Adiós querido P. José Ramón Martínez Galdeano SJ


P. José Ramón Martínez Galdeano SJ en la Casa del Padre
Director fundador del blog Formación Pastoral para Laicos


"No se turbe su corazón. Creen en Dios: crean también en mí.
En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, se lo habría dicho: porque voy a prepararles un lugar.
Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los tomaré conmigo, para que donde esté yo estén también ustedes."
Jn 14, 1-3


29 de mayo del 2021, a los 92 años partió, de manera inesperada para nosotros, al encuentro del Señor, a la casa del Padre, luego de una intensa vida dedicada al servicio de la Iglesia desde su ministerio sacerdotal, con una intensa labor pastoral y de formación y, en los últimos años acompañando a toda la Iglesia a través de la oración. 
Fueron 59 años de sacerdote y 75 años en la Compañía de Jesús, con estudios en letras, filosofía, teología, economía y física, formador de seminaristas en el Seminario Mayor Arquidiocesano San Carlos y San Marcelo de Trujillo en Perú, y en la Parroquia de San Pedro en Lima permanente e incansable formador, confesor, director de ejercicios espirituales, asesor espiritual de grupos parroquiales y laicos, acompañamiento espiritual en el Penal San Jorge, director fundador del Blog Formación Pastoral para Laicos, entre otras labores pastorales, además de sus muy elaboradas homilías que buscaban brindar una catequesis a quienes las escuchaban y que ahora puedan leerlas en este Blog.
Quienes hemos tenido el regalo de Dios de conocerlo y trabajar muy cercanamente a él, somos testigos de su permanente testimonio cristiano, su incansable amor y celo evangélico, siempre buscando nuevas formas de llevar el mensaje de nuestro Señor Jesucristo, siendo este Blog una de sus iniciativas en ese sentido.
No encontramos palabras para expresar nuestro agradecimiento a nuestro querido P. José Ramón por invitarnos a recorrer con él el camino pastoral y por animarnos a mantener el ritmo de la perseverancia al servicio del Señor para la mayor gloria de Dios.
Agradecemos a Dios por la vida del P. José Ramón Martínez Galdeano SJ, seguiremos unidos por la oración, pidiendo por su eterno descanso en la casa del Padre y seguros de su acompañamiento, ahora más cercano que antes.
 
William Gallardo Guevara
Equipo Editor



Nota informativa de la Compañía de Jesús - Perú:

LA SANTISIMA TRINIDAD. Ciclo B


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P. Adolfo Franco, jesuita.

Evangelio según san Mateo (28, 16 - 20)

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Palabra del Señor


Jesús nos descubrió en sus mensajes el misterio insondable de la Santísima Trinidad

Como continuando la contemplación admirada de los misterios de nuestra fe, y con el deseo de seguir en el clima de alegría de Pascua, la liturgia de la Iglesia nos trae este domingo la celebración de la Santísima Trinidad.

La revelación de la Santísima Trinidad es la plenitud de la manifestación de Dios. La revelación de Dios ya comienza cuando abrimos las primeras páginas de la Sagrada Escritura, y ella nos habla majestuosamente de Dios haciendo cada una de las obras de la creación, pero esa revelación llega a su culminación con esta magnífica e insondable manifestación: Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo. Todo un conjunto de textos del Nuevo Testamento contiene esta afirmación y nos introducen en lo más íntimo de Dios. 

Nosotros, que necesitamos de las palabras y de los conceptos en ellas encerrados, queremos acercarnos a la verdad, como quien se acerca al sol; y la Verdad más elevada es una luz tan fuerte que tenemos que cerrar los ojos, pues nos deslumbra; y es que esa verdad esencial es tan deslumbrante que se nos queda oculta detrás de esa afirmación: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y la teología, en su intento de comprender la realidad de Dios, tampoco llega muy lejos. Decimos que Dios es una esencia única e indivisible, y que es a la vez tres Personas. Pero no podemos entender cómo una misma esencia es participada por igual por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y se nos ocurre pensar en un ser humano que fuera a la vez tres personas, y eso nos parece una afirmación disparatada. Además, decimos que el Padre engendra al Hijo, pero el Hijo no es posterior al Padre, sino tan eterno como El. Y hay un padre que engendra, sin una madre. Y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, y el Hijo no es como una esposa, que con su esposo hacen aparecer un nuevo ser. La Teología busca, profundiza, pero no llega al conocimiento que buscaba.

Qué pobres nos resultan nuestras palabras. Parecen instrumentos torpes, inservibles cuando con ellas queremos acceder al conocimiento del Ser Fundamental. Nuestras palabras son tan ciegas. Pero por la fe intuimos que detrás de la frontera de esas palabras se abre el Abismo de lo más elevado y de lo más sublime. Las palabras persona, esencia, padre, hijo, espíritu, y todas las otras con que nos acercamos a la Maravillosa y Luminosa Revelación, nos gritan que saltemos por encima de lo inteligible. Así nos damos cuenta que debemos descalzarnos (como Moisés ante la zarza ardiendo), debemos acercarnos desnudos de conceptos, y dándole al corazón el puesto de la inteligencia, o más bien hacer que el corazón, con su capacidad intuitiva, dirija a la inteligencia en esta nueva forma de conocer.

Sabemos, y tenemos certeza por la Revelación de que esas palabras tan torpes nos colocan cara a cara frente a esta realidad. Y así colocados, entonces el corazón abre nuevas rutas; y así detrás de esas palabras aparece el abismo inacabable, sin fronteras, de todo lo que es Realidad y Belleza, y Verdad. Y así nos embarcamos en la aventura de la fe, que se deja llevar, que se atreve a sintonizar con lo totalmente nuevo y diferente. El corazón puede palpitar al unísono con esta realidad envolvente y gozosa, de la cual las palabras sólo son gemidos sin articular, como los sonidos sin articular de un infante.

Realidad sublime y maravillosa. Trinidad de Dios deslumbradora y bella. Y qué bueno es encontrar que nuestro entendimiento humano no queda aprisionado en su aventura del conocer por el horizonte pequeño de nuestras palabras y de nuestros razonamientos. La Verdad en su plenitud nos pone al descubierto como indigentes, nos enseña que nuestras palabras resultan completamente torpes, para conducirnos. Pero que nos sirven de punto de partida para dar un salto al conocimiento que excede todo entendimiento. Teníamos nuestras palabras, nuestras razones, nuestra lógica, y quedamos desnudos, sin palabras, sin razones, sin lógica, cuando la Realidad más plena se nos presenta y Dios cariñosamente nos dice cómo es El. Y la mejor manera de celebrar el misterio es quedarnos atónitos, asombrados y con el corazón abierto de par en par, para recibir la Luminosidad del Dios Uno y Trino, y gozar con aquello que no alcanzamos ni a sospechar. 



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Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
...



Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.


PENTECOSTÉS

 



Ven, espíritu de Dios

Espíritu de sabiduría: ven, espíritu de Dios

Ayúdanos a construir la paz, ven, espíritu de Dios.

Sé la fuerza para caminar cada día: ven, espíritu de Dios

Consuélanos en los días malos: ven, espíritu de Dios.

Sé el maestro que nos enseñe la bondad: ven, espíritu de Dios.

Pon en nuestro interior una semilla de alegría: ven, espíritu de Dios.

Tú, que traes la risa, el buen humor y los juegos compartidos: ven, espíritu de Dios.



