ESPECIAL: MES DE LA BIBLIA



En Septiembre se recomienda la lectura, el estudio y la difusión de las Sagradas Escrituras, como también a practicar su lectura orante, por ello compartimos nuestras publicaciones sobre estos temas:


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El rico y el pobre Lázaro

El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión del evangelio del domingo 25 de septiembre: "El Señor nos habla claramente de la relación que existe entre esta vida y la otra vida." Acceda AQUÍ.

Cristología II - 20° Parte: El Misterio Pascual - La doctrina de san Pablo sobre el amor de Cristo

El P. Ignacio Garro, S.J. nos entrega en esta oportunidad la doctrina de san Pablo, que habla de las manifestaciones de la cólera divina cuando considera el pecado de la humanidad, no presenta jamás al Hijo de Dios como fustigado por esa cólera, ni marcado por un veredicto de condena. Por el contrario, no ve Él otra cosa sino el amor que se manifiesta a través de su sacrificio. Acceda AQUÍ.

Historia de la Salvación: 25° Parte - Los Salmos y el Cantar de los Cantares

El P. Ignacio Garro S.J., nos comparte en esta oportunidad a la lírica sagrada, que son representadas por el libro de Los Salmos y el de El Cantar de los Cantares, sus características y mensajes. Acceda AQUÍ.

Cristología II - 20° Parte: El Misterio Pascual - La doctrina de san Pablo sobre el amor de Cristo



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

6.12. LA DOCTRINA DE SAN PABLO

6.12.1. El amor del Hijo hacia los hombres

Pablo, que habla de las manifestaciones de la cólera divina cuando considera el pecado de la humanidad, no presenta jamás al Hijo de Dios como fustigado por esa cólera, ni marcado por un veredicto de condena. Por el contrario, no ve Él otra cosa sino el amor que se manifiesta a través de su sacrificio. Pablo, consciente de participar en ese sacrificio, estando: "crucificado con Cristo", declara vivir: "en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí", Gal 2, 20. Las características de este amor se explican por el nivel divino del mismo. Es un amor "que excede a todo conocimiento", Efes 3, 19. Es un amor del que nada nos puede separar, pues "en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó", y ninguna "criatura podrá separarnos del amor manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro", Rom 8, 35-39. "El amor de Cristo nos apremia",  2 Cor 5, 14.

Este "don de Dios", el amor de Jesús en su muerte, constituye no obstante, un sacrificio ofrecido al Padre: Cristo "os ha amado y se ha entregado a sí mismo por nosotros, ofreciéndose a Dios en sacrificio de olor agradable", Efes 5,2. Este amor es el ejemplo que hay que imitar: "sed imitadores de Dios, como hijos carísimos, y seguid el camino del amor, como Cristo", Efes 5, 1-2. Aun siendo oblación a Dios, el sacrificio se muestra como una expresión del amor de Dios, que reclama imitación. No existe el menor signo de oposición entre la posición de Cristo y la del Padre en el sacrificio.

La enorme riqueza de amor que inspira el sacrificio está sugerida por la misma cualidad de Esposo atribuida a Cristo, modelo de todos los esposos humanos: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella", Efes 5, 25. Este mismo nivel divino del compromiso se observa en el saludo de la carta a los Gálatas: "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, que se entregó a sí mismo por nuestros pecados... según la voluntad de nuestro Dios y Padre", Gal 1, 4.  Aquel que se entregó es el Señor, esto es, aquel que posee una dignidad divina, y su sacrificio forma parte del designio del Padre. En consecuencia, jamás se toma en consideración una cólera divina, que haya entrado en acción en la muerte de Jesús. Los pecados de la humanidad solo se mencionan para demostrar la generosidad del amor de Cristo que entregó su vida para alcanzar el perdón. El sacrificio no es un castigo, sino una oblación "de agradable olor", que implica una armonía perfecta entre el Padre y el Hijo.

6.12.2. El amor del Padre y el misterio pascual de Cristo como fuente de justificación, reconciliación y liberación de todo el Género Humano

A. La iniciativa paterna
El Padre ha entregado a su propio Hijo. El Padre tiene la responsabilidad en el sacrificio redentor. No se describe su intervención como la de un juez que exige satisfacción por sus derechos lesionados, ni como la de un Padre enojado que aplaca su furor con la muerte de su Hijo. Es significativo el hecho de que el gesto del Padre esté descrito en términos análogos a los que describen el gesto del Hijo: Cristo "se entrego por nosotros", Efes 5, 2. El Padre "ha entregado a su propio Hijo por todos nosotros", Rom 8, 32. Ambos gestos se orientan hacia la misma dirección y encierran el mismo significado esencial: una donación en beneficio de la humanidad. En el gesto de Cristo, Pablo ha reconocido el gesto del Padre que había enviado a su Hijo.
Este envío esta claramente consignado en un texto que conecta Encarnación y redención: "al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación divina", Gal 4, 4-5. Sin embargo, el envío podría haberse concebido como dejando al Padre al margen del gestor redentor en sí mismo, o que habría dado una base a esa oposición que describieron los reformadores entre la cólera de Padre y Jesús. Pero al hablar de la acción de enviar a su Hijo para otorgar la adopción filial a los hombres, Pablo sugiere que el gesto del Padre es el de un profundo amor paternal. Este amor es el que Pablo explica mejor diciendo que el: "Padre ha entregado a su propio Hijo por todos nosotros". El Padre no se mantiene ajeno a un acto redentor para el que delegaría a su propio Hijo. Es el primero en realizar la donación; su amor se compromete a fondo ya que no hay don mas radical que el de entregar al Hijo único.
Sin embargo, una dificultad podría surgir de la afirmación: el Padre: "no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros", Rom 8, 32. Algunos han interpretado la expresión "no perdonar" en el sentido de una justicia vindicativa, según la cual el Padre se habría mostrado despiadado incluso para con su Hijo. Entre las expresiones "no perdonar" y "entregar" no cabe tal contraste: las dos expresiones significan una misma acción. Las dos se explican por la consecuencia que de ellas saca Pablo: “¿cómo no nos dará con El graciosamente todas las cosas?". El verbo empleado para "dar" es el más propio para expresar una favor gratuito, una gracia (charisetai). El hecho de que el Padre no haya perdonado, sino que haya entregado a su propio Hijo es la primera gracia, fuente de todas las demás.
En este don que el Padre hace de su Hijo, Dios demuestra su amor. Cuando Pablo habla de nuestra situación de pecadores en la obra de la redención, la describe como un signo de un amor más grande por parte de Cristo y del Padre: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros", Rom. 5,8. Anteriormente, dentro de la misma epístola, había descrito el despliegue de la cólera divina sobre la humanidad pecadora. Pero la muerte de Jesús indica precisamente que en lugar de una cólera merecida por los pecados, se ha puesto en práctica un amor todavía más asombroso: "Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo", Rom 5, 6-7. Pues bien, ese amor no es solamente el de Cristo, sino el de Dios, del Padre. Observemos que en ese amor hay más que una entera gratuidad; se da también la superación de la repugnancia que habría debido inspirar el pecado.
Es el Padre que nos ha predestinado en el amor; el Padre que dirige toda la obra redentora, no se ha visto de improviso ante una situación de pecado a la que ha respondido con un exceso de amor. Su designio es previo a toda la historia humana, como lo demuestra el himno a los Efesios: "Dios Padre, nos ha elegido en Cristo, antes de la fundación del mundo, para ser santo e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad...", Efes 1, 4-5. La redención pertenecía,  pues, a un plan elaborado incluso antes de la creación: antes de que existiera el mundo, ya que era un hecho nuestra predestinación y ésta se debía al amor del Padre. Esta perspectiva tiene la ventaja de hacernos ver que el Padre jamás ha tenido otra intención para con la humanidad que la del amor salvífico. En consecuencia, las manifestaciones de cólera hacia los pecadores estaban dominadas por esa disposición predominante de amor. La predestinación es, con sentido único, la de la redención, y de la adopción filial en Cristo.

