en lo más concreto e íntimo del corazón, cuando encuentro al otro en la calle, su rostro, su mirada, sobre todo el que viene de otra parte, el que no habla como yo y no tiene la misma cultura, el que es extraño en sus actitudes y al que se llama ‘extranjero’. La guerra y el conflicto comienzan aquí y ahora, en nuestros corazones, cada vez que permitimos que la violencia sustituya a la justicia y al perdón. El Evangelio nos muestra que la vida de Jesús revela el verdadero camino de la paz y nos invita a seguirlo. Es en este espíritu que estamos llamados a ‘desarmarnos’, en el sentido de ‘desarmar’ nuestras palabras, nuestras acciones, nuestro odio. Oremos pues, como nos invita Francisco para que ‘hagamos de la no violencia, tanto en la vida cotidiana como en las relaciones internacionales, una guía para nuestra actuación’”.

Tomado de:
https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2023-03/papa-francisco-intencion-oracion-abril-2023-no-violencia-guerra.html



ACTITUDES PARA LA VIDA COTIDIANA


No violencia. “Deseo la paz a cada hombre, mujer, niño y niña, a la vez que rezo para que la imagen y semejanza de Dios en cada persona nos permita reconocernos unos a otros como dones sagrados dotados de una inmensa dignidad. Especialmente en las situaciones de conflicto, respetemos su dignidad más profunda y hagamos de la no violencia activa nuestro estilo de vida” (Papa Francisco). Toma distancia y mira con perspectiva las dificultades. No te precipites. No rivalidad. “Si el origen del que brota la violencia está en el corazón de los hombres, entonces es fundamental recorrer el sendero de la no violencia en primer lugar en el seno de la familia” (Papa Francisco). Cuando te sientas ofendido intenta comprender las razones que la otra persona tuvo al actuar. No dañar al otro. “La no violencia activa es una manera de mostrar verdaderamente cómo, de verdad, la unidad es más importante y fecunda que el conflicto. Todo en el mundo está íntimamente interconectado” (Papa Francisco). Antes de responder identifica si lo que dirás o harás podrías dañar a la otra persona. No hagas daño. No a la enemistad. “Quien acoge la Buena Noticia de Jesús reconoce su propia violencia y se deja curar por la misericordia de Dios, convirtiéndose a su vez en instrumento de reconciliación” (Papa Francisco). Si sientes desconfianza no cortes ni debilites el vínculo con la otra persona, mejora en cambio la comunicación. Desarmarnos. “Cuando las víctimas de la violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de construcción de la paz” (Papa Francisco). Confía, actúa con a priori de benevolencia. A veces, es mejor ser traicionado que dejar de creer en las personas.

Fuente: ClickToPray




RECURSOS EN LA RED

A. Cada Primer Viernes en Youtube, se pude buscar "El Video del Papa".

B. "Click To Pray" es una aplicación para teléfonos inteligentes (iOS y Android) en donde puedes unirte cada día a la red Mundial de Oración del Papa. Descarga ClickToPray [App Store] [Google Play]

C. Para comunicarnos:
apostolado.oración.peru@gmail.com


  




ESPECIAL DE CUARESMA



LA CUARESMA

Vivir de Cristo y con Cristo, eso es vivir la fe. Así lo hacemos presente y actuante en el mundo.
En estas semanas la Iglesia nos alienta a que oremos más, nos esforcemos más en corregir defectos y perfeccionar virtudes que nos son más necesarias en nuestra relación con Dios y los demás. Dios actúa en la Iglesia y nos ayudará con gracia más abundante.
Es tiempo de orar más y mejor, de esforzarse más en corregir los defectos que nos hacen más difícil la relación con los demás y con Dios.
Porque esto es lo único que queda, lo más importante. Acordémonos de que somos polvo y en polvo vamos a terminar; pero quedará lo que hayamos asimilado de Jesús.

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.













Catequesis del Papa. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 8. La primera forma de evangelización: dar testimonio (cf. Evangelii nuntiandi)

 


PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 22 de marzo de 2023

[Multimedia]


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy nos ponemos a la escucha de la “carta magna” de la evangelización en el mundo contemporáneo: la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de san Pablo VI (EN, 8 de diciembre de 1975). Es actual, fue escrita en 1975, pero es como si hubiera sido escrita ayer. La evangelización es más que una simple transmisión doctrinal y moral. Es en primer lugar testimonio: no se puede evangelizar sin testimonio; testimonio del encuentro personal con Jesucristo, Verbo Encarnado en el cual la salvación se ha cumplido. Un testimonio indispensable porque, ante todo, el mundo necesita «evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente» (EN, 76). No es transmitir una ideología o una “doctrina” sobre Dios, no. Es transmitir a Dios que se hace vida en mí: esto es dar testimonio; y además porque «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, […] o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio» (ibid., 41). El testimonio de Cristo, por tanto, es al mismo tiempo el primer medio de la evangelización (cf. ibid.) y condición esencial para su eficacia (cf. ibid., 76), para que sea fructuoso el anuncio del Evangelio. Ser testigos.