Luz

No nos llamas

a iluminar las sombras

con frágiles velas

protegidas de los vientos

con la palma de la mano,

ni a ser puros espejos

que reflejan luces ajenas,

cotizadas estrellas

dependientes de otros soles,

que como amos de la noche

hacen brillar las superficies

con reflejos pasajeros

a su antojo.


Tú nos ofreces

ser luz desde dentro, (Mt 5, 14)

cuerpos encendidos

con tu fuego inextinguible

en la médula del hueso, (Jr 20, 9)

zarzas ardientes

en las soledades del desierto

que buscan el futuro, (Ex 3,2)

rescoldo de hogar

que congrega a los amigos

compartiendo pan y peces, (Jn 21, 9)

o relámpago profético

que raje la noche

tan dueña de la muerte.


Tú nos ofreces

ser luz del pueblo, (Is 42, 6)

hogueras de Pentecostés

en la persistente combustión

de nuestros días

encendidos por tu Espíritu,

ser lumbre en ti,

que eres la luz,

fundido inseparablemente

nuestro fuego con tu fuego. .


(Benjamn G. Buelta, SJ)

Homilías: Solemnidad de Pentecostés - Ven, Espíritu Santo (B)

 

 
AQUÍ acceda a la homilía de nuestro Director

P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita.






PENTECOSTÉS, Fiesta del Espíritu Santo. Ciclo B


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P. Adolfo Franco, jesuita.

Lectura del santo evangelio según san Juan (20, 19-23)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabra del Señor


Jesús nos envía al Espíritu Santo para que nos guíe a la verdad plena.

El día de Pentecostés (al final de las siete semanas de pascua) la misma Pascua de Cristo llega a su culminación con la efusión del Espíritu Santo, que se manifiesta, se da y se comunica. Por eso es conveniente meditar en la íntima relación que hay entre la vida y la obra de Jesús y el Espíritu Santo. Es claro que esto brota de la misma relación esencial que hay entre Jesús y el Espíritu Santo, como dos personas de la misma Santísima Trinidad.

La relación entre la vida de Jesús y el Espíritu Santo está muy marcada en la revelación. El Espíritu se hace presente en los momentos centrales de la vida de Jesús. Y empezando por la concepción: es el Espíritu Santo el que vendrá sobre María, para que comience la Encarnación del Hijo de Dios. La existencia de Jesús en su origen humano es obra del Espíritu en el seno de María virgen. En otro momento importante, en los cuarenta días en que Jesús está en el desierto, es el Espíritu el que lo lleva al desierto. En el Bautismo del Señor, el Espíritu en forma de paloma se posa sobre El. Empieza a predicar por la acción del Espíritu Santo. En algún momento se dice que Jesús oró lleno de gozo por la acción del Espíritu Santo. Y en la Ultima Cena Jesús continuamente les habla a sus apóstoles que les enviará el Espíritu Santo y de la acción importante del Espíritu en ellos cuando empiecen a actuar. Parecería entonces que el Espíritu Santo es como una sombra que acompaña continuamente al Señor en todo lo que vive y en todo lo que hace. Esta es, en resumen, la participación del Espíritu Santo en la vida 

También es fundamental la actuación del Espíritu Santo en la obra de Jesús, la Iglesia. Con razón se ha dicho que si Cristo es Cabeza de la Iglesia, el Espíritu es el Alma de esa Iglesia. Desde el mismo comienzo el Espíritu Santo actúa cuando los apóstoles se reúnen para elegir al sucesor de Judas Iscariote, para completar el número de los doce. El Espíritu Santo es el que guiará la elección. Cuando Jesús se va al cielo, el Espíritu se hace presente más y más en la tarea de la Iglesia naciente. Y especialmente el día de Pentecostés (que hoy conmemoramos), en que ocurre esta invasión poderosa del Espíritu sobre los apóstoles; y no será ésta la única ocasión de su irrupción. Se cuenta en los Hechos de los Apóstoles varias de estas manifestaciones del Espíritu en los momentos de evangelización de Pedro y Pablo. En alguna ocasión se narra que el Espíritu Santo bajó sobre un grupo de paganos y naturalmente enseguida fueron bautizados. Cuando haya que dirimir el asunto tan delicado en la primitiva Iglesia, de si hay que circuncidar a los paganos para que se hagan cristianos, es el Espíritu Santo el que iluminará a los apóstoles para que tomen la decisión correcta. Y no solamente actúa el Espíritu Santo en la Iglesia durante la vida de los apóstoles.

En toda la historia posterior de la Iglesia está presente el Espíritu; por ejemplo, cuando en los Concilios la Iglesia tenga que definir más y más su doctrina. Es el Espíritu el que guía a la Iglesia en tantas bifurcaciones doctrinales como se le presentaron, para que escogiera siempre el camino correcto; precisamente ése, dejando los otros. Y esto ocurrió tantas veces. Así el Espíritu Santo fue el garante de la verdadera fe.

Y más todavía: la Iglesia institución divina, y humana a la vez, tendrá momentos en que necesite una revitalización, y a veces una reforma. Será el Espíritu el que en esos momentos haga surgir en la Iglesia tantos ejemplos de cristianos, para revivir el ideal de Cristo en su entera pureza: así nacerá la Vida Religiosa en la Iglesia, las diversas Congregaciones: los monjes, los franciscanos, dominicos, jesuitas. Etc. etc. Y cada uno en su momento, en el momento necesario; todos son manifestaciones del Espíritu Santo, especialmente en sus fundadores y para el bien de la Iglesia.

Todo esto es prueba de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Pero también vive el Espíritu Santo en cada uno de nosotros, inspirando toda obra buena. Cuando oramos es el Espíritu quien ora desde nuestro interior, cuando anhelamos servir, cuando sentimos el deseo de ayudar. Todos esos movimientos interiores que producen obras buenas, son movimientos del Espíritu Santo en nosotros. El nos guía y nos conduce para que vivamos el Evangelio, para que vivamos como hijos de Dios, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo.

Así hoy celebramos al Espíritu Santo que estuvo presente en cada uno de los momentos de la vida de Jesús, que está presente en la vida de la Iglesia y está presente en lo íntimo de nuestros corazones. Por eso oramos: “VEN, ESPIRITU SANTO”.



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Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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Teología fundamental. 39. El Credo. El Protestantismo


P. Ignacio Garro, jesuita †

5. EL CREDO

Continuación


5.19. EL PROTESTANTISMO 

En el término protestantismo se engloban una serie de sectas, que tuvieron su punto de partida con Martín Lutero de Alemania en 1517. Comenzó Lutero por negar las indulgencias, luego la autoridad del Papa, y por último terminó cayendo en toda clase de errores. 

Lutero asentó dos errores fundamentales, origen de muchos otros: 

a) El libre examen, o derecho de interpretar cada cual a su antojo la Escritura. 

b) La inutilidad de las buenas obras, afirmando que sólo la fe salva y llegando a decir: "peca cuanto quieras, con tal de que creas". 


Siguieron estos principios y protestaron también contra la autoridad de la Iglesia: en Suiza, Zuinglio y un poco más tarde Calvino; y en Inglaterra, Enrique VIII. Por eso se llamaron protestantes. 

Las principales causas por las cuales se propagó el protestantismo son: 

a) El apoyo que encontró en ciertos soberanos temporales, a quienes supo halagar Lutero, sometiendo la Religión a su dominio, prometiéndoles la usurpación de los bienes temporales que las comunidades religiosas tenían en sus territorios. 

b) La ignorancia religiosa muy general en esa época, que fue causa de que el pueblo se dejara engañar. 

c) El Protestantismo favorece las pasiones humanas; por ejemplo, enseñando la inutilidad de las obras, negando el infierno, combatiendo la confesión, permitiendo el divorcio, etc. 

