BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II
Homilía del Cardenal Tarcisio Bertone - Misa de Acción de Gracias por la Beatificación de Juan Pablo II
Beato Juan Pablo II: Rito de la Beatificación de Juan Pablo II
Homilía del Papa en Beatificación de Juan Pablo II
La Beatificación de Wojtyla, tres días de oración y memoria
Juan Pablo II - Biografía y enlace a Homenaje de la Santa Sede
Hna. Marie Simon Pierre revela detalles de su curación
Oración para implorar favores por intercesión de Juan Pablo II
Juan Pablo II en el Perú: Sus Mensajes - Homenaje del Arzobispado de Lima
¿Cómo es el proceso de Canonización?
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Homilía del Cardenal Tarcisio Bertone - Misa de Acción de Gracias por la Beatificación de Juan Pablo II
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 2 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la homilía que pronunció hoy el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano, durante la Misa de Acción de Gracias por la beatificación de Juan Pablo II, celebrada por la mañana en la Plaza de San Pedro.
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“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? (…) Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero” (Jn 21,17). Este es el diálogo entre Jesús Resucitado y Pedro. Es el diálogo precede al mandamiento: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,17), pero es un diálogo que primero escruta la vida del hombre. ¿No son estas, quizás, la pregunta y la repuesta que marcaron la vida y la misión del Beato Juan Pablo II? El mismo lo dijo en Cracovia, en 1999, afirmando: “Hoy me siento llamado en un modo particular a dar gracias a esta comunidad milenaria de pastores de Cristo, clérigos y laicos, porque gracias al testimonio de su santidad, gracias a este ambiente de fe, que durante diez siglos formaron y forman en Cracovia, ha sido posible que al final de este milenio, en las mismas orillas del Vístula, a los pies de la catedral de Wawel, llegue la exhortación de Cristo: 'Pedro, apacienta mis ovejas' (Jn 21,17). Ha sido posible que la debilidad del hombre se apoye sobre el poder de la eterna fe, esperanza y caridad de esta tierra y diese la respuesta: 'En la obediencia de la fe ante Cristo mi Señor, confiándome a la Madre de Cristo y de la Iglesia -consciente de las grandes dificultades- acepto'”.
Sí, es este diálogo de amor entre Cristo y el hombre que ha marcado toda la vida de Karol Wojtyla y lo ha conducido no sólo al fiel servicio a la Iglesia, sino también a su personal y total dedicación a Dios y a los hombres que ha caracterizado su camino de santidad.
Todos recordamos como el día de los funerales, durante la ceremonia, en un cierto momento el viento cerró dulcemente el Evangelio colocado sobre el féretro. Era como si el viento del Espíritu hubiese querido señalar el fin de la aventura humana y espiritual de Karol Wojtyla, toda iluminada por el Evangelio de Cristo. Desde este Libro, descubrió los planes de Dios para la humanidad, para sí mismo, pero sobre todo conoció a Cristo, su rostro, su amor, que para Karol fue siempre una llamada a la responsabilidad. A la luz del Evangelio leyó la historia de la humanidad y la de cada hombre y cada mujer que el Señor puso en su camino. De aquí, del encuentro con Cristo en el Evangelio, brotaba su fe.
Era un hombre de fe, un hombre de Dios, que vivía de Dios. Su vida era una oración continua, constante, una oración que abrazaba con amor a cada uno de los habitantes del planeta Tierra, creado a la imagen y semejanza de Dios, y por esto digno de todo respeto; redimido con la muerte y resurrección de Cristo, y por esto convertido verdaderamente en gloria viva de Dios (Gloria Dei Vivens Homo- San Ireneo). Gracias a la fe que expresaba sobre todo en su oración, Juan Pablo II era un auténtico defensor de la dignidad de todo ser humano y no un mero luchador por ideologías político-sociales. Para él, toda mujer, todo hombre, era una hija, un hijo de Dios, independientemente de la raza, del color de la piel, de la proveniencia geográfica y cultural, y finalmente del credo religioso. Su relación con cada persona se sintetiza con la estupenda frase que él escribió: “El otro me pertenece”.
Pero su oración era también una constante intercesión por toda la familia humana, por la Iglesia, por toda la comunidad de los creyentes, en toda la tierra -tanto más eficaz, cuanto más señalada por el sufrimiento que marcó varias fases de su existencia. ¿No es quizás de aquí -de la oración vinculada a sus muchos acontecimiento dolorosos y de los demás- de donde nacía su preocupación por la paz en el mundo, por la pacífica convivencia entre los pueblos y de las naciones? Hemos oído en la primera lectura del profeta Isaías: “¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz” (Is 52, 7).
Hoy damos las gracias al Señor por habernos dado un Pastor como él. Un Pastor que sabía leer los signos de la presencia de Dios en la historia humana y que anunciaba después Sus grandes obras en todo el mundo y en todas las lenguas. Un Pastor que había enraizado en sí mismo el sentido de la misión, del compromiso de evangelizar, de anunciar la Palabra de Dios por todas partes, gritarla desde los tejados... “¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos (...) del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: '¡Tu Dios reina!'”(ibid).
Hoy le damos gracias a Dios por habernos dado un Testigo como él, tan creíble, tan transparente, que nos ha enseñado como se debe vivir la fe y defender los valores cristianos, a comenzar la vida, sin complejos, sin miedos; como se debe testimoniar la fe con valentía y coherencia, adaptando las Bienaventuranzas a la experiencia cotidiana. La vida, el sufrimiento, la muerte y la santidad de Juan Pablo II son un testimonio de ello y una confirmación tangible y cierta.
Le damos gracias al Señor por habernos dado un Papa que ha sabido dar a la Iglesia Católica no sólo una proyección universal y una autoridad moral a nivel mundial que antes no se había dado, pero también, especialmente con la celebración del Gran Jubileo del 2000, una visión más espiritual, más bíblica, más centrada en la Palabra de Dios. Una Iglesia que ha sabido renovarse, lanzando “una nueva evangelización”, intensificando los lazos ecuménicos e interreligiosos, y encontrar los caminos para un diálogo fructífero con las nuevas generaciones.
Y finalmente damos las gracias al Señor por habernos dado un Santo como él. Todos hemos tenido el modo – algunos de cerca, otros de lejos – de comprobar como eran de coherentes, su humanidad, sus palabras y su vida. Era un hombre verdadero porque estaba inseparablemente ligado a Aquel que es la Verdad. Siguiendo a Aquel que es el Camino, era un hombre siempre en camino, siempre esforzándose el en bien para todas las personas, para la Iglesia, para el mundo y hacia la meta que para todo creyente es la gloria de Dios Padre. Era un hombre vivo, porque estaba lleno de la Vida que es Cristo, siempre abierto a su gracia y a todos los dones del Espíritu Santo.
Cómo se han verificado en su vida las palabras que hemos oído en el Evangelio de hoy: “Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras” (Jn 21, 18). Todos hemos visto como se le fue quitando todo lo que humanamente podía impresionar; la fuerza física, la expresión del cuerpo, la posibilidad de moverse y hasta la palabra. Y entonces, más que nunca, él le confío su vida y su misión a Cristo, porque sólo Cristo puede salvar al mundo. Sabía que su debilidad corporal hacía presente todavía más claramente a Cristo que obra en la historia. Y ofreciéndole sus sufrimientos a Él y a su Iglesia, nos dio a todos nosotros una última gran lección de humanidad y de abandono en los brazos de Dios.
“Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, hombres de toda la tierra.
Cantad al Señor, bendecid su nombre”.
Cantamos al Señor un canto de gloria, por el don de este gran Papa: hombre de fe y de oración, Pastor y Testigo, Guía en el cambio entre los dos milenios. Este canto ilumina nuestra vida, para que no sólo veneremos al nuevo Beato, sino que, con la ayuda de la Gracia de Dios, sigamos sus enseñanzas y su ejemplo.
Mientras dirigimos un pensamiento de gratitud al Papa Benedicto XVI, que ha querido elevar a su gran Predecesor a la gloria de los altares, me complace concluir con las palabras que el mismo, nuestro querido Papa Benedicto XVI, pronunció en el primer aniversario de la desaparición del nuevo Beato. Dijo: “Queridos hermanos y hermanas, (…) nuestro pensamiento vuelve con emoción al momento de la muerte de nuestro amado Pontífice, pero al mismo tiempo nuestro corazón es empujado a mirar hacia delante. Oímos resonar en el ánimo sus invitaciones repetidas a avanzar sin miedo sobre el camino de la fidelidad al Evangelio para ser heraldos y testigos de Cristo en el tercer milenio. Nos vuelven a la mente sus incesantes exhortaciones a cooperar generosamente en la creación de una humanidad más justa y solidaria, a ser constructores paz y de esperanza. Quede siempre fija nuestra mirada en Cristo 'Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre” (Heb 13, 8), que guía firmemente a su Iglesia. Nosotros hemos creído en su amor y es el encuentro con Él 'que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva' (cfr Deus caritas est, 1).
Que la fuerza del Espíritu de Jesús sea para todos, queridos hermanos y hermanas, como lo fue para el Papa Juan Pablo II, fuente de paz y de alegría. Y la Virgen María, Madre de la Iglesia, nos ayude a ser en toda circunstancia, como él, apóstoles incansables de su Divino Hijo y profetas de su amor misericordioso”. ¡Amén!”
[Traducción del italiano por Carmen Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]
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Beato Juan Pablo II: Rito de la Beatificación de Juan Pablo II
Minuto a Minuto, todas las palabras y gestos
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación una traducción española realizada por ZENIT del rito de beatificación de Juan Pablo II, que tuvo lugar al principio del rito inicial, antes del Gloria y de la Oración Colecta.
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En San Pedro, en el transcurso de la Misa, a las 10,37 horas se acercó a la sede del Santo Padre el cardenal Agostino Vallini, vicario general de Su Santidad para la diócesis de Roma, con el postulador, para pedir al Papa que se proceda a la beatificación del siervo de Dios Juan Pablo II.
El cardenal Agostino Vallini: Beatísimo Padre, el Vicario General de Vuestra Santidad para la Diócesis de Roma pide humildemente a Vuestra Santidad que inscriba en el número de los Beatos al Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, papa.
Inmediatamente después, el cardenal Vallini leyó una breve biografía de Karol Wojtyla.
Tras ello, todos se pusieron de pie.
El Santo Padre: Nos, acogiendo el deseo de Nuestro Hermano Agostino cardenal Vallini, Nuestro Vicario General para la Diócesis de Roma, de muchos otros Hermanos en el Episcopado y de muchos fieles, tras haber recibido el parecer de la Congregación para las Causas de los Santos, con Nuestra Autoridad Apostólica concedemos que el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, papa, de ahora en adelante sea llamado Beato y que se pueda celebrar su fiesta en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, cada año el 22 de octubre. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Prorrumpió inmediatamente un larguísimo aplauso de la muchedumbre; aplauso que duró muchos minutos.
Mientras el Coro cantaba el amén, se colocaron en el altar las reliquias de Juan Pablo II.
El cardenal Agostino Vallini: Beatísimo Padre, el Vicario general de Vuestra Santidad para la diócesis de Roma da las gracias a Vuestra Santidad por haber hoy proclamado Beato al Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, papa.
El cardenal Vallini, el postulador monseñor Oder y el Papa se intercambiaron un abrazo de paz. Acto seguido, se entonó el Gloria y prosiguió la celebración.
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Fuente ZENIT
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Homilía del Papa en Beatificación de Juan Pablo II
CON OCASIÓN DE LA
BEATIFICACIÓN DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Plaza de San Pedro
Domingo 1 de mayo de 2011
Queridos hermanos y hermanas.
Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.
Deseo dirigir un cordial saludo a todos los que, en número tan grande, desde todo el mundo, habéis venido a Roma, para esta feliz circunstancia, a los señores cardenales, a los patriarcas de las Iglesias católicas orientales, hermanos en el episcopado y el sacerdocio, delegaciones oficiales, embajadores y autoridades, personas consagradas y fieles laicos, y lo extiendo a todos los que se unen a nosotros a través de la radio y la televisión.
Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.
«Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.
Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14).
También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: «Por ello os alegráis», y añade: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación» (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. «Es el Señor quien lo ha hecho –dice el Salmo (118, 23)- ha sido un milagro patente», patente a los ojos de la fe.
Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium. Todos los miembros del Pueblo de Dios –Obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas- estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia. Karol Wojtyła, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtyła: una cruz de oro, una «eme» abajo, a la derecha, y el lema: «Totus tuus», que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojtyła encontró un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266).
El nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszyński, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado». ¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.
Karol Wojtyła subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza». Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.
Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Iglesia.
¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Desde el Palacio nos has bendecido muchas veces en esta Plaza. Hoy te rogamos: Santo Padre: bendícenos. Amén.
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Fuente: Libreria Editrice Vaticana
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La beatificación de Wojtyla, tres días de oración y memoria
ROMA, viernes 29 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Tres días de oración y memoria marcarán la beatificación de Juan Pablo II, prevista para el domingo 1 de mayo, presentado hoy por la Santa Sede en rueda de prensa.
“Cada una de las tres celebraciones de la beatificación – afirmó a la prensa monseñor Marco Frisina, director de la Oficina Litúrgica del vicariato de Roma – se caracteriza por algunos elementos particulares que quieren poner de manifiesto la riqueza de la personalidad del nuevo Beato y, al mismo tiempo, el gran impacto que su pontificado tuvo en la diócesis de Roma y en el mundo entero”.
Sábado 30 de abril
En el Circo Máximo la cita para la vigilia es a las 18,00 h. (el acceso a los fieles de permitirá desde las 17.30 h). La celebración se desarrollará en dos momentos: la celebración de la Memoria y la celebración del Santo Rosario. “En la primera parte – afirmó monseñor Frisina – estaremos acompañados por las palabras y los gestos de Juan Pablo II: una forma concreta de hacer nuestra la gran herencia espiritual del nuevo Beato para poderla vivir hoy”.
En el palco se expondrá una reproducción en grande de María Salus Populi Romani,patrona de la ciudad de Roma, ante la cual algunos representantes de las parroquias y de las capellanías diocesanas colocarán velas.
