P. Adolfo Franco, jesuita.
DOMINGO XXVIII
del Tiempo Ordinario
Marcos 10, 17-30
Se ponía ya en camino, cuando uno corrió a su encuentro y, arrodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para tener en herencia vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.» Él, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.» Jesús, fijando en él su mirada con cariño, le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme.» Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.
Jesús, mirando a su alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!». Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios!. Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja que el que un rico entre en el Reino de Dios.» Pero ellos se asombraron aún más y se decían unos a otros: «¿Quién se podrá salvar entonces?» Jesús, mirándolos fijamente, dijo: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.»
Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Jesús dijo: «Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna.
Palabra del Señor.
Jesús nos alerta con frecuencia del peligro de la riqueza.
Jesús nos habla en el Evangelio con frecuencia de las riquezas materiales y de sus peligros, y nos abre los ojos para que podamos apreciar cuáles son las verdaderas riquezas del hombre. El nos enseña de lo que hay que hacer con los bienes materiales y de cómo defendernos para que no nos aparten de Dios. Y además con su vida, aún más que con sus palabras, nos señala el comportamiento que debemos tener con el uso de estos bienes materiales.
Y esto nos lo enseña Jesús, que pasó por este mundo sin tener nada: nació sin nada y en la extrema pobreza, murió sin nada, y mientras vivió no tenía ni donde reclinar la cabeza y era Aquel por el cual fueron creadas todas las cosas. El Hijo de Dios escogió evidentemente lo mejor: o sea, escogió no tener nada, y ser completamente libre. Y de esta forma hace una propuesta para todo el que quiere seguirle de verdad; es una propuesta para todo el que quiera vivir la vida humana a plenitud; es una propuesta para el que de verdad quiera acercarse a Dios.
La propuesta de Jesús encuentra en nosotros una serie de dificultades evidentemente y por eso pocos toman esta enseñanza como orientación para sus vidas. Y las dificultades surgen de la misma naturaleza del ser humano. Al menos algunas de ellas. Porque es imprescindible para la vida humana contar con algunas cosas materiales: vestido, vivienda, alimentación, salud. Y todo esto requiere dinero, cosas materiales, y todo esto no se puede descuidar, sin grave perjuicio de la vida misma. Esa es una primera dificultad. Es necesario tener cosas materiales para vivir la vida humana en la tierra. Además, la previsión del futuro hace que las personas quieran acumular riquezas, o sea tener más de lo estrictamente imprescindible. Todo esto nos puede poner muchas trampas: porque de ahí se pasa insensiblemente al deseo excesivo de acumular. En todo esto hay un problema sutil: el ser humano se reconoce en el fondo como inseguro; y esta inseguridad que siente en sí mismo quiere compensarla con posesiones materiales.
Y así se pasa a otro asunto: ya no es sólo la acumulación para asegurar el futuro. Se busca que crezca la acumulación. La abundancia de riquezas materiales produce con frecuencia la satisfacción del poder, crece el orgullo de una autoestima equivocada, deformada y mal sustentada, porque se basa en las cosas materiales. Pero no hay duda que en la sociedad en que vivimos, la importancia que se da a una persona crece en la medida de sus riquezas. Esto produce a veces la avaricia, a veces el despilfarro y muchas veces produce el orgullo y la soberbia.
Además, la cultura actual, va haciendo creer que el progreso de la humanidad, el crecimiento de los países está en proporción de su productividad, de su crecimiento en bienes materiales. La creación de riquezas materiales se va convirtiendo en la meta fundamental de todos los esfuerzos humanos. La creación de la mayor cantidad de riquezas, con el menor esfuerzo posible, y con la menor inversión. Y la riqueza se hace presente entonces como la meta del ser humano. Por supuesto se entiende la misma palabra riqueza en su acepción más material; ya que la palabra riqueza se puede aplicar a cosas más elevadas, también se aplica a los valores interiores del corazón. Crear más automóviles, máquinas, teléfonos, computadores, aviones, esa parecería ser la meta del progreso, y a eso se subordina el ser humano.
El hombre entonces es un ser atrapado por las riquezas, por la posesión y bombardeado por los mensajes de la cultura actual que lo envuelve. Estas riquezas pueden envenenarlo, y convertirlo en un robot de la producción (como en realidad pasa), y en un sediento de tener cosas y más cosas. Y por eso a veces, nace la tentación de conseguir todo por cualquier medio. Ya que, si el poseer es la meta, cualquier medio termina considerándose válido. Y se pierden los ideales y los valores del espíritu.
Jesús, frente a todo esto, nos pone en este Evangelio tres afirmaciones: la tristeza y la insatisfacción que acompaña muchas veces a la acumulación de bienes materiales. Segunda afirmación sobre el peligro de las riquezas materiales para la salvación misma, en el sentido religioso, y en el sentido de realización de la plenitud humana misma. Y finalmente nos enseña el valor que tiene el desprendimiento, que es exactamente lo contrario de la avaricia. Es el caso del joven rico: un muchacho rico, pero infeliz; infeliz porque la riqueza lo ha atrapado. Y de ahí el Señor saca también estas enseñanzas: la enseñanza de que es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos, que el que un camello entre por el ojo de una aguja. Y finalmente que hay un premio que se promete al que se desprende de sus riquezas por el Señor, por el Reino de los cielos, por sus hermanos.
Así, desprenderse de las riquezas es camino de felicidad, es facilitar el camino del reino de los cielos. Y es seguridad de recibir de Dios el mayor premio, que El otorga con generosidad, se da a Sí Mismo como premio. Esta enseñanza del Evangelio de Jesús se resume en la paradoja de que la gran riqueza verdadera del ser humano es la pobreza.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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