P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
Desde su concepción en el seno de María, el Espíritu Santo hace de Jesús hombre el Hijo de Dios: “El Espíritu Santo vendrá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35); “José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo” (Mt 1,20).
En la vida y misterios de Jesús de Nazaret se manifiesta de forma permanente el Espíritu Santo: “Cuando habla aquel a quien Dios ha enviado, es Dios mismo quien habla, ya que Dios le ha comunicado plenamente su Espíritu” (Jn 3,34). Y ausente Jesús de esta vida temporal nos envía su Espíritu: “Porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16,7).
El Espíritu Santo transformará a los apóstoles en sus testigos: “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad, que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio favorable sobre mí. Vosotros mismos seréis mis testigos” (Jn 15,26-27). Este mismo Espíritu les iluminará para comprender los dichos y hechos del Señor: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo” (Jn 14,26).
Es también el Espíritu Santo quien da vida verdadera a la Iglesia: “Porque todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo; y todos también, hemos bebido del mismo Espíritu. Por su parte, el cuerpo no es un único miembro, sino muchos ” (1Cor 12,13-14). El Espíritu Santo es fuente de vida: “Dios nos ha capacitado para ser servidores de una alianza nueva, basada no en la letra de la ley, sino en la fuerza del Espíritu; porque la letra mata, mientras que el Espíritu da vida” (2Cor 3,6).
Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.
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