Un montaje vídeo recordará los últimos meses del pontificado de Juan Pablo II, marcados de modo particular por el sufrimiento, al término de cual ofrecerán su testimonio dos de los más estrechos colaboradores del Papa: Joaquín Navarro-Valls, director de la Sala de Prensa entre 1984 y 2006, y el cardenal Stanisław Dziwisz, arzobispo de Cracovia y secretario personal de Juan Pablo II.
Seguirá el testimonio del sor Marie Simon-Pierre, cuya curación milagrosa abrió el camino para la beatificación, y de algunos jóvenes de Roma recogidos en breves grabaciones. Marcará el final de la primera parte el canto "Totus tuus", compuesto por monseñor Frisina para el 50° aniversario de la ordenación sacerdotal de Juan Pablo II.
La segunda parte constará de la celebración de los Misterios luminosos del Santo Rosario – introducidos precisamente por el papa Juan Pablo II – en los que se celebra la vida pública de Jesús. Se iniciará con el canto del Himno del Beato Juan Pablo II "Abrid las puertas a Cristo" escrito por monseñor Frisina “cuyo texto – explicó el propio prelado – resume los contenidos más importantes del pontificado de Juan Pablo II, mientras que el estribillo contiene el llamamiento a abrir nuestro corazón al amor de Dios’ con el que el papa comenzó su pontificado”.
Seguirá una introducción del cardenal Vicario de Roma, Agostino Vallini, que presentará en síntesis la personalidad espiritual y pastoral del Beato; después el rezo del Rosario, que se celebrará en conexión en directo con 5 santuarios marianos diseminados por el mundo.
“Cada uno de los misterios del Rosario – subrayó monseñor Frisina – se unirá a una intención de oración, querida a Juan Pablo II: por los jóvenes, la del Santuario de Łagniewniki de la Divina Misericordia en Cracovia (Polonia); por la familia la del Santuario de Kawekamo – Bugando (Tanzania); por la evangelización la del Santuario de Notre Dame du Lebanon – Harissa (Líbano); por la esperanza y la paz de los pueblos la de la Basílica de Santa María de Guadalupe (México) y, finalmente, por la Iglesia la del Santuario de Fátima (Portugal)”.
Benedicto XVI, en conexión desde el Palacio Apostólico, recitará la oración final e impartirá la bendición apostólica a todos los participantes. Estos últimos, durante el canto de la Salve, serán invitados a encender sus velas en signo de alabanza a Dios y de devoción a la Virgen María. Terminará así la celebración en el Circo Máximo, pero no la vigilia de oración en la noche romana.
“Noche blanca” de oración
“Roma – explicó Walter Insero, responsable de la Oficina de las comunicaciones sociales del Vicariato de Roma – vivirá por primera vez una “noche blanca de oración”. A partir de las 23 h., para los peregrinos que lo deseen en ocho iglesias del Centro histórico será posible rezar hasta el alba. Las iglesoas – S. Anastasia, S. Bartolomeo all’isola, S. Agnese in Agone en Piazza Navona, S. Marco al Campidoglio, Santissimo Nome di Gesù en Argentina, S. Maria in Vallicella, S. Andrea della Valle y S. Giovanni dei Fiorentini – se encuentran a lo largo del recorrido que desde el Circo Máximo conduce a la Basílica de San Pedro.
“Los jóvenes de Roma – prosiguió Insero –, animadores de esta noche de fe, acogerán a los peregrinos invitándoles a entrar en la Iglesia y a unirse en la oración”. Estos, así, “no verán únicamente los testimonios artísticos, sino las 'piedras vivas' de la Iglesia de Roma”.
Habrá un esquema común para la oración en las ocho iglesias, en la que se alternarán lectura y meditación de la Palabra de Dios: “Hemos venido a adorarlo" (Mt 2, 2ss); "Vosotros quién decís que soy yo" (Mt 16,15ss); silencio y adoración eucarística; lectura de algunos textos de Juan Pablo II dirigidos a los jóvenes y, también, testimonios de algunos jóvenes, cantos realizados por grupos juveniles, rezo del Rosario y Corona de la Divina Misericordia.
“Hasta el alba – concluyó Insero – gracias a la disponibilidad de muchos sacerdotes que se han adherido, los peregrinos podrán, celebrando el sacramento de la reconciliación, experimentar la misericordia de Dios”.
Domingo 1 de mayo
Las puertas de acceso de los peregrinos a la plaza de San Pedro (cerrada, junto a la Via della Conciliazione desde las 13,00 h del sábado) se abrirán a las 5,30 de la mañana. También estarán presentes 2.300 periodistas procedentes de 101 países del mundo.
La liturgia de Beatificación, prevista a las 10,00 h., será precedida por una hora en la que, explicó monseñor Frisina “rezaremos juntos la Corona de la Divina Misericordia, una devoción introducida por santa Faustina Kowalska y muy querida al Beato Juan Pablo II”. La Corona “es una oración letánica, parecida al Rosario, con la que se invoca la misericordia de Dios y se pide el perdón de los pecados en un acto de confianza hacia la misericordia de Cristo”. Esta preparación terminará con una Invocación de la Misericordia de Dios sobre el mundo con el canto Jezu ufam tobie – Jesús, confío en ti.
A las 9,55 la procesión litúrgica de ingreso con el Papa saldrá de la Puerta de Bronce y subirá hacia el altar desde el pasillo central de la plaza.
“En la celebración – informó el padre Federico Lombardi, director de la Sala de Prensa vaticana – estarán presentes 87 delegaciones oficiales de otros tantos países, entre los cuales los representantes de cinco casas reinantes (Bélgica, Luxemburgo, Liechtstenstein, España, Reino Unido), 16 Jefes de Estado (entre los cuales los presidentes de Italia y Polonia), 6 Jefes de gobierno y exponentes de la Unión europea”.
Concelebrantes del Papas, según las informaciones difundidas por el maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias, monseñor Guido Marini estarán sólo los cardenales presentes, a lo cuales se unirá monseñor Mieczyslaw Mokrzycki, de 1995 a 2005 segundo secretario de Juan Pablo II. El cáliz que se usará será el que usaba habitualmente Juan Pablo II en los últimos años de su pontificado, y la casulla y la mitra que llevará el Papa se realizaron bajo el pontificado de Juan Pablo II y él las usó a menudo.
El rito de la beatificación verdadero y propio está previsto después del acto penitencial. El cardenal Agostino Vallini, en cuanto vicario general para la diócesis de Roma, parte implicada en el proceso de beatificación de Juan Pablo II, hará requerimiento expreso y leerá algunos rasgos biográficos del Siervo de Dios que constituyen una síntesis de los motivos que han llevado a su beatificación. Inmediatamente después el Papa pronunciará la fórmula de Beatificación. En ese momento se quitará el velo que cubre el tapiz colocado bajo la logia central de la Basílica de San Pedro, y que reproduce una fotografía de Juan Pablo II en 1995. Después se colocarán en el Altar las reliiqoas del nuevo Beato.
“Se trata – explicó el padre Lombardi – de un relicario con forma de ramos de olivo, de 40 cm de alto, distinto del de forma de libro del Evangelio que se usará en la Misa de acción de gracias del 2 de mayo”.