B. Cristo, fue hecho pecado y maldición por nosotros.
Debemos recordar brevemente los dos textos que a menudo han dado ocasión a interpretaciones de la obra redentora en base a satisfacer la cólera divina, (protestantes-reformadores). En el primero de ellos, se atribuye a Dios directamente la acción que hace a Cristo "pecado por nosotros", "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en El", 2 Cor 5, 21.
Según el contexto, esta acción se inscribe en el marco de la "reconciliación": "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres", 2 Cor 5, 19. Por consiguiente, la acción de Dios no podía estar inspirada por la ira. Es cierto que el pecado ha sido transferido a Cristo, y que de este modo los que eran pecadores reciben por medio de él la justicia divina, esto es, la salvación. Pero este traspaso del pecado de la humanidad a Cristo no le hace a él pecador. Pablo no dice que Cristo haya sido hecho "pecador" sino " pecado". Objetivamente Cristo ha cargado con las consecuencias penosas del pecado, a saber, el sufrimiento y la muerte. Pero subjetivamente, siguió siendo el mismo que era: "aquel que no había conocido pecado", y es precisamente en calidad de inocente como él sufrió lo que se debía a nuestro pecado. Sería inconcebible una atribución de culpabilidad o experiencia personal de pecado en Cristo (ver, impecabilidad).
Por parte del Padre, el gesto que hace a Cristo "pecado por nosotros" indica un amor extremo que quiere asegurar la reconciliación con la humanidad cargando, en su Hijo, las consecuencias del pecado. En un sentido análogo conviene interpretar la frase: "Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la escritura: Maldito todo el que está colgado de un madero", Gal 3, 13. A pesar de la cita del texto en el que el hombre colgado del madero es calificado de "maldito", Pablo afirma que Cristo se ha hecho, por nosotros, no maldito, sino "maldición". Objetivamente, Cristo ha tomado sobre sí mismo la maldición que pesaba sobre el mundo pecador; pero subjetivamente no ha experimentado la maldición divina. Por otra parte, ese gesto le permitió hacer llegar a los paganos la "bendición" de Abraham, se trata de un gesto totalmente lleno de bendición divina. Convertirse en maldición en favor de la humanidad, es el fruto de un amor que va más allá de todo lo imaginado, y manifiesta la suprema benevolencia del Padre.

C. Efectos de acontecimiento salvífico Pablo describe con varias imágenes los efectos de la actividad salvífica de Cristo
Aquí consideramos esos efectos como parte de la redención objetiva, como efectos permanentes producidos por la pasión, muerte y Resurrección de Cristo, y de los que participa el hombre por la fe y el bautismo; estos efectos son, la expiación de los pecados, la reconciliación del hombre con Dios, la justificación ante Dios  y finalmente su liberación redentora.

C1. Expiación
Pablo nos dice que Cristo: “... murió por nuestros pecados”,1 Cor 15, 3, y que: “por Él obtenemos... el perdón de nuestros pecados”, Col 1, 14. Esta descripción general del perdón, de los pecados del hombre por la muerte o sangre de Cristo, condición necesaria para la reconciliación, queda especificada con varias metáforas. Una de estas metáforas es la de la “expiación”.
Aunque el verbo “hilaskomai” = expiar, propiciar, y el nombre “hilasmos” = expiación, propiciación, aparecen ocasionalmente en el N.T., Lc 18, 13; 1 Jn 2, 2. Pablo emplea solamente “hilasterion”: “Dios (a Cristo) lo expuso como “hilasterion” por su sangre para el perdón de los pecados anteriores,...”. ¿Por qué emplea Pablo esta imagen? Podría parecer que el hecho de exponer a Cristo como “hilasterion” significa que Jesús es  el instrumento para aplacar la cólera del Padre. No parece ser así. Pablo piensa más bien en una noción “expiatoria” que en la noción de “aplacar la cólera de Dios”.
Más bien, con la muerte de Cristo todos los hombres, judíos y gentiles al haber pecado han perdido la gloria a la que habían sido destinados. Pero, con el favor de Dios son “expiados” los pecados de los hombres, es decir, perdonados, borrados, porque el Padre, graciosamente juzgo conveniente exhibir a Cristo en la cruz como instrumento de expiación. Pero puede haber otro matiz en el pensamiento de Pablo, debido al uso que la versión griega de los LXX hace de la palabra “hilasterion”, cuando traduce la palabra hebrea “kapporet”; esta palabra suele traducirse  por “propiciatorio”. En realidad, la palabra “propiciatorio” significa “cubierta”, o “tapa” de oro que cubre el arca de la Alianza en el “Sancta Santorum”, lo cual servía de soporte a dos querubines de oro, trono de la presencia gloriosa de Yahvé en el Templo de Jerusalén, Ex 25, 17-22.
Cuando llegaba la fiesta del “Yom Kippur”, o fiesta del día de la “expiación” de los pecados del pueblo de Israel, una vez al año, el sumo sacerdote entraba en el Sancta Santorum con la sangre de los animales sacrificados y rociaba el “hilasterion”, el “propiciatorio” con dicha sangre, expiando así los pecados del pueblo de Israel, Lev 16, 2- 11-17. Pablo alude quizá a este rito del Día de la Expiación “Yom Kippur”, dado que menciona la gloria de Dios, la sangre de Cristo, el “hilasterion” y el perdón de los pecados. En tal caso, estaría considerando la cruz de Cristo como el nuevo propiciatorio y el primer viernes santo como el Día de la expiación en la que Cristo derramó su sangre a favor de  todo el género humano. Así pues, Cristo rociado con su propia sangre, es el verdadero propiciatorio, el instrumento del Padre para borrar los pecados de los hombres. Cristo fue expuesto en medio del pueblo de Dios como instrumento para limpiar los pecados de los hombres y proporcionarles el “acceso” al Padre, Rom 5, 2: “por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”; con el cual fueron reconciliados de esta manera.
Sin embargo, el sentido más hondo de la manifestación pública de Jesús “en su sangre” Rom 3, 25: “a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente”; se entiende solamente si recordamos un axioma rabínico de aquel tiempo que dice: “sin derramamiento de sangre no hay remisión de los pecados”, Hebr 9, 22. El sentido no era que la sangre derramada en los sacrificios apaciguase la cólera de Yahveh, ni tampoco se ponía el acento en que el derramamiento de sangre y la subsiguiente muerte fueran una especie de recompensa o precio que había que pagar. Antes bien, la sangre se vertía para purificar y limpiar ritualmente los objetos dedicados al culto de Yahveh, Lev 16, 15-19, o también, para consagrar objetos y personas a su servicio y vinculándolos íntimamente a Yahveh como con un pacto sagrado, Ex 24, 6-8. El día del “Yom Kippur” o día de la “expiación”, el sumo sacerdote rociaba el propiciatorio, Lev 16, 16: “por las impurezas de los israelitas y las transgresiones que cometían con sus pecados”.
Los judíos pensaban que los pecados habían manchado la tierra, el templo y todo lo que éste contenía. La aspersión de la sangre lo purificaba y consagraba de nuevo al expiar los pecados. El porqué de este rito lo encontramos en Lev 17, 11: “Porque la vida de la carne está en la sangre; yo os la he dado para hacer sobre el altar el rito de expiación por vuestras vidas; porque la sangre es lo que lleva a cabo la expiación a causa de la vida”. Así pues, la sangre se identificaba con la vida misma, porque se pensaba que la “nephes” (respiración aliento) estaba en ella. Cuando se derramaba la sangre de un hombre, la “nephes” le abandonaba.
La sangre que se vertía en los sacrificios no era, por tanto, un castigo vicario que se infligía a un animal en lugar de la persona que lo inmolaba, sino que constituía la consagración de la “vida” del animal a Yahveh, Lev 16, 8-9; era una dedicación simbólica de la vida de la persona que lo sacrificaba a Yahveh; la purificaba de sus faltas en presencia de Yahveh y la reconciliaba con él una vez más.
La sangre de Cristo, derramada para expiar los pecados del hombre, fue un ofrecimiento voluntario de su vida para llevar a cabo la reconciliación del hombre con Dios y para proporcionarle una forma nueva de unión con Dios, Efes 2, 13: “Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo”.
En toda esta explicación sobre la reconciliación y la expiación interesa tener en cuenta cómo Pablo subraya la iniciativa graciosa y amorosa del Padre y el amor del mismo Cristo. Pablo afirma muchas veces que Cristo “se entregó a sí mismo por nosotros y por nuestros pecados para librarnos de este mundo perverso, según la voluntad de nuestro Dios y Padre”, Gal 1, 4; y en Efes 5, 2: “y vivid en el amor como Cristo nos amó”. Y atribuye al Padre la misma actitud hacia nosotros en 2 Tes 2, 16: “Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra buena”.
Si tuviéramos en cuenta este elemento de la teología de Pablo, nos pondría en guardia contra el peligro de acentuar demasiado los aspectos jurídicos de la expiación, aspectos que subrayaron algunos intérpretes del pasado basándose en ciertas expresiones de Pablo.
La muerte de Cristo en expiación del pecado fue un acto fundamentalmente de amor simultáneamente hacia el Padre y hacia los hombres, por el que Jesús hizo la oblación de su vida para volver a consagrar los hombres a Dios. Pablo sabe que por la muerte de Cristo él ha sido crucificado con Cristo, de tal manera que ya “vive para Dios” Gal 2, 19. Pablo no enseña que el Padre quisiera la muerte de su Hijo para satisfacer las deudas contraídas con Dios o con el diablo por los pecados del hombre.
Para evitar que las afirmaciones de Pablo, envueltas a veces en el ropaje de una terminología jurídica, se entiendan de acuerdo con unas categorías demasiado rígidas, debemos subrayar que Palo nunca especifica a quién se pagó el “precio”; la razón de esto es que Pablo no hace teoría sobre el misterio de la redención. Nos presenta no teorías teológicas, sino metáforas vivas, que, si las dejamos actuar en nuestra imaginación, pueden convertir en efectiva para nosotros la verdad salvadora de la redención que Cristo llevó a cabo en favor nuestro ofreciéndose a sí mismo. Creer que toda metáfora debe convertirse en una teoría es una manera de tergiversar las cosas.