Es necesario recordar que el testimonio comprende también la fe profesada, es decir, la adhesión convencida y manifiesta a Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo, que por amor nos ha creado, nos ha redimido. Una fe que nos transforma, que transforma nuestras relaciones, los criterios y los valores que determinan nuestras elecciones. El testimonio, por tanto, no puede prescindir de la coherencia entre lo que se cree y lo que se anuncia y lo que se vive. No se es creíble solamente diciendo una doctrina o una ideología, no. Una persona es creíble si tiene armonía entre lo que cree y lo que vive. Muchos cristianos solamente dicen que creen, pero viven de otra cosa, como si no lo fueran. Y esto es hipocresía. Lo contrario del testimonio es la hipocresía. Cuántas veces hemos escuchado “ah, este va a misa todos los domingos, y después vive así, así, así, así”: es verdad, es el contratestimonio.

Cada uno de nosotros está llamado a responder a tres preguntas fundamentales, así formuladas por Pablo VI: “¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís?” (cf. ibid.). Hay una armonía: ¿crees en lo que anuncias? ¿Tú vives lo que crees? ¿Tú anuncias lo que vives? No nos podemos conformar con respuestas fáciles, preconfeccionadas. Estamos llamados a aceptar también el riesgo desestabilizante de la búsqueda, confiando plenamente en la acción del Espíritu Santo que obra en cada uno de nosotros, impulsándonos a ir siempre más allá: más allá de nuestros confines, más allá de nuestras barreras, más allá de nuestros límites, de cualquier tipo.

En este sentido, el testimonio de una vida cristiana conlleva un camino de santidad, basado en el Bautismo, que nos hace «partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos» (Const. dogm. Lumen gentium, 40). Una santidad que no está reservada a pocos; que es don de Dios y requiere ser acogido y que fructifique para nosotros y para los demás. Nosotros elegidos y amados por Dios, debemos llevar este amor a los otros. Pablo VI enseña que el celo por la evangelización brota de la santidad, brota del corazón que está lleno de Dios. Alimentada por la oración y sobre todo del amor por la Eucaristía, la evangelización a su vez hace crecer en santidad a la gente que la realiza (cf. EN, 76). Al mismo tiempo, sin la santidad la palabra dela evangelizador «difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo», sino que «corre el riesgo de hacerse vana e infecunda» (ibid.).

Entonces, debemos ser conscientes que los destinatarios de la evangelización no son solamente los otros, aquellos que profesan otros credos o que no los profesan, sino también nosotros mismos, creyentes en Cristo y miembros activos del Pueblo de Dios. Y debemos convertirnos cada día, acoger la palabra de Dios y cambiar de vida: cada día. Y así se hace la evangelización del corazón.  Para dar este testimonio, también la Iglesia en cuanto tal debe comenzar con la evangelización de sí misma. Si la Iglesia no se evangeliza a sí misma se queda en una pieza de museo. En cambio, lo que la actualiza constantemente es la evangelización de sí misma. Necesita escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones de su esperanza, el mandamiento nuevo del amor. La Iglesia, que es un pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos —muchos— siempre necesita oír proclamar las obras de Dios. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, tiene necesidad de tomar el Evangelio, rezar y sentir la fuerza del Espíritu que va cambiando el corazón (cf. EN, 15).

Una Iglesia que se evangeliza para evangelizar es una Iglesia que, guiada por el Espíritu Santo, está llamada a recorrer un camino exigente, un camino de conversión, de renovación. Esto conlleva también la capacidad de cambiar los modos de comprender y vivir su presencia evangelizadora en la historia, evitando refugiarse en las cómodas zonas de la lógica del “siempre se ha hecho así”. Son refugios que enferman la Iglesia. La Iglesia debe ir adelante, debe crecer continuamente, así permanecerá joven. Esta Iglesia está completamente dirigida a Dios, por tanto, es partícipe de su proyecto de salvación para la humanidad, y, al mismo tiempo, enteramente dirigida hacia la humanidad. La Iglesia debe ser una Iglesia que encuentra dialógicamente el mundo contemporáneo, que teje relaciones fraternas, que genera espacios de encuentro, aplicando buenas prácticas de hospitalidad, de acogida, de reconocimiento e integración del otro y de la alteridad, y que cuida de la casa común que es la creación. Es decir, una Iglesia que encuentra dialógicamente el mundo contemporáneo, dialoga con el mundo contemporáneo, pero que encuentra cada día al Señor y dialoga con el Señor, y deja entrar al Espíritu Santo que es el protagonista de la evangelización. Sin el Espíritu Santo nosotros podremos solamente hacer publicidad de la Iglesia, no evangelizar. Es el Espíritu Santo en nosotros, lo que nos impulsa hacia la evangelización y esta es la verdadera libertad de los hijos de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, os renuevo la invitación a leer y releer la Evangelii nuntiandi: os digo la verdad, yo la leo a menudo, porque es la obra maestra de san Pablo VI, es la herencia que nos ha dejado a nosotros para evangelizar.