El protestantismo no es la Iglesia de Jesucristo, porque no tiene las notas de la verdadera Iglesia, y por los graves errores y contradicciones que encierra. 

No tiene las notas de la verdadera Iglesia:


1°. No es uno: 

a) Ni el dogma, porque está formado por multitud de sectas, que profesan distintas doctrinas. Ni puede tener unidad, pues en virtud del libre examen cada cual puede creer lo que le parezca. 

b) Ni en el gobierno, pues sus sectas son independientes unas de otras, y no reconocen un jefe supremo. 

c) Ni el culto, pues no están de acuerdo ni siquiera respecto al número de sacramentos, y casi todas rechazan la Eucaristía y el Sacerdocio. 

Sólo en los Estados Unidos hay más de quinientas sectas con credos diversos; y otro tanto pudiera decirse del resto del mundo. Y cuando se han reunido en congresos para ponerse de acuerdo siquiera en algunos dogmas fundamentales no han logrado conseguirlo. En realidad, puede decirse que las sectas protestantes no tienen de común sino al nombre. 

Muchos protestantes han llegado hoy día hasta negar la divinidad de Cristo, y marchan rápidamente hacia el racionalismo y la incredulidad. 


2°. No es Santo: 

a) Ni sus fundadores, que tuvieron gravísimas faltas morales. 

b) Ni en su doctrina, porque si el principio del libre examen, destruye la unidad, el principio de la inutilidad de la buenas obras destruye de raíz la santidad. 

c) Ni en sus miembros, pues no se da entre ellos los milagros el heroísmo de la santidad. 


El protestantismo tiene también el gravísimo error de negar la libertad humana, con lo que desaparecen las nociones fundamentales de responsabilidad y de mérito.

Además rechaza los más poderosos medios de santidad que tiene la Iglesia, como la confesión, la Eucaristía, el ayuno, la devoción a María Santísima y a los santos, las sagradas imágenes, el celibato eclesiástico y el estado religioso. 


3°. No es católico o universal: 

a) No puede ser católico porque no tiene unidad. En efecto, sus diversas sectas se excluyen mutuamente, y donde está una no pueden estar las demás; por eso ninguna puede ser universal. 

b) De hecho, muchas sectas permanecen inseparablemente relacionadas con el país que las vio nacer. Así el luteranismo es propio de Alemania, el anglicanismo de Inglaterra, el calvinismo de Suiza, etc. 

En realidad ninguna secta protestante, ni siquiera todas ellas reunidas tienen la expansión suficiente para llamarse religión universal o católica.


4°. No es apostólico porque sus jefes no son los sucesores de Pedro y los Apóstoles, sino que se alejaron por completo de ellos. 

El actual Romano Pontífice como todos los anteriores es el sucesor directo de San Pedro; entre los dos no ha habido interrupción, como tampoco la ha habido entre los Apóstoles y sus sucesores, los Obispos. Por el contrario ni Lutero, ni Calvino, ni Enrique VIII son los sucesores de los Apóstoles. Con excepción de la secta Anglicana, los protestantes han rechazado rotundamente el sacramento del orden, y es probable que los Anglicanos hayan perdido de hecho la realidad del Orden como sacramento: ver la carta Apostolicae Curae, de S.S. León XIII, 13-IX-1896; Dz. 1963-1966.



 Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, S.J. quien nos brindó toda su colaboración. Seguiremos publicando los materiales que nos compartió para dicho fin.


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Catequesis del Papa sobre la Oración: 34, «Distracciones, sequedad, acedia»


 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Patio de San Dámaso
Miércoles, 19 de mayo de 2021

[Multimedia]


 


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Siguiendo las líneas del Catecismo, en esta catequesis nos referimos a la experiencia vivida de la oración, tratando de mostrar algunas dificultades muy comunes, que deben ser identificadas y superadas.  Rezar no es fácil: hay muchas dificultades que vienen en la oración. Es necesario conocerlas, identificarlas y superarlas.

El primer problema que se presenta a quien reza es la distracción (cfr. CIC2729). Tú empiezas a rezar y después la mente da vueltas, da vueltas por todo el mundo; tu corazón está ahí, la mente está ahí… la distracción de la oración. La oración convive a menudo con la distracción. De hecho, a la mente humana le cuesta detenerse durante mucho tiempo en un solo pensamiento. Todos experimentamos este continuo remolino de imágenes y de ilusiones en perenne movimiento, que nos acompaña incluso durante el sueño. Y todos sabemos que no es bueno dar seguimiento a esta inclinación desordenada.

La lucha por conquistar y mantener la concentración no se refiere solo a la oración. Si no se alcanza un grado de concentración suficiente no se puede estudiar con provecho y tampoco se puede trabajar bien. Los atletas saben que las competiciones no se ganan solo con el entrenamiento físico sino también con la disciplina mental: sobre todo con la capacidad de estar concentrados y de mantener despierta la atención.

Las distracciones no son culpables, pero deben ser combatidas. En el patrimonio de nuestra fe hay una virtud que a menudo se olvida, pero que está muy presente en el Evangelio. Se llama “vigilancia”. Y Jesús lo dice mucho: “Vigilad. Rezad”. El Catecismo la cita explícitamente en su instrucción sobre la oración (cfr. n. 2730). A menudo Jesús recuerda a los discípulos el deber de una vida sobria, guiada por el pensamiento de que antes o después Él volverá, como un novio de la boda o un amo de un viaje. Pero no conociendo el día y ni la hora de su regreso, todos los minutos de nuestra vida son preciosos y no se deben perder con distracciones. En un instante que no conocemos resonará la voz de nuestro Señor: en ese día, bienaventurados los siervos que Él encuentre laboriosos, aún concentrados en lo que realmente importa. No se han dispersado siguiendo todas las atracciones que les venían a la mente, sino que han tratado de caminar por el camino correcto, haciendo el bien y haciendo el proprio trabajo. Esta es la distracción: que la imaginación da vueltas, vueltas, vueltas… Santa Teresa llamaba a esta imaginación que da vueltas, vueltas en la oración, “la loca de la casa”: es una como una loca que te hace dar vueltas, vueltas… Tenemos que pararla y enjaularla, con la atención

Un discurso diferente se merece el tiempo de la aridez. El Catecismo lo describe de esta manera: «El corazón está desprendido, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro» (n. 2731). La aridez nos hace pensar en el Viernes Santo, en la noche y el Sábado Santo, todo el día: Jesús no está, está en la tumba; Jesús está muerto: estamos solos. Y este es el pensamiento-madre de la aridez.  A menudo no sabemos cuáles son las razones de la aridez: puede depender de nosotros mismos, pero también de Dios, que permite ciertas situaciones de la vida exterior o interior. O, a veces, puede ser un dolor de cabeza o un dolor de hígado que te impide entrar en la oración. A menudo no sabemos bien la razón. Los maestros espirituales describen la experiencia de la fe como un continuo alternarse de tiempos de consolación y de desolación; momentos en los que todo es fácil, mientras que otros están marcados por una gran pesadez. Muchas veces, cuando encontramos un amigo, decimos. “¿Cómo estás?” – “Hoy estoy decaído”. Muchas veces estamos “decaídos”, es decir no tenemos sentimientos, no tenemos consolaciones, no podemos más. Son esos días grises... ¡y los hay, muchos, en la vida! Pero el peligro está en tener el corazón gris: cuando este “estar decaído” llega al corazón y lo enferma… y hay gente que vive con el corazón gris. Esto es terrible: ¡no se puede rezar, no se puede sentir la consolación con el corazón gris! O no se puede llevar adelante una aridez espiritual con el corazón gris. El corazón debe estar abierto y luminoso, para que entre la luz del Señor. Y si no entra, es necesario esperarla con esperanza. Pero no cerrarla en el gris.