La reliquia que será expuesta a la veneración de los fieles es una pequeña ampolla de sangre que será llevada al altar por sor Tobiana Sobódka, de la Congregación de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús, que sirvió en el apartamento de Juan Pablo II durante todo el pontificado, por sor Marie Simon Pierre, de la Congregación de las Petite Soeurs des Maternités, que fue agraciada con un milagro por el nuevo Beato y por cuatro jóvenes de la diócesis de Roma y de la diócesis de procedencia de sor Marie, que llevarán cirios, mientras que otras dos personas llevarán flores.
Al término de la celebración eucarística, el Papa entrará el primero en la Basílica junto a los cardenales para venerar el féretro con los restos del beato. Seguirán las autoridades y las delegaciones oficiales (que recibirán el saludo de Benedicto XVI junto a la Piedad de Miguel Ángel) y después comenzará el flujo de fieles que podrán desfilar hasta la tarde e incluso durante la noche, si fuese necesario, hasta las 5,00 de la mañana del lunes 2 de mayo, cuando comenzarán las actividades para preparar la Plaza de San Pedro a la celebración de acción de gracias.
Lunes 2 de mayo
Los tres días de oración concluirán con la primera misa celebrada en honor del nuevo Beato – cuya intercesión se invocará por primera vez por la Iglesia – presidida por el secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone, a las 10,30 h.
También esta celebración será precedida por una hora de preparación: desde las 9,30 “escucharemos – anunció monseñor Frisina – algunas poesías del Beato recitadas por los actores Dariusz Kowalski y Pamela Villoresi. Las lecturas serán entremezcladas por fragmentos sinfónicos ejecutados por el Coro de la diócesis de Roma con la participación del Coro unido polaco de Varsovia y de la Orquesta sinfónica de la Radio polaca de Katowice, y con la participación de la soprano Ewa Izykowska”.
Los textos litúrgicos, explicó también el prelado, serán los propios del nuevo Beato: “el pasaje de Isaías sobre el mensajero de anuncios alegres, el número 8 de la carta a los Romanos con la invocación '¿quién nos separará del amor de Cristo?’ y el pasaje del Evangelio de Juan en el que Jesús le pregunta a Pedro: ¿Me amas?”.
La celebración terminará con el canto del Regina Coeli.
Por Chiara Santomiero, traducción del italiano por Inma Álvarez
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Jubileo de las 40 Horas - Mayo 2011
R. Mi Jesús Sacramentado.
Padre nuestro, Ave María y Gracia.
ACTO DE ADORACIÓN
Señor mío, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre: Te adoro realmente presente en el augusto Sacramento del Altar. Mi Señor y mi Dios: En esta Hostia santa, confieso y de ninguna manera dudo, de la verdad de la presencia de tu Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad. Que todas las criaturas del cielo y de la tierra te alaben y te rindan infinitas acciones de gracias por el gran amor con que bajaste del cielo hasta nosotros, y por habernos dejado en prenda de ese amor tu mismo Cuerpo vivo e inmortal. Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros. Danos tu paz y alimenta nuestras almas con esa comida espiritual, para que, ni en la vida ni en la muerte, nos separemos jamás de Ti. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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TURNOS DE ADORACIÓN - MAYO 2011
1-2-3
Santa Liberata. Alameda de los Descalzos. Rímac.
4-5-6
San Juan Bautista. Mz 1, Lt 1, San Juan de Amancaes. Rímac.
San Francisco de Borja. Las Artes 860, San Borja.
7-8-9
Iglesia de San José. (Misioneros Santos Apóstoles) Jr. Junín 891, Lima.
10-11-12
Natividad de María. A. Filomeno 302, Ciudad y Campo. Rímac.
Santísimo Nombre de Jesús. Calle Los Picaflores 188, Chacarilla.
13-14-15
Santuario Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (Rímac)
16-17-18
San Esteban. A. Gamarra y Bartola Sancho. El Bosque, Rímac.
San Leopoldo. Esq. c/3 y 10, Urb. Mcal. Castilla, Monterrico Norte.
19-20-21
La Sagrada Familia. Bauzate y Meza 2006, La Victoria.
Nuestra Señora del Consuelo. Av. Primavera 1620, Surco.
22-23-24
Capilla del Colegio Nuestra Señora de la Consolación.
25-26-27
El Divino Maestro. Av. México 1599, La Victoria.
Sagrado Corazón de Jesús. La República y Santorín, Urb. El Derby.
28-29-30
Iglesia Cristo Rey. Villa Militar, Chorrillos.
31
Nuestra Señora del Buen Consejo. 12 de Octubre 2020, La Victoria.
La Resurrección. El Sauce 234, Rinconada Baja, La Molina.
Ofrecimiento Diario - Intenciones para el mes de Mayo
APOSTOLADO
Ofrecimiento Diario
Intención General:
Para que cuantos operan en los medios de comunicación respeten siempre la verdad, la solidaridad y la dignidad de cada persona.
Intención Misional:
Para que el Señor done a la Iglesia en China la capacidad de perseverar en la fidelidad al Evangelio y crecer en la unidad.
Por las Intenciones de la Conferencia Episcopal Peruana
Para que las religiosas y los religiosos, viviendo con fidelidad los consejos evangélicos, según el propio carisma, sigan dando un vigoroso testimonio de amor a Dios, de adhesión inquebrantable al
magisterio de la Iglesia y de colaboración solícita con los planes diocesanos.
Nuevas tecnologías de la Comunicación
“... Al reflexionar sobre el significado de las nuevas tecnologías es importante no sólo su indudable capacidad de favorecer el contacto entre personas, sino también la calidad de los contenidos que se ponen en circulación. Deseo animar a todas las personas de buena voluntad y que trabajan en el mundo emergente de la comunicación digital, para que se comprometan a promover una cultura de respeto, diálogo y amistad... y a respetar la dignidad y el valor de la persona humana... las nuevas tecnologías han abierto también caminos para el diálogo entre personas de diversos países, culturas y religiones...” (Benedicto XVI, Mensaje. 24.1.2009. Extracto)
La Iglesia en China
“...Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13,8). También en China la Iglesia está llamada a ser testigo de Cristo, a mirar hacia adelante con esperanza y a tomar conciencia -en el anuncio del Evangelio- de los nuevos desafíos que el pueblo chino tiene que afrontar. Anunciar el Evangelio significa anunciar y dar testimonio de Jesucristo crucificado y resucitado, el Hombre nuevo vencedor del pecado y de la muerte. El permite a los seres humanos entrar en una nueva dimensión donde la misericordia y el amor, incluso para con el enemigo, dan fe de la victoria de la Cruz sobre toda debilidad humana.” (Benedicto XVI. Carta. 27.5.2007. Extractos)”
Aparecida - Misión Continental
Estar presente en los medios de comunicación social: prensa, radio y TV, cine digital, sitios de Internet... para introducir en ellos el misterio de Cristo (486 c).
Eucaristía
Misa por los religiosos (Misal romano)
Palabra de Dios
2 Timoteo 3,14-4,3. Para qué es útil la Sagrada Escritura.
Hebreos 1,1-4. Dios se ha comunicado por los profetas y por su Hijo.
Mateo 13,10-17. El arte de Jesús al comunicar en parábolas.
Reflexionemos
¿Cómo aprender a tener una mirada crítica de la prensa escrita, radial y televisiva?
