DIVERSIDAD DE LENGUAS
P. José Enrique Rodríguez, jesuita.
Párroco de San Pedro, Santuario Arquidiocesano del Sagrado Corazón de Jesús
Lima - Perú.
Universal: Al servicio de la paz.
«Para que el lenguaje del corazón y del diálogo prevalezca siempre sobre el lenguaje de las armas.»
En el mundo se habla en más de siete mil lenguas distintas. En África hay más de mil quinientas. En el Perú se afirma que hubo más de trescientas, aunque el padre José de Acosta eleva el número a setecientas. Nos referimos a los sistemas de comunicación hablados, con escritura o no. Esta variedad nos hace recordar el pasaje de la torre de Babel en el libro del Génesis, relato que responde a la sorpresa de la variedad frente a la unidad ideal que supondría una lengua universal.
Si el límite de la comunicación se redujera a una lengua, idea imposible de alcanzar, estaríamos dejando de lado el lenguaje no verbal, de significación infinita, que no coincide necesariamente con las palabras que representan ideas claras y distintas. El ser humano responde instintivamente a la autodefensa, al ataque, como también a la proximidad y el afecto positivo. Las palabras significan a veces lo que nos proponemos, sin embargo, no necesariamente son comprendidas en nuestro intento y podemos significar exactamente lo contrario.
Blandir las armas en señal de amenaza puede traer la imagen tribal de lanzas, hondas y piedras. Hay otra imagen actual que trae el mismo significado: los misiles intercontinentales con cargas nucleares, los enormes ejércitos preparados para los conflictos armados, los cuarteles tecnificados para mostrar el poderío informático o los laboratorios clandestinos que investigan la guerra química.
La intención que el papa Francisco nos propone para este mes es un desafío a entender lo que supone la construcción de la paz en el mundo y la paz en las relaciones más cercanas. Si el lenguaje es un sistema de comunicación, nos debemos preguntar cómo superamos las formas diversas que hemos creado para amenazar, mantener entornos cerrados, alejarnos e impedir las proximidades que presentimos o afirmamos como amenazantes.
Tememos mostrar el corazón; más aún, nos da pánico salir del campo acotado de la palabra política. Tememos a la misma palabra como vehículo de acercamiento, es decir, al diálogo. Dialogar y ser de verdad humanos es un riesgo. Por eso optamos por la amenaza primitiva que impide siquiera vislumbrar la verdad y nos refugiamos en trincheras ideológicas, partidarias, o de intereses mezquinos. Mientras tanto, los corazones quedan huérfanos y las diatribas son el balbuceo de la regresión a estados anteriores a la humanización.
Hacer prevalecer el lenguaje del corazón y el diálogo posiblemente nos aleja de las comprensiones políticas, sin embargo, nos abre al arte de vivir en la “polis”, en la ciudad, de manera positiva. No se avanza hacia la paz sin el diálogo que trae consigo escuchar, proponer, volver a escuchar, volver a proponer, buscar puntos de contacto y entendimiento, ceder para poder hacer construcciones comunes. Para lograrlo tenemos que estar dispuestos a “escuchar el corazón”, elemento esencial cuando se quiere discernir de manera no mecánica, ya que las máquinas no disciernen sino calculan posibilidades. Se podría poner frente a las razones del corazón de “El pequeño príncipe” de Saint Exupéry, las razones sin corazón de “El príncipe” de Maquiavelo. Entonces podemos examinar qué tipo de sociedad buscamos, hacia dónde queremos llevar al mundo.
Agradecemos al P. José Enrique Rodríguez jesuita, por su colaboración.
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