Tomado de:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2023/documents/20230322-udienza-generale.html

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Catequesis del Papa. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 7. El Concilio Vaticano II. 2. Ser apóstoles en una Iglesia apostólica

 


PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 15 de marzo de 2023

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos las catequesis sobre la pasión de evangelizar: no sólo sobre “evangelizar” sino la pasión de evangelizar y, en la escuela del Concilio Vaticano II, tratamos de entender mejor qué significa ser “apóstoles” hoy. La palabra “apóstol” nos trae a la mente el grupo de los Doce apóstoles elegidos por Jesús. A veces llamamos “apóstol” a algún santo, o más en general a los obispos: son apóstoles, porque van en nombre de Jesús. Pero ¿somos conscientes que el ser apóstoles se refiere a cada cristiano? ¿Somos conscientes de que se refiere a cada uno de nosotros? En efecto, estamos llamados a ser apóstoles —es decir, enviados— en una Iglesia que en el Credo profesamos como apostólica.

Por tanto, ¿qué significa ser apóstoles? Significa ser enviado para una misión. Ejemplar y fundacional es el acontecimiento en el que Cristo Resucitado manda a sus apóstoles al mundo, transmitiéndoles el poder que Él mismo ha recibido del Padre y donándoles su Espíritu. Leemos en el Evangelio de Juan: «Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”. Como el Padre me envió, también yo os envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (20,21-22).

Otro aspecto fundamental del ser apóstol es la vocación, es decir la llamada. Ha sido así desde el principio, cuando el Señor Jesús «llamó a los que él quiso; y vinieron donde él» (Mc 3,13). Les constituyó como grupo, atribuyéndoles el título de “apóstoles”, para que estuvieran con Él y para enviarles en misión (cfr. Mc 3,14; Mt 10,1-42). San Pablo en sus cartas se presenta así: «Pablo, llamado a ser apóstol», es decir, enviado, (1 Cor 1,1) y también: «Pablo, siervo de Cristo, apóstol enviado por vocación, escogido para el Evangelio de Dios» (Rm 1,1). E insiste en el hecho de ser «apóstol, no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos» (Gal 1,1); Dios lo ha llamado desde el seno de su madre para anunciar el evangelio entre los gentiles (cfr. Gal 1,15-16).

La experiencia de los Doce apóstoles y el testimonio de Pablo nos interpelan también a nosotros hoy. Nos invitan a verificar nuestras actitudes, a verificar nuestras elecciones, nuestras decisiones, sobre la base de estos puntos firmes: todo depende de una llamada gratuita de Dios; Dios nos elige también para servicios que a veces parecen sobrepasar nuestras capacidades o no corresponder a nuestras expectativas; a la llamada recibida como don gratuito es necesario responder gratuitamente.

Dice el Concilio: «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» (Decr. Apostolicam actuositatem [AA], 2). Se trata de una llamada que es común, «como común es la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad» (LG, 32).

Es una llamada que se refiere tanto a aquellos que han recibido el sacramento del Orden, como a las personas consagradas, como a cada fiel laico, hombre o mujer, es una llamada a todos. Tú, el tesoro que has recibido con tu vocación cristiana, estás obligado a darlo: es la dinamicidad de la vocación, es la dinamicidad de la vida. Es una llamada que capacita para desempeñar de forma activa y creativa la propia tarea apostólica, en el seno de una Iglesia en la que «hay variedad de ministerios, pero unidad de misión. A los Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su mismo nombre y autoridad. Mas también los laicos: todos vosotros; la mayoría de vosotros sois laicos. También los laicos, hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo» (AA, 2).

En este cuadro, ¿cómo entiende el Concilio la colaboración del laicado con la jerarquía? ¿Cómo lo entiende? ¿Se trata de una mera adaptación estratégica a las nuevas situaciones que surgen? En absoluto, en absoluto: hay algo más, que va más allá de las contingencias del momento y que mantiene su propio valor también para nosotros. La Iglesia es así, es apostólica.

En el marco de la unidad de la misión, la diversidad de carismas y de ministerios no debe dar lugar, dentro del cuerpo eclesial, a categorías privilegiadas: aquí no hay una promoción, y cuando tú concibes la vida cristiana como una promoción, que el que está encima manda a los otros porque ha logrado trepar, esto no es cristianismo. Esto es paganismo puro. La vocación cristiana no es una promoción para ir hacia arriba, ¡no! Es otra cosa. Y si hay una cosa grande se debe a que, aunque «algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos en un lugar quizá más importante, doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo» (LG, 32). ¿Quién tiene más dignidad en la Iglesia: el obispo, el sacerdote? No… todos somos cristianos al servicio de los demás. ¿Quién es más importante en la Iglesia: la monja o la persona común, bautizada, el niño, el obispo…? Todos son iguales, somos iguales y cuando una de las partes se cree más importante que los otros y levanta un poco la barbilla, se equivoca. Eso no es la vocación de Jesús. La vocación que Jesús da, a todos —también a aquellos que parecen estar en lugares más altos—, es el servicio, servir a los otros, humillarte. Si tú encuentras una persona que en la Iglesia tiene una vocación más alta y tú la ves vanidosa, tú dirás: “Pobrecillo”; reza por él porque no ha entendido qué es la vocación de Dios. La vocación de Dios es adoración al Padre, amor a la comunidad y servicio. Esto es ser apóstoles, este es el testimonio de los apóstoles.

