ESPECIAL: ADVIENTO, CICLO C - 1° SEMANA
Domingo I Adviento. Ciclo C – "La Segunda venida de Cristo"
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P. Adolfo Franco, jesuita
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (21, 25-28; 34-36):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Palabra del Señor
Comenzamos el Adviento que nos dirige a Belén llenos de esperanza porque nos vamos a encontrar con Dios hecho niño.
Hoy empieza el Adviento, el nuevo año litúrgico, ciclo C. Comienza el camino del cristiano; nuestro camino. El Adviento es la preparación al Nacimiento de Cristo. Y también debe ser entendido como un tiempo de preparación a la segunda venida de Cristo. Justamente de esta segunda venida de Cristo nos habla el Evangelio de Lucas, que hoy leemos.
Y para prepararnos adecuadamente debemos, “tener ánimo y levantar la cabeza”, como dice el evangelio de hoy. Tener ánimo y levantar la cabeza es lo mismo que decir tener esperanza. Se nos exhorta por tanto a comenzar este nuevo año litúrgico con una actitud positiva. Así deberíamos fijar bien nuestra atención y examinarnos para constatar si nuestra actitud es positiva o no. Examinar si comenzamos el año litúrgico con ánimo o desanimados, con alegría o con tristeza.
¿De verdad creemos que estamos preparándonos para la celebración del Nacimiento de Cristo? Porque si esto es así, deberíamos alegrarnos. Jesús se hizo hombre, nació entre nosotros, se ha hecho uno con nosotros: es el regalo de Dios. El regalo, que supone de parte de Dios un amor incondicional. Estamos protegidos, Dios nos salva; y viene como un niño, el Niño de todos nosotros ¿hay motivo para alegrarnos? El Adviento que nos prepara a la Navidad, tiene para nosotros este primer mensaje: una preparación adecuada para el Nacimiento de Cristo, debe desterrar de nuestro corazón las tristezas y las sombras; no tenemos derecho al pesimismo, si creemos en la verdad incomprensible del Hijo de Dios hecho Hombre por nosotros y nacido de María Virgen; Jesús, el Verbo de Dios, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado.
¿De dónde vienen nuestras tristezas y nuestro pesimismo? ¿De la salud? ¿del fracaso en algo que nos hemos propuesto? ¿de carencias económicas? ¿de humillaciones? Hay una variedad de áreas en nuestra vida, en nuestro ser y en nuestro actuar, de donde nos surgen esos sentimientos de tristeza, de pesimismo. Y nos preguntamos ¿puede el pensamiento del Nacimiento de Cristo eliminar esas tristezas? Porque si el Adviento nos propone una lección de esperanza es porque supone que este solo hecho del Nacimiento de Cristo, puede contrarrestar todas las adversidades personales. Hay que reconocer que para la mayoría de las personas el pensar en el Nacimiento de Cristo no tiene la suficiente fuerza como para contrarrestar el efecto negativo de situaciones reales. ¿Entonces que? ¿Será esta lección de la esperanza una enseñanza irreal?
Todo depende de cuál es la perspectiva global con que pensamos nuestra vida. Todo depende de si le damos más peso a lo que vivimos en el presente, o a lo que esperamos para nuestro futuro. Depende de si la perspectiva de nuestro futuro, o sea la esperanza de la segunda venida, adquiere fuerza en nuestro ser, tanta fuerza como para que pueda contrarrestar la fuerza negativa de nuestras tristezas. De esto nos habla el Evangelio: “verán venir al Hijo del Hombre con gran poder y majestad”. La certeza de esta segunda venida debe adquirir fuerza entre las actividades rutinarias de nuestra existencia. Esta segunda venida debe iluminar nuestro quehacer diario. Y entonces todo quedará teñido de esa bella luz, incluso los momentos tristes y desesperanzados.
Nuestra vida, este tramo pequeño de vida que vivimos sobre el planeta Tierra, no lo es todo. Estamos ya lanzados hacia el porvenir, y en ese porvenir vendrá el Hijo del Hombre; o sea vendrá Jesús, que nos ama y a quien amamos. Y El curará todas las heridas y nos alegrará con su presencia. Y pensando en esto, también nuestras circunstancias actuales, por más tristes que sean, también se llenarán de esperanza. Ese es el fundamento de la esperanza cristiana, y lo que hace que podamos superar situaciones dolorosas que son reales, no hay duda; pero tan reales o más que las circunstancias presentes, son las promesas que Dios nos ha revelado, y que ahora nos recuerda el Adviento, este comienzo del Nuevo Año Litúrgico. Para poder aspirar a esa alegría hay que levantarse, y mirar por encima de las circunstancias presentes de este mundo y proyectarnos al futuro. No para salirnos del presente, sino para darle al presente su verdadero sentido.
Adviento, tiempo de esperanza, tiempo de mirar hacia el futuro y alegrarnos de ver llegar hacia nosotros a Jesús, y que cuando llegue nos hará sentir lo que es su salvación, que inundará todo nuestro ser, incluso ese pasado que alguna vez nos hizo sufrir.
Textos claves del Nuevo Testamento - 34. "...si me voy, os lo enviaré."
P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
El Dios de la Biblia es un Dios cercano a nosotros. Su presencia no es material, pero sí real y puede hacerse sensible como un amor que da vida. Con Jesús su presencia se hace “carne” (hombre) en el seno de la virgen María por obra y fuerza del Espíritu Santo (Lc 1,28.35). Cumplida su misión salvadora en este mundo, era preciso que Jesús se fuera de él: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16,7). Como don del Espíritu su presencia se hace interior a nosotros, para quienes tienen fe en él: “Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene” (1 Jn 4,15-16).
Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.
Doctrina Social de la Iglesia - 18. El Trabajo V
P. Ignacio Garro, jesuita †
4.2.6. EL TRABAJO VISTO COMO CASTIGO
También existe esta
visión desde el punto de vista del libro del Génesis, capítulo 3º. El trabajo
es visto como un castigo, impuesto por Dios, al hombre como consecuencia de su
pecado, la tierra queda maldecida y los frutos que arranque de ella será que: "comerás el pan con el sudor de tu
frente", Gen. 3,19. Esta teología se desarrolla en los tiempos en que
destaca, sobre todo, la dureza del trabajo. Así ocurre en la época antigua: el
trabajo manual y de esfuerzo físico es considerado para las clases sociales
inferiores y para los esclavos[1].
