P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
La mentalidad hebrea concibe el corazón como lo más profundo de la persona, allí donde residen recuerdos, pensamientos, proyectos y decisiones; es el lugar de encuentro con Dios, donde se realiza la llamada oración “de corazón”. La norma es que la conducta externa sea coherente con el corazón. Pero no es infrecuente lo contrario, la hipocresía y las falsas apariencias. Este es un mal que la Biblia rechaza con energía. A Dios no se le puede engañar. Es la fe en Cristo la única fuerza capaz de transformar nuestro corazón: “Que Cristo habite por la fe en nuestros corazones; que viváis arraigados y fundamentados en el amor. Así podréis comprender con todos los creyentes cuál es la anchura y la longitud y la altura y la profundidad del amor de Cristo; un amor que supera todo conocimiento y que os llena de la plenitud misma de Dios” (Ef 3,17-19)'
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