La cuestión de la igualdad en dignidad nos pide que reflexionemos sobre muchos aspectos de nuestras relaciones, que son decisivas para la evangelización. Por ejemplo, ¿somos conscientes del hecho de que con nuestras palabras podemos dañar la dignidad de las personas, arruinando así las relaciones dentro de la Iglesia? Mientras tratamos de dialogar con el mundo, ¿sabemos también dialogar entre nosotros creyentes? ¿O en la parroquia uno va contra otro, uno habla mal del otro para trepar más? ¿Sabemos escuchar para comprender las razones del otro, o nos imponemos, quizá también con palabras suaves? Escuchar, humillarse, estar al servicio de los otros: esto es servir, esto es ser cristiano, esto es ser apóstol.

Queridos hermanos y hermanas, no temamos plantearnos estas preguntas. Huyamos de la vanidad, de la vanidad de los puestos. Estas palabras nos pueden ayudar a verificar la forma en la que vivimos nuestra vocación bautismal, cómo vivimos nuestra forma de ser apóstoles en una Iglesia apostólica, que está al servicio de los demás.



Tomado de:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2023/documents/20230315-udienza-generale.html

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Catequesis del Papa. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 6. El Concilio Vaticano II. 1. La evangelización como servicio eclesial


 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 8 de marzo de 2023

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la pasada catequesis vimos que el primer “concilio” en la historia de la Iglesia —concilio, como el del Vaticano II—, el primer concilio, fue convocado en Jerusalén para una cuestión relacionada con la evangelización, es decir, el anuncio de la Buena Noticia a los no judíos —se pensaba que solamente se debía llevar el anuncio del Evangelio a los judíos—. En el siglo XX, el Concilio Ecuménico Vaticano II presentó a la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino en el tiempo y por su naturaleza misionero (cfr. Decr. Ad gentes, 2). ¿Qué significa esto? Hay como un puente entre el primer y el último Concilio, en el signo de la evangelización, un puente cuyo arquitecto es el Espíritu Santo. Hoy nos ponemos a la escucha del Concilio Vaticano II, para descubrir que evangelizar siempre es un servicio eclesial, nunca solitario, nunca aislado, nunca individualista. La evangelización se hace siempre in ecclesia, es decir, en comunidad y sin hacer proselitismo porque eso no es evangelización.

El evangelizador, de hecho, transmite siempre lo que él mismo o ella misma ha recibido. San Pablo lo escribió primero: el evangelio que él anunciaba y que las comunidades recibían y en el cual permanecían firmes es el mismo que el Apóstol recibió a su vez (cfr. 1 Cor 15,1-3). Se recibe la fe y se trasmite la fe. Este dinamismo eclesial de transmisión del Mensaje es vinculante y garantiza la autenticidad del anuncio cristiano. El mismo Pablo escribe a los Gálatas: «Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!» (1,8). Es hermoso esto y esto les viene bien a muchas visiones que están de moda…

La dimensión eclesial de la evangelización constituye por eso un criterio de verificación del celo apostólico. Una verificación necesaria, porque la tentación de proceder “en solitario” siempre acecha, especialmente cuando el camino se vuelve áspero y sentimos el peso del compromiso. Igualmente peligrosa es la tentación de seguir caminos pseudo-eclesiales más fáciles, de adoptar la lógica mundana de números y encuestas, de contar con la fuerza de nuestras ideas, programas, estructuras, las “relaciones que cuentan”. Esto no va, esto debe ayudar un poco pero lo fundamental es la fuerza que el Espíritu te da para anunciar la verdad de Jesucristo, para anunciar el Evangelio. Las otras cosas son secundarias.

Ahora, hermanos y hermanas, pongámonos más directamente en la escuela del Concilio Vaticano II, releyendo algunos números del Decreto Ad gentes (AG), el documento sobre la actividad misionera de la Iglesia. Estos textos del Vaticano II conservan plenamente su valor incluso en nuestro contexto complejo y plural.

En primer lugar, este documento, AG, invita a considerar el amor de Dios Padre, como una fuente, que «por su excesiva y misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a participar con Él en la vida y en la gloria. Esta es nuestra vocación. Difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa de difundirla, de forma que el que es Creador del universo, se haga por fin "todo en todas las cosas" (1 Cor, 15,28), procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad» (n. 2). Este pasaje es fundamental, porque dice que el amor del Padre tiene como destinatario a todo ser humano. El amor de Dios no es para un grupito solamente, no… para todos. Esa palabra metéosla bien en la cabeza y en el corazón: todos, todos, nadie excluido, así dice el Señor. Y este amor por cada ser humano es un amor que alcanza a cada hombre y mujer a través de la misión de Jesús, mediador de la salvación y nuestro redentor (cfr. AG, 3), y mediante la misión del Espíritu Santo (cfr. AG, 4), el cual, el Espíritu Santo, obra en cada uno, tanto en los bautizados como en los no bautizados. ¡El Espíritu Santo obra!

El Concilio, además, recuerda que es tarea de la Iglesia proseguir la misión de Cristo, el cual fue «enviado a evangelizar a los pobres» —prosigue el documento Ad gentes—, por eso «la Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección» (AG, 5). Si permanece fiel a este “camino”, la misión de la Iglesia es «la manifestación o epifanía del designio de Dios y su cumplimiento en el mundo y en su historia» (AG, 9).