Después, algo diferente es la acedia, otro defecto, otro vicio, que es una auténtica tentación contra la oración y, más en general, contra la vida cristiana. La acedia es «una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón» (CIC2733). Es uno de los siete “pecados capitales” porque, alimentado por la presunción, puede conducir a la muerte del alma.

¿Qué hacer entonces en esta sucesión de entusiasmos y abatimientos? Se debe aprender a caminar siempre. El verdadero progreso de la vida espiritual no consiste en multiplicar los éxtasis, sino en el ser capaces de perseverar en tiempos difíciles: camina, camina, camina… Y si estás cansado, detente un poco y vuelve a caminar. Pero con perseverancia. Recordemos la parábola de san Francisco sobre la perfecta leticia: no es en las infinitas fortunas llovidas del Cielo donde se mide la habilidad de un fraile, sino en caminar con constancia, incluso cuando no se es reconocido, incluso cuando se es maltratado, incluso cuando todo ha perdido el sabor de los comienzos. Todos los santos han pasado por este “valle oscuro” y no nos escandalicemos si, leyendo sus diarios, escuchamos el relato de noches de oración apática, vivida sin gusto. Es necesario aprender a decir: “También si Tú, Dios mío, parece que haces de todo para que yo deje de creer en Ti, yo sin embargo sigo rezándote”. ¡Los creyentes no apagan nunca la oración! Esta a veces puede parecerse a la de Job, el cual no acepta que Dios lo trate injustamente, protesta y lo llama a juicio. Pero, muchas veces, también protestar delante de Dios es una forma de rezar o, como decía esa viejecita, “enfadarse con Dios es una forma de rezar, también”, porque muchas veces el hijo se enfada con el padre: es una forma de relación con el padre; porque lo reconoce “padre”, se enfada…

Y también nosotros, que somos mucho menos santos y pacientes que Job, sabemos que finalmente, al concluir este tiempo de desolación, en el que hemos elevado al Cielo gritos mudos y muchos “¿por qué?”, Dios nos responderá. No olvidar la oración del “¿por qué?”: es la oración que hacen los niños cuando empiezan a no entender las cosas y los psicólogos la llaman “la edad del por qué”, porque el niño pregunta al padre: “Papá, ¿por qué…? Papá, ¿por qué…? Papá, ¿por qué…?” Pero estemos atentos: el niño no escucha la respuesta del padre. El padre empieza a responder y el niño llega con otro por qué. Solamente quiere atraer sobre sí la mirada del padre; y cuando nosotros nos enfadamos un poco con Dios y empezamos a decir por qué, estamos atrayendo el corazón de nuestro Padre hacia nuestra miseria, hacia nuestra dificultad, hacia nuestra vida. Pero sí, tened la valentía de decir a Dios: “Pero ¿por qué…?” Porque a veces, enfadarse un poco hace bien, porque nos hace despertar esta relación de hijo a Padre, de hija a Padre, que nosotros debemos tener con Dios. Y también nuestras expresiones más duras y más amargas, Él las recogerá con el amor de un padre, y las considerará como un acto de fe, como una oración.


Tomado de:

http://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20210519_udienza-generale.html

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Textos claves del Nuevo Testamento - 9. "...unificar en Cristo..."

 


P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita

Jesús es la piedra angular, el centro del designio de Dios para con los hombres. Con Jesucristo, la humanidad inicia su etapa decisiva (“la plenitud de los tiempos”): “Si yo expulso los demonios con el poder del espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt 12,28).

Entre la plenitud del tiempo y el paso último y final a lo absoluto y definitivo, la Iglesia santa y fiel a su misión, fundada por él, se encargará de proclamar ante el mundo entero su mensaje de salvación, de que Jesús murió y resucitó por la fuerza de Dios para comunicarnos la vida que procede del Padre. Este es el tiempo de la Iglesia. La salvación en Cristo y la salvación de todos los hombres entrañan el misterio de la voluntad de Dios conforme a su designio: “El nos ha dado a conocer sus planes más secretos, los que había decidido realizar en Cristo, llevando la historia a su plenitud al unificar en Cristo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” (Ef 1,9-10). Será entonces la consumación de su voluntad y gloria. Dios es, por tanto, el principio y el término de lo existente.


Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.

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Homilías: La Ascensión del Señor - (B)


 
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P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita.







La Ascensión del Señor. Ciclo B



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P. Adolfo Franco, jesuita.

Conclusión del santo evangelio según san Marcos 16, 15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»

Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Palabra del Señor


La narración más detallada de este misterio la encontramos en los Hechos de los Apóstoles (Hech 1, 9): "Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a su vista". Palabras muy sobrias, que nos trasmiten, más que un "fenómeno espacial", un misterio del plan salvador de Dios. Aunque hay indicaciones de espacio, de movimiento y dirección, pero lo central es el mensaje. Y además es el final de una etapa, la nube que lo oculta pone como un punto final a esta etapa de la vida de Cristo entre nosotros.

Puede no ser fácil acceder al significado de este momento de la vida de Cristo. No se trata del espectáculo, del que sube sin parar, sin motores, ¿y hacia qué lugar? ¿Hacia qué galaxia?. Sin embargo hay referencias en varios libros del Nuevo Testamento, y especialmente en el Evangelio de San Juan, que expresan lo que este misterio significa.

Cristo en su ascensión culmina un ciclo (un círculo): había bajado de junto al Padre, y ahora vuelve a El ("Pasar de este mundo al Padre" Jn, 13, 1): Había habido una separación, Jesús había bajado en su encarnación para estar entre los hombres, incrustarse en su realidad, encarnarse y ahora llega el momento del retorno. Y en este retorno recibirá la GLORIA, que es manifestación de la plenitud brillante del ser ("Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo... con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese" Jn. 17, 1 y 5). La Ascensión no es la subida a un lugar del cosmos, sino la entrada incomprensible en la nueva dimensión, la del cielo ("Pues no penetró Cristo en un santuario hecho por mano de hombre... sino en el mismo cielo" Heb 9, 24). 

La Gloria es una realidad que quizá alguna vez soñamos, la imaginamos en forma indefinida, pero es la existencia más plena: el final de la transformación. Cristo no sufrió nuestra transformación de la misma manera, porque El era Dios siempre y en pleno sentido, pero en cuanto hombre pasó de la situación terrena, a la plenitud del Ser que Dios ha preparado para los que le aman. El cuerpo, la vida humana entera es frágil, tiene sombras, dificultades. La Gloria es la vida en la Luz, cuando todo lo terreno se convierte en Luz, y esa luz es brillo y amor, todo sin cambio. El ser siente que vive plenamente, se puede dar en totalidad a su Dios y lo recibe a Él en plenitud.

