P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.
Cisma entre Israel y Judá
Al morir Salomón (930 a.C.) fue imposible ya mantener la unidad del reino. Según la visión del autor deuteronomista el cisma era el castigo a las muchas infidelidades del rey Salomón. Este habría sido arrastrado al pecado de idolatría movido por sus esposas extranjeras. Si el pueblo y sus representantes volvían al Dios único, entonces se restablecería la unidad.
Bajo un punto de vista más ajustado a los acontecimientos históricos, la sublevación de Jeroboam estaría indicando que las tribus del Norte estimaban como injustos los impuestos y trabajos que ellas tenían que soportar y aguantar. Además, su concepción monárquica era diferente a la del reino de Judá. Esta parecía haber adoptado en definitiva la forma estricta de una monarquía dinástica. El deuteronomista, partidario de la dinastía davídica, ha cuidado el resaltar que ella se fundamenta en las promesas directas del profeta Natán a David: “Tu dinastía y tu reino subsistirán para siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre” (2Sm 7,16). Muy al contrario, Israel seguía estimando que el rey debía ser aceptado por el consejo de los ancianos representantes de las tribus.
Con el fin de evitar la dependencia del templo de Jerusalén, donde se conservaba aún el Arca de la Alianza, Jeroboam rehabilitó los santuarios de Betel y Dan. En ésta su tentativa por hacer más sensible la presencia de Dios con algo que fuera parecido al Arca de la Alianza, Jeroboam levantó una especie de tronos (becerros) en honor y gloria de Yahvéh. Este hecho fue calificado por los del Sur como una forma de culto inadmisible e idolátrico, como un cisma religioso doloroso e imperdonable.
DESPUÉS DE ACONSEJARSE, EL REY HIZO DOS BECERROS DE ORO Y DIJO A LA GENTE: ¡YA ESTÁ BIEN DE SUBIR A JERUSALÉN! ¡ESTE ES TU DIOS, ISRAEL, EL QUE TE SACÓ DE EGIPTO! LUEGO COLOCÓ UN BECERRO EN BETEL Y EL OTRO EN DAN. ÉSTO INCITÓ A PECAR A ISRAEL, PORQUE UNOS IBAN A BETEL Y OTROS A DAN. (1Re 12,28-29)
Guía del Libro 2° de los Reyes
(1,1-13,25) • Actividades de Elíseo. (Véase en el cap. 7o del libro, la guía correspondiente).
(14,1-17,4) • Los reinos de Israel (N) y Judá (S) hasta la caída de Samaría: Amasias (S), Jeroboam II (N), Ozías (S), Zacarías (N), Salún (N), Menajén (N), Pecajías (N), Pecaj (N), Jotán (S), Ajaz (S) y Oseas (N).
(17,5-41) • Destrucción de Samaría. • Reflexión acerca de la ruina del reino del Norte. • Los samaritanos.
(18,1-20,21) • Reinado de Ezequías en Judá: reformas; misión de Senaquerib; consulta al profeta Isaías; su respuesta; fracaso y muerte de Senaquerib; enfermedad y curación de Ezequías; embajada de Merodac y fin del reinado.
(21,1-26) • Dos reyes impíos en Judá: Manases y Amón.
(22,1-23,30) • Reinado de Josías: hallazgo del libro de la ley; su lectura solemne; reforma religiosa; celebración de la Pascua y final del reinado.
(23,31-24,20) • Últimos reyes de Judá: Joacaz (609), Joaquín (609-598), Jeconías (598-597) y Sedecías (597-587). • Primera deportación.
(25,1-30) • Asedio y saqueo de Jerusalén. • Segunda deportación. • Godolías, gobernador. Indulto de Jeconías.
Un reino dividido
La lectura de los escritos de los Reyes puede dejar la impresión de que Judá fue de entre los dos, el reino más importante. En cuanto a su peso religioso no hay duda que lo fue, pero Israel era el más poblado, el más feraz y fértil, el más codiciado por su mejor situación comercial estratégica. Y por tanto el menos seguro, y en la disputa por el dominio de las rutas comerciales, a los 200 años de la división fue literalmente arrasado y su gente más destacada e influyente, deportada a tierras asirías.
La posición de Jerusalén, cercana a la frontera con el reino del Norte, es motivo de bastantes tensiones, disputas y guerras fratricidas. Son frecuentes las intrigas por el poder en el reino del Norte hasta que Omrí (885-874 a.C.) logra al fin hacerse rey de Israel, funda su capital en Samaría y elimina la inestabilidad política imponiendo su férrea monarquía con un carácter dinástico. Su descendencia reinó cerca de 50 años. El país alcanzó una gran prosperidad y los países vecinos le tenían un gran respeto. Su hijo Ajab (874-853 a.C.) se casó con una princesa fenicia, Jezabel. Esta alianza le permitió aumentar su influjo hacia Damasco y Transjordania, y también extender su lucrativa capacidad comercial. A Jezabel le parecía que su religión era la más apropiada a un pueblo más civilizado. Su influencia, por tanto, arrastró a bastantes israelitas hacia la idolatría. Es entonces cuando aparece un hombre de un carácter apasionado, llamado Elías, defensor de la religión judía, la de la alianza con Yahvéh. (El ciclo del profeta Elías se encuentra en 1Re 17-22; véase el capítulo 7o).