C2. Justificación
En la mente religiosa del pueblo judío el “justo” = “dikaios”; era una persona que era fiel a la Alianza que Dios había pactado con su pueblo elegido, Israel, en el Sinaí, por medio de Moisés. El judío que cumplía esta Alianza en su parte espiritual, practicando la Ley, era una persona justa, buena, amiga de Dios. Dios le bendecía. El hombre “injusto” = pecador; era el infiel a la Alianza, era mentiroso, ladrón, etc. El que cumplía todos los preceptos de la Ley se salvaba, ésta era la retribución a las buenas obras, es decir, el pueblo judío se salva si cumple la Ley, fuera del cumplimiento de la Ley no hay salvación.
Pablo tiene que luchar con una nueva forma de pensar habitual entre el pueblo elegido durante siglos. Para Pablo en Rom 3, 10: “todos están bajo pecado”, y sólo hallamos la salvación, la justificación, somos justos, por medio de la fe en Jesucristo, en la participación de su muerte y su resurrección. Para Pablo sólo se es “justo” por la fe en Cristo, no por la simple práctica de la Ley.
La “justificación por la fe” del cristiano es otra de las formas con que Pablo expresa los efectos de la acción salvífica de Cristo, Rom 4, 25: “quien fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación”. Esta afirmación fundamental de Pablo acerca de la salvación proporcionada y regalada por Jesucristo es que Dios justifica al hombre por medio de la fe en el Hijo de Dios, es decir, creer que Cristo murió en la cruz: “fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación”. Es un tema central de la visión que Pablo tiene del hombre en la salvación.
Ante todo constatamos que Pablo poseía un punto de partida tradicional acerca de la doctrina de la “justificación”. Ya en el entorno cristiano prepaulino se podía designar la salvación cristiana con el calificativo de “justo” en Cristo. Así en 1 Cor 6, 11: “Pero fuisteis lavados, fuisteis santificados, fuisteis justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios”; como en 1 Cor 1, 30: “El cual (Jesucristo) fue constituido por Dios para nosotros justicia, santificación y redención”.
El término “justicia”, “ser justificado”, “ser justo”, es uno de los tres elementos que aparece en las cartas de Pablo,  especialmente en la carta a los Romanos. A este hecho apuntan también la invocación del Señor Jesucristo y la mención del Espíritu de nuestro Dios, que se otorga al bautizando en el Bautismo. Esta palabra significa en realidad que se les ha concedido el perdón de los pecados a todos los que creen en el misterio de Cristo. En 2 Cor 5, 21: “Al que no conocía pecado lo hizo pecado, con el fin de que nosotros viniéramos a ser en Él justicia de Dios”.
Para Pablo por el bautismo, hemos llegado a ser justicia de Dios en Jesucristo, el exento de pecado. La frase contiene una doble paradoja tras la que se oculta la acción salvífica divina. Dios hace pecado al que no conoce pecado; nosotros, los pecadores, nos hacemos justos en Él. Hay una referencia clara a la expiatoria muerte vicaria de Cristo. Nos hacemos justos en la comunión con Cristo adquirida en el bautismo y eso significa que recibimos el perdón de los pecados. Cristo se hizo pecado por nosotros, pero no pecador. El que no conocía pecado no podía convertirse en  pecador. Esto quiere decir: como Cristo se convirtió en titular del pecado, así nosotros nos hemos convertido en titulares de la justicia de Dios. Como Cristo sufrió en la cruz las consecuencias funestas del pecado humano, así repercute en nosotros el poder salvífico y liberador de la justicia divina.
También para Pablo no hay hombre alguno que sea justo por sí mismo, así en Rom 3, 10: “Pues, ya demostramos que tanto judíos como griegos están todos bajo el pecado”; como lo especifica en su relación de Rom 1, 21-31: “porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén”.
Para Pablo sólo Dios es justo, Rom 3, 26: “en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a demostrar en el tiempo presente para ser justo, y justificador de todo el que cree en Jesús”. La infidelidad a la Alianza, la mentira e impiedad de los hombres no pueden abolir la justicia única de Dios, sino confirmarla, Rom 3, 3-4: “Pues ¿qué? Si algunos de ellos fueron infieles ¿frustrará por ventura, su infidelidad la fidelidad de Dios? ¡De ningún modo! Dios tiene que ser veraz y todo hombre mentiroso como dice la Escritura: Para que sea justificado en tus palabras y triunfes al ser juzgado”. La tesis de Pablo en Rom 3, 28: “Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, independientemente de las obras de la Ley”; afirmación que repite en Gal 2, 16: “consciente de que el hombre no se justifica por las obras de la ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado”. Del mismo lo vuelve a afirmar en Gal 3, 11: “Y que la ley no justifica a nadie ante Dios es cosa evidente, pues el justo vivirá por la fe”.
Así pues, el tema de la “justificación” es el aspecto de la salvación que surgió en el contexto polémico de las controversias de Pablo con los judaizantes, es decir, con los judíos recién convertidos al cristianismo. Aparece más claramente su carácter polémico si recordamos que la palabra “dikaiosis” = justificación, sólo se encuentra en Rom 4, 25: “quien fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación”; y en  5,18: “Así pues, como el delito de uno (Adán) atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno (Cristo) procura a todos la justificación que da la vida”; y que el correspondiente verbo “dikaioo” = hacer justicia, aparece 15 veces en Rom y 8 veces en Gal, frente a 2 veces en el resto de las cartas. Además, la justificación confiere a la salvación una dimensión jurídica que, si bien era necesaria para el debate en ese contexto judaizante, difícilmente sintetiza la realidad misma del hecho cristiano. Sin embargo, existe un valor positivo en este aspecto de justificación si se interpreta correctamente, es decir, si se interpreta como manifestación de la “justicia de Dios” en el sentido que tenía este término en la literatura profética y postexílica del AT.
La justificación, en cuanta metáfora aplicada a la salvación tiene su origen en el procedimiento judicial por el que se emite un veredicto de absolución de una culpa y constituye una perspectiva de la salvación casi exclusiva de Pablo. Pero si queremos comprender lo que realmente significa, debemos tener en cuenta sus raíces veterotestamentarias. Nos referimos a la “justicia de Dios”, es aquella cualidad por la que Yahvé, en cuanto juez de Israel, manifiesta en una decisión justa su liberalidad salvífica hacia su pueblo. Es, sobre todo, una cualidad que guarda relación con la misericordia de Dios (hesed) fundada en la Alianza. La manifestación de este atributo de Dios (su justicia que es a la vez misericordia amorosa que perdona), constituye el tema de la primera parte de Rom 1, 17: “Porque en Él se revela la justicia de Dios, de fe en fe, como dice la Escritura: “el justo vivirá por la fe”; y en Rom 3, 21-25: “Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen – pues no hay diferencia; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios – y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente”.
El AT. enseña en el Salm 143, 2,: “ningún ser viviente es justo ante Dios”, es decir, nadie alcanza por sí mismo el perdón en la presencia de Dios, y en 1 Rey 8, 46: “Cuando pequen contra ti, pues no hay hombre que no peque”; y en Job 9, 2: “¿Cómo puede el hombre ser justo ante ti?”; y en el Salm 130, 3-4: “Si retienes las culpas, Yahvé, ¿quién, Señor, resistirá? Pero el perdón está contigo, para así ser temido”. Se esperaba que la justificación fuera realizada por un redentor futuro, Is 59, 15-20, en la figura del Siervo de Yahvé. Sin embargo, Pablo subraya que la justificación ya ha tenido lugar por la fe en el acontecimiento Cristo, Rom 3, 26: “Fue para manifestar ahora, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en le tiempo presente, para ser justo y justificador del que cree en Jesús”.
Y no sólo pone de relieve Pablo que la justificación del hombre ya se ha efectuado, sino que insiste en su completa gratuidad. La justificación viene exclusivamente de Dios, es iniciativa divina. Por su parte, los hombres, Rom 3, 23: “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios”, pero Dios por pura gracia ha llevado la justificación en Cristo, por quien el hombre queda justificado ante Dios.
La justificación, como acto divino, incluye una declaración de que el hombre pecador es justo ante Dios. Pero ¿significa esto que el hombre es simplemente declarado justo mediante una ficción legal, siendo realmente pecador? Podríamos pensar que “dikaioo”, lo mismo que otros verbos griegos terminados en “oo”, tiene un significado causativo o fáctico: “hacer justo a alguien”. Sin embargo, en la versión de los LXX “dikaioo”, parece tener generalmente un significado declarativo, forense. A veces, éste parece ser el único sentido que tiene en las cartas de Pablo, Rom 8, 33: “¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica”, pero muchos casos son ambiguos.
Ciertamente no se puede apelar a ese sentido forense para descartar una transformación más radical del hombre por el acontecimiento Cristo y convertirlo, en cierto modo, en la esencia de la experiencia cristiana. La justificación consiste realmente en que el hombre queda situado en un estado de justicia ante Dios por su vinculación a la actividad salvífica de Cristo Jesús: por su incorporación a Cristo y a su Iglesia mediante la fe y el bautismo. El efecto de esta justificación, es que el cristiano se hace “dikaios” (justo); no es que sea declarado justo, sino que “realmente” queda constituido como justo “katastathesontai”, así en Rom 5, 19: “En efecto, así como por la desobediencia de un hombre (Adán), todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno (Cristo) todos serán constituidos justos”.
Pablo reconoce que, como cristiano, no tiene ya una justicia propia, fundada en la ley, sino una justicia adquirida por medio de la fe en Cristo, así en Filp 3, 8-9: “Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe”. E incluso afirma que el cristiano unido a Cristo es la “justicia de Dios”, 2 Cor  5, 21: “A quien no conoció pecado le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justos de Dios en Él”.