Hermanos y hermanas, estas breves indicaciones nos ayudan también a comprender el sentido eclesial del celo apostólico de cada discípulo-misionero. El celo apostólico no es un entusiasmo, es otra cosa, es una gracia de Dios, que debemos custodiar. Debemos entender el sentido porque en el Pueblo de Dios peregrino y evangelizador no hay sujetos activos y sujetos pasivos. No están los que predican, los que anuncian el Evangelio de una manera u otra, y los que están callados. No. «Cada uno de los bautizados —dice la Evangelii Gaudium— cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 120). ¿Tú eres cristiano? “Sí, he recibido el Bautismo…”. ¿Y tú evangelizas? “Pero ¿qué significa esto…?”. Si tú no evangelizas, si tú no das testimonio, si tú no das ese testimonio del Bautismo que has recibido, de la fe que el Señor te ha dado, tú no eres un buen cristiano. En virtud del Bautismo recibido y de la consecuente incorporación en la Iglesia, todo bautizado participa en la misión de la Iglesia y, en ella, a la misión de Cristo Rey, Sacerdote y Profeta. Hermanos y hermanas, este deber «es único e idéntico en todas partes y en todas las condiciones, aunque no se realice del mismo modo según las circunstancias» (AG, 6). Esto nos invita a no esclerotizarnos o fosilizarnos; nos rescata de esta inquietud que no es de Dios. El celo misionero del creyente se expresa también como búsqueda creativa de nuevos modos de anunciar y testimoniar, de nuevos modos para encontrar la humanidad herida de la que Cristo se hizo cargo. En definitiva, nuevos modos de prestar servicio al Evangelio y prestar servicio a la humanidad. La evangelización es un servicio. Si una persona se dice evangelizador y no tiene esa actitud, ese corazón de servidor, y se cree patrón, no es un evangelizador, no… es un pobre hombre.

Volver al amor fundamental del Padre y a las misiones del Hijo y del Espíritu Santo no nos encierra en espacios de estática tranquilidad personal. Al contrario, nos lleva a reconocer la gratuidad del don de la plenitud de vida a la que estamos llamados, este don por el cual alabamos y damos gracias a Dios. Este don no es solamente para nosotros, sino que es para darlo a los otros. Y nos lleva también a vivir cada vez más plenamente lo que hemos recibido compartiéndolo con los demás, con sentido de responsabilidad y recorriendo juntos los caminos, muchas veces tortuosos y difíciles de la historia, en la espera vigilante y laboriosa de su cumplimiento. Pidamos al Señor esta gracia, de tomar de la mano esta vocación cristiana y dar gracias al Señor por eso que nos ha dado, este tesoro. Y tratar de comunicarlo a los otros.



Tomado de:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2023/documents/20230308-udienza-generale.html

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Catequesis del Papa. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 5. El protagonista del anuncio: el Espíritu Santo


 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 22 de febrero 2023

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

En nuestro itinerario de catequesis sobre la pasión de evangelizar reflexionamos hoy sobre las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Santo Espíritu» (Mt 28, 19). Id —dice el Resucitado—, no a adoctrinar, no a hacer proselitismo, no, sino a hacer discípulos, es decir, a dar a todos la oportunidad de entrar en contacto con Jesús, de conocerlo y amarlo libremente. Id bautizando: bautizar significa sumergir y, por tanto, antes de indicar una acción litúrgica, expresa una acción vital: sumergir la propia vida en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo; experimentar cada día la alegría de la presencia de Dios que está cerca de nosotros como Padre, como Hermano, como Espíritu que actúa en nosotros, en nuestro propio espíritu. Bautizar es sumergirse en la Trinidad.

Cuando Jesús dice a sus discípulos —y también a nosotros—: “¡Id!”, no comunica sólo una palabra. No. Comunica también el Espíritu Santo, porque es sólo gracias a Él, al Espíritu Santo, que se puede recibir la misión de Cristo y llevarla adelante (cf. Jn 20, 21-22). Los Apóstoles, en efecto, permanecen encerrados en el Cenáculo por miedo hasta que llega el día de Pentecostés y desciende sobre ellos el Espíritu Santo (cf. Hch 2, 1-13). Y en ese momento desaparece el miedo y con su fuerza esos pescadores, en su mayoría analfabetos, cambiarán el mundo. “Pero si no saben hablar…”. Pero es la palabra del Espíritu, la fuerza del Espíritu que les lleva adelante para cambiar el mundo. El anuncio del Evangelio, por tanto, se realiza sólo en la fuerza del Espíritu, que precede a los misioneros y prepara los corazones: Él es “el motor de la evangelización”.