J. Pablo II, en "Laborem Exercens" comenta la pena (sufrimiento, esfuerzo
penoso) del trabajo: "Todo trabajo,
tanto el manual como el intelectual, está unido inevitablemente a la fatiga. El
Libro del Génesis lo expresa de manera verdaderamente penetrante,
contraponiendo a aquella originaria bendición del trabajo, contenido en el
misterio mismo de la creación, y unida a la elevación del hombre como imagen y
semejanza de Dios, la maldición que el pecado lleva consigo: "por tí será
maldita la tierra. Con el trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu
vida". Gen 3,17. Este dolor unido al trabajo señala el camino de la vida humana
sobre la tierra y constituye el anuncio de la muerte: "con el sudor de tu
frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra; pues de ella has sido
tomado..." Gen 3,19. Casi como un eco de estas palabras, se expresa el
autor de uno de los libros sapienciales: "entonces miré todo cuanto habían
hecho mis manos y todos los afanes que al hacerlo tuve ..." Ecl.2,11"
L.E. nº 27. El Papa J. Pablo II sigue comentando: "el sudor y la fatiga que el trabajo necesariamente lleva en la
condición actual de la humanidad, ofrecen al cristiano y a cada hombre, que ha
sido llamado a seguir a Cristo, la posibilidad de participar en el amor a la
obra que Cristo ha venido a realizar. Esta obra de salvación se ha realizado a
través del sufrimiento y de la muerte en cruz. Soportando la fatiga del trabajo
en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo
con el Hijo de Dios en redención de la humanidad", L.E. nº 27.
4.2.7. ¿HACIA UNA POSIBLE SÍNTESIS DE LAS DOS CORRIENTES?
La teología del Gen.
1 es anterior al Pecado Original, mientras que la teología del Gen. 3, ya
presupone el pecado en el género humano y las consecuencias duras y difíciles
sobre la criatura humana. Por eso matiza el aspecto primero del trabajo
descubriendo cómo el pecado introduce un factor de profunda tensión en la experiencia humana y en la dificultad
de la criatura humana con la naturaleza. Una síntesis entre la visión positiva
y creadora del Gen 1 y la tensión de Gen 3, puede encontrar su punto de
convergencia en la interpretación de que toda actividad humana se encamina
hacia Dios y dicha actividad humana ha quedado iluminada por la Persona de
Cristo. Cristo Salvador abre e ilumina el horizonte de la persona humana, por Él,
con Él y en Él tiene sentido real todo lo que hacemos, porque en Él tenemos la
salvación, Él ha reconciliado todas las cosas con Dios, su Padre, nuestro
Padre. Cristo con la venida del Reino de Dios nos ha traído un nuevo horizonte
de vida, y por lo tanto también del trabajo humano. De esta manera contribuimos
a que este mundo material y humano se encamine hacia el Reino de Dios y de ahí
al Padre. Siempre sabiendo que el trabajo es bendición y esfuerzo, es fuente de
vida y de cansancio, pero todo ello alcance su sentido pleno en Cristo.
4.2.8. EL TRABAJO, EXPRESIÓN DE LA PERSONA HUMANA
Uno de los rasgos
fundamentales de la DSI sobre el trabajo es la afirmación del trabajo como la
afirmación de su carácter personal, espiritual. Pío XI ya decía: "¿qué es
trabajar, sino aplicar y ejercitar las energías espirituales y corporales a los
bienes de la naturaleza o servirse de éstos como de instrumentos apropiados?. "Quadragessimo Anno" nº 53.
Más tarde, Pablo VI en “Populorum
progressio”, nº 27 dice: "que el trabajo ha sido querido y bendecido por
Dios. Creado a imagen suya "el
hombre debe de cooperar con el Creador en la perfección de la creación y
marcar, a su vez, la tierra con el carácter espiritual que él mismo ha
recibido". Después añade: "el
trabajo de los hombres, mucho más para el cristiano, tiene la misión de colaborar
en la creación del mundo sobrenatural, no terminado hasta que lleguemos todos
juntos a constituir aquel hombre perfecto de que habla S. Pablo: "que
realiza la plenitud de Cristo". Efes. 4,13". P.P. nº 28.
4.2.9. EN EL TRABAJO ACTÚA LA PERSONA COMO SUJETO
Para J. Pablo II, en
"Laborem Exercens", nº 6, hablando del trabajo, es el aspecto
subjetivo el que más le importa, pues el trabajo es actividad de un sujeto que
es persona. "Ese dominio del que
habla el texto bíblico que estamos analizando se refiere no sólo a la dimensión
objetiva del trabajo, sino que nos introduce contemporáneamente en la
comprensión de su dimensión subjetiva. El trabajo entendido como proceso
mediante el cual el hombre y el género humano someten la tierra, corresponde a
este concepto fundamental de la Biblia sólo al mismo tiempo, en todo este
proceso, el hombre se manifiesta y confirma como el que "domina".
Este dominio se refiere en cierto sentido a la dimensión subjetiva más que a la objetividad: esta
dimensión condiciona la misma esencia ética del trabajo. En efecto, no hay duda
de que le trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado completa
y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto
consciente y libre, es decir, un sujeto que decide por sí mismo".
J. Pablo II afirma: "el hombre debe de someter la tierra,
debe dominarla, porque como "imagen de Dios" es una persona, es
decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y racional, capaz de
decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo". Y más
tarde añade: "Trabaja como persona,
realiza varias acciones pertenecientes al proceso del trabajo; éstas,
independientemente de su contenido objetivo, han de servir todas ellas a la
realización de su humanidad, al perfeccionamiento de esa vocación de persona
que tiene en virtud de su misma humanidad". L.E. nº 6. "El trabajo es un bien del hombre - es
un bien de su humanidad - porque mediante el trabajo el hombre no sólo
transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se
realiza a sí mismo como hombre, es más, en cierto sentido, "se hace más
hombre". L.E. nº 9. ¡Qué
contraste! el de esta frases tan bellas del trabajo realizado por el hombre y
las denuncias que realizaba el Papa Pío XI en 1931 en "Quadragessimo Anno" nº 135: "de las fábricas sale
ennoblecida la materia inerte, pero los hombres (obreros) se corrompen y
envilecen". El valor, pues, para determinar el valor del trabajo humano: "no es en primer lugar el tipo de
trabajo que se realiza, sino del hecho de que quien lo ejecuta es una persona.
Las fuentes de la dignidad del trabajo deben de buscarse principalmente no en
su dimensión objetiva, sino en su dimensión subjetiva". L.E. nº 6.