¿Doy importancia a la información sobre el acontecer nacional y mundial?
Invitación
A participar de la Misa dominical de 11:00 AM en la Parroquia de San Pedro y a acompañarnos en las reuniones semanales a las 12:00 M en el claustro de la parroquia, todos los domingos.
Asimismo, invitamos a la Misa de los Primeros Viernes de cada mes en Honor al Sagrado Corazón de Jesús, a las 7:30 PM en San Pedro.
P. Antonio Gonzalez Callizo S.J.
Director Nacional del Apostolado de la Oración (AO)
Parroquia San Pedro
Visítenos en:
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com Etiqueta del Apostolado de la Oración
http://www.apostlesshipofprayer.net Elegir idioma ESPAÑOL, hacer clic en ventana “Oración y Servicio”
www.jesuitasperu.org Apostolado parroquial
www.sanpedrodelima.org
¡ADVENIAT REGNUM TUUM!
¡Venga a nosotros tu reino!
Apostolado de la Oración
Azángaro 451, Lima
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Oración para implorar favores por intercesión de Juan Pablo II
Oh Trinidad Santa, Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor.
Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos. Amén.
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Para enviar algún testimonio que pueda colaborar con el proceso, comunicarse con:
Mons. Slawomir Oder
Vicariato di Roma Piazza San Giovanni in Laterano 6/A
00184 ROMA
e-mail: Postulazione.GiovanniPaoloII@VicariatusUrbis.org
web: www.vicariatusurbis.org/Beatificazione/
Juan Pablo II, Beato
Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920. Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él.
Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la Iglesia parroquial de Wadowice; a los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro.
Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.
A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también clandestino.
Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946 de manos del Arzobispo Sapieha.
Seguidamente fue enviado a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en 1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz (Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce). En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.
En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada "Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler". Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.
El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.
El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesareo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral.
Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyła tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado.
Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia y ha durado casi 27 años.
Juan Pablo II ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías, movido por la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" y por la caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Además, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 333 parroquias romanas.
Más que todos sus predecesores se encontró con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones: más de 17.600.000 peregrinos participaron en las 1166 Audiencias Generales que se celebran los miércoles. Ese numero no incluye las otras audiencias especiales y las ceremonias religiosas [más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000] y los millones de fieles que el Papa encontró durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo. Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se entrevistó durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con Primeros Ministros.
Su amor a los jóvenes le impulsó a iniciar en 1985 las Jornadas Mundiales de la Juventud. En las 19 ediciones de la JMJ celebradas a lo largo de su pontificado se reunieron millones de jóvenes de todo el mundo. Además, su atención hacia la familia se puso de manifiesto con los encuentros mundiales de las familias, inaugurados por él en 1994.
Juan Pablo II promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones, convocándolos en varias ocasiones a encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís.
Bajo su guía, la Iglesia se acercó al tercer milenio y celebró el Gran Jubileo del año 2000, según las líneas indicadas por él en la carta apostólica Tertio millennio adveniente; y se asomó después a la nueva época, recibiendo sus indicaciones en la carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que mostraba a los fieles el camino del tiempo futuro.
Con el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, promovió la renovación espiritual de la Iglesia.
Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo: celebró 147 ceremonias de beatificación -en las que proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Proclamó a santa Teresa del Niño Jesús Doctora de la Iglesia.
Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales (más uno "in pectore", cuyo nombre no se hizo público antes de su muerte) en 9 consistorios. Además, convocó 6 reuniones plenarias del colegio cardenalicio.
Presidió 15 Asambleas del Sínodo de los obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 general extraordinaria (1985) y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 (2) y 1999).
Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas.
Promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica, a la luz de la Revelación, autorizadamente interpretada por el Concilio Vaticano II. Reformó el Código de Derecho Canónico y el Código de Cánones de las Iglesias Orientales; y reorganizó la Curia Romana.
Publicó también cinco libros como doctor privado: "Cruzando el umbral de la esperanza" (octubre de 1994);"Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal" (noviembre de 1996); "Tríptico romano - Meditaciones", libro de poesías (marzo de 2003); “¡Levantaos! ¡Vamos!” (mayo de 2004) y “Memoria e identidad” (febrero de 2005).
Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina.
Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.
El 28 de abril, el Santo Padre Benedicto XVI dispensó del tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II. La causa la abrió oficialmente el cardenal Camillo Ruini, vicario general para la diócesis de Roma, el 28 de junio de 2005.
Ha sido beatificado el 1 de mayo del 2011 por el Papa Benedicto XVI luego de comprobarse el milagro a tribuido a su intercesión de la curación de la religiosa Marie Simon Pierre que sufría de Parkinson.
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Fuente: Oficina de Prensa de la Santa Sede.
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Homenaje de la Santa Sede a Juan Pablo II AQUÍ
Homenaje de la Santa Sede a Juan Pablo II : UNA VIDA EN IMÁGENES
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¿Cómo es el proceso de Canonización?
Lo que sigue es una descripción del sistema de canonización, con toda su circunspección, tal como existía aún en fecha tan reciente como 1982:
En la práctica, el proceso de canonización involucra una gran variedad de procedimientos, destrezas y participantes: promoción por parte de quienes consideran santo al candidato; tribunales de investigación de parte del obispo o de los obispos locales; procedimientos administrativos por parte de los funcionarios de la congregación; estudios y análisis por asesores expertos; disputas entre el promotor de la fe (el "abogado del diablo") y el abogado de la causa; consultas con los cardenales de la congregación. Pero, en todo momento, únicamente las decisiones del papa tienen fuerza de obligación; él sólo posee el poder de declarar a un candidato merecedor de beatificación o canonización.
Bajo el antiguo sistema jurídico, una causa de éxito pasaba por las siguientes fases típicas:
1) Fase prejurídica. Hasta 1917, el derecho canónico exigía que pasaran por lo menos cincuenta años desde la muerte del candidato antes de que sus virtudes o martirio pudieran discutirse formalmente en Roma. Se trataba así de asegurar que la reputación de santidad de que gozaba un candidato era duradera y no meramente una fase de celebridad pasajera. Incluso ahora, suprimida la regla de los cincuenta años, se exhorta a los obispos a distinguir con sumo cuidado entre una auténtica reputación de santidad, manifiesta en oraciones y otros actos devotos ofrecidos al difunto, y una reputación estimulada por los medios de comunicación y la "opinión pública"
Durante esa fase se permiten, sin embargo, una serie de actividades extraoficiales. Primero, un individuo o un grupo reconocido por la Iglesia puede anticiparse al proceso con la organización de una campaña de apoyo al candidato potencial. En la práctica, esos "impulsores" de una causa suelen ser miembros de alguna orden religiosa, dado que sólo ellos tienen los recursos y los conocimientos necesarios para llevar el proceso hasta el final. Normalmente se forma una hermandad, se hacen colectas de dinero, se solicitan informaciones sobre favores divinos, se publica un boletín, se imprimen tarjetas de oraciones y, con no poca frecuencia, se publica una biografía piadosa. Ésa es, en efecto, una fase de promoción, encaminada a alentar la devoción privada y a convencer al obispo o al juez eclesiástico responsable de la diócesis, en donde murió el candidato, de la existencia de una genuina y persistente reputación de santidad. Por último, los iniciadores se convierten en "el solicitante" del proceso cuando piden formalmente al obispo la apertura de un proceso oficial.
