La fe cristiana desde la Biblia: Sacerdocio y Comunidad




P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita.



Según la tradición cristiana que se refleja de forma clara en los escritos del Nuevo Testamento, este infinito poder sacramen­tal “de hacer memoria” de la muerte y re­surrección del Señor que se nos da como el alimento de vida permanente fue confe­rida a sus apóstoles y sucesores. Como se trata de un poder que pertenece a Dios y sólo a él, lo calificamos como de un orden “jerárquico”. No otra cosa significa “jerar­quía” (poder que viene de lo alto). “Yo soy el pan que ha bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá siempre” (Jn 6,51).


Los obispos como los representantes y auténticos administradores de los bienes espirituales ("depositum fidei") que reci­ben desde lo alto para el servicio de la comunidad eclesial, eligen a sus ayudantes (presbíteros) con el fin de hacerse respon­sables de su tarea, la de ser “pastores” y dispensadores de aquellos bienes (“minis­tros”). Por eso, el sacerdocio que vemos y conocemos es un sacerdocio ministerial. En el sacramento de la eucaristía (misa) el ministerio (servicio) consiste en hacernos presente hoy la muerte y resurrección de Jesús en orden a la “acción de gracias” al Padre y a nuestra comunión en Cristo.


Pero quienes representan al Señor por el ministerio que ejercen en su Iglesia, son hombres, no al estilo de quienes rigen los pueblos, sino servidores por vocación reci­bida del Señor: “Porque no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo el Señor, y no somos mas que servidores vuestros por amor a Jesús. (...) Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4,5.7). Desde sus limitaciones se ofrece el don del cielo.


A veces se dice que la comunidad como un “pueblo de Dios” es un pueblo sacer­dotal. “Vosotros, en cambio, sois linaje esco­gido, sacerdocio regio y nación santa, pueblo adquirido en posesión, para anunciar las grandezas del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”(1 Pe 2,9). No es sola­mente en cuanto Iglesia jerárquica, fun­dada por Jesucristo y con los poderes de lo alto conferidos a sus apóstoles y sucesores, la Iglesia es una comunidad sacerdotal “al servicio de los siervos de Dios”, sino que todos sus miembros vivos, alimentados y en comunión con el Cristo vivo, partici­pan de la capacidad de ofrendar sus vidas según sea el deseo de Dios, su único Señor. Esta ofrenda en Cristo se constituye en la esencia del sacerdocio cristiano. Ese morir para resucitar en los quehaceres cotidianos transforma nuestra tarea en “sacerdotal” pues hacemos presente en nosotros el mis­terio pascual. La vida se hace culto.



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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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