Así puede ver ahora, de forma instantánea, todo lo que antes se le explicaba con palabras y por partes; la ciencia sobre Dios y sobre el mundo tenía capítulos, y poco a poco se obtenía un conocimiento laborioso. El conocimiento humano es un camino tan fatigoso que a veces se extravia en los errores. Ahora que todo el ser ya es luz (por haber sido introducido en la Gloria), todo se conoce en un acto simple de luz total: se recibe el conocimiento de Dios y de todos sus planes, al recibir al mismo Dios, como una luz ardiente, hermosa y llena de amor. Se ama cuando se conoce y se conoce cuando se ama. A esa Gloria he llegado Cristo en esta Ascensión.

Esto es lo que recogemos de la Revelación respecto al misterio de la ascensión, en lo que toca a Cristo. Pero este misterio tiene también una referencia a nosotros. La Ascensión de Jesús es su paso a la gloria. Y también es para nosotros un adelanto de lo que nosotros mismos tendremos algún día. No de la misma forma, pero también nosotros tendremos nuestra ascensión. También nosotros salimos de Dios y volveremos a El, y El nos hará participar de su Gloria.

También para la Historia de la Salvación de Dios la Ascensión de Cristo tiene un nuevo mensaje. El ya desaparece de la vista de los apóstoles y de todos los hombres. La nube nos lo ha tapado para siempre, mientras estemos en este mundo. Y ahora nos toca “verlo” sólo con la fe. Pasamos necesariamente de la presencia física de Cristo en nuestro mundo, a la certeza de la fe. Ya no somos testigos oculares de su realidad corpórea, pero sabemos ciertamente de su realidad por la fe. Y la Ascensión es así el misterio que nos obliga a la fe ("Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis" Jn 14, 19). Sabemos además que su presencia en el mundo continúa, aunque sea otro tipo de presencia, pero presencia real ("Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" Mt 28, 20). 



Escuchar AUDIO o descargar en MP3

Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.


Catequesis del Papa sobre la Oración: 33, «El combate de la oración»


 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Patio de San Dámaso
Miércoles, 12 de mayo de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Estoy contento de retomar este encuentro cara a cara, porque os digo algo: no es bonito hablar delante de la nada, de una cámara. No es bonito. Y ahora, después de tantos meses, gracias a la valentía de monseñor Sapienza —que ha dicho: “¡No, lo hacemos allí!”—  estamos aquí reunidos. ¡Es bueno monseñor Sapienza! Y encontrar la gente, y encontraros a vosotros, cada uno con su propia historia, gente que viene de todas las partes, de Italia, de Estados Unidos, de Colombia, después ese pequeño equipo de fútbol de cuarto hermanos suizos —creo— que están allí… cuatro. Falta la hermana, esperemos que llegue… Y veros a cada uno de vosotros a mí me alegra, porque somos todos hermanos en el Señor y mirarnos nos ayuda a rezar el uno por el otro. También la gente que está lejos pero siempre se hace cercana. La hermana sor Geneviève, que no puede faltar, que viene del Lunapark, gente que trabaja: son muchos y están aquí todos. Gracias por vuestra presencia y vuestra visita. Llevad el mensaje del Papa a todos. El mensaje del Papa es que yo rezo por todos, y pido rezar por mí unidos en la oración.

Y hablando de la oración, la oración cristiana, como toda la vida cristiana, no es “como dar un paseo”. Ninguno de los grandes orantes que encontramos en la Biblia y en la historia de la Iglesia ha tenido una oración “cómoda”. Sí, se puede rezar como los loros —bla, bla, bla, bla, bla— pero esto no es oración. La oración ciertamente dona una gran paz, pero a través de un combate interior, a veces duro, que puede acompañar también periodos largos de la vida. Rezar no es algo fácil y por eso nosotros escapamos de la oración. Cada vez que queremos hacerlo, enseguida nos vienen a la mente muchas otras actividades, que en ese momento parecen más importantes y más urgentes. Esto me sucede también a mí: voy a rezar un poco… Y no, debo hacer esto y lo otro… Nosotros huimos de la oración, no sé por qué, pero es así. Casi siempre, después de haber pospuesto la oración, nos damos cuenta de que esas cosas no eran en absoluto esenciales, y que quizá hemos perdido el tiempo. El Enemigo nos engaña así.

Todos los hombres y las mujeres de Dios mencionan no solamente la alegría de la oración, sino también la molestia y la fatiga que puede causar: en algunos momentos es una dura lucha mantener la fe en los tiempos y en las formas de la oración. Algún santo la ha llevado adelante durante años sin sentir ningún gusto, sin percibir la utilidad. El silencio, la oración, la concentración son ejercicios difíciles, y alguna vez la naturaleza humana se rebela. Preferiríamos estar en cualquier otra parte del mundo, pero no ahí, en ese banco de la iglesia rezando. Quien quiere rezar debe recordar que la fe no es fácil, y alguna vez procede en una oscuridad casi total, sin puntos de referencia.  Hay momentos de la vida de fe que son oscuros y por esto algún santo los llama: “La noche oscura”, porque no se siente nada. Pero yo sigo rezando.

El Catecismo enumera una larga serie de enemigos de la oración, los que hacen difícil rezar, que ponen dificultades (cfr. nn. 2726-2728). Algunos dudan de que esta pueda alcanzar verdaderamente al Omnipotente: ¿pero por qué está Dios en silencio? Si Dios es Omnipotente, podría decir dos palabras y terminar la historia. Ante lo inaprensible de lo divino, otros sospechan que la oración sea una mera operación psicológica; algo que quizá es útil, pero no verdadera ni necesaria: y se podría incluso ser practicantes sin ser creyentes. Y así sucesivamente, muchas explicaciones.

Los peores enemigos de la oración están dentro de nosotros. El Catecismo los llama así: «desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos “muchos bienes”, decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad; herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, difícil aceptación de la gratuidad de la oración, etc.» (n. 2728). Se trata claramente de una lista resumida, que podría ser ampliada.

¿Qué hacer en el tiempo de la tentación, cuando todo parece vacilar? Si exploramos la historia de la espiritualidad, notamos enseguida cómo los maestros del alma tenían bien clara la situación que hemos descrito. Para superarla, cada uno de ellos ofreció alguna contribución: una palabra de sabiduría, o una sugerencia para afrontar los tiempos llenos de dificultad. No se trata de teorías elaboradas en la mesa, no, sino consejos nacidos de la experiencia, que muestran la importancia de resistir y de perseverar en la oración.

Sería interesante repasar al menos algunos de estos consejos, porque cada uno merece ser profundizado. Por ejemplo, los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola son un libro de gran sabiduría, que enseña a poner en orden la propia vida. Hace entender que la vocación cristiana es militancia, es decisión de estar bajo la bandera de Jesucristo y no bajo la del diablo, tratando de hacer el bien también cuando se vuelve difícil.

En los tiempos de prueba está bien recordar que no estamos solos, que alguien vela a nuestro lado y nos protege. También San Antonio abad, el fundador del monacato cristiano, en Egipto, afrontó momentos terribles, en los que la oración se transformaba en dura lucha. Su biógrafo San Atanasio, obispo de Alejandría, narra que uno de los peores episodios le sucedió al Santo ermitaño en torno a los treinta y cinco años, mediana edad que para muchos conlleva una crisis. Antonio fue turbado por esa prueba, pero resistió. Cuando finalmente volvió a la serenidad, se dirigió a su Señor con un tono casi de reproche: «¿Dónde estabas? ¿Por qué no viniste enseguida a poner fin a mis sufrimientos?». Y Jesús respondió: «Antonio, yo estaba allí. Pero esperaba verte combatir» (Vida de Antonio, 10).