Lo descubrimos en los Hechos de los Apóstoles, donde en cada página se ve que el protagonista del anuncio no es Pedro, Pablo, Esteban o Felipe, sino el Espíritu Santo. También en los Hechos se relata un momento neurálgico de los inicios de la Iglesia, que también nos puede decir mucho a nosotros. Entonces, como hoy, junto a las consolaciones no faltaron las tribulaciones —momentos buenos y momentos no tan buenos—, las alegrías se acompañaban de las preocupaciones, ambas cosas. Una en particular: cómo comportarse con los paganos que se acercaban a la fe, con los que no pertenecían al pueblo judío, por ejemplo.  ¿Estaban o no obligados a observar las prescripciones de la Ley mosaica? No era un asunto menor para aquella gente. Se forman así dos grupos, entre los que creían que la observancia de la Ley era irrenunciable y los que no. Para discernir, los Apóstoles se reúnen en lo que se llama el “concilio de Jerusalén”, el primero de la historia. ¿Cómo resolver el dilema? Se podría haber buscado un buen acuerdo entre tradición e innovación: algunas normas se observan y otras se ignoran. Sin embargo, los Apóstoles no siguen esta sabiduría humana para buscar un equilibrio diplomático entre una y otra, no siguen esto, sino que se adaptan a la obra del Espíritu que les había anticipado, descendiendo tanto sobre los paganos como sobre ellos.

Y por eso, quitando casi toda obligación ligada a la Ley, comunican las decisiones finales, tomadas —y escriben así—: “el Espíritu Santo y nosotros” (cf. Hch 15,28), hemos decidido, el Espíritu Santo con nosotros, así actúan siempre los Apóstoles. Juntos, sin dividirse, a pesar de tener sensibilidades y opiniones diferentes, escuchan al Espíritu. Y Él enseña una cosa, que también es válida hoy: toda tradición religiosa es útil si facilita el encuentro con Jesús, toda tradición religiosa es útil si facilita el encuentro con Jesús. Podríamos decir que la histórica decisión del primer Concilio, de la que también nosotros nos beneficiamos, estuvo movida por un principio, el principio del anuncio: en la Iglesia todo debe ser conforme a las exigencias del anuncio del Evangelio; no a las opiniones de los conservadores o los progresistas, sino al hecho de que Jesús llegue a la vida de las personas. Por tanto, toda opción, todo uso, toda estructura, toda tradición debe ser evaluada en la medida en que favorezca el anuncio de Cristo. Cuando se encuentran decisiones en la Iglesia, por ejemplo, divisiones ideológicas: “Yo soy conservador porque… yo soy progresista porque…”. ¿Pero dónde está el Espíritu Santo? Estad atentos que el Evangelio no es una idea, el Evangelio no es una ideología: el Evangelio es un anuncio que toca el corazón y te cambia el corazón, pero si tú te refugias en una idea, en una ideología ya sea de derechas, ya sea de izquierdas, o de centro, tú estás haciendo del Evangelio un partido político, una ideología, un club de gente. El Evangelio siempre te da esta libertad del Espíritu que actúa en ti y te lleva adelante. Y qué necesario es hoy tomar de la mano la libertad del Evangelio y dejarse llevar adelante por el Espíritu.

Así el Espíritu ilumina el camino de la Iglesia, siempre. En efecto, no es sólo la luz de los corazones, es la luz que orienta a la Iglesia: esclarece, ayuda a distinguir, ayuda a discernir. Por eso es necesario invocarlo a menudo; hagámoslo también hoy, al comienzo de la Cuaresma. Porque como Iglesia podemos tener tiempos y espacios bien definidos, comunidades, institutos y movimientos bien organizados, pero sin el Espíritu todo queda sin alma. La organización no basta: es el Espíritu que da vida a la Iglesia. Si la Iglesia no le reza y no le invoca, se encierra en sí misma, en debates estériles y agotadores, en fatigosas polarizaciones, mientras se apaga la llama de la misión. Es muy triste ver a la Iglesia como si fuera un parlamento; no, la Iglesia es otra cosa. La Iglesia es la comunidad de hombres y mujeres que creen y anuncian a Jesucristo, pero movidos por el Espíritu Santo, no por las propias razones. Sí, se usa la razón, pero viene el Espíritu a iluminarla y a moverla. El Espíritu nos hace salir, nos empuja a anunciar la fe para confirmarnos en la fe, nos empuja a ir en misión para encontrar quién somos. Por eso el apóstol Pablo recomienda: «No extingáis el Espíritu» (1 Tes 5,19), no extingáis el Espíritu. Recemos a menudo al Espíritu, invoquémoslo, pidámosle cada día que encienda en nosotros su luz. Hagámoslo antes de cada encuentro, para convertirnos en apóstoles de Jesús con las personas que encontremos. No extingáis el Espíritu en las comunidades cristianas y tampoco dentro de cada uno de nosotros.

