¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!
P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Nm 11,25-29; S 18; St 5,1-6; Mc 9,38-43.45.47-48
Este texto, inmediato
al del domingo pasado, causa cierta extrañeza. Parece desordenado. Primero lo
del exorcista, luego lo de escandalizar a los niños, luego lo del escándalo de
mi mano, pie u ojo. Parece falto de orden lógico. Sucede en Cafarnaúm en casa
de Pedro. No olvidemos que el evangelio de Marcos tiene como origen la
catequesis de Pedro en Roma. Esto nos puede ayudar a comprender esta perícopa o
fragmento.
Es normal que en una conversación
un tema, una palabra, un detalle suscite otro diferente. De alguna manera la
situación incómoda de la llamada a la humildad, con que concluía el evangelio
del pasado domingo, pudo haber provocado en los discípulos la búsqueda de un
cambio de tema; o bien haber provocado la pregunta sobre la prepotencia con el
exorcista, que no era sino una persona de buena voluntad. Pero luego vienen
unas sentencias concatenadas de modo que una idea o una palabra recuerde la
siguiente con un ritmo que favorece la memoria; por ejemplo: “el que no está contra nosotros está a nuestro favor”
(en griego: “por nosotros está”).
Retoma luego Jesús el
asunto de los niños (no olvidemos que tiene un niño abrazado), que tiene mucho
interés en completar en orden al futuro apostolado de los Doce. Es evidente
aquí el uso de medios memorizadores hebreos, más claros en el texto original
griego y más todavía en arameo: “El que escandalice
a uno de estos pequeños… Y si tú mano te hace caer (el griego repite “te escandaliza… más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos
manos al infierno… Y si tu pie…más
vale entrar cojo… Y si tu ojo…más
vale entrar tuerto”.
Como en una
conversación entre amigos, pasa Jesús de un tema a otro, para puntualizar así algunas
cosas: Si una persona nos ayuda a divulgar el Evangelio, hay que agradecerlo,
aunque no estemos de acuerdo en todo. Pero miren –continúa Jesús– a estos niños,
no los menosprecien en su apostolado; su fe tiene un valor extraordinario;
atentar contra ella es un crimen. Porque nada importa tanto como la salvación
eterna; por ella merece la pena dejarse arrancar una mano, un ojo, lo que sea,
por importante y valioso que parezca.
En cuanto a su
comprensión fuera de la primera norma –la del exorcista– las demás no ofrecen
mayor dificultad, son obvias. El resto parece ser parte de la catequesis
cristiana general. El mundo pagano de entonces, y más Roma, donde se genera el
evangelio de Marcos de la catequesis de Pedro, es de una podredumbre
gigantesca. De ahí el acento de muchos pasajes del Nuevo Testamento. El uso
inmoral hasta de niños, especialmente hijos de esclavas, tenía que soliviantar
la conciencia cristiana. Esto explica la dureza de las afirmaciones.
Desgraciadamente se pueden trasladar en buena parte a nuestros días.
Aquel exorcista, que
no era discípulo, pero que expulsaba demonios invocando el nombre de Jesús,
demuestra que la gracia de Dios y el atractivo de Cristo, actuaba y actúa fuera
de los límites de los discípulos y de los bautizados. Dios quiere que todos los
hombres se salven y para ello es necesaria la gracia de Dios. Dios claro que da
su gracia y dones a los sacerdotes y a los religiosos y religiosas. Pero no
sólo a ellos; Dios actúa en todos, en los niños, pero también en todos ustedes,
los laicos, a veces con poca formación intelectual. Todos pueden y Dios quiere
que sean más santos de lo que son, y quiere darles gracias y dones del Espíritu
muy abundantes para que expulsen al Demonio. Lo que hace falta es que Ustedes
crean y se dejen llevar por el viento del Espíritu. ¿Están ustedes contra
Cristo o a favor de Cristo? Entonces ¿qué impide el que Dios haga con ustedes
lo que hacía con el exorcista? Una vez más: “El justo vive de la fe”. “Si crees
todo es posible al que cree”.
Oren, pues, por la
conversión de los pecadores, por la Iglesia, el Papa y los obispos, la santidad
de los sacerdotes, por la paz, por la curación de los enfermos; por sus hijos,
sus familias, sus alumnos, sus vecinos; pidan a Dios incluso milagros; ofrezcan
sacrificios y penitencias, lean la Biblia y los libros santos, instrúyanse para
dar razón de su esperanza a personas de buena voluntad que se cruzan en su
camino. Nadie les puede prohibir el que hagan el bien en nombre de Cristo y
Dios acompañará con su gracia.
Es posible que no
pocos de ustedes se codeen con personas de otras religiones y aun ateos.
Trátenles con bondad. Fíjense en aquello en que coinciden y denles la razón en
ello. Sobre todo procuren llevar sus cruces con paciencia y aun alegría.
Procuren, eso sí, dar razón de su esperanza, y para ello infórmense y
pregunten. Y dejen a Dios que siga obrando.
En cuanto al
escándalo de los “pequeños que creen”, llama la atención la extraordinaria
severidad del castigo. Habla el Dios misericordioso. Del castigo tan duro se
deduce el valor del bien. Preciosa es para Dios la fe de un niño. Padres,
maestros, catequistas, los niños sintonizan fácil con Dios. Háblenles de Él.
Piensen, padres y madres, en sus hijos; los maestros y educadores en sus
alumnos; piensen en ese intervalo del paso de la adolescencia. No abdiquen de
su responsabilidad.
Con humildad de niños
pidamos al Señor nos dé su gracia y a María que interceda por nosotros en
nuestro diario caminar.
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