ACAZ ENVIÓ MENSAJEROS A TECLATFALASAR, REY DE ASIRIA, DICIENDO: SOY TU SIERVO Y TU HIJO. SUBE, PUES, Y SÁLVAME DE MANOS DEL REY DE ARAM Y DE MANOS DEL REY DE ISRAEL QUE SE HAN LEVANTADO CONTRA Mí. Y TOMÓ ACAZ LA PLATA Y EL ORO QUE HABÍA EN LA CASA DE YAHVÉH Y EN LOS TESOROS DE LA CASA DEL REY Y LO ENVIÓ AL REY DE ASIRIA COMO PRESENTE, (2Re 16,7-8)
Junto a la quizá inevitable desintegración social y religiosa en el reino del Norte, se une el descontento popular. Uno de sus oficiales, un tal Jehú (842-815 a.C.) se hace con el poder real, tras acabar de forma sangrienta con la dinastía Omrí. (El ciclo del profeta Elíseo, contemporáneo de Jehú se encuentra en 2Re 1-13). Por estas fechas, el poderío asirio proveniente del norte de Mesopotamia empezó a sentirse ya en Palestina. En el año 841 a.C. Israel se vió obligada a pagar tributo de vasallaje a su poderoso rey Salmanasar.
En los tranquilos tiempos de Jeroboam II (786-746 a.C.) como rey de Israel y de Ozías (781-740 a.C.) como rey de Judá, se produce una época de una gran prosperidad y riqueza en ambos reinos. Muchos comenzaron a preguntarse sobre todo en el Norte si este alto nivel de vida era ya compatible con la fe de la Alianza. A fines del reinado de Jeroboam II aparece la figura del profeta Amos como gran censor de aquella sociedad hipócrita que gozaba de tanta prosperidad y bienestar, y de tanta injusticia.
Pero, el poder asirio se hace presente de forma conquistadora tanto en la historia de Israel como en la de Judá. Sus ejércitos van incorporando a su vasto imperio las tierras de los pueblos vecinos. El reino del Norte se unió a Damasco para combatirles, e instó al reino del Sur (Judá) para que sumara sus fuerzas a las suyas. Ante su temerosa negativa, Israel entró en guerra con Judá. Es cuando emerge Isaías en Judá y profetiza que Israel y Siria (Damasco) verán su ocaso. Entonces, Acaz rey de Judá, en contra de Isaías quien exhortaba a confiar en Yahvéh, pidió a los ejércitos asirios que le ayudaran y se sometió a ser su reino vasallo a cambio de su ayuda.
Israel por su lado solicitó la protección de Egipto, pero no pudo impedir que Salmanasar (asirio) ocupara su territorio. Con la caída de su capital, Samaría (721 a.C.), Israel dejó de existir como reino.
Con los asirios como vecinos conquistadores, la vida en el reino de Judá se volvió muy insegura y vulnerable. Su mismo rey Acaz (736-716 a.C.) llegó a promover el culto de los dioses asirios, incluso dentro del área santa del templo. Además, con la llegada de refugiados del Norte, también toleró la práctica de los ritos cananeos.
Al rey Acaz le sucedió su hijo Ezequías (716-687 a.C.) Y como los asirios tenían problemas en el Norte y Este de su imperio, este rey de Judá no quiso desaprovechar la situación favorable para implantar una reforma religiosa en favor de Yahvéh. Pero el rey asirio Senaquerib no se mostró estar dispuesto a tolerar esta clara rebeldía oportunista de Ezequías. Se encaminó con gran furia a Jerusalén, y la rodeó y asedió. Pero Dios vino en su ayuda. A consecuencia de una peste, el ejército asirio tuvo que retirarse de sus posiciones de asedio.
Con Asurbanipal a la cabeza del imperio asirio, éste alcanzó a dominar incluso las tierras de Egipto. Siendo rey de Judá el censurado Manasés (687-642 a.C.), éste se sometió de cuerpo y alma a los asirios. Fomentó toda clase de ceremonias paganas con el fin de congraciarse con ellos y así poder sobrevivir con cierta autonomía y no sucumbir a su dominio imperial.