Queridos hermanos y hermanas, partimos y volvemos a partir, como Iglesia, desde el Espíritu Santo. «Sin duda es importante que en nuestras programaciones pastorales partamos de encuestas sociológicas, de análisis, de la lista de las dificultades, de la lista de expectativas y quejas. Sin embargo, es mucho más importante partir de las experiencias del Espíritu: este es el verdadero punto de partida. Y por eso es necesario buscarlas, enumerarlas, estudiarlas, interpretarlas. Es un principio fundamental que, en la vida espiritual, se llama primado de la consolación sobre la desolación. Primero está el Espíritu que consuela, reanima, ilumina, mueve; después vendrá también la desolación, el sufrimiento, la oscuridad, pero el principio para regularse en la oscuridad es la luz del Espíritu» (C.M. Martini, Evangelizar en la consolación del Espíritu, 25 de septiembre 1997).  Este es el principio para regularse en las cosas que no se entienden, en las confusiones, también en tantas oscuridades, es importante. Tratemos de preguntarnos si nos abrimos a esta luz, si le damos espacio: ¿yo invoco al Espíritu? Cada uno se responda dentro. ¿Cuántos de nosotros rezamos al Espíritu? “No, padre, yo rezo a la Virgen, rezo a los santos, rezo a Jesús, pero a veces, rezo el Padre Nuestro, rezo al Padre” – “¿Y al Espíritu?” ¿Tú no rezas al Espíritu, que es lo que te hace mover el corazón, que te lleva adelante, te lleva la consolación, te lleva adelante las ganas de evangelizar y de hacer misión? Os dejo esta pregunta: ¿Yo rezo al Espíritu Santo? ¿Me dejo orientar por Él, que me invita a no cerrarme sino a llevar a Jesús, a testimoniar el primado de la consolación de Dios sobre la desolación del mundo? Que la Virgen, que ha entendido bien esto, nos ayude a entenderlo.


Tomado de:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2023/documents/20230222-udienza-generale.html

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Catequesis del Papa. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 4. El primer apostolado


 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 15 de febrero de 2023

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Seguimos con nuestras catequesis. El tema que hemos elegido es: “La pasión de evangelizar, el celo apostólico”. Porque evangelizar no es decir: “Mira, bla bla bla” y nada más; hay una pasión que te involucra completamente: la mente, el corazón, las manos, los pies… todo, toda la persona está involucrada con la proclamación del Evangelio, y por esto hablamos de pasión de evangelizar.  Después de haber visto en Jesús el modelo y el maestro del anuncio, pasamos hoy a los primeros discípulos, lo que han hecho los discípulos. El Evangelio dice que Jesús «instituyó a Doce — que llamó apóstoles—, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14), dos cosas: para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar. Hay un aspecto que parece contradictorio: los llama para que estén con Él y para que vayan a predicar. Se podría decir: o una cosa o la otra, o estar o ir. En cambio, no: para Jesús no hay ir sin estar y no hay estar sin ir. No es fácil entender esto, pero es así. Tratemos de entender un poco cuál es el sentido con el que Jesús dice estas cosas.

En primer lugar, no hay ir sin estar: antes de enviar a los discípulos en misión, Cristo —dice el Evangelio— los “llamó” (cfr. Mt 10,1). El anuncio nace del encuentro con el Señor; toda actividad cristiana, sobre todo la misión, empieza ahí. No se aprende en una academia: ¡no! Empieza por el encuentro con el Señor. Testimoniarlo, de hecho, significa irradiarlo; pero, si no recibimos su luz, estaremos apagados; si no lo frecuentamos, llevaremos nosotros mismos a los demás en vez de a él  —me llevo a mí y no a Él—, y todo será en vano. Por tanto, puede llevar el Evangelio de Jesús solo la persona que está con Él. Alguien que no está con Él no puede llevar el Evangelio. Llevará ideas, pero no el Evangelio. Igualmente, sin embargo, no hay estar sin ir. De hecho, seguir a Cristo no es un hecho intimista: sin anuncio, sin servicio, sin misión la relación con Jesús no crece. Notamos que en el Evangelio el Señor envía a los discípulos antes de haber completado su preparación: pocos después de haberlos llamado, ¡ya les envía! Esto significa que la experiencia de la misión forma parte de la formación cristiana. Recordemos entonces estos dos momentos constitutivos para todo discípulo: estar con Jesús e ir, enviados por Jesús.

Tras llamar a los discípulos y antes de enviarlos, Cristo les dirige un discurso, conocido como “discurso misionero” —así se llama en el Evangelio. Se encuentra en el capítulo 10 del Evangelio de Mateo y es como la “constitución” del anuncio. De este discurso, que os aconsejo leer hoy — solamente es una página del Evangelio—, extraigo tres aspectos: por qué anunciar, qué anunciar y cómo anunciar.

Por qué anunciar. La motivación está en cinco palabras de Jesús que nos hará bien recordar: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (v. 8). Son cinco palabras. ¿Pero por qué anunciar? Porque gratuitamente yo he recibido y debo dar gratuitamente. El anuncio no parte de nosotros, sino de la belleza de lo que hemos recibido gratis, sin mérito: encontrar a Jesús, conocerlo, descubrir que somos amados y salvados. Es un don tan grande que no podemos guardarlo para nosotros, sentimos la necesidad de difundirlo; pero con el mismo estilo, es decir con gratuidad. En otras palabras: tenemos un don, por eso estamos llamados a hacernos don; hemos recibido un don y nuestra vocación es hacernos nosotros don para los otros; está en nosotros la alegría de ser hijos de Dios, ¡debe ser compartida con los hermanos y las hermanas que todavía no lo saben! Este es el porqué del anuncio. Ir y llevar la alegría de lo que nosotros hemos recibido.