C3. Reconciliación
El efecto principal de la pasión muerte y resurrección de Cristo es la reconciliación del hombre con Dios, la restauración del hombre en el estado de paz y unión con el Padre; este efecto es denominado “katallagé” es decir, reconciliación, que se deriva del verbo (“apo”) “Katallaso” que significa: “hacer las paces” después de una guerra. En sentido religioso, estos términos significan el retorno del hombre al favor e intimidad con Dios después de un período de alejamiento y rebelión a causa del pecado y de las transgresiones. La Idea de reconciliación subyace a muchas afirmaciones de Pablo, pero está desarrollada de manera especial en 2 Cor 5, 18-20: “Y todo proviene de Dios, que  nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!”. El pecador, por la benevolencia de Cristo Jesús, consigue acceso a la presencia de Dios; es introducido de nuevo en el séquito real del mismo Dios, como lo estuvo anteriormente, Rom 5, 2: “Y así suspiramos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste”.
Cristo ha llegado a ser nuestra paz, Efes, 2, 14: “porque Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno; derribando el muro divisorio de la enemistad”; porque ha derribado la barrera que existía entre judíos y griegos y ha abolido el precepto de la Ley. Cristo ha creado el hombre nuevo por encima de judíos y griegos y los ha reconciliado con Dios en un solo cuerpo. Por la cruz han cesado las hostilidades, y Cristo ha traído la paz a los hombres: “Habiendo, pues, recibido de la fe la justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo”.
Existe además una reconciliación cósmica 2 Cor 5, 19: “Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación”; que se extiende a “todas las cosas, terrestres o celestes”, Col 1, 20-21: “y reconciliar por Él y para Él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz los seres de la tierra y de los cielos”.
Una vez advertimos la tendencia de Pablo a atribuir la reconciliación al Padre. El Padre ha reconciliado a los hombres consigo mismo a través de su Hijo Jesucristo y concretamente a través de la muerte de Cristo: “por su sangre”, Rom 5, 9. “Siendo enemigos de Dios, hemos sido reconciliados con Él por la muerte de su Hijo y reconciliados, seremos salvos, por so nos gloriamos en Dios y de la íntima unión que tenemos con Él a través de Cristo”, Rom 5, 10.

C4. Liberación redentora
Otro de los efectos que Pablo atribuye a la acción salvífica de Cristo es la libertad, Rom 8, 21,  “de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, que anhela ávidamente toda la creación, aún no es perfecta. No obstante, existe una libertad que Cristo ha logrado ya para los hombres. La expresión clásica para designarla es “redención”, término que hace referencia a la institución social de poner en libertad a los esclavos o cautivos. Pablo tiene ante la vista claramente esta institución en 1 Cor 7, 23: “¡Habéis sido bien comprados! No os hagáis esclavos de los hombres”, donde aconseja a los esclavos y a los libres que no intenten cambiar su estado social, porque tal estado tiene poca importancia una vez que han sido “comprados por buen precio”, y son esclavos de Cristo o libertos del Señor.
Cuando Pablo afirma que los cristianos han sido “comprados con un precio”, no hace sino subrayar el pesado gravamen de la obligación que Cristo hizo de su vida para conseguir la libertad de los hombres y hacer de ellos “su pueblo”. En Gal 3, 13: “Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose Él mismo maldición por nosotros”; Pablo emplea el verbo “exagorazo” para designar la liberación frente a la ley que lleva el acontecimiento Cristo.                        
Por tanto Pablo llama a Cristo “nuestra redención” = “apolitrosis”, 1 Cor 1, 30: “De Él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de Dios, justicia, santificación y redención”; expresión mayestática que identifica a la persona de Cristo con su liberación y sintetiza la concepción paulina de Cristo. Pero conviene tener muy en cuenta que, aunque los hombres alcanzan la remisión de sus pecados Col 1, 14: “en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados”; y en Rom 3, 24: “y son justificados mediante la redención realizada en Cristo Jesús”;  se trata específicamente de una “redención de adquisición”, Efes 1, 14.
Aunque la redención, en cierto sentido, ya se ha efectuado Rom 3, 24: “y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús”; tiene todavía una etapa futura, escatológica, de igual modo que todo el acontecimiento Cristo, ya que los cristianos todavía esperan la “redención del cuerpo”, Rom 8, 23. El sello del Espíritu, de que gozan los cristianos, es simplemente una prenda del Espíritu Santo para “con el que fuisteis sellados para el día de la redención”. Efes  4, 30.
La libertad que Cristo ha conquistado para los cristianos es la libertad de la Ley, del pecado, de la muerte y de sí mismo Rom 5, 8: “mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”. Los que estaban bajo la Ley han sido comprados por El; ahora se les puede llamar “esclavos de Cristo”, 1 Cor 7, 23: “¡Habéis sido bien comprados! No os hagáis esclavos de los hombres”; porque ya solo deben obediencia a Cristo. Ahora están ligados a su ley: 1 Cor 9, 21: “Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo”.
Pero en Cristo encuentran la liberación de todos los elementos que oprimen la existencia humana 1 Cor 9, 1: “¿No soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto a Jesús, Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?”; porque su ley es ley del amor, Rom 13, 10: “La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud”.



Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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Historia de la Salvación: 25° Parte - Los Salmos y el Cantar de los Cantares



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


11. LA LÍRICA SAGRADA

Con el nombre de "lírica sagrada", se entiende el compendio de libros de los Salmos y Cantar de los Cantares. El semita es poeta por naturaleza. La revelación bíblica muestra cómo el ritmo poético ayuda a un más profundo conocimiento de la obra creadora de Dios. Con él resulta más fácil plasmar el esplendor de los cielos y la belleza de la tierra, las delicias del amor humano y el éxtasis del amor divino. La historia del pueblo elegido recuerda que éste, acudió desde muy antiguo a las canciones para expresar sus sentimientos más hondos y estampar sus vivencias más profundas. Solía incluso acompañarse de instrumentos musicales para que la melodía sirviera de marco a su inspiración. Así mismo varios relatos históricos aparecen en alguna ocasión interrumpidos por cánticos donde se refleja la ternura del alma hebrea. Por ejemplo, en el cántico triunfal de Moisés y los israelitas tras la liberación de Egipto, Ex 15, 1b-18, como el himno entonado por Débora para agradecer a Yahvé su victoria sobre los enemigos, Juec 5, 2-31, y la elegía de David tras la muerte de Saúl y Jonatán, 2 Sam 1, 19-27.


11.1. LOS SALMOS

El libro de los Salmos se presenta en la Biblia hebrea, a la cabeza de la tercera sección, la de los "ketubim",  o escritos. La palabra exacta que corresponde a nuestro "salmo", sería más bien "mizmor" = cantar con acompañamiento, y que designa un poema cantado y acompañado con instrumentos de cuerda.

La traducción de la Biblia de los LXX dan habitualmente a este libro el título de "Psalmoi".  La Biblia latina oscila entre dos nombres: uno, "liber psalmorum", libro de los salmos. Otro, "psalterium=  salterio",  término que se usa habitualmente en la liturgia.


11.1.1. Formación del Salterio

El libro de los Salmos, tal como lo encontramos hoy, está integrado por 150 unidades, que la crítica tradicional ha dividido en cinco grandes bloques:

  1. Libro 1º.- Salmos   del 1 al 41
  2. Libro 2º.- Salmos del 42 - 72
  3. Libro 3º.- Salmos del 73 - 89
  4. Libro 4º.- Salmos del 90 -106
  5. Libro 5º.- Salmos del 107-150


11.1.2. Autores de los Salmos

Como su mismo encabezamiento lo señala cada salmo tiene su autor, por eso podemos destacar los siguientes: David, Asaf, Los hijos de Corá, Hemás y Etán, Moisés y Salomón.


11.1.3. Diversas categorías de Salmos

Podemos distinguir la siguiente variedad de estilos: Salmos de alabanza (himnos).  Salmos de súplica.  Salmos de realeza.  Salmos cúlticos.  Salmos sapienciales.


11.1.4. Salmos de alabanza. Himnos

Estos salmos son los que presentan una estructura literaria más uniforme.  Comienzan con una introducción de carácter exhortativo, donde el creyente o la comunidad vienen invitados a proferir alabanzas a Dios. El núcleo, o cuerpo del himno explica los motivos de tal alabanza: puede ser los acontecimientos salvíficos realizados por Dios en la historia del pueblo judío: la salida de Egipto, la conquista de la tierra prometida, etc.