Combatir en la oración. Y muchas veces la oración es un combate. Me viene a la memoria una cosa que viví de cerca, cuando estaba en la otra diócesis. Había una pareja que tenía una hija de nueve años, con una enfermedad que los médicos no sabían lo que era. Y al final, en el hospital, el médico dijo a la madre: “Señora, llame a su marido”. Y el marido estaba en el trabajo; eran obreros, trabajando todos los días. Y dijo al padre: “La niña no pasará de esta noche. Es una infección, no podemos hacer nada”. Ese hombre, quizá no iba todos los domingos a misa, pero tenía una fe grande. Salió llorando, dejó a la mujer allí con la niña en el hospital, tomó el tren e hizo los setenta kilómetros de distancia hacia la Basílica de la Virgen de Luján, la patrona de Argentina. Y allí —la basílica estaba ya cerrada, eran casi las diez de la noche— él se aferró a las rejas de la Basílica y toda la noche rezando a la Virgen, combatiendo por la salud de la hija. Esta no es una fantasía, ¡yo lo he visto! Lo he vivido yo. Combatiendo ese hombre allí. Al final, a las seis de la mañana, se abrió la iglesia y él entró a saludar a la Virgen: toda la noche “combatiendo”, y después volvió a casa. Cuando llegó, buscó a su mujer, pero no la encontró y pensó: “Se ha ido. No, la Virgen no puede hacerme esto”. Después la encontró, sonriente que decía: “No sé qué ha pasado; los médicos dicen que ha cambiado así y que ahora está curada”. Ese hombre luchando con la oración ha obtenido la gracia de la Virgen. La Virgen le ha escuchado. Y esto lo he visto yo: la oración hace milagros, porque la oración va precisamente al centro de la ternura de Dios que nos ama como un padre. Y cuando no se cumple la gracia, hará otra que después veremos con el tiempo. Pero siempre es necesario el combate en la oración para pedir la gracia. Sí, a veces nosotros pedimos una gracia que necesitamos, pero la pedimos así, sin ganas, sin combatir, pero no se piden así las cosas serias. La oración es un combate y el Señor siempre está con nosotros.

Si en un momento de ceguera no logramos ver su presencia, lo lograremos en un futuro. Nos sucederá también a nosotros repetir la misma frase que dijo un día el patriarca Jacob: «¡Así pues, está Yahveh en este lugar y yo no lo sabía!» (Gen 28,16). Al final de nuestra vida, mirando hacia atrás, también nosotros podremos decir: “Pensaba que estaba solo, pero no, no lo estaba: Jesús estaba conmigo”. Todos podremos decir esto.



Tomado de:

http://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20210512_udienza-generale.html

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Catequesis del Papa sobre la Oración: 32, «La oración contemplativa»


 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 5 de mayo de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Seguimos con las catequesis sobre la oración y en esta catequesis quisiera detenerme en la oración de contemplación.

La dimensión contemplativa del ser humano —que aún no es la oración contemplativa— es un poco como la “sal” de la vida: da sabor, da gusto a nuestros días. Se puede contemplar mirando el sol saliendo por la mañana, o los árboles que visten de verde la primavera; se puede contemplar escuchando música o el canto de los pájaros, leyendo un libro, delante de una obra de arte o esa obra maestra que es el rostro humano… Carlo María Martini, enviado como obispo a Milán, tituló su primera Carta pastoral “La dimensión contemplativa de la vida”: de hecho, quien vive en una gran ciudad, donde todo  —podemos decir— es artificial, donde todo es funcional, corre el riesgo de perder la capacidad de contemplar. Contemplar no es en primer lugar una forma de hacer, sino que es una forma de ser: ser contemplativo.

Ser contemplativos no depende de los ojos, sino del corazón. Y aquí entra en juego la oración, como acto de fe y de amor, como “respiración” de nuestra relación con Dios. La oración purifica el corazón, y con eso, aclara también la mirada, permitiendo acoger la realidad desde otro punto de vista. El Catecismo describe esta transformación del corazón por parte de la oración citando un famoso testimonio del Santo Cura de Ars: «La oración contemplativa es mirada de fe, fijada en Jesús. “Yo le miro y él me mira”, decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. […] La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2715). Todo nace de ahí: de un corazón que se siente mirado con amor. Entonces la realidad es contemplada con ojos diferentes.

“¡Yo le miro, y Él me mira!”. Es así: en la contemplación amorosa, típica de la oración más íntima, no son necesarias muchas palabras: basta una mirada, basta con estar convencidos de que nuestra vida está rodeada de un amor grande y fiel del que nada nos podrá separar.

Jesús ha sido maestro de esta mirada. En su vida no han faltado nunca los tiempos, los espacios, los silencios, la comunión amorosa que permite a la existencia no ser devastada por las pruebas inevitables, sino de custodiar intacta la belleza. Su secreto era la relación con el Padre celeste.

Pensemos en el suceso de la Transfiguración. Los Evangelios colocan este episodio en el momento crítico de la misión de Jesús, cuando crecen en torno a Él la protesta y el rechazo. Incluso entre sus discípulos muchos no lo entienden y se van; uno de los Doce alberga pensamientos de traición. Jesús empieza a hablar abiertamente de los sufrimientos y de la muerte que le esperan en Jerusalén. En este contexto Jesús sube a lo alto del monte con Pedro, Santiago y Juan. Dice el Evangelio de Marcos: «Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo» (9,2-3). Precisamente en el momento en el que Jesús es incomprendido —se iban, le dejaban solo porque no entendían—, y en este momento que Él es incomprendido, precisamente cuando todo parece ofuscarse en un torbellino de malentendidos, es ahí que resplandece una luz divina. Es la luz del amor del Padre, que llena el corazón del Hijo y transfigura toda su Persona.

Algunos maestros de espiritualidad del pasado han entendido la contemplación como opuesta a la acción, y han exaltado esas vocaciones que huyen del mundo y de sus problemas para dedicarse completamente a la oración. En realidad, en Jesucristo en su persona y en el Evangelio no hay contraposición entre contemplación y acción, no. En el Evangelio en Jesús no hay contradicción. Esta puede que provenga de la influencia de algún filósofo neoplatónico, pero seguramente se trata de un dualismo que no pertenece al mensaje cristiano.

Hay una única gran llamada en el Evangelio, y es la de seguir a Jesús por el camino del amor. Este es el ápice, es el centro de todo. En este sentido, caridad y contemplación son sinónimos, dicen lo mismo. San Juan de la Cruz sostenía que un pequeño acto de amor puro es más útil a la Iglesia que todas las demás obras juntas. Lo que nace de la oración y no de la presunción de nuestro yo, lo que es purificado por la humildad, incluso si es un acto de amor apartado y silencioso, es el milagro más grande que un cristiano pueda realizar. Y este es el camino de la oración de contemplación: ¡yo le miro, Él me mira! Este acto de amor en el diálogo silencioso con Jesús ha hecho mucho bien a la Iglesia.



Tomado de:

http://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20210505_udienza-generale.html


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Textos claves del Nuevo Testamento - 8. "...murió por nuestros..."


P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita

Sin fe, la cruz es algo sin sentido alguno: “Nosotros anunciamos a Cristo crucificado. Este Cristo es para los judíos, una piedra en que tropiezan; y para los griegos, cosa de locos; mas para los que Dios ha llamado, sean judíos o griegos, es poder y sabiduría de Dios” (1 Cor 1,23-24).