[1] En la antigüedad el trabajo manual o físico no estaba
considerado como en la perspectiva actual. Los antiguos creían que el trabajo
era para los más pobres y rudos, especialmente el trabajo más ínfimo era para
los esclavos. Trabajar, esforzándose físicamente era considerado como un
castigo de Dios, una maldición. Por eso los que pertenecían a la nobleza, los
ricos, los intelectuales, no trabajaban nunca manual, ni físicamente. Su
trabajo a lo máximo era gobernar, filosofar, crear arte, etc., pero nunca
trabajar manualmente. Este concepto sobre el trabajo ha durado casi hasta
finales del siglo XIX, con diversos matices. Ultimamente el trabajo es considerado
una bendición, una forma de realizarse personalmente, de ser alguien en la
sociedad, y es la forma, por medio del salario, de cubrir las necesidades
propias de la vida humana.
Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.
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Catequesis del Papa sobre San José: 2. «San José en la historia de salvación»
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado empezamos el ciclo de catequesis sobre la figura de san José —está terminando el año dedicado a él—. Hoy proseguimos este recorrido deteniéndonos en su rol en la historia de la salvación.
Jesús en los Evangelios es indicado como «hijo de José» (Lc 3,23; 4,22; Jn 1,45; 6,42) e «hijo del carpintero» (Mt 13,55; Mc 6,3). Los Evangelistas Mateo y Lucas, narrando la infancia de Jesús, dan espacio al rol de José. Ambos componen una “genealogía”, para evidenciar la historicidad de Jesús. Mateo, dirigiéndose sobre todo a los judeocristianos, parte de Abraham para llegar a José, definido «el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo» (1,16). Lucas, sin embargo, se remonta hasta Adán, empezando directamente por Jesús, que «era hijo de José», pero precisa: «según se creía» (3,23). Por tanto, ambos evangelistas presentan a José no como padre biológico, pero de todas formas como padre de Jesús en toda regla. A través de él, Jesús realiza el cumplimiento de la historia de la alianza y de la salvación transcurrida entre Dios y el hombre. Para Mateo esta historia comienza con Abraham, para Lucas con el origen mismo de la humanidad, es decir con Adán.
El evangelista Mateo nos ayuda a comprender que la figura de José, aunque aparentemente marginal, discreta, en segunda línea, representa sin embargo una pieza fundamental en la historia de salvación. José vive su protagonismo sin querer nunca adueñarse de la escena. Si lo pensamos, «nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, […]. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños, con gestos cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos» (Cart. ap. Patris corde, 1). Así, todos pueden hallar en san José, el hombre que pasa inobservado, el hombre de la presencia cotidiana, de la presencia discreta y escondida, un intercesor, un apoyo y una guía en los momentos de dificultad. Él nos recuerda que todos aquellos que están aparentemente escondidos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. El mundo necesita a estos hombres y a estas mujeres: hombres y mujeres en segunda línea, pero que sostienen el desarrollo de nuestra vida, de cada uno de nosotros, y que, con la oración, con el ejemplo, con la enseñanza nos sostienen en el camino de la vida.
En el Evangelio de Lucas, José aparece como el custodio de Jesús y de María. Y por esto es también «el Custodio de la Iglesia: si ha sido el custodio de Jesús y de María, trabaja, ahora que está en los cielos, y sigue haciendo el custodio, en este caso de la Iglesia; porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se refleja la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia —por favor, no os olvidéis de esto: hoy, José protege la Iglesia— sigue amparando al Niño y a su madre» (ibid., 5). Este aspecto de la custodia de José es la gran respuesta al pasaje del Génesis. Cuando Dios le pide a Caín que rinda cuentas sobre la vida de Abel, él responde: «¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» (4,9). José, con su vida, parece querer decirnos que siempre estamos llamados a sentirnos custodios de nuestros hermanos, custodios de quien se nos ha puesto al lado, de quien el Señor nos encomienda a través de muchas circunstancias de la vida.
Una sociedad como la nuestra, que ha sido definida “líquida”, porque parece no tener consistencia. Yo corregiré a ese filósofo que acuñó esta definición y diré: más que líquida, gaseosa, una sociedad propiamente gaseosa. Esta sociedad líquida, gaseosa encuentra en la historia de José una indicación bien precisa sobre la importancia de los vínculos humanos. De hecho, el Evangelio nos cuenta la genealogía de Jesús, además de por una razón teológica, para recordar a cada uno de nosotros que nuestra vida está hecha de vínculos que nos preceden y nos acompañan. El Hijo de Dios, para venir al mundo, ha elegido la vía de los vínculos, la vía de la historia: no bajó al mundo mágicamente, no. Hizo el camino histórico que hacemos todos nosotros.
Queridos hermanos y hermanas, pienso en muchas personas a las que les cuesta encontrar vínculos significativos en su vida, y precisamente por esto cojean, se sienten solos, no tienen la fuerza y la valentía para ir adelante. Quisiera concluir con una oración que les ayude y nos ayude a todos nosotros a encontrar en san José un aliado, un amigo y un apoyo.
San José,
tú que has custodiado el vínculo con María y con Jesús,
ayúdanos a cuidar las relaciones en nuestra vida.
Que nadie experimente ese sentido de abandono
que viene de la soledad.
Que cada uno se reconcilie con la propia historia,
con quien le ha precedido,
y reconozca también en los errores cometidos
una forma a través de la cual la Providencia se ha hecho camino,
y el mal no ha tenido la última palabra.
Muéstrate amigo con quien tiene mayor dificultad,
y como apoyaste a María y Jesús en los momentos difíciles,
apóyanos también a nosotros en nuestro camino. Amén.
Tomado de:
https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20211124_udienza-generale.html
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Doctrina Social de la Iglesia - 17. El Trabajo IV
P. Ignacio Garro, jesuita †
4.2.4. LA PARTICIPACIÓN DEL TRABAJADOR EN LA EMPRESA
En primer lugar,
tenemos que preguntarnos qué es una Empresa[1]:
Es la unión organizada de los factores de la producción: capital y trabajo,
para producir bienes y servicios. En el capítulo 7º describiremos con más
detalle todo lo relacionado con la Empresa. De momento decimos lo
sintéticamente lo siguiente:
Tres son los
elementos esenciales para la constitución de una empresa:
- Los hombres que llevan la dirección, la organización y el trabajo.
- La organización, es decir, la disposición misma de los elementos que
componen la empresa.
- Los bienes económicos, como son los edificios, máquinas, materia prima,
capital, etc.
Las Empresas pueden
ser:
- Individual o familiar: el capital es aportado por una persona o una familia.
- Sociedad limitada: capital aportado por un número restringido de personas.
- Sociedad anónima: capital dividido en gran número de personas.
- Empresa cooperativa: concede prioridad al obrero - trabajador y el socio es el que aporta el capital.
- Empresa de cogestión: Modelo alemán que surge después de la Segunda Guerra Mundial. Obreros y Capital llevan la marcha de la Empresa. Es buscar la legitimidad y un equilibrio de poder en la dirección de la Empresa. Hay varios modelos de cogestión de Empresa.