2) Fase informativa. Si el obispo local decide que el candidato posee los méritos suficientes, inicia el Proceso Ordinario. El propósito de ese proceso es suministrar a la congregación los materiales suficientes para que sus funcionarios puedan determinar si el candidato merece un proceso formal. A tal fin, el obispo convoca un tribunal o corte de investigación. Los jueces citan a testigos que declaren tanto a favor como en contra del candidato, que de ahí en adelante es llamado "el siervo de Dios". En caso de ser necesario, las sesiones se celebran en cualquier sitio en donde haya vivido el siervo de Dios El fin de ese procedimiento de investigación es doble: primero, establecer si el candidato goza de una sólida reputación de santidad y, segundo, reunir los testimonios preliminares aptos para comprobar si tal reputación se halla corroborada por los hechos. El testimonio original es transcrito por acta notarial, sellada y conservada en el archivo de la diócesis. Unas copias selladas (hasta 1982 se necesitaba todavía un permiso especial de la congregación para presentar copias mecanografiadas en lugar de copias escritas a mano) se remiten a Roma por un mensajero especial del Vaticano.
El obispo local debe confirmar que el siervo de Dios no es objeto de culto público; esto es, hay que comprobar que el candidato no se ha convertido, con el paso del tiempo, en objeto de veneración pública. Esa exigencia, formal, pero necesaria, se remonta a las reformas del papa Urbano VIII, que prohibió, como hemos visto, el culto de los santos no oficialmente canonizados por el papa.
3) Juicio de ortodoxia. Es un proceso concomitante, el obispo nombra unos funcionarios encargados de recoger los escritos publicados del candidato; al final, se reúnen también cartas y otros escritos inéditos. Los documentos se envían a Roma, donde en el pasado eran examinados por censores teológicos, que rastreaban eventuales enseñanzas u opiniones heterodoxas; hoy, los censores no intervienen ya, pero los exámenes continúan realizándose. Obviamente, cuanto más haya escrito el candidato, cuanto más osado haya sido su intelecto en materia de fe, con tanto más rigor serán escudriñadas sus obras. Como regla general, los disidentes de la enseñanza oficial de la Iglesia son rechazados sin más rodeos. Aunque la congregación no cuenta con ninguna estadística sobre los motivos de rechazos de las causas, los que trabajan allí confirman que el hecho de no haber superado ese examen de pureza doctrinaria es la razón más frecuente por la que ciertas causas han sido canceladas o suspendidas indefinidamente.
Los promotores de una causa bloqueada tienen, sin embargo, una oportunidad de refutar los cargos de heterodoxia imputados a su candidato, en caso de que haya algún malentendido.
Desde 1940, los candidatos deben superar otro examen adicional. A título de revisión preventiva, todos los siervos de Dios deben recibir de Roma el nihil obstat, la declaración de que no hay "nada reprochable" acerca de ellos en las actas del Vaticano. En la práctica, con ello se alude a las actas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, encargada de la defensa de la fe y la moral, o de otra cualquiera de las nueve congregaciones (la Congregación para los Obispos, para el Clero, etc.) que pueda tener motivos para contar con datos acerca del candidato. La razón de ese procedimiento reside en la posibilidad de que una o varias congregaciones puedan hallarse en posesión de informaciones privilegiadas relativas a los escritos o a la conducta moral del candidato, que acaso pudieran influir sobre el seguimiento de la causa. Raras veces se encuentra algo objetable; desde 1979, por ejemplo, sólo hubo una causa que no obtuvo el nihil obstat.
4) La fase romana. Es aquí donde empieza la verdadera deliberación. En cuanto los informes del obispo local llegan a la congregación, se asigna la responsabilidad de la causa a un postulador residente en Roma. Hay unos doscientos veintiocho postuladores adscritos a la congregación; la mayoría de ellos, sacerdotes pertenecientes a órdenes religiosas. La tarea del postulador consiste en representar a los solicitantes de la causa; es el solicitante quien le paga, a menos que se trate de un caso de caridad. El solicitante paga también los servicios de un abogado defensor, elegido por el postulador entre una docena aproximada de juristas canónicos, clérigos y legos, especializados y en posesión de un permiso de la Santa Sede para ocuparse de las causas de los santos.
A partir de los materiales suministrados por el obispo local, el abogado prepara un resumen, encaminado a demostrar a los jueces de la congregación que la causa debe ser iniciada oficialmente. En el resumen, el abogado arguye que existe una verdadera reputación de santidad y que la causa ofrece pruebas suficientes para justificar un examen más detenido de las virtudes o del martirio del siervo de Dios.
A continuación, se entabla una dialéctica escrita en la que el promotor de la fe, o "abogado del diablo", propone objeciones al resumen del abogado defensor y éste replica. Ese intercambio suele repetirse varias veces y, a menudo, transcurren años o incluso décadas antes de que todas las diferencias entre el abogado de la causa y el promotor de la fe hayan quedado satisfactoriamente resueltas. Finalmente, se prepara un volumen impreso, llamado positio, que contiene todo el material desarrollado hasta el momento, incluidos los argumentos del promotor de la fe y del abogado. La positio la estudian los cardenales y los prelados oficiales (el prefecto, el secretario, el subsecretario y, si es necesario, el jefe de la sección histórica) de la congregación, que pronuncian su sentencia en una reunión formal celebrada en el Palacio Apostólico. Como en el veredicto de un jurado de instrucción, un juicio positivo implica que hay buenas razones para iniciar el proceso (processus).
Una vez aceptado el veredicto por la congregación, se le notifica al papa, quien emite un decreto de introducción, salvo que tenga a su vez razones para denegarlo. La manera en que lo hace es significativa. Se supone que, si la causa ha resistido al examen hasta ese punto, cuenta con buenas posibilidades de éxito; pero, aún así, muchas fracasan. En consecuencia, para subrayar el hecho de que en esa fase la causa ha recibido únicamente la aprobación administrativa del papa, éste no firma el decreto con su nombre pontificio, por ejemplo, papa Juan Pablo II, sino que emplea solamente su nombre de pila: Placet Carolos ("Karon acepta").
Una vez se ha instruido la causa, pasa a la jurisdicción de la Santa Sede; se la llama entonces un "proceso apostólico". El promotor de la fe o sus asistentes elaboran otra serie de preguntas, destinadas a obtener informaciones específicas sobre las virtudes o el martirio del siervo de Dios. Esas preguntas se remiten a la diócesis local, donde un nuevo tribunal, esta vez integrado por jueces delegados de la Santa Sede, vuelve a interrogar a los testigos aún vivos. Los jueces tienen también la posibilidad de requerir declaraciones de testigos nuevos y, en caso de necesidad, éstos pueden incluso ser trasladados a Roma para contestar a las preguntas.