Más aún era necesario que Jesús muriera así, en una cruz: “Y cuando llevaron a cabo todo lo que estaba escrito sobre él, le bajaron del madero y le depositaron en un sepulcro. Pero Dios le resucitó triunfante de la muerte” (Hch 13,29-30). Estaba ya en la Escritura: “¡Qué lentos sois para comprender y cuánto os cuesta creer lo dicho por los profetas! ¿No tenía que sufrir el Mesías todo ésto antes de entrar en su gloria?” (Le 24,25-26).

Y la clave para captar el misterio de la cruz está en que la fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad propia y de los demás: “Vuestra fe no es fruto de la sabiduría humana, sino del poder de Dios” (ICor 2,5); “A vosotros Dios os ha injertado en Cristo Jesús, que se ha convertido a su vez, para nosotros, en sabiduría, en fuerza salvadora, santificadora y liberadora” (1 Cor 1,30). La ley no salva, y ante ella nos sentimos pecadores: “Cuantos viven pendientes de cumplir la ley están bajo el peso de una maldición. Así lo dice la Escritura: Maldito sea quien no cumpla en todo momento lo escrito en el libro de la ley (...). Fue Cristo quien nos libró de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros maldito” (Gal 3,10.13).

Por eso decimos que murió por nuestros pecados: “Primero y ante que nada os transmití lo que \o mismo había recibido, que Cristo murió por nuestros pecados” (ICor 15,3); “Por él se reconcilian todos los seres, (...) a todos concede Dios la paz mediante la muerte de Cristo en la cruz” (Col 1,20). De aquí radica en verdad nuestra salvación: “Dios nos restablece en su amistad por medio de una fe en continuo crecimiento” (Rm 1,17); “El fue quien en su cuerpo soportó nuestros pecados sobre el madero, para que muertos a los pecados, vivamos para alcanzar la salvación” (IPe 2,24).


 

Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.

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Teología fundamental. 38. El Credo. La Santa Iglesia Católica

 


P. Ignacio Garro, jesuita †

5. EL CREDO

Continuación


5.18. LA SANTA IGLESIA CATÓLICA

5.18.1. LA IGLESIA, CONTINUADORA DE LA MISIÓN DE CRISTO

"¿Qué objetivo -se preguntaba el Papa León XIII- persiguió Cristo al fundar la Iglesia? ¿Qué se propuso? Una sola cosa: transmitir a la Iglesia, para continuarlos, la misma misión y el mismo mandato que El había recibido de su Padre" (Enc. Satis cognitum). 

Pocos años antes, el Concilio Vaticano I había declarado que Cristo, "Pastor eterno, decidió fundar la Santa Iglesia para perpetuar la obra salvífica de la redención" (Dz. 1821). 

Unos años después, el Concilio Vaticano II subraya de nuevo esta continuidad e identidad profunda entre la misión de Cristo y de la Iglesia: "Esta misión (de la Iglesia) continúa y desarrolla en el transcurso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado para anunciar a los pobres la buena nueva" (Decr. Ad gentes, n.5). 

Estos textos son eco directo de la Sagrada Escritura (cfr. In. 17, 18; 20, 21; Mt. 28, 18-19; Lc. 10, 26; 1 Cor. 5, 20) y de la Tradición.

Cristo es la Cabeza y constituye la salvación; la Iglesia es su Cuerpo, y constituye su culminación. Su papel consiste en comunicar a los hombres esa salvación ya conseguida definitivamente por Cristo. 

La Iglesia es ese Cuerpo que debe crecer hasta alcanzar su talla adulta (cfr. Ef. 4, 13) y convertirse en el Cristo total, y que debe extender el Reino hasta los confines del mundo 

Etimológicamente, Iglesia significa reunión, congregación de personas, y católica significa universal. 


5.18.2. ORIGEN DE LA IGLESIA 

Toda la vida de Jesucristo estuvo orientada a fundar la Iglesia. Pueden en ella distinguirse los siguientes momentos: 

1°. MOMENTO

Preparó su fundación instruyendo a sus discípulos y a sus Apóstoles durante tres años, haciéndoles aptos para la predicación de su doctrina. Durante toda su vida pública, Cristo va revelando el Reino de Dios prometido muchos siglos antes en las Escrituras, concibiendo su realización en una comunidad unida a su persona a la que se llamará Iglesia. 

2°. MOMENTO

Fundó la Iglesia cuando, después de haber instruido a un número amplío de discípulos (cfr. Lc. 6, 17; 19, 37-39), de entre ellos elige a doce "para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc. 3, 13-14). 

En efecto, el Señor les escoge para que: 

Convivan con El: esta era una característica de todo discípulo rabínico, ya que el aprendizaje de la ley, era una sabiduría práctica que se adquiría contemplando actuar a los maestros. El Señor: 

  • les instruye acerca de los misterios del reino (cfr. Mc. 4, 10-11); 
  • les descubre el sentido de las parábolas (cfr. Mc. 7, 17); 
  • les enseña aparte (cfr. Me. 6, 31), estableciendo una neta diferencia entre ellos y los demás (cfr. Mc. 9, 28-30); 
  • les revela el futuro de Jerusalén y el comienzo de la nueva era (Mc. 13, 3ss.) y sobre todo, el misterio de su Pasión y de su Muerte (cfr. Mc. 8, 31; 9, 30; 10, 32). 

En vistas al apostolado: por eso les llama Apóstoles (cfr. Lc. 6, 13). El Señor les dará la misión de predicar su doctrina por todo el mundo, confiriéndoles el triple poder de enseñar, santificar y gobernar a los fieles (cfr. Mt. 28, 18). 

Como la jerarquía de los Apóstoles necesitaba un principio de unidad estable, una cabeza que rija, gobierne y mantenga unida a la grey, "para que el episcopado fuese uno solo e indiviso, estableció al frente de los demás apóstoles al bienaventurado Pedro" (Const. Lumen Gentium, n. 18). 

3° MOMENTO

Constituyó definitivamente a la Iglesia en la cruz. Sacrificándose por su pueblo, el Siervo de Yahvé sella con su sangre la nueva y definitiva alianza entre Dios y los hombres, constituyendo a su Iglesia como realidad eficiente de salvación (acontecimiento de gracia) y como sacramento eficaz para conseguir esa salvación. 

Su Resurrección es el nacimiento de la Iglesia porque por ella el Sacrificio de la Cruz aparece como la realización del designio de Dios sobre el mundo: "¿no era acaso necesario que el Cristo padeciera esas cosas para entrar en su gloria?" (Lc. 24, 26). La entrada en la gloria, la Resurrección, constituye la inauguración del Reino.


5.18.3. EL TIEMPO DE LA IGLESIA: PENTECOSTÉS 

Los Apóstoles comenzaron a cumplir la misión que Cristo les confió el mismo día de Pentecostés, con éxito tan admirable que San Pedro convierte ese día a 3,000 personas con su primera predicación (cfr. Act, 2, 41), y más adelante a 5,000 con la segunda (cfr. Act. 4, 4). 

Luego los Apóstoles se esparcieron por todo el mundo, e iban fundando comunidades cristianas donde predicaban. Estas comunidades eran regidas por Obispos consagrados por ellos, y estaban unidas entre sí por una misma fe, unos mismos sacramentos y un mismo jefe común: San Pedro y sus sucesores. 

Pentecostés constituye la fase de manifestación y promulgación de la Iglesia. 