- Empresa de autogestión: Modelo realizado en la antigua Yugoslavia. El capital es del Estado y la administración y producción es de los obreros.
- Empresa Pública: propiedad del Estado el cual la administra. Puede ser semioficial, si parte de su capital pertenece al Estado y parte a particulares y la dirección es ejercida por ambas partes.
Una vez que hemos descrito qué es una Empresa vamos a proponer cómo el obrero puede participar en la marcha de una Empresa. Este es un tercer nivel de exigencias éticas del trabajo, propio de sociedades más desarrolladas, donde los dos niveles anteriores: las condiciones físicas del trabajo y un buen salario, están suficientemente cubiertos. También en la reflexión doctrinal el derecho a la participación ha surgido muy tardíamente, sobre todo a partir de Juan XXIII en la encíclica "Mater et Magistra", nº 82, 103. También G. et S. nº 68. Posteriormente J. Pablo II ha hecho especial hincapié en este punto, como la clave para superar las deficiencias estructurales tanto del capitalismo liberal como del socialismo colectivista en "Laborem Exercens". Tanto un sistema como otro han sido incapaces de superar la alienación fundamental del hombre en el trabajo, al quedar éste sometido las exigencias duras del capital o a la despersonalización del colectivismo socialista. La participación del trabajador en la marcha de la Empresa, no sólo el área del trabajo en sí, sino también en la marcha de la economía de le Empresa, como es: reinversión, ampliación de capital, exportaciones, mejoras, racionalización del trabajo, automatización de las fases de producción, etc. Todo esto supone una movilización de lo más profundamente humano que hay en el trabajador: su inteligencia y creatividad puesta al servicio de la buena marcha de la Empresa. Lo que se pretende con esta participación del trabajador en la Empresa es que no se reduzca a desarrollar una tarea mecánica y repetitiva, sin que su opinión cuente a la hora de decidir qué planes concretos tiene la Empresa.
Son muchas las dificultades que se aducen en cualquier forma de participación. Citaremos solamente tres:
- Que el trabajador, habitualmente, no tiene elementos de juicio para
participar seriamente en los procesos complicados de tomas de decisión de la
Empresa. La verdad es que, normalmente, muchos de los trabajadores tienen más
conocimiento y elementos de juicio que lo que normalmente se cree, incluso más
conocimiento que aquellos a quienes la ley reconoce el derecho a esa
participación (como son los propietarios del capital). Y esto porque llevan
trabajando en la Empresa competentemente muchos años y saben muy de cerca su
exacto funcionamiento.
- Que la decisión en la marcha de la Empresa debe de ser unitaria si
quiere ser eficaz. Y esto es cierto. Pero el proceso a través del cual se
prepara la decisión, en cambio, debe enriquecerse con las aportaciones del
mayor número posible de los sectores que componen la Empresa y no sólo por la
sección Financiera y Administrativa.
- La más importante: se afirma, que al obrero no le interesa participar,
ni hacerse responsable de la marcha de la Empresa. También puede haber razón en
esto, y de hecho es el mayor obstáculo que tiene este principio de la
participación del obrero en la marcha de la Empresa. ¿Pero no merece la pena
afrontar este desafío fomentando e informando al obrero de los beneficios que le
otorga la participación en la Empresa?
4.2.5. EL SENTIDO PROFUNDO DEL TRABAJO HUMANO
Apoyándose en la
teología del primer capítulo del Génesis, el trabajo se presenta como un
mandato divino por el que el hombre se asocia a la misma actuación de Dios: "Creced y multiplicaos, llenad la
tierra y sometedla", Gen. l,28. Esta palabra: "sometedla",
es clave para entender el trabajo en la perspectiva de lo que espera Dios de la
criatura humana en cuanto a la perfección de la obra de la creación. El trabajo,
en el plan primero de Dios es "colaboración", con Dios, en la obra de
la creación; someter es dominar; dominar es perfeccionar, y esto es lo que ha
hecho el hombre en las diversas etapas de su existencia, (ver la historia de
las diversas culturas y civilizaciones que se han dado en la historia del
género humano). Y de hecho hoy día vemos cómo realmente la persona humana ha
colaborado tan eficazmente con Dios en la obra de la Creación. Toda esta obra
la realiza la persona humana desde su vocación más profunda: la de ser imagen y
semejanza de Dios, colaborando con Él en la obra de la Creación.
Esta teología recibe
un fuerte impulso a partir del Conc. Vat. II.
Sacr. Conc. nº 127. G. et S. nº 26. L.G. nº 41. Y como hemos explicado
anteriormente el trabajo bendecido por Dios como lo indica la encíclica "Laborem Exercens”.
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SOLEMNIDAD DE CRISTO REY - Tiempo Ordinario. Ciclo B.
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P. Adolfo Franco, jesuita.
Lectura del santo evangelio según san Juan (18, 33 - 37):
En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?»
Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?»
Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
Palabra del Señor.
Culmina el año litúrgico con la hermosa fiesta de Cristo Rey
El Año Litúrgico se cierra con esta gran fiesta: Jesucristo, Rey del Universo. Es una fiesta puesta al final del largo camino del año. Es el último domingo del año litúrgico. Y esto ya va indicando algo del sentido que tiene esta fiesta y que tiene este título de Jesús Rey del Universo. Y para orientarnos en la interpretación de este nombre tan especial de Jesús, la Iglesia nos pone como lectura para que meditemos, este párrafo del Evangelio de San Juan.
Jesús está a punto de ser condenado a muerte, está despojado de todo, abandonado por sus discípulos, y en estas circunstancias admite ser Rey. No podemos dejar de comparar esta situación con otra: la multiplicación de los panes; en ésta El está triunfante, está rodeado de sus discípulos, y de una multitud a la que El ha saciado con los panes y los peces que iban saliendo milagrosamente de sus manos. En ese momento el gentío quiere aclamarlo Rey, y Jesús, después de despedir a sus apóstoles, se aleja de la multitud, y se va sólo al monte a orar. Ahí, en el triunfo no acepta ser proclamado Rey; ahora en cambio, frente a Pilatos, completamente desprotegido y aparentemente derrotado, sí acepta ser el Rey y le dice al que lo juzga: Yo para eso he nacido y para dar testimonio de la verdad. Y ha añadido también que su reino no es de este mundo. Si hubiera aceptado ser proclamado rey en el triunfo de la multiplicación de los panes habría sido como “rey al estilo de este mundo”; en cambio al aceptar que es Rey, cuando está triturado, abandonado de todo esplendor, lleno de golpes, humillado, aparentemente fracasado, entonces sí es de verdad “Rey y no como rey de este mundo”.