Segundo: ¿qué anunciar? Jesús dice: «Id proclamando que el Reino de los cielos está cerca» (v. 7). Esto es lo que hay que decir, ante todo y siempre: Dios está cerca. Pero, nunca olvidemos esto: Dios siempre está cerca del pueblo, Él mismo lo dijo al pueblo. Dijo así: “Mirad, ¿qué Dios está cerca de las Naciones como yo estoy cerca de vosotros?”. La cercanía es una de las cosas más importantes de Dios. Son tres cosas importantes: cercanía, misericordia y ternura. No olvidar esto. ¿Quién es Dios? El Cercano, el Tierno, el Misericordioso. Esta es la realidad de Dios. Nosotros, predicando, a menudo invitamos a la gente a hacer algo, y esto está bien; pero no nos olvidemos que el mensaje principal es que Él está cerca: cercanía, misericordia y ternura. Acoger el amor de Dios es más difícil porque nosotros queremos estar siempre en el centro, nosotros queremos ser protagonistas, estamos más inclinados a hacer que a dejarnos moldear, a hablar más que a escuchar.  Pero, si ponemos en primer lugar lo que hacemos, los protagonistas seguiremos siendo nosotros. En cambio, el anuncio debe dar el primado a Dios: dar el primado a Dios, en el primer lugar Dios, y dar a los otros la oportunidad de acogerlo, de darse cuenta que Él está cerca. Y yo, detrás.

Tercer punto: cómo anunciar. Es el aspecto sobre el cuál Jesús se explaya más: cómo anunciar, cuál es el método, cuál debe ser el lenguaje para anunciar. Es significativo: nos dice que la forma, el estilo es esencial en el testimonio. El testimonio no involucra solamente la mente y decir alguna cosa, los conceptos: no. Involucra todo, mente, corazón, manos, todo, los tres lenguajes de la persona: el lenguaje del pensamiento, el lenguaje del afecto y el lenguaje de la acción. Los tres lenguajes. No se puede evangelizar solamente con la mente o solamente con el corazón o solamente con las manos. Todo se involucra. Y, en el estilo, lo importante es el testimonio, cómo nos quiere Jesús. Dice así: «Yo os envío como ovejas en medio de lobos» (v. 16). No nos pide que sepamos afrontar a los lobos, es decir, que seamos capaces de argumentar, contraatacar y defendernos: no. Nosotros pensaríamos así: llegamos a ser relevantes, numerosos, prestigiosos y el mundo nos escuchará y nos respetará y ganaremos a los lobos: no, no es así. No, os mando como ovejas, como corderos, esto es lo importante. Si tú no quieres ser oveja, el Señor no te defenderá de los lobos. Arréglatelas como puedas. Pero si tú eres oveja, está seguro que el Señor te defenderá de los lobos. Ser humildes.  Nos pide que seamos así, mansos y con las ganas de ser inocentes, estar dispuestos al sacrificio; de hecho, el cordero representa esto: mansedumbre, inocencia, entrega, ternura. Y Él, el Pastor, reconocerá a sus corderos y les protegerá de los lobos. En cambio, los corderos disfrazados de lobos son desenmascarados y devorados. Escribía un Padre de la Iglesia: «Porque mientras somos ovejas, vencemos; aun cuando nos rodeen por todas partes manadas de lobos, los superamos y dominamos. Pero si nos hacemos lobos, quedamos derrotados, pues nos falta al punto mismo la ayuda del pastor. Como quiera que Él apacienta ovejas y no lobos» (S. Juan Crisóstomo, Homilía 33 sobre el Evangelio de Mateo). Si yo quiero ser del Señor, debo dejar que Él sea mi pastor y Él no es pastor de lobos, es pastor de corderos, mansos, humildes, agradables con el Señor.

También sobre el cómo anunciar, llama la atención que Jesús, en vez de prescribir qué llevar durante la misión, dice qué no llevar. A veces, uno ve algún apóstol, alguna persona que se muda, algún cristiano que dice que es apóstol y ha dado la vida al Señor, y se lleva muchas maletas: pero esto no es del Señor, el Señor te hace ligero de equipaje y dice qué no llevar: «No os procuréis oro, ni plata, ni cobre en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón» (vv. 9-10). No llevar nada. Dice que no nos apoyemos en las certezas materiales, ir al mundo sin mundanidad. Esto es lo que hay que decir: yo voy al mundo no con el estilo del mundo, no con los valores del mundo, no con la mundanidad —que para la Iglesia, caer en la mundanidad es lo peor que puede suceder—. Voy con sencillez. Así se anuncia: mostrando a Jesús más que hablando de Jesús. ¿Y cómo mostramos a Jesús? Con nuestro testimonio. Y finalmente, yendo juntos, en comunidad: el Señor envía a todos los discípulos, pero nadie va solo. La Iglesia apostólica es enteramente misionera y en la misión encuentra su unidad. Por tanto: id mansos y buenos como corderos, sin mundanidad, e ir juntos. Aquí está la clave del anuncio, esta es la clave del éxito de la evangelización. Acojamos estas invitaciones de Jesús, que sus palabras sean nuestro punto de referencia.



Tomado de:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2023/documents/20230215-udienza-generale.html

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