De hecho, el proceso apostólico es una versión más estricta del proceso ordinario. Su objetivo es demostrar que la reputación de santidad o de martirio del candidato está basada en hechos reales. Cuando los testimonios están completos, la documentación se envía a la congregación, donde se traduce el material una de las lenguas oficiales. Hasta este siglo, sólo había una lengua oficial, el latín. Gradualmente se añadieron el italiano, el español, el francés y el inglés, conforme al creciente número de causas provenientes de países en donde se hablan dichas lenguas. Después, los documentos los examinan el subsecretario y su equipo, para comprobar que todas las formalidades y los protocolos jurídicos han sido observados con precisión. Al concluir este proceso, la Santa Sede emite un decreto sobre a validez del mismo, con lo que garantiza su uso legítimo.
Como siguiente paso, el postulador y su abogado preparan otro documento, llamado informativo, que resume de manera sistemática los argumentos a favor de la virtud o del martirio. A ese documento se agrega un sumario de las declaraciones de los testigos, especificadas con relación a los argumentos que se trata de demostrar. Tras estudiarlo, el promotor de la fe hace sus objeciones a la causa y el abogado le contesta con la ayuda del postulador. Ese intercambio de argumentos se imprime, y la entera colección de documentos se somete al estudio y al juicio de los funcionarios de la congregación y al de sus asesores teológicos. Las dificultades y reservas resultantes de esa reunión son recogidas como nuevas objeciones del promotor de la fe y, por segunda vez, le responde el abogado defensor. Este intercambio forma la base de una segunda reunión y de un segundo juicio, que incluye esta vez a los cardenales de la congregación. El mismo proceso se repite después por tercera vez, pero en presencia del papa. Si se dictamina que el siervo de Dios practicó las virtudes cristianas en grado heroico o que murió como mártir, se le otorga entonces el título de "venerable".
5) La sección histórica. En 1930, el papa Pío XI instituyó una sección histórica, especializada en causas antiguas y en ciertos problemas que el proceso puramente jurídico no era capaz de resolver. En primer lugar, las causas para las cuales no quedan ya testigos presenciales vivos se asignan a esa sección para su examen histórico; las decisiones sobre la virtud o el martirio se toman en esos casos mayormente a partir de pruebas históricas. En segundo lugar, muchas otras causas se remiten a la sección histórica cuando algún punto controvertido requiere un examen de archivos u otra clase de investigación histórica. En tercer lugar, los miembros de la sección histórica investigan, en muy raras ocasiones, las llamadas causas antiguas para verificar la existencia, origen y continuidad del culto a ciertos personajes considerados santos, la mayoría de los cuales vivieron mucho antes de que se instituyera la canonización pontificia. Tales personajes pueden recibir, a discreción del papa, un decreto de beatificación o de canonización "equivalentes". El Index ac Status Causarum (edición de 1988) contiene trescientos sesenta y nueve nombres cuyos cultos han sido confirmados. Entre los más recientes que recibieron la canonización equivalente, se halla Inés de Bohemia, declarada santa por el papa Juan Pablo II el 12 de noviembre de 1989, a los setecientos siete años de su muerte.
6) Examen del cadáver. A veces se exhuma, previamente a la beatificación, el cadáver del candidato para su identificación por el obispo local. Si se descubre que el cadáver no es el del siervo de Dios, la causa continúa, pero deben cesar las oraciones y otras muestras privadas de devoción ante la tumba. El examen se realiza únicamente para fines de identificación, aunque, si resulta que el cuerpo no se ha corrompido, tal descubrimiento puede aumentar el interés y el apoyo que recibe la causa. Cuando se enterró, por ejemplo, en 1860 al obispo John Newmann, el cadáver no fue embalsamado. Un mes después, se abrió subrepticiamente la tumba y se halló el cuerpo aún intacto, y la noticia se difundió por toda Filadelfia. Su sepulcro se convirtió en una especie de santuario, las oraciones dirigidas a él se multiplicaron, y de esa manera, se divulgó la reputación de su santidad.
A diferencia de algunas otras Iglesias cristianas, ante todo la Rusa ortodoxa, la Iglesia católica romana no considera un cuerpo incorrupto como señal inequívoca de santidad. Sin embargo, durante siglos se ha venido creyendo que los cadáveres de los santos despiden un aroma dulce - el llamado "olor de santidad" - y la incorrupción se toma por indicio de favor divino. Esa tradición continúa influyendo en los creyentes, aunque no en los funcionarios de la congregación.
7) Procesos de milagros. Todo el trabajo realizado hasta este punto es, a los ojos de la Iglesia, el producto de la investigación y del juicio humanos, rigurosos pero no obstante, falibles. Lo que hace falta para la beatificación y la canonización son señales divinas que confirmen el juicio de la Iglesia respecto a la virtud o el martirio del siervo de Dios. La Iglesia toma por tal señal divina un milagro obrado por intercesión del candidato. Pero el proceso por el cal se comprueban los milagros es tan rigurosamente jurídico como las investigaciones sobre el martirio y las virtudes heroicas.
El proceso de milagros debe establecer:
a) que Dios ha realizado verdadera un milagro - casi siempre la curación de una enfermedad - y
b) que el milagro se obró por intercesión del siervo de Dios.
De manera semejante al proceso ordinario, el obispo de la diócesis, en donde ocurrió el milagro alegado, reúne las pruebas y toma acta notarial de los testimonios; si los datos lo justifican, envía dichos materiales a Roma, donde se imprimen como positio. En la congregación se celebran varias reuniones para discutir, refutar y defender las pruebas; a menudo, se busca información adicional. Esta vez, el caso lo estudia un equipo de médicos especialistas, cuya tarea consiste en determinar que la curación no ha podido producirse por medios naturales. Una vez emitido el juicio correspondiente, se traspasa la documentación a un equipo de asesores teológicos para que decidan si el milagro alegado se realizó efectivamente mediante oraciones al siervo de Dios y no, por ejemplo, mediante oraciones simultáneas dirigidas a otro santo ya establecido. Al final, los dictámenes de los asesores circulan a través de la congregación y, en caso de decisión favorable de los cardenales, el papa certifica la aceptación del milagro mediante un decreto formal.
El número de milagros requeridos para la beatificación y la canonización ha disminuido con el transcurso de los años. Hasta hace poco, la regla eran dos milagros para la beatificación y otros dos, obrados después de la beatificación, para la canonización, si la causa se basaba en la virtud. En el caso de los mártires, los últimos papas han eximido generalmente las causas de la obligación de comprobar milagros para la beatificación, considerando que el último sacrificio es de por sí suficiente para merecer el título de beato. A los no mártires se les sigue exigiendo, sin embargo, dos milagros para la canonización. Evidentemente, el proceso debe repetirse para cada milagro.
8) Beatificación. Previamente a la beatificación, se celebra una reunión general de los cardenales de la congregación con el papa, a fin de decidir si es posible iniciar sin riesgo la beatificación del siervo de Dios. La reunión guarda una forma altamente ceremoniosa, pero su objetivo es real. En los casos de personajes controvertidos, tales como ciertos papas o mártires que murieron a manos de Gobiernos que aún siguen en el poder, el papa puede efectivamente decidir que, pese a los méritos del siervo de Dios, la beatificación es, por el momento, "inoportuna". Si el dictamen es positivo, el papa emite un decreto a tal efecto y se fija un día para la ceremonia.