"La Iglesia que Cristo ha fundado en si mismo por su pasión sufrida por nosotros, la funda ahora en nosotros y en el mundo mediante el envío de su Espíritu" (Yves Congar, Esquisses du inystere de l"Eglise, p. 24). 

Es esencialmente, un misterio de culminación (cfr. Act. 2, 32-33): consumado definitivamente el Sacrificio de Cristo y conseguida la salvación, se completa ahora el misterio con su universalización y su comunicación a los hombres. 

"¿Dónde comenzó la Iglesia de Cristo? Allí donde el Espíritu Santo bajó del cielo y llenó a 120 residentes un solo lugar" (San Agustín, In Ep. Ioa. ad Parthos) 


5.18.4. CUALIDADES DE LA IGLESIA: VISIBLE, PERPETUA, INMUTABLE E INFALIBLE 

Jesucristo quiso que adornaran a su Iglesia cuatro cualidades; que fuera visible, perpetua, inmutable e infalible. 

1°. Su visibilidad consiste en que es una sociedad visible y exterior. 

En efecto, Jesucristo: 

  • Estableció un signo visible para entrar a ella: el bautismo. 
  • Puso a su cabeza autoridades visibles: San Pedro, los demás Apóstoles y sus sucesores. 
  • Le procuró medios exteriores de santificación: la predicación, los sacramentos, la obediencia a la autoridad. 

Se equivocan, pues, los protestantes al afirmar que no fue la intención de Cristo el formar una sociedad exterior y visible. 

Cristo quiso que su Iglesia fuera visible para que los hombres pudieran identificarla, reconocer su autoridad y acudir a sus ministros. De otra manera no hubiera podido obligarlos, bajo pena de condenación eterna, a pertenecer a ella. 

De modo específico, ante cualquier confusión o duda, la Iglesia se identifica con Pedro, el Papa o Pastor Supremo: Ubi Petrus, ibi Ecclesia, ibi Deus, enseñaban los Santos Padres: "donde está Pedro, ahí está la Iglesia, ahí está Dios". 

2°. Su perpetuidad consiste en que perdurará siempre, pues tiene la promesa de Cristo: "Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos" (Mt. 28, 20). 

La Iglesia debe ser perpetua en razón de su fin, pues debe salvara todos los hombres hasta el fin de los tiempos. 

La perpetuidad de la Iglesia se llama también indefectibilidad. Indefectible significa que no puede faltar. 


3°. Su inmutabilidad consiste en que ha conservado y conservará invariable el tesoro que recibió de Cristo, a saber: el dogma, la moral y los sacramentos. 

No hay duda que ha habido desenvolvimiento y perfección en el dogma católico. Pero este desenvolvimiento consiste, no en que se hayan enseñado verdades nuevas, no contenidas en la Sagrada Escritura o en la Tradición; sino que se han declarado y enseñado en forma perfectamente clara y explícita verdades que estaban allí contenidas en forma general, oscura o imprecisa. Por ejemplo la Escritura enseña que en Dios hay Padre, Hijo y Espíritu Santo. El dogma se fue desenvolviendo hasta que encontró la fórmula precisa: en Dios hay tres persona en una sola Naturaleza. Y así ha sucedido con otras verdades.


4°. Su infalibilidad consiste en no poder errar en asuntos pertinentes a la fe y a la moral. 

La infalibilidad es necesaria a la Iglesia porque Dios asoció la salvación a la pertenencia a la Iglesia: "el que creyere y se bautizare, se salvará" (Mc. 16, 16). Pero sí la Iglesia pudiera errar, ya no seria garantía absoluta de salvación, lo cual, repugna a Su Sabiduría. 


5.16.5. Las notas de la verdadera Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica 

Fuera de la Iglesia Católica hay dentro del cristianismo algunas otras iglesias, las principales son las protestantes y las cismáticas. Para distinguir la verdadera Iglesia de las que no lo son, podemos acudir a cuatro notas, que la caracterizan, señaladas por el mismo Jesucristo. 

La verdadera Iglesia debe ser una, santa, católica y apostólica. 

En estas notas, la Iglesia, 1leva en sí misma y difunde a su alrededor su propia apología, Quien la contempla, quien la estudia con ojos de amor a la verdad, debe reconocer que Ella, independientemente de los hombres que la componen y de las modalidades prácticas con que se presenta, lleva en sí un mensaje de luz universal y único, liberador y necesario, divino" (Pablo VI alloc. 23-VI-1966), cfr. Puebla, núm. 225.

a) Debe ser una, porque Jesucristo no quiso fundar sino una sola Iglesia con una sola doctrina y un solo jefe. 

Jesucristo prometió a Pedro que sobre él edificaría su Iglesia (". - . edificaré mi Iglesia Mt. 16, 18), no sus Iglesias. Expresa su deseo de que todos los hombres formen "un solo rebaño bajo un solo pastor" (Jn, 10, 16), y manifiesta que "Todo reino dividido sí mismo, será desolado" (Mt. 12, 25). 

Y San Pablo, recomendando a los fieles de Efeso una estricta unidad, emplea la fórmula: ---Un solo Señor, una fe, un bautismo" (4, 5), en que está claramente indicada la triple unidad: de doctrina (una fe); de gobierno (un solo señor) y de culto (un bautismo).

b) Debe ser santa, porque Cristo la fundó para santificar a los hombres 

Jesucristo manifestó la fuerza santificadora de su doctrina: "Yo les he comunicado tu doctrina; santificándolos en verdad; la palabra tuya es la verdad misma" (Jn. 17, 17), y San Pablo declara: "Jesucristo amó a su Iglesia y se entregó para santificarla, a fin de hacerla comparecer santa e inmaculada" (Ef. 5, 27) .


c) Debe ser católica, porque Cristo la estableció para todos los pueblos y para todos los tiempos. 

"Id y enseñad a todas las naciones- (Mt. 28, 19). -Yo estaré con vosotros hasta la consumación de lossiglos". "Me serviréis de testigos hasta los confines del mundo" (Hechos 1, 8),

La expresión Iglesia Católica (universal) aparece por vez primera en San Ignacio de Antioquía (Smyr, 7, 2)y ya en el S.VI se ha convertido en nombre propio de la Iglesia. 

La Iglesia no es católica por el hecho de estar actualmente extendida por toda la superficie de la tierra y contar con un crecido número de miembros. La Iglesia era ya católica la mañana de Pentecostés, cuando todos sus miembros cabían en una reducida sala... Esencialmente, la catolicidad no es cuestión de geografía, ni de cifras... Es primordialmente una realidad intrínseca a la Iglesia (Henry de Lubac, Catholicisme).


d) Debe ser Apostólica, ya que si la catolicidad nos presenta la presencia de Cristo en todo el mundo, la apostolicidad nos habla de su continuidad a través de los siglos. La Iglesia es Apostólica porque todos sus elementos esenciales proceden de Cristo a través de los Apóstoles, y están garantizados por una sucesión ininterrumpida hasta el fin de los tiempos. La apostolicidad es uno de los argumentos más utilizados para mostrar la legitimidad de la misión de la Iglesia: 

"¿Cómo es posible tener por pastor a aquél que no sucede a nadie, y que es ya de entrada un extraño y profano?" (San Cipriano, EP. 64, 3, l).

Esta continuidad profunda de la Iglesia a través de los siglos constituye uno de los signos más claros de la asistencia divina. 






Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, S.J. quien nos brindó toda su colaboración. Seguiremos publicando los materiales que nos compartió para dicho fin.

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