Las grandezas de la creación, la belleza de la misma, etc. Es en esta parte donde el poeta suele expresar cuanto su fe yahvista le permite descubrir respecto a Dios y a su obra. Por último, en la conclusión se resume la misma temática, repitiéndose normalmente la fórmula introductoria mientras se invita de nuevo a la alabanza divina.

El origen de estos himnos suele asociarse con la celebración de algún acontecimiento importante del pueblo elegido. Son salmos, por tanto, de tipo litúrgico, donde aflora la espontaneidad de quien expresa su agradecimiento a Yahvé por los favores recibidos. En este tipo de salmos se incluyen los siguientes:
 8 - 19 - 29 - 33- 100 - 103 - 104 - 105 - 111 - 113 - 114 - 117 - 135 - 136 - 145 -146 - 147 - 149 - 150.

Dentro de esta misma categoría hímnica suelen colocarse los llamados: "Cánticos de Sión", y son los números: 46 - 48 - 76 - 84 - 87 - 122 - 137.  En ellos se realzan las excelencias de la ciudad santa, que sirve de morada a Yahvé, el cual instaurará en ella su futuro reino mesiánico.


11.1.5. Salmos de súplica

En este tipo de salmos se plasman los sufrimientos, o lamentos compartidos por quienes buscan en la religión alivio a sus propias dolencias. La súplica es un recurso a la omnipotencia de Yahvé a quien se dirigen para pedirle ayuda o consuelo en una situación difícil o conflictiva.

La parte introductoria suele describir cómo el creyente atraviesa un momento de desolación y de prueba, por lo que se atreve a levantar su plegaria a Yahvé con la esperanza de ser escuchado y ayudado. El cuerpo del salmo busca argumentos para que Yahvé alivie al orante, cuya situación existencias es difícil. Para dar mayor realismo a esta situación de necesidad angustiosa se recurre al tópico de cuantas metáforas evocan esta angustia y desvalimiento: las aguas del abismo, las acechanzas de la muerte o del "scheol", la amenaza del enemigo que clama por la sangre del justo, el ataque de las fieras dispuestas a despedazar, los huesos resecos o resquebrajados, el corazón que siente oprimido, las entrañas y riñones, etc. Este tipo de salmos se puede dividir en dos grupos : Salmos colectivos y salmos individuales:


11.1.6. Salmos colectivos

Es la comunidad, en cuanto tal, la que se dirige a Dios para exponer sus quejas y suplicarle sus desventuras, guerras, hambre, miseria, destierro, peste u opresión.  Estas desgracias pueden ser de índole natural, social, político o moral. Cuando así ocurre la colectividad entera gime de dolor, pues su Dios, por estar airado, le ha retirado su protección, dejándola sumida en la angustia y el sufrimiento. Así es cómo en estos salmos la queja suele ir mezclada con una petición. Como salmos de súplica colectiva suelen citarse: 12 - 44 - 58 - 60 - 74 79 - 80 - 82 - 83 - 90 - 94 - 106 - 108 - 123 - 126.


11.1.7. Salmos Individuales

Son particularmente numerosos y su contenido muy variado. El fiel desvalido se dirige en ellas a Yahvé para que le libere no sólo de los peligros de muerte, persecución o destierro, vejez o muerte, enfermedad, calumnia y pecado. En estas súplicas afloran con frecuencia sentimientos profundos de confianza en Dios y en su fuerza salvadora. Se trata de plegarias con temas muy variados en las que casi siempre aparece una situación conflictiva.

Se enumeran los siguientes salmos: 5 - 6 - 7 - 9 - 10 - 13- 17 - 22 - 25 - 26 - 28 - 31 35 - 36 - 38 - 39 - 42 - 43 51 - 54 - 55 - 56 - 57 - 59 - 61 63 - 64 - 69 - 70 - 71 - 86 88 - 102 - 120 - 130 - 140 - 141 - 142 - 143.  En todos ellos levanta el creyente su corazón a Yahvé para solicitar que ahuyente cuanto antes su mal o desventura y por más que reconozca su error y desventura, deposita su confianza en la misericordia y el poder de Dios.


11.1.8. Salmos de Realeza

Estos salmos tienen el común denominador de gravitar en torno a la figura del rey, que ejerció desde el rey David funciones sacras y por exigirlo el espíritu teocrático israelita. El monarca quedaba convertido en intermediario nato entre Dios y su pueblo elegido, por quien interceda especialmente cuando le aquejaba alguna desgracia colectiva. El pueblo se sabía asistido por Yahvé en la persona del monarca. Entre los salmos de la realeza se suelen enumerar: 2 - 18 - 20 - 21 - 45 - 72 - 89 - 110 132 - 144.


11.1.9. Salmos Cúlticos

Están relacionados con el santuario, cuya arca simbolizaba la presencia de Yahvé en su pueblo. Tras la construcción del Templo, Jerusalén quedó convertida en ciudad santa donde se suponía estaba instalada la mansión divina. Desde muy antiguo los israelitas se daban cita en torno al santuario o al Templo para allí festejar a su divinidad. En la época postexílica, tras la reconstrucción del Templo, se fue depurando el concepto de la presencia divina, elevando los israelitas sus ojos hacia la Jerusalén escatológica, desde donde Yahvé ejercía un imperio universal. La estructura de estos salmos cúlticos se ajusta, más o menos, al esquema siguiente:

  • Introducción: que viene a ser un grito de alabanza dirigido unas veces a Jerusalén y otras a Yahvé, a causa las maravillas operadas en su ciudad santa.  
  • El Cuerpo: suele corroborar los motivos de alabanza, que acostumbra a asociarse con la elección o protección divina, así como con las bendiciones prodigadas sobre la ciudad santa, a la que Yahvé convirtiera en su morada para desde allí ejercer un control directo, no sólo sobre su pueblo, sino también sobre toda la humanidad.  
  • La Conclusión: suele normalmente repetir la alabanza introductoria, resaltando con más fuerza las excelencias de la ciudad santa y su Templo. Algunos de estos salmos estaban relacionados con la liturgia procesional que solía acompañar las grandes solemnidades, donde se cantaban en forma dialogada entre el sacerdote o levita por una parte y el coro de los fieles por otra, se pretendían dramatizar así las ceremonias cúlticas para sensibilizar mejor al pueblo, convencidos de que sólo Yahvé podía oírles y ayudarles en sus necesidades. Entre estos salmos cúlticos suelen citarse los siguientes: 15 - 24 - 46 - 48 - 68 - 81 - 84 - 87 - 95 - 100 - 118 - 121- 136.


11.1.10. Salmos Sapienciales

Los sabios de Israel, al programar sus enseñanzas didácticas, recurrieron también a los poemas líricos como módulo eficaz de catequesis religiosa. Esto explica la presencia de diversos salmos sapienciales, cuya perspectiva didáctica les imprime un cuño muy específico. Casi todos son fruto de la reflexión postexílica si bien algunos engarzan con la de instrucción religiosa. Su estructura es suelta, sentenciosa, con versos yuxtapuestos, reminiscencias del proverbio.

Fuera del salterio aparecen también resabios de este singular método didáctico como son el Cántico de Ana, 1 Sam 2, 1-10; El Cántico de Tobías, Tob 13, 1-9, Cántico de Judit, Jud 16, 15-21; Cánticos del Eclesiástico, Ecltco  51, 1-12.

Los salmos sapienciales tocan los temas más diversos intentando canalizar las inquietudes religiosas del pueblo en orden a conseguir esa felicidad a la que todo hombre suspira. Se toca también el tema de la retribución divina, que tanto inquietaba a los judíos, así como la forma de explicar el pecado y el dolor compartidos ambos por guardar la fidelidad a Yahvé.

El tono de los salmos sapienciales es reflexivo, cuyo afán es dar soluciones prácticas a la vida. Los salmistas adoptan en estos poemas una actitud típicamente sapiencial, muy acorde a la de un maestro que desea enriquecer a los discípulos con sus enseñanzas, advertencias y consejos.  Los temas y consejos de estos salmos los podemos resumir:

  • Los que se inspiran en algún evento de la historia del pueblo elegido, convirtiéndolo en enseñanza religiosa para que así el creyente vea reflejada su situación personal en la andadura misma del pueblo.
  • Los que analizan la ley mosáica, descubriendo en ella directrices válidas para que, en forma de enseñanza o revelación, pueda el israelita descubrir el designio divino en una situación conflictiva.
  • Los que explotan los resortes de la sabiduría religiosa, esgrimiendo al respecto criterios explotados por el judaísmo tardío donde se presenta el temor de Dios como solución a un sin fin de problemas.
  • Los que abordan la problemática de la retribución, asociándola con la justicia divina tal como la plantean a grandes rasgos Job y el Qohelet.
  • Los que se inspiran en los salmos de acción de gracias y de alabanza, convirtiéndolos en modelo de enseñanza religiosa y en normativa para canalizar las inquietudes de quien anhela sustraerse al influjo de su propia angustia y situarse en el marco liberador de Yahvé.