O sea que el Señor nos invita a pensar en “otros términos”, sobrepasar los conceptos que tenemos de jefes, poderío, dominio; y que cuando pensemos en Jesús como Rey, pensemos de manera diferente. Por de pronto este nuestro Rey se proclama a sí mismo tal, cuando no tiene poder, ni tiene fuerza (aparentemente); está en contraste con el poderoso gobernador Pilatos. Entonces su forma de reinar no es dominar: la palabra rey ya tiene una característica diferente a la que tiene en nuestro lenguaje ordinario. Su forma de reinar es desde la libertad interior, esa libertad que proporciona la humildad; El nunca será Rey obligando, ni por decretos, ni por coacción; es un Rey que no tiene súbditos, sino amigos. En este sentido también puede decir que su reino no es de este mundo. Se trata de que lo asumamos voluntariamente como Rey.
Por otra parte, al decir que su reino no es de este mundo, quiere decir que no es un rey más dentro de la lista de personas que han sido reyes en la tierra. El trasciende todos los gobiernos y toda la historia de todos los pueblos: El es el culmen y la meta de toda la humanidad. El ha sido puesto por el Padre como culminación: el Alfa y la Omega, Principio y Fin. El modelo según el cual todo fue creado; y así se entiende esa palabra enigmática del Génesis, “la imagen y semejanza”; cuando Dios quiere crear al hombre, dice: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Cristo es la imagen según la cual el hombre ha sido creado. Eso en cuanto al origen del hombre, y por eso también se puede decir que Cristo es el Rey, porque todo depende de El.
Y lo mismo en cuanto al término del mismo hombre y del universo: Jesús es la culminación de la creación: todo apunta a El: es el punto final de la creación; todo aspira y tiende a Jesús, como la meta a la que está dirigida esta creación ascendente. Jesús así no sólo es la culminación del año litúrgico, es la culminación de la historia, de la cual el año litúrgico es una especie de imagen. Jesús es Rey, porque es el primogénito de toda criatura, todo fue creado por El y para El y todo en El subsiste. Por eso Cristo puede decirle a Pilatos: yo soy Rey, para eso he nacido.
Y añade además: he venido para dar testimonio de la verdad. Es otro aspecto de esta realeza de Cristo, que no es de este mundo. El Rey, que lo es por la verdad: la verdad es El; no es sólo que Cristo enseñe la verdad (que sí la enseña), sino que El es la verdad, y todo el que sigue la verdad, lo sigue a El. Este aspecto de la verdad es otra de las señales de su Reino, el que reina por la verdad y el que reina en todos los que están en la verdad. Esto ya nos atañe a nosotros, constatar si estamos en la verdad, o no estamos en la verdad. ¿Dónde hemos cimentado la vida? Si la hemos cimentado en firme cimiento, o sea en la verdad fundamental, estamos fundamentados en Cristo, y así lo aceptamos como nuestro Supremo, como nuestro Rey. El entonces reina por la verdad, y en donde hay un asomo de verdad, ahí está reinando Jesús, que es la verdad, donde toda verdad adquiere su veracidad: todo es verdadero en el sentido en que se oriente a Cristo.
Es una fiesta importante, importante para Jesús, e importante para nosotros. El es el Rey, y lo celebramos especialmente hoy; para nosotros es muy importante celebrarlo, porque nuestra vida vale en la medida que lo tenemos a El, como término de nuestras aspiraciones, y como modelo al cual apuntamos con todos nuestros esfuerzos: Jesús es nuestro Rey, vivamos en la verdad.
Textos claves del Nuevo Testamento - 33. "... prefirieron las tinieblas..."
P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
Jesús viene para aquellos que se sienten en humildad, pecadores: “No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos. Yo no he venido a llamar a los buenos, sino a los pecadores” (Mc 2,17). Se precisa la conversión del corazón porque el pecado se esconde en el interior de la persona: “Porque de dentro del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,21). Su persona da signos claros de liberar a los hombres de sus pecados y debilidades: “Al anochecer, presentaron a Jesús muchas personas que estaban poseídas por demonios. El, con una palabra, expulsó a los espíritus malignos y curó a todos los enfermos” (Mt 8,16).
Pero, conviene el subrayarlo, Jesús viene sobre todo a quitar “el pecado del mundo”: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Se trata de una ceguera persistente y obstinada: “La causa de esta condenación está en que, habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz” (Jn 3,19). Esta ceguera conlleva no sólo la incredulidad, sino también la indiferencia y hasta el odio hacia Cristo: “Si yo no hubiese venido o no les hubiera hablado tan claramente, no serían culpables, pero ahora ya no tienen disculpa por su pecado. El que me odia a mí, odia también a mi Padre” (Jn 15,22-23). Dentro de nosotros mismos podemos encontrar esta fuerza de pecado: “Yo no soy mas que un pobre hombre vendido como esclavo al pecado. Realmente, no acabo de entender lo que me pasa; quisiera hacer lo que me agrada, pero hago lo que detesto” (Rm 7,14-15).
Pero lo único que hace posible y real la superación del pecado del mundo que conduce a la aniquilación y a la muerte es la persona de Jesucristo: “Pero la Escritura presenta todas las cosas bajo el dominio del pecado, para que la promesa hecha a los creyentes se cumpla por medio de la fe en Jesucristo” (Gal 3,22); “A quien no conoció pecado, Dios le trató por nosotros como al propio pecado, para que, por medio de él, nosotros sintamos la fuerza salvadora de Dios” (2 Co 5,21).
Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.
Catequesis del Papa sobre San José: 1. «San José y el ambiente en el que vivió»
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El 8 de diciembre de 1870, el beato Pío IX proclamó a san José patrón de la Iglesia universal. Ahora, 150 años después de aquel acontecimiento, estamos viviendo un año especial dedicado a san José, y en la Carta Apostólica Patris corde he recogido algunas reflexiones sobre su figura. Nunca antes como hoy, en este tiempo marcado por una crisis global con diferentes componentes, puede servirnos de apoyo, consuelo y guía. Por eso he decidido dedicarle una serie de catequesis, que espero nos ayuden a dejarnos iluminar por su ejemplo y su testimonio. Durante algunas semanas hablaremos de san José.