Al cabo de un tiempo, se presentó una nueva oportunidad de sacudirse el yugo asirio, cuando los egipcios retornaron a la independencia, y el propio imperio asirio se iba deteriorando en marcada decadencia. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), se propuso establecer un reino tan grande como lo fue en los tiempos gloriosos de David y Salomón. Aprovechándose de las circunstancias, consiguió extender su territorio e hizo desaparecer los símbolos de la dominación asiría. Fue poco después, cuando se descubrió en el templo de Jerusalén, un libro muy antiguo (el “Deuteronomio”) que venía a respaldar la reforma religiosa iniciada por el piadoso rey Ezequías.
Mientras ésto sucedía en Judá, los babilonios se estaban haciendo muy poderosos. Su ejército derrotó a los egipcios que habían venido en ayuda de los debilitados asirios en Cárquemis (605 a.C.) Y pocos años más tarde, los mismos egipcios vencieron a los babilonios, y Judá se puso de su parte. Pero la historia corría en favor de los babilonios y su general Nabucodonosor avanzó victorioso a través de Palestina, y Jerusalén cayó en sus manos en el año 598 a.C. y luego de forma definitiva el 587 a.C. Era el fin del reino de Judá. Sus dirigentes junto con muchos otros fueron deportados a Babilonia en ambas fechas.
EL SUMO SACERDOTE HELCÍAS DIJO AL CRONISTA SAFÁN: HE ENCONTRADO EN EL TEMPLO EL LIBRO DE LA LEY. ENTRECÓ EL LIBRO A SAFAN Y ÉSTE LO LEYÓ. LUEQO FUE A DAR CUENTA AL REY (...) Y LE COMUNICÓ LA NOTICIA: EL SACERDOTE HELCÍAS ME HA DADO UN LIBRO. SAFÁN LO LEYÓ ANTE EL REY; Y CUANDO EL REY OYÓ EL CONTENIDO DEL LIBRO DE LA LEY, SE RASGÓ LAS VESTIDURAS Y ORDENÓ (...): ID A CONSULTAR AL SEÑOR POR MÍ, Y POR EL PUEBLO Y TODO JUDÁ, A APROPÓSITO DE ESTE LIBRO QUE HAN ENCONTRADO, PORQUE EL SEÑOR ESTARÁ ENFURECIDO CONTRA NOSOTROS, PORQUE NUESTROS PADRES NO OBEDECIERON LOS MANDATOS DE ESTE LIBRO (...) (2Re 22,8-13)
EL IMPERIO ASIRIO E ISRAEL
En los valles del río Tigris, al norte de Mesopotamia, las tribus asirías unidas bajo Asurnasirpal II (883-859 a.C.), empezaron a extender su dominio. Esta expansión continuó con Salmanasar III (854-824 a.C.) e Israel (reino del Norte), en tiempos de su rey Jehú (841-814 a.C.) acaba pagando el tributo de vasallaje para evitar la invasión asiria. Sin embargo, Tiglatpíleser III (745-727 a.C,) invade los reinos de Tiro, Damasco e incluso de Israel, pero no llega hasta el reino de Judá, al Sur. Es más, su rey Acaz (735-726 ó 716 a.C.) se alía con los invasores asirios. Salmanasar V (727-722 a.C.) ocupa de forma definitiva el reino del Norte (Israel) y pone sitio a la ciudad de Samaría que es tomada y devastada por su hermano Sargón II (722-705 a.C.) Con una crueldad inexpresable, los asirios eliminaron a los defensores y deportaron de Israel a miles de sus habitantes, pertenecientes a sus clases dirigentes. Además fueron traídos al país conquistado nuevos grupos étnicos con sus costumbres diferentes y sus dioses propios.
Gracias a la alianza de Acaz con los asirios, Judá se vió libre de ser invadida. Con Sargón II la capital del imperio se instaló en Níníve. Su sucesor Senaquerib (704-681 a.C.) acaba invadiendo Judá ya que su rey Ezequías (726 ó 716-687 a.C.) al tratar de aprovecharse de las intrigas en la sucesión del rey asirio, había roto el pacto de vasallaje. Senaquerib pone sitio a Jerusalén (701 a.C.) pero tuvo que levantarlo. El historiador Herodoto cuenta que la causa fue la peste.
Senaquerib murió asesinado y su sucesor Asaradón (681-669 a.C.) llegó en su campaña contra Egipto hasta Menphis. Asurbanipal (669-630 a.C.) era culto y dedicó dinero, tiempo y poder para embellecer la capital Niníve. De su famosa biblioteca se han encontrado más de 20.000 tabletas inscritas. Pero ya la fuerza de Asiría se encontraba debilitada e incapaz de sostener sus conquistas. El imperio se hundió a los pocos años de morir Asurbanipal. En el año 612 a.C. cayó Nínive bajo el poder emergente babilonio.
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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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