11.2. EL CANTAR DE LOS CANTARES

Es un canto de amor conyugal. Del amado a su amada. El ambiente donde se desarrolla es el de las costumbres y los cantos de amor en el Medio Oriente. Es sabido y conocido el júbilo y expresión que en estos ambientes se celebran los cantos nupciales, había canciones populares, a veces y con frecuencia lascivas y burlonas, y también había poesías de calidad y arte. Era de rigor celebrar la belleza de los esposos y cantarles su futura felicidad. Bajo este aspecto se elevaban los cantos al plano religioso, formulando verdaderas bendiciones nupciales. Distinguiremos en este libro cinco poesías, precedidos de un prólogo y seguido de dos aprendices de carácter adicional.

11.2.1. Prólogo: 1, 1-4, la esposa suspira por encontrarse con su esposo

11.2.2. El primer poema: 1,5 - 2, 7, describe las ansiedades de la desterrada, 1, 5-7; el coro le invita a la esperanza.  Se presenta el esposo y se deja cautivar por los encantos de su amada, 1, 9-11. Un diálogo nos revela sus sentimientos de mutua admiración, 1, 12; 2, 5, sin embargo, su unión no está todavía lograda.

11.2.3. El segundo poema:  2, 8 - 3, 5, evoca la renovada búsqueda mutua de los os esposos: la esposa describe al amado que acude hacia ella, 2, 8-16; ella se lanza en su busca y lo encuentra en la ciudad, 2,17 - 3, 4,  pero todavía no se ha realizado la posesión, 3, 5.

11.2.4. El tercer poema:  3, 6 - 5, 1, se abre con la descripción de un cortejo nupcial, que conduce Salomón, 3, 6-11. El esposo se revela cada vez más enamorado, 4, 1 - 5, 7. Señala un lugar para la cita convidando a la amada en términos apasionados, 8-15. La esposa acepta. Se presiente que no tardará en entregarse, 4, 16 - 5, 1.

11.2.5. El cuarto poema: Muestra, no obstante, a la amada todavía reticente, 5, 2-3, por fin abre, pero... ya es tarde. El esposo se ha retirado, 4-6b. La esposa, exasperada, lo busca de nuevo y lo describe, en coro, que se extraña de un afecto tan violento, 9-16.  Entonces sobreviene el encuentro: ya no puede tardar la posesión mutua,  6, 1-3.

11.2.6. El quinto poema: Conduce al desenlace.  El esposo enumera de nuevo las gracias de su amada, 6, 4-12. El coro lo invita a volver, 7, 1. El le replica con declaraciones de amor cada vez más vehementes La esposa, a su vez, expresa su pasión, 7, 10 - 8, 3. Pero todavía no ha acabado su sueño, 4. Ya se ha logrado el desenlace, 8, 5-7. El esposo se ha despertado. Le exige amor eterno, 6-7.  Dos apéndices añadidos más tarde, aparecen como reflexiones sugeridas por el Cantar, (8, 8-14.

La enseñanza fundamental del Cantar de los cantares estriba en presentar la dinámica amorosa como la fuerza más sublime de cuantas recibiera el hombre en la creación. No en vano la tradición bíblica le supone hecho a imagen y semejanza de Dios, Gen 1, 27, a quien la revelación neotestamentaria no dudaría en identificar con el AMOR, 1 Juan 4, 8. Ello sugiere que el hombre, si explota correctamente sus resortes amorosos, conectará con su creador. Cuando el amor no rige la trayectoria existencial del creyente, éste queda atenazado en su egoísmo y culminará en el pecado. Así, pues, sólo situándose en una perspectiva de amor, estará el hombre en condiciones de entablar un diálogo correcto con Dios. Pero, ¿cómo activar esos resortes amorosos?  Para despejarlo, la revelación bíblica le brinda este Cántico hecho oración donde, armonizando poesía con inspiración, le va descubriendo los auténticos secretos del amor.  Al amor nuca hay que temerle, sino amarle.

Este es el lema del Cántico, cuyo mensaje armoniza la sublimidad del diálogo divino  humano con la fuerza realizante de todo diálogo divino - humano donde el individuo exterioriza su ser relacional. Y es que el hombre, cuando se relaciona rompe las barreras del egoísmo, situándose en un plano donde impera el amor.

La enseñanza teológica de este Cántico viene a ser un reto lanzado al hombre para que valore en su justa dimensión la dinámica del amor. Este amor, incluso en su vertiente humana, conlleva tal carga de vida que nadie debe privarse de su fuerza creativa. La única dificultad estriba en que a veces se otorga al egoísmo el nombre de "amor", a lo que es contrario del verdadero amor.

Tal equívoco está en el hombre no en Dios. Cuando el hombre siguiendo las pautas de Dios explota sin cortapisas las posibilidades de la fuerza amorosa, se sabe de antemano que llegará al triunfo, a la felicidad más plena. No puede errar quien se rige por el amor, tal es el lema que mantiene la revelación bíblica en este poema amoroso expresión máxima del amor. Enseña que no sólo es posible sino necesario vivir en el amor para sintonizar con la Trascendencia de Dios que es presentado en la misma revelación bíblica como el Dios AMOR.  Siendo Dios el AMOR, quien ama siempre se mantendrá en la trayectoria divina.



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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

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El rico y el pobre Lázaro




P. Adolfo Franco, S.J.

DOMINGO XXVI
del Tiempo Ordinario

Lucas 16, 19-31

El Señor nos habla claramente de la relación que existe entre esta vida y la otra vida.


Esta página del Evangelio es de las más difíciles y de las más duras. Jesús hablando del infierno. No es el único momento en que Jesús habla de la otra vida y del posible fracaso del hombre. En otros momentos habla de que la puerta del banquete “se cerrará”, de que dirá a los que no estén preparados: “no les conozco”. O hablará de los que son puestos a la derecha y de los que son puestos a la izquierda.

En este párrafo de San Lucas la narración es más larga y detallada: es la tragedia del rico, que después de una vida cómoda, llena de diversiones y de banquetes, va al infierno, después de morir.

Los detalles de la parábola son muy nítidos: hay dos personas con vidas muy diferentes: el uno es rico y vive espléndidamente, el otro es pobre y vive de las sobras del rico. En la otra vida se cambian los papeles: el pobre es premiado con el paraíso, el rico es sepultado en el infierno. Uno de los terribles sufrimientos que padece el rico es la sed, debido al fuego que lo envuelve. Es una sed que no tendrá ningún alivio. No hay posibilidad de salir de ese lugar de fuego, y no hay paso de un sitio al otro. Y no se pueden mandar mensajes a los que están en este mundo, sino que los que estamos en este mundo debemos utilizar los medios normales que Dios ha dado para salvarnos.

Se trata entonces de una enseñanza de lo que es esta vida y de lo que será la otra. Hay dos destinos posibles después de esta vida, y nos ganamos uno u otro destino con lo que hacemos en esta vida. Y el destino futuro es para siempre; ahí ya no se puede remediar nada. Todo esto es realmente duro, y escalofriante. Un destino eterno y con el peor de los sufrimientos.

Este es el resumen del mensaje de Jesús, que nos trasmite San Lucas en este párrafo. Podemos ahora hacer nuestras preguntas y plantear nuestro desconcierto. Pero no podemos desconocer lo que Jesús enseña.

Es una enseñanza que nos hiere y nos deja temerosos, nos deja inseguros. Y nos vienen preguntas muy válidas, pero que no pueden anular la enseñanza del Señor tan clara. Y preguntamos ¿cómo el Señor misericordioso puede castigar así a un hombre insignificante? ¿Por qué tiene que ser eterno ese castigo, para un hombre que cometió pecados? ¿No es desproporcionado el castigo? Si Dios sabía que este hombre sería malo, ¿para qué lo mandó a la existencia? ¿Hay algún mal tan monstruoso que merezca una pena tan horripilante? ¿Cómo se puede afirmar que Dios es infinitamente bueno y misericordioso, si condena a alguien al infierno?

Y son preguntas verdaderas, y que no alcanzamos a responder; aunque sí habría que precisar que no se puede hablar con propiedad de castigo; se trata más bien de la elección equivocada que una persona puede hacer; porque se trata de que cada uno con sus acciones en esta vida escoge el destino de la vida eterna.

Frente a estas preguntas no nos queda más que hacer que afirmar la enseñanza de Jesús, y al final decir que no encontramos respuestas. Y decimos que Dios es bueno y misericordioso, aunque sea verdad que existe el infierno. Y por otra parte afirmamos que la enseñanza sobre el infierno nos es necesaria; que es un acto de bondad del Señor el habernos revelado esta enseñanza sobre el más allá.

Esta enseñanza barre esa concepción de una religión sin exigencia; un sentimiento religioso desleído sobre los compromisos con Dios. Una religión llena de vaguedades, en la que en el fondo Cristo no nos ha salvado de nada. Tendríamos una religión sin una verdadera exigencia de vida. Si las decisiones que tomamos sobre las cosas fundamentales de la vida, no tuvieran ninguna consecuencia grave, equivaldría a que nuestra libertad no es tomada en serio; si, hagas lo que hagas, te salvarás igual, no importa mucho lo que haces, tu libertad no tiene importancia, tú mismo, como persona, no tienes importancia.