En la Biblia hay más de diez personajes que llevan el nombre de José. El más importante de ellos es el hijo de Jacob y Raquel, que, a través de diversas peripecias, pasó de ser un esclavo a convertirse en la segunda persona más importante de Egipto después del faraón (cf. Gn 37-50). El nombre José en hebreo significa “que Dios acreciente. Que Dios haga crecer”. Es un deseo, una bendición fundada en la confianza en la providencia y referida especialmente a la fecundidad y al crecimiento de los hijos. De hecho, precisamente este nombre nos revela un aspecto esencial de la personalidad de José de Nazaret. Él es un hombre lleno de fe en su providencia: cree en la providencia de Dios, tiene fe en la providencia de Dios. Cada una de sus acciones, tal como se relata en el Evangelio, está dictada por la certeza de que Dios “hace crecer”, que Dios “aumenta”, que Dios “añade”, es decir, que Dios dispone la continuación de su plan de salvación. Y en esto, José de Nazaret se parece mucho a José de Egipto.
También las principales referencias geográficas que se refieren a José: Belén y Nazaret, asumen un papel importante en la comprensión de su figura.
En el Antiguo Testamento la ciudad de Belén se llama con el nombre de Beth Lehem, es decir, “Casa del pan”, o también Efratá, por la tribu que se asentó allí. En árabe, en cambio, el nombre significa “Casa de la carne”, probablemente por el gran número de rebaños de ovejas y cabras presentes en la zona. De hecho, no es casualidad que, cuando nació Jesús, los pastores fueran los primeros testigos del acontecimiento (cf. Lc 2,8-20). A la luz del relato de Jesús, estas alusiones al pan y a la carne remiten al misterio de la Eucaristía: Jesús es el pan vivo bajado del cielo (cf. Jn 6,51). Él mismo dirá de sí: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna» (Jn 6,54).
Belén se menciona varias veces en la Biblia, ya en el libro del Génesis. Belén también está vinculada a la historia de Rut y Noemí, contada en el pequeño pero maravilloso Libro de Rut. Rut dio a luz a un hijo llamado Obed, que a su vez dio a luz a Jesé, el padre del rey David. Y fue de la línea de David de donde provino José, el padre legal de Jesús. El profeta Miqueas predijo grandes cosas sobre Belén: «Mas tú, Belén-Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel» (Mi 5,1). El evangelista Mateo retomará esta profecía y la vinculará a la historia de Jesús como su evidente cumplimiento.
De hecho, el Hijo de Dios no eligió Jerusalén como lugar de su encarnación, sino Belén y Nazaret, dos pueblos periféricos, alejados del clamor de las noticias y del poder del tiempo. Sin embargo, Jerusalén era la ciudad amada por el Señor (cf. Is 62,1-12), la «ciudad santa» (Dn 3,28), elegida por Dios para habitarla (cf. Zac 3,2; Sal 132,13). Aquí, en efecto, habitaban los maestros de la Ley, los escribas y fariseos, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (cf. Lc 2,46; Mt 15,1; Mc 3,22; Jn 1,19; Mt 26,3).
Por eso la elección de Belén y Nazaret nos dice que la periferia y la marginalidad son predilectas de Dios. Jesús no nace en Jerusalén con toda la corte… no: nace en una periferia y pasó su vida, hasta los 30 años, en esa periferia, trabajando como carpintero, como José. Para Jesús, las periferias y las marginalidades son predilectas. No tomar en serio esta realidad equivale a no tomar en serio el Evangelio y la obra de Dios, que sigue manifestándose en las periferias geográficas y existenciales. El Señor actúa siempre a escondidas en las periferias, también en nuestra alma, en las periferias del alma, de los sentimientos, tal vez sentimientos de los que nos avergonzamos; pero el Señor está ahí para ayudarnos a ir adelante. El Señor continúa manifestándose en las periferias, tanto en las geográficas, como en las existenciales. En particular, Jesús va en busca de los pecadores, entra en sus casas, les habla, los llama a la conversión. Y también se le reprende por ello: “Pero mira a este Maestro —dicen los doctores de la ley— mira a este Maestro: come con los pecadores, se ensucia, va a buscar a aquellos que no han hecho el mal, pero lo han sufrido: los enfermos, los hambrientos, los pobres, los últimos. Siempre Jesús va hacia las periferias. Y esto nos debe dar mucha confianza, porque el Señor conoce las periferias de nuestro corazón, las periferias de nuestra alma, las periferias de nuestra sociedad, de nuestra ciudad, de nuestra familia, es decir, esa parte un poco oscura que no dejamos ver, tal vez por vergüenza.
Bajo este aspecto, la sociedad de aquella época no es muy diferente de la nuestra. También hoy hay un centro y una periferia. Y la Iglesia sabe que está llamada a anunciar la buena nueva a partir de las periferias. José, que es un carpintero de Nazaret y que confía en el plan de Dios para su joven prometida y para él mismo, recuerda a la Iglesia que debe fijar su mirada en lo que el mundo ignora deliberadamente. Hoy José nos enseña esto: “a no mirar tanto a las cosas que el mundo alaba, a mirar los ángulos, a mirar las sombras, a mirar las periferias, lo que el mundo no quiere”. Nos recuerda a cada uno de nosotros que debemos dar importancia a lo que otros descartan. En este sentido, es un verdadero maestro de lo esencial: nos recuerda que lo realmente valioso no llama nuestra atención, sino que requiere un paciente discernimiento para ser descubierto y valorado. Descubrir lo que vale. Pidámosle que interceda para que toda la Iglesia recupere esta mirada, esta capacidad de discernir y esta capacidad de evaluar lo esencial. Volvamos a empezar desde Belén, volvamos a empezar desde Nazaret.
Quisiera hoy enviar un mensaje a todos los hombres y mujeres que viven en las periferias geográficas más olvidadas del mundo o que viven situaciones de marginalidad existencial. Que puedan encontrar en san José el testigo y el protector al que mirar. A él podemos dirigirnos con esta oración, oración “hecha en casa”, pero que ha salido del corazón:
San José,
tú que siempre te has fiado de Dios,
y has tomado tus decisiones
guiado por su providencia,
enséñanos a no contar tanto en nuestros proyectos,
sino en su plan de amor.
Tú que vienes de las periferias,
ayúdanos a convertir nuestra mirada
y a preferir lo que el mundo descarta y pone en los márgenes.
Conforta a quien se siente solo
Y sostiene a quien se empeña en silencio
Por defender la vida y la dignidad humana. Amén.
Tomado de:
https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20211117_udienza-generale.html
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Domingo XXXIII Tiempo Ordinario. Ciclo B – "La venida del Hijo del hombre"
Lectura del santo evangelio según san Marcos (13, 24 - 32):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»
Palabra del Señor
La presencia de Jesús en nuestras vidas hace que la historia sea de verdad una historia de salvación
Estos discursos sobre el fin del mundo, que también los hay en el evangelio de San Mateo y de San Lucas, producen una cierta curiosidad que llega a la fascinación: parecería que quieren describir el espectáculo de la catástrofe cósmica. Algo parecido ocurre con el Apocalipsis. Y en todos los casos, eso de la catástrofe cósmica es sencillamente una mala interpretación de los textos sagrados, por fijarnos más en los símbolos que en el mensaje.