Durante la ceremonia de beatificación se promulga un auto apostólico, en el cual el papa declara que el siervo de Dios debe ser venerado como uno de los beatos de la Iglesia. Tal veneración se limita, sin embargo, a una diócesis local, a una región delimitada, a un país o a los miembros de una determinada orden religiosa. A ese propósito, la Santa Sede autoriza una oración especial para el beato y una misa en su honor. Al llegar a este punto, el candidato ha superado ya la parte más difícil del camino hacia la canonización. Pero la última meta le queda aún por alcanzar. El papa simboliza ese hecho al no oficiar personalmente en la solemne misa pontificia con que concluye la ceremonia de beatificación, sino que, después de la misa, se dirige a la basílica para venerar al recién beatificado.
9) Canonización. Después de la beatificación, la causa queda parada hasta que se presenten - si es que se presentan - adicionales señales divinas, en cuyo caso todo el proceso de milagros se repite. Las fichas activas de la congregación contienen a varios centenares de beatos, algunos de ellos muertos hace siglos, a quienes les faltan los milagros finales, posbeatificatorios, que la Iglesia exige como signos necesarios de que Dios sigue obrando a través de la intercesión del candidato. Cuando el último milagro exigido ha sido examinado y aceptado, el papa emite una bula de canonización en la que declara que el candidato debe ser venerado (ya no se trata de un mero permiso) como santo por toda la Iglesia universal. Esta vez el papa preside personalmente la solemne ceremonia en la basílica de San Pedro, expresando con ello que la declaración de santidad se halla respaldada por la plena autoridad del pontificado. En dicha declaración, el papa resume la vida del santo y explica brevemente qué ejemplo y qué mensaje aporta aquél a la Iglesia.
Éste es, en esencia, el proceso por el cual la Iglesia católica romana ha canonizado durante los últimos cuatro siglos.
El procedimiento actual para la canonización
Actualmente se mantiene el aspecto jurídico del viejo sistema - esencialmente, la celebración de tribunales locales ante los que declaran los testigos -, pero se aspira a comprender y valorar la forma específica de santidad del candidato en su contexto histórico preciso. A grandes rasgos, funciona como sigue:
La investigación y la recogida de pruebas están ahora bajo la autoridad del obispo local. Antes de iniciar una causa, éste debe consultar, sin embargo, a los otros obispos de la región para decidir si tiene sentido pedir la canonización del candidato; obviamente, en la moderna era de las comunicaciones instantáneas, un santo cuya reputación de santidad no trasciende los confines del vecindario es difícil de justificar. Luego, el obispo designa a los funcionarios necesarios para investigar la vida, las virtudes y/o el martirio del candidato. Una parte de la investigación incluye todavía las declaraciones de testigos oculares; pero lo que más importa es que la vida y el trasfondo histórico del candidato sean rigurosamente investigados por expertos entrenados en los métodos histórico-críticos. Se reúnen los escritos publicados e inéditos del candidato o relacionados con él, y unos censores locales los evalúan para comprobar la ortodoxia del candidato. En otras palabras, esa decisión ya no se toma en Roma. Aún así, el candidato debe pasar todavía una prueba de control de las congregaciones vaticanas interesadas y recibir el nihil obstat de la Santa Sede. Si el obispo queda satisfecho con los resultados de la investigación, envía los materiales a Roma.
El objetivo principal de la congregación es facilitar la confección de una positio convincente. Una vez aceptada la causa, la congregación designa un postulador y un relator. A partir de ahí, corre a cargo del relator supervisar la redacción de la positio. Ésta debe contener todo lo que los asesores y prelados de la congregación necesitan para juzgar la aptitud del siervo de Dios para la beatificación y la canonización. Debe contener, pues, un nuevo tipo de biografía, una que describa y defina sinceramente la vida y las virtudes o el martirio del candidato, teniendo en cuenta también todas las pruebas contrarias. Después, el relator elige a un colaborador para que redacte la positio. En el caso ideal, ese colaborador es un erudito originario de la misma diócesis o, cuando menos, del mismo país del candidato, e instruido tanto en teología como en el método histórico-crítico. En los casos más complejos, el relator puede recurrir a colaboradores adicionales, incluidos los seglares especialistas en la historia del período o del país particular en que vivió el candidato.
Una vez terminada la positio, ésta es estudiada por los expertos. Si es necesario, pasa antes por los asesores históricos. Luego, la examina un equipo de ocho teólogos elegidos por el prelado teólogo; si seis o más de ellos la aprueban, va a la junta de cardenales y obispos para que emitan su juicio. Si éstos la aprueban, la causa pasa al papa para que tome su decisión.
Los relatores no tienen nada que ver con los procesos de milagros, que se juzgan de la misma manera que antes. La diferencia reside en que, desde la reforma, el número de milagros requeridos reside en que, el número de milagros requeridos ha sido reducido a la mitad: uno para la beatificación de los no mártires, ninguno para los mártires. Después de la beatificación, tanto mártires como no mártires sólo necesitan un milagro para obtener la canonización.
Vista en perspectiva histórica, la reforma representa una nueva fase de la evolución del proceso de canonización. En rigor, la congregación se ocupa ahora en primer lugar de la beatificación, no de la canonización; es decir, la congregación es esencialmente un mecanismo dedicado a estudiar la vida, las virtudes y el martirio de los candidatos propuestos por los obispos locales. Incluso a los mártires se los examina ahora en cuanto a sus virtudes, con el fin de comprobar si sus vidas encierran algún mensaje valioso para la Iglesia. Aunque la canonización sigue siendo el objetivo de toda causa, se trata, funcionalmente hablando, de un ejercicio auxiliar y a plazo indefinido, consistente en comprobar un milagro de intercesión que no agrega nada a la importancia del beato o la beata ni al significado que tiene para la Iglesia, si bien es la manifestación de Dios de Su deseo de que sea venerado por toda la cristiandad.
Este dossier pretende dar una visión sumamente genérica del tema referido. Hay infinidad de matices, procesos históricos y dilemas resueltos y por resolver que, desgraciadamente, son imposibles de explayar en un trabajo de estas proporciones. Sin embargo, tenemos la esperanza de dejar al lector con una mayor cultura respecto a un tema que, como escribía en 1985 el autor de un estudio popular sobre el Vaticano: "El misterio de la santidad y el proceso canónico, con todas sus dimensiones espirituales de intercesión divina, reliquias y milagros, es probablemente el mayor enigma de la Iglesia, después de la Misa misma". (8)
(1) Ignacio, "Carta a los romanos"; traducción de Edgar A. Goodspeed, The Apostolic Fathers: An American Translation, Nueva York, Harper & Brothers, 1950; p. 222.
(2) F. R. Hoare (edición y traducción), The Western Fathers, Nueva York, Sheed and Ward, 1954; p. 184
(3) Cunningham, op. cit., p. 9
(4) Athanasius, The Life of Antony and the Letter to Marcellinus, Nueva York, Paulist Press, 1980; p. 66
(5) Urbano VIII, citado en Burtchaell, op. cit., p. 20
(6) Canon Macken, The Canonization of Saints, Dublín, M. H. Hill and Sons, 1910, pp 35-36 / 49-50
(7) Veraja, op. cit., p.15
(8) Jerrold M. Packard, Peter's Kingdom: Inside The Papal City, Nueva York, Charles Scribner's Sons, 1985, p. 192
Autor: P. Canon Macken
Fuente: catholic.net
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