De lo que se trata, a mi parecer, es si de verdad elegimos o no elegimos a Dios. Y si no elegimos a Dios, Dios quedará lejos de nosotros para siempre. El no va a destruir nuestra decisión, la va a respetar. Si le hemos dicho a Dios: “no te metas en mi vida”, El no se meterá ni ahora ni nunca. Y si hemos elegido estar sin Dios, después descubriremos que la ausencia total de Dios es insoportable, nos hemos condenado nosotros mismos a no tener a Dios, porque voluntariamente no lo hemos querido elegir. Se puede plantear también otra pregunta ¿es posible que alguien rechace de verdad a Dios de esa manera? La verdad que es difícil pensar que esto suceda, ¿pero estamos tan seguros de que nadie lo haga? ¿Estamos seguros de no rechazarlo nosotros, por elegirnos a nosotros mismos antes que a El?

Así que pienso que en esta enseñanza del infierno se trata de varias cosas: de la seriedad de nuestra relación con Dios, o sea el vivir de verdad nuestra Religión; se trata también de la tremenda realidad y responsabilidad de ser personas libres, se trata de que nosotros mismos nos tomemos en serio; y se trata de la necesidad vital de elegir a Dios, porque sin El no somos más que vacío. El infierno será eso estar siempre asomado al vacío, donde no hay sentido y todo es tremendamente frío.

Pero Jesucristo por su misericordia nos ha salvado, con tal de que lo aceptemos de verdad, de que lo sigamos, de que hagamos de El nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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Itinerario de la Misericordia - 12° Mes



Décima tercera recomendación

Llegamos al final de nuestro itinerario, en este Jubileo de la Misericordia que el Papa Francisco aperturó. El primer error que podríamos cometer es ya no seguir practicando las obras de misericordia, o dejar de estar atentos a las oportunidades que Dios nos brinda para ser misericordiosos con nuestros hermanos y hermanas. El Jubileo nos ofrece la gracia de vivir la misericordia, de asumir el estilo de vida del misericordioso, de ser consciente que Dios siempre lo es con nosotros, Él nos ofrece su misericordia y siempre espera nuestro regreso cada vez que nos alejamos de Él, como en la parábola del hijo pródigo Él es un Padre misericordioso, recordémoslo siempre y acerquémonos al sacramento de la reconciliación a confesarnos cada vez que lo necesitemos.

Mantengamos nuestra comunión con Dios a través de nuestra oración diaria y, a través de ésta, pidamos la gracia de que así como recibimos la misericordia de Dios, nosotros podamos ser puente de la misericordia de Dios practicándola con los demás.

Pregúntate a ti mismo en humilde plegaria cuál de estas obras de misericordia crees que el Espíritu Santo te está inspirando a emprender.

Mira a tu condición de vida concreta y seguramente el Espíritu Santo va a localizar personas y áreas donde serás capaz de poner en práctica con gran generosidad de alma una o más de estas obras de misericordia.

Nunca olvides las palabras inspiradoras y desafiantes de Jesús: “Cualquier cosa que hagas al menor de mis hermanos me la haces a mí” (Mt. 25: 31-46)

El final del Jubileo debe ser el punto de inicio para asumir la práctica de la misericordia como parte de nuestro estilo de vida cristiana.

Terminamos este itinerario reflexionando sobre las dos siguientes obras de misericordia.


Consolar al triste o dolorido

Esto es extremadamente importante. San Ignacio de Loyola, en sus reglas para el discernimiento, resume la estrategia sobre cómo actuar cuando estamos en un estado de desolación. En la desolación nos sentimos tristes, deprimidos, que en realidad nadie se preocupa por nosotros, la vida parece inútil y sin sentido. Todos pasamos por este estado a veces; es parte del ser humano.

Sin embargo, cuando te des cuenta de que alguien pasa por este estado, haz todo lo que pueda para ser una fuente de aliento.

¿Cómo?
En primer lugar, orando por la persona.
En segundo lugar, una cálida sonrisa puede recorrer un largo camino.
En tercer lugar, decir una o dos palabras de aliento.
En cuarto lugar, ofrecer un cumplido en algunos puntos de alta calidad que tiene la persona.
En quinto lugar, puedes incluso contar una historia o anécdota humorística para sacar a esta persona fuera del hoyo.

Esto es muy agradable a Dios. Y podemos llegar a ser como Simón de Cirene, que ayudó a Jesús a llevar la cruz.


Sufrir con paciencia los defectos de los demás

Una vez más, es más fácil decirlo que hacerlo. Para ello, necesitamos la gracia y mucha gracia. Pongamos también un ejemplo.

Tal vez en el trabajo hemos estado siendo perjudicados por un jefe o un compañero de trabajo. Cambiar de trabajo es impensable debido a la situación económica. Del mismo modo el jefe y compañero de trabajo no van a ninguna parte.

La actitud más agradable a los ojos de Dios es simplemente volver a trabajar con gran humildad y con confianza en la Divina Providencia. ¡Confía en Dios! Él estará allí contigo para ayudarte a llevar con paciencia la cruz.

De gran ayuda podría ser meditar sobre Jesús cargando su cruz en dirección a su crucifixión. A pesar de que Jesús cayó tres veces, Él se levantó con el peso de los pecados del mundo sobre sus hombros sangrientos, cansados y golpeados. Siempre debemos tener a Jesús ante nuestros ojos como nuestro modelo y ejemplo, de hecho Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida.




Referencia: http://forosdelavirgen.org/99133/misericordia-corporal/







Itinerario de la Misericordia - 11° Mes




Décima segunda recomendación

Jesús le dijo a Santa Faustina que Él desea que practiquemos al menos un acto de misericordia cada día. Él especificó que la misericordia puede llevarse a cabo en una de tres maneras:

1) Por palabras amables
2) Por actos de bondad
3) Por la oración


Enterrar a los muertos

El muerto no siente ya nada, pero llevarlo a “descansar” significa rezar por su alma y acompañar a quién sufre la ausencia de ese ser querido que ya no está.

Los primeros cristianos sufrían persecución por buscar a los mártires y darles sepultura. Porque llevarlos a un mausoleo significa también que las cosas no se quedan ahí, que hay un futuro.

Si fuera solo por higiene podría meterlos una fosa común, pero colocarlos en ciertos lugares como los mausoleos, los cementerios implica eso.

Reconocer que la muerte no es el final. “Es la muerte la puerta que nos lleva hasta Dios” tal y como lo dice la canción llamada Asunción.

La Virgen María nos enseña con su tránsito y asunción que así como Ella pasó en el sepulcro y después fue a gozar con Dios, también quién confía en Él, se verá libre de las ataduras terrenas.

La obra de misericordia al enterrar a los muertos nos traslada a la oración, que es una obra espiritual de misericordia. Rezar por los difuntos.

Cada uno ha enterrado a un ser querido, porque la muerte es algo seguro. Es de lo único de lo que no nos libramos. Y sentir que a este final se da un sentido, sirve de consuelo.

Las catacumbas eran lugares donde había cantidad de personas fallecidas y ahí se celebraba la Eucaristía. Oraban por los difuntos y al colocarlos allí tomaba un sentido más profundo la muerte.



Rogar a Dios por vivos y difuntos

Uno de los mayores actos de caridad que podemos hacer en nuestra vida es simplemente orar por otros, tanto por los vivos como por los muertos.

Con respecto a los vivos, debe haber una jerarquía de importancia. Si eres casado y con una familia este debe ser el orden: primero el cónyuge, hijos, padres, hermanos y hermanas, parientes, amigos, compañeros de trabajo y socios, y también debemos orar por aquellos que no nos gustan e incluso por nuestros enemigos.

Luego, con respecto a los muertos, debemos orar constantemente por los muertos. San Francisco de Sales hace hincapié en el hecho de que este es uno de los mayores actos de caridad que podemos hacer.

¿Por qué esto? Por esta sencilla razón: son totalmente dependientes de la misericordia de Dios y de nuestra oración, limosna o caridad, así como de nuestros sacrificios.

Piensa en la Misa Gregoriana, 30 misas consecutivas de un mes. Esto se produjo porque el Papa San Gregorio Magno tuvo que orar treinta misas consecutivas con el fin de liberar a su amigo fallecido de las llamas del purgatorio.



Referencia:

http://forosdelavirgen.org/91592/misericordia-corporal-150414/

Itinerario de la Misericordia - 10° Mes



Décima primera recomendación

Continuando con este itinerario, recordemos que debemos dar testimonio de la misericordia de Dios, dándola cuanto podamos, pidamos la gracia de ser instrumentos de su misericordia. Continuemos reflexionando sobre las obras de misericordia para seguir practicándolas.

Dar buen consejo al que lo necesita

Hablemos en concreto con un ejemplo. Todos hemos escuchado el dicho: “La caridad empieza en casa”. Esto es cierto especialmente en la formación de niños y adolescentes.

Al elegir el estado matrimonial, los esposos profesan estar abiertos a la vida a través de la procreación. Eso es sólo el primer paso. También incumbe a los padres enseñar a sus hijos todo lo que se refiere a Dios, los mandamientos, los sacramentos, la oración, la devoción mariana, y mucho más.