¿Y cuál es el mensaje de estos textos, y en particular en el de San Marcos que hoy leemos? Este párrafo del Evangelio de San Marcos pretende darnos una lección sobre el sentido de la historia humana: la Historia Humana es una Historia de Salvación. Y ésta es la única perspectiva apropiada para interpretar la historia de los pueblos y nuestra propia historia.
Lo mismo que el origen del mundo hay que interpretarlo correctamente desde la lección que nos da el Génesis, así el final del mundo hay que interpretarlo desde esta lección contenida en el discurso que nos narra San Marcos. En el comienzo del mundo está la Presencia de Dios, que se cernía sobre las aguas, y enseguida se escucha su voz creadora. Es el verdadero sentido del origen del mundo. La Biblia narra todo esto a través de los siete días de la creación. Pero los hechos científicos que ocurren cuando Dios da el impulso creador son: el big bang y la evolución consiguiente. Pero estos hechos científicos innegables son sólo los acontecimientos: pero su sentido profundo son las palabras del Génesis: que Dios existía desde siempre y que se decidió a crear con sólo su poder.
Lo mismo pasa con el fin del mundo: la catástrofe cósmica (que puede ser sólo un símbolo) es el hecho: la venida del Hijo del Hombre es su sentido. Es la glorificación final del Hijo, y el Juicio final de los Hombres y de las Naciones.
Así la historia del mundo es una historia de amor de Dios con el mundo, que empieza con la Creación y termina en la Glorificación de Jesús. Y toda la suma de hechos y acontecimientos entre estos dos extremos, son pasos dados en esta dirección. Y así adquieren su verdadera significación. Los hechos de la historia humana, desde los primeros hasta los últimos son como las cuentas de un rosario, que deben estar unidos para que sean un rosario, si no, serían simples cuentas dispersas. La presencia de Dios en estos hechos de nuestra historia, desde el principio hasta el fin, es lo que da sentido a esa historia La historia es la marcha de la humanidad desde la creación hasta esa manifestación gloriosa de Jesucristo, donde todo será juzgado por Dios. Y allí todos seremos convocados: todo lo que pasó en el mundo tendrá su juicio.
Muchas veces pensamos la historia humana, como si fuera cosa sólo de los hombres; y es una forma de verla, pero es una forma incompleta. La vemos como una suma de sucesos, de guerras, de países, de construcciones, de civilizaciones que surgen y desaparecen. Y como resultado de todo ello, y como huellas de todo lo que ha pasado, las ruinas, las obras de arte, los monumentos del pasado. Y frecuentemente sólo entendemos así la Historia como un relato de hechos humanos. Y este párrafo del Evangelio que estamos meditando nos ilumina para que entendamos esta Historia como un camino, que se desarrolla por todas las etapas que se han vivido, por las que se viven en la actualidad y por las que se vivirán en el futuro; un camino que tiene a Dios como su principio y tiene a Dios como su término.
No sólo la Historia de la humanidad tiene ese sentido; también la nuestra, la de cada uno: es una suma de acontecimientos que tienen a Dios en su comienzo y a Dios también en su término.
Vista así la historia (la de la humanidad en general y la nuestra en particular), nos da un mensaje: hay que estar preparados y confiar. Dos mensajes: la preparación y la esperanza. Hay que estar preparados, y hay que saber dirigirse hacia ese acontecimiento final, con la alegría del encuentro con Dios. La preparación, con una vida recta y pura a la que Cristo nos impulsa, debe ser permanente, porque no sabemos el día ni la hora. Esa incertidumbre del momento, nos incita a estar preparados siempre. No podemos ser descuidados, porque el hecho final (especialmente el personal), puede darse cuando menos lo pensemos. Jesús lo que quiere es que estemos todos los días, cada día, como nos gustaría que nos encontrara el momento final.
Y además de esta actitud de preparación, nos abre a la esperanza. Tener en el corazón una firme convicción, nacida de la certeza de lo que va a venir. Es verdad, que yo no sé cuándo va a ocurrir, pero si sé cierto lo que va a ocurrir. Ese juicio final, esa glorificación del Hijo del Hombre, esa convocatoria al juicio, hecha para todos los hombres, eso es algo real, y hacia lo que se encamina mi vida. Cuando se tiene ante la vista cuál es el fin hacia el cual caminamos, sabremos caminar mejor. La esperanza nos mantiene alerta y nos ayuda a saber por dónde caminar, para llegar adecuadamente al punto de la cita con Dios.
Esto por otra parte es lo más real de la vida, del fin y de la historia. No tener presente esta perspectiva es perdernos en los detalles, que por importantes que nos parezcan, en comparación de esta visión, no serían más que pequeños detalles.
Textos claves del Nuevo Testamento - 32. "Una paz..."
P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita.
Designa esta palabra el estado de armonía del hombre consigo mismo, con los demás, con la propia naturaleza circundante y también con Dios. Y esta paz con Dios es sobre todo iniciativa divina: “Paz a los hombres que Dios ama” (Lc 2,14). Por ello, esta paz cuando es aceptada, entraña una reconciliación integral: “Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en él la plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, creando paz por medio de su sangre derramada en la cruz” (Col 1,19-20); “Hemos, pues, alcanzado la salvación por medio de la fe, y nuestro Señor Jesucristo nos ha puesto en paz con Dios” (Rm 5,1); “Os dejo la paz, mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar” (Jn 14,27).
Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.
Catequesis del Papa sobre la Carta a los Gálatas: 15, «No nos dejemos vencer por el cansancio»
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos llegado al final de las catequesis sobre la Carta a los Gálatas. ¡Sobre cuántos otros contenidos, presentes en este escrito de san Pablo, se habría podido reflexionar! La Palabra de Dios es una fuente inagotable. Y el Apóstol en esta Carta nos ha hablado como evangelizador, como teólogo y como pastor.