La responsabilidad primordial de los padres que traen hijos al mundo es llevar a estos niños al cielo. La escuela no es el primer maestro, ni el profesor de catecismo, ni siquiera el sacerdote. ¡No! Los primeros maestros deben ser mamá y papá. Esto implica necesariamente el proceso de formación continua o permanente por parte de los padres.

Otro proverbio es digno de mención aquí: “No se puede dar lo que no se tiene”. Uno de los campos que los padres deben dominar, en el ámbito de la educación de ellos mismos así como de sus hijos, es el de la moral sexual. Los padres deben esforzarse por conocer la Biblia y la enseñanza de la Iglesia sobre la pureza, vivirla en sus propias vidas y luego enseñarlo con la mayor claridad a sus hijos.


Corregir al que está en error

Se puede decir mucho en este trabajo espiritual de la misericordia, pero vamos a mencionar brevemente uno: la importancia de la dirección espiritual sólida.

Santa Teresa de Ávila, Santa Faustina Kowalska, así como Santa Margarita María de Alocoque, todas dependían en gran medida de la dirección espiritual para discernir la voluntad de Dios en sus vidas. Todas ellas están canonizadas y una de las razones fue que humildemente admitieron que eran ignorantes de muchas maneras, tenían muchas dudas y tuvieron que presentar sus juicios, inspiraciones y pensamientos a la autoridad de directores espirituales y confesores.

Dado que hay una escasez de sacerdotes, así como de directores espirituales, debemos esforzarnos por encontrar alguna manera de tener dirección espiritual periódica con el fin de expulsar las muchas dudas que puedan enturbiar fácilmente nuestra mente y desdibujar nuestro juicio y corromper nuestras acciones.

San Juan de la Cruz lo dijo con ironía: “El que tiene a sí mismo como director espiritual tiene un idiota como su dirigido espiritual”. En otras palabras, todos tenemos puntos ciegos que sólo pueden ser iluminados por la dirección espiritual apropiada.


Perdonar las injurias

¡Que Dios nos ayude! Hemos llegado al corazón de la misericordia en nuestro trato con los demás. La misericordia es una calle de doble sentido. Si queremos recibir la misericordia de Dios, entonces debemos ser misericordiosos y perdonar a los que nos han hecho mal. Los versículos bíblicos sobre este tema son muchos, muchísimos…

“Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”.
“Mía es la venganza: yo pagaré, dice el Señor.”
“No se ponga el sol sobre vuestro enojo.”
“Perdona las ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” (El Padre Nuestro)
“No te digo 7 veces, sino 70 veces 7 veces… tienes que perdonar…”
“Deja tu regalo y reconcíliate primero con tu hermano…”
“Padre, perdónalos porque no saben lo que están haciendo.”
“En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.”

Una pista en el área del perdón. Acepta el hecho de que todas sus personas de tu vida te harán daño en algún momento.

El lugar más común en que somos heridos se encuentra en el contexto de nuestra familia, con los miembros de la familia.

La clave es la siguiente: perdona inmediatamente. Tan pronto como alguien te hace daño o hiere, entonces ora por esa persona y perdona inmediatamente. Si lo haces habrás ganado una importante victoria sobre ti mismo y mostrar a Dios cuánto lo amas por practicar la misericordia.

Este tema también lo hemos comentado en las primeras recomendaciones, cuando hablamos sobre el perdón en nuestro entorno cercano.


Referencia: http://forosdelavirgen.org/99133/misericordia-corporal/


Recomendamos la lectura de las siguientes publicaciones

Corrección fraterna y oración comunitaria
El perdón de Dios
El perdón cristiano
Los intermediarios del perdón de Dios
El perdón en la familia




No podemos servir a Dios y al dinero



P. Adolfo Franco, S.J.

Lucas 16, 1-13

Jesús nos enseña que somos simples administradores de los bienes que tenemos.


Jesús con frecuencia nos da lecciones sobre el dinero y su recto uso, lecciones sobre la pobreza y los peligros de la riqueza. En esta ocasión se vale de una parábola, la del administrador infiel, al que le piden cuentas de su administración, porque hay serias sospechas de su honestidad; y entonces se dedica a rebajar las deudas de los siervos de su amo, para hacérselos favorables. Utiliza el dinero ajeno para ganarse amigos.

Y el Señor saca como conclusión que nos ganemos amigos con el dinero injustamente obtenido, para que podamos aspirar a la salvación. Y termina diciendo su mensaje central: no podemos servir a Dios y al dinero.

¿Por qué esta contraposición entre Dios y el dinero? ¿Por qué los pone Jesús como enemigos? Parecería que tener riqueza es en sí mismo un mal. Y ciertamente el Señor no quiere decir eso. Pero ¿qué mal hay en la riqueza que puede convertirse en enemigo de Dios? Si nos fijamos bien en la afirmación de Jesús, se trata de “servir”; y entonces se entiende perfectamente: el que sirve al dinero, no puede servir a Dios.

De antemano hay que dejar bien claro que el dinero, la riqueza, los bienes materiales, no son en sí mismo ni malos ni buenos; lo que los hace malos o buenos es el uso que se les dé. Porque el dinero puede hacer de una persona un soberbio y un materialista y puede hacer también un ser generoso y desprendido. Depende del uso que se haga de él. El dinero puede ser usado para pagar vicios, y puede servir para curar enfermedades. Todo depende; lo malo del dinero es convertirse en sus servidores.

Por otra parte, si dijéramos que el dinero, los bienes materiales son esencialmente tan malos, habría que preguntar ¿por qué Dios ha hecho al hombre de manera que necesite de esos bienes materiales para vivir? Se necesita el dinero para la comida, para la salud, para la educación, para la vivienda. Para cumplir todas esas necesidades de la vida, es necesario el dinero. Y es Dios quien nos ha hecho de tal forma que necesitamos alimento, vestido, cuidado de salud y habitación. Así que, por una parte el dinero nos es necesario para vivir, y por otra parte se nos dice que es tan nefasto; parecería que Dios mismo nos obliga a convivir con nuestro enemigo.

¿Qué propone Jesús, frente a esto? Muchas cosas propone. Y lo primero es el desprendimiento. Desprendimiento es renunciar a algunas cosas, a muchas cosas; compartir más, no acumular; en la Biblia se nos dice que la limosna cura multitud de pecados. Desprendimiento es todo eso; y sobre todo buscar conseguir una meta cristiana importante y es que nuestro corazón esté limpio completamente de todo deseo material; que tengamos lo necesario sí, pero que lo tengamos como si no lo tuviéramos; hacer que las cosas no nos dominen, que no se apoderen de nosotros, no ser siervos del dinero. Cuando hay avaricia, tristeza por la pérdida de algo material, cuando hay hambre y sed de tener más, cuando necesitamos asegurarnos mediante el acaparamiento, entonces es que nuestro corazón no está limpio de la riqueza. Estamos siendo invadidos por lo material. Cuando somos mezquinos al dar, cuando pensamos que nunca tenemos lo suficiente, y que nunca nos sobra nada; cuando solo damos lo inservible, entonces es que las riquezas están dominando nuestro corazón. Y hay que purificarlo. ¿Serías capaz de dar lo mejor que tienes?

Jesús nos dice más, que la riqueza es un continuo peligro. Y tanto que por ella se cometen tantos atropellos. Y esto es bastante claro. Las maneras de hacer dinero en muy gran escala, los grandes negocios, son el tráfico de armas, el narcotráfico, la corrupción de altos funcionarios, el tráfico de personas vendidas para la prostitución; añadamos el robo, la especulación y la estafa. Todo eso es conseguir dinero destruyendo vidas. Negociar con vidas humanas. El deseo de las riquezas se convierte así en enemigo de Dios: Dios y el dinero enfrentados. Porque el que medra con tráfico de armas es culpable de muertes, y se hace enemigo de Dios; el que lucra con la destrucción moral de los jóvenes drogadictos, se hace enemigo de Dios; y lo mismo el que se aprovecha de los bienes comunes   de la sociedad y el que negocia con la honra de niños y mujeres en el tráfico sexual. Se ve claramente cómo el dinero se convierte en el enemigo de Dios.

Pero además de eso, el dinero y el afán de riquezas nos quita la perspectiva de la vida humana. Estamos hechos para la vida sobrenatural, estamos orientados hacia al futuro, a la vida de más allá de la vida. Y el dinero, la preocupación por los bienes de este mundo, nos ciega la mirada del horizonte, de lo que hay más allá. Nos quita la esperanza de los bienes extraordinarios que Dios ha prometido a sus hijos. Nos hace perder de vista el futuro, por estar tan enfrascados en un presente tan mezquino. Nos hace desperdiciar la vida presente por no orientarla de verdad a la vida futura.

Jesús simplifica todo diciendo: o Dios o el dinero. Es una forma clara de advertirnos, y sobre todo de poner al descubierto la trampa del dinero. El dinero, en efecto, es una trampa: arriesgar lo mejor, que es Dios, por ganar lo peor que es lo material, qué mala elección haríamos si perdiéramos a Dios por obtener el dinero.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.