El santo obispo Ignacio de Antioquía tiene una bonita expresión, cuando escribe: «No hay, pues, más que un solo maestro, aquél que “ha hablado y todo ha sido hecho” y las cosas que ha hecho en el silencio son dignas de su Padre. Aquél que posee en verdad la palabra de Jesús puede entender también su silencio» (Ad Ephesios, 15,1-2). Podemos decir que el apóstol Pablo ha sido capaz de dar voz a este silencio de Dios. Sus intuiciones más originales nos ayudan a descubrir la impactante novedad encerrada en la revelación de Jesucristo. Ha sido un verdadero teólogo, que ha contemplado el misterio de Cristo y lo ha transmitido con su inteligencia creativa. Y también fue capaz de ejercer su misión pastoral hacia una comunidad perdida y confundida. Lo hizo con métodos diferentes: una veces con la ironía, otras con el rigor, o con la mansedumbre… Reclamó su propia autoridad de apóstol, pero al mismo tiempo no escondió la debilidad de su carácter. La fuerza del Espíritu escavó realmente en su corazón: el encuentro con Cristo Resucitado conquistó y transformó toda su vida, y la dedicó íntegramente al servicio del Evangelio.
Pablo nunca pensó en un cristianismo de rasgos irénicos, desprovisto de empuje y de energía, al contrario. Defendió la libertad traída por Cristo con una pasión que todavía hoy conmueve, sobre todo si pensamos en los sufrimientos y la soledad que tuvo que sufrir. Estaba convencido de haber recibido una llamada a la que solo él podía responder; y quiso explicar a los gálatas que también ellos estaban llamados a esa libertad, que les liberaba de toda forma de esclavitud, porque les hacía herederos de la promesa antigua y, en Cristo, hijos de Dios. Y consciente de los riesgos que esta concepción de la libertad traía, nunca minimizó las consecuencias. Él era consciente de los riesgos que conlleva la libertad cristiana, pero no minimizó las consecuencias. Reiteró a los creyentes con parresia, es decir con valentía, que la libertad no equivale en absoluto a libertinaje, ni conduce a formas de presuntuosa autosuficiencia. Al contrario, Pablo puso la libertad a la sombra del amor y estableció su coherente ejercicio en el servicio de la caridad. Toda esta visión fue puesta en el horizonte de la vida según el Espíritu Santo, que lleva a cumplimiento la Ley donada por Dios a Israel e impide recaer bajo la esclavitud del pecado. La tentación es siempre la de volver atrás. Una definición de los cristianos, que está en la Escritura, dice que nosotros cristianos no somos gente que va hacia atrás, que vuelve atrás. Una bonita definición. Y la tentación es esta de ir atrás para estar más seguros; volver solamente a la Ley, descuidando la vida nueva del Espíritu. Esto es lo que Pablo nos enseña: la verdadera Ley tiene su plenitud en esta vida del Espíritu que Jesús nos ha dado. Y esta vida del Espíritu puede ser vivida solamente en la libertad, la libertad cristiana. Y esta es una de las cosas más bellas.
Al finalizar este itinerario de catequesis, me parece que puede nacer en nosotros una doble actitud. Por un lado, la enseñanza del Apóstol genera en nosotros entusiasmo; nos sentimos impulsados a seguir en seguida el camino de la libertad, a “caminar según el Espíritu”. Caminar siempre según el Espíritu: nos hace libres. Por otro lado, somos conscientes de nuestros límites, porque tocamos con la mano cada día lo difícil que es ser dóciles al Espíritu, apoyar su acción benéfica. Entonces puede surgir el cansancio que frena el entusiasmo. Nos sentimos desanimados, débiles, a veces marginados respecto al estilo de vida según la mentalidad mundana. San Agustín nos sugiere cómo reaccionar en esta situación, refiriéndose al episodio evangélico de la tormenta en el lago. Dice así: «La fe en Cristo en tu corazón es como Cristo presente en la nave. Escuchas insultos, te fatigas, te turbas: Cristo está dormido. ¡Despierta a Cristo, despierta tu fe! Algo puedes hacer, al menos cuando estés turbado: ¡despierta tu fe! Despierte Cristo y te diga… Despierta, pues, a Cristo… Cree lo dicho y se producirá en tu corazón una gran bonanza» (Sermones 163/B 6). En los momentos de dificultad estamos —dice san Agustín aquí— como en la barca en el momento de la tormenta. ¿Y qué hicieron los apóstoles? Despertaron a Cristo que durante la tormenta; pero Él estaba presente. Lo único que podemos hacer en los malos momentos es “despertar” a Cristo que está dentro de nosotros, pero “duerme” como en la barca. Es precisamente así. Debemos despertar a Cristo en nuestro corazón y solo entonces podremos contemplar las cosas con su mirada, porque Él ve más allá de la tormenta. A través de esa mirada serena, podemos ver un panorama que, solos, ni siquiera es concebible vislumbrar.
En este camino exigente pero fascinante, el Apóstol nos recuerda que no podemos permitirnos ningún cansancio en el hacer el bien. No os canséis de hacer el bien. Debemos confiar que el Espíritu siempre viene a ayudar en nuestra debilidad y nos concede el apoyo que necesitamos. ¡Por tanto, aprendamos a invocar más a menudo al Espíritu Santo! Alguno puede decir: “¿Y cómo se invoca al Espíritu Santo? Porque yo sé rezar al Padre, con el Padre Nuestro; sé rezar a la Virgen con el Ave María; sé rezar a Jesús con la Oración de las Llagas, ¿pero al Espíritu? ¿Cuál es la oración del Espíritu Santo?”. La oración al Espíritu Santo es espontánea: debe nacer de tu corazón. Tú debes decir en los momentos de dificultad: “Espíritu Santo, ven”. La palabra clave es esta: “ven”. Pero tienes que decirlo tú con tu lenguaje, con tus palabras. Ven, porque estoy en dificultad, ven porque estoy en la oscuridad, en la penumbra; ven porque no sé qué hacer; ven porque voy a caer. Ven. Ven. Es la palabra del Espíritu para llamar al Espíritu Santo. Aprendamos a invocar más a menudo al Espíritu Santo. Podemos hacerlo con palabras sencillas, en los diferentes momentos del día. Y podemos llevar con nosotros, quizá dentro de nuestro Evangelio de bolsillo, la bonita oración que la Iglesia recita en Pentecostés: «Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido. Luz que penetras las almas, fuente del mayor consuelo…». Ven. Y así prosigue, es una oración bellísima. El núcleo de la oración es “ven”, así la Virgen y los apóstoles rezaban después de que Jesús subió al Cielo; estaban solos en el Cenáculo e invocaban al Espíritu. Nos hará bien rezar a menudo: Ven, Espíritu Santo. Y con la presencia del Espíritu nosotros salvaguardamos la libertad. Seremos libres, cristianos libres, no apegados al pasado en el sentido negativo de la palabra, no encadenados a prácticas, sino libres de libertad cristiana, la que nos hace madurar. Esta oración nos ayudará a caminar en el Espíritu, en la libertad y en la alegría, porque cuando viene el Espíritu Santo viene la alegría, la verdadera alegría. El Señor os bendiga.
Tomado de:
https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20211110_udienza-generale.html
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