P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
4. LOS DEFECTOS O LA PASIBILIDAD DE LA NATURALEZA HUMANA DE CRISTO
4.1. LA PASIBILIDAD DE CRISTO
El
titulo de este apartado puede escandalizar un poco al cristiano que no conoce
bien el verdadero sentido y alcance de esta expresión en la teología
católica. En primer lugar diremos que hay dos clases de defectos:
unos que suponen en la persona que los posee un desorden moral, fruto de una
voluntad desordenada, culpable. Estos de ninguna manera los tuvo Cristo.
Otros
defectos suelen ser de orden físico o psicológico (por ejemplo, el hambre, la
sed, el dolor, etc), que no suponen deformidad moral alguna y era conveniente
que Cristo los tuviera para lograr mejor los fines de la encarnación y
redención del género humano. Únicamente estos últimos son los
"defectos" (limitaciones) que Cristo hubo de tener y de hecho tuvo, como
lo vamos a ver a continuación.
4.2. LOS DEFECTOS (O LIMITACIONES) CORPORALES DE CRISTO
Tesis
28ª.- "La naturaleza humana de Cristo estaba sometida al
padecimiento corporal". (de fe).
4.2.1. Explicación
En
esta tesis queremos demostrar que Cristo tuvo verdadera naturaleza humana, es
decir compuesta por cuerpo y alma, en lo referente a dicha naturaleza humana
decimos que Cristo padeció corporalmente en su vida ordinaria, en los trabajos,
penas y demás vicisitudes de la vida y sobre todo padeció y sufrió extraordinariamente
en su pasión y
muerte.
4.2.2. Adversarios
Los
"afratodocetas": La secta monofisita (herejes que proclaman que en
Cristo hay una sola naturaleza, la divina), fundada por el Obispo Juliano de
Halicarnaso, a comienzos del S. VI, enseñaba que el cuerpo de Cristo, desde la
encarnación, se había hecho "afratos", es decir, incorruptible, que
no había sido sometido ni a la pasibilidad ni a la corrupción. Semejante
doctrina lleva lógicamente a negar la realidad efectiva y meritoria de la
pasión y muerte de Cristo.
4.2.3. Magisterio de
la Iglesia
En
contra de esta doctrina, la Iglesia enseña en sus símbolos de fe que Cristo
padeció y murió (verdaderamente) por nosotros. Así el IV Concilio de
Letrán pone de relieve expresamente no sólo la realidad efectiva de la pasión,
sino también la pasibilidad de Cristo. Denz. 429
4.2.4. Sagrada
Escritura
Las
profecías del A. T. anuncian grandes padecimientos del futuro
redentor, los pasajes del Siervo de Yahveh del Profeta Isaías, 53, 4: "El
tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores". Salmos 21
y 68.
El
lugar donde mejor se manifiestan los padecimientos reales de Cristo es en los
Evangelios Sinópticos: Relatos de la Pasión y Muerte de Cristo
Del
mismo Cristo en los evangelios se nos narra que estaba sometido a los defectos
genéricos del cuerpo humano, a saber, como el tener hambre, Mt 4, 2; o el tener
sed, Jn 18, 28; la fatiga y cansancio,
Jn 4, 6; el sueño, Mt 8, 24; cómo padeció el sufrimiento y la muerte en la
Pasión. Los padecimientos de Cristo sirven a los fieles de ejemplo.
1 Petr 2, 21.
4.2.5. Argumento
Teológico
Sto.
Tomás dice al respecto lo siguiente: "Fue muy conveniente que el Verbo
divino asumiera la naturaleza humana con algunas deficiencias
corporales". Da tres razones:
a. Porque el Hijo de Dios vino al mundo para satisfacer por el pecado del Género
humano: Y uno satisface por el pecado de otro cuando carga sobre sí la pena
merecida por el pecado del otro. Pero los defectos corporales de que hablamos,
a saber, la muerte, el hambre, la sed, son la pena del pecado, introducido en
el mundo por el pecado de Adán, según lo dice S. Pablo en Rom 5, 12: "Por
un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte". Es,
pues, conforme con el fin de la encarnación que asumiese Cristo, por nosotros,
las penalidades de la carne, como lo dice Isaías 53, 4: "Fue El,
ciertamente, quién tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros
dolores".
b. Para basar nuestra fe en la encarnación: En efecto, la naturaleza humana nos
es concedida a través de sus debilidades y defectos. Si, pues, Cristo hubiese
asumido una naturaleza humana despojada de tales lacras, se hubiera podido
creer que no era verdadero hombre y que su carne era meramente imaginaria, como
dijeron los maniqueos. Por eso, como dice S. Pablo a los Filipenses 2, 7: "Se
anonadó, tomando la forma de esclavo y haciéndose semejante a los hombres,
aceptando su condición".
c. Para darnos ejemplo de paciencia: ante los sufrimientos y debilidades humanas,
que El valerosamente soportó. Por eso dice S. Pablo a los Hebreos 12, 3: "Soportó
tal contradicción de los pecadores contra sí mismo para que no decaigáis de
ánimo rendidos por la fatiga".
Sto.
Tomás dice: "El Verbo divino no asumió al encarnarse todos los defectos
corporales de los hombres, sino únicamente los que convenían al fin de la
encarnación; y éstos los asumió libremente, sin contradicción".
Esta
conclusión tiene tres partes:
1. El Verbo divino no asumió al encarnarse todos los defectos corporales de los
hombres, sino únicamente los que no envuelven ninguna deformidad moral,
ejemplo: el hambre, la sed, el cansancio, etc; y eran convenientes al fin de la
encarnación. De ninguna manera asumió los defectos que se oponen a la
perfección de su ciencia y de su gracia, tales como la ignorancia, la
inclinación al mal y la dificultad para hacer el bien. Tampoco los que son
debidos a causas particulares que sólo se dan en algunos hombres, como las
enfermedades corporales
2. Los asumió voluntariamente, por amor nuestro y en orden a los fines de la
encarnación, ya que, por la perfección infinita de su alma, no le eran en modo
alguno propios.
3. Pero no los contrajo. Una cosa es asumir y otra muy distinta contraer.
-
Asumir: significa tomar una cosa libre y voluntariamente, sin obligación
alguna de hacerlo.
-
Contraer: en cambio, incluye una relación de efecto a causa (contrae), de
suerte que el efecto se recibe necesariamente una vez puesta la causa. Ahora
bien, la causa de todas las calamidades de la naturaleza humana es el pecado,
como dice S. Pablo en Rom 5, 12: "Por el pecado entró la muerte en
el mundo". Por tanto, propiamente hablando semejantes
defectos son contrarios únicamente por aquellos que incurren en ellos
merecidamente a causa del pecado. Es evidente, por tanto, que Cristo no
contrajo estos defectos recibiéndolos como deuda del pecado, sino que los
asumió por su propia voluntad.
4.3. LOS DEFECTOS (O LIMITACIONES) DEL ALMA DE CRISTO
Sto. Tomás dedica a
esta materia varios capítulos. Nosotros lo dividimos en tres apartados
fundamentales:
- Cuestiones relacionadas con el pecado.
- Cuestiones relacionadas con la ignorancia.
- Cuestiones relacionadas a las pasiones.
4.3.1. Cuestiones
relacionadas con el pecado
Esta
materia ya la hemos visto en la Tesis Nº 21. La cuestión del pecado en el alma
de Cristo, como es obvio, es rotundamente negativa. Doctrinalmente las podemos
resumir así:
"En
Cristo no hubo jamás la menor sombra de pecado".
"En
Cristo no existió el "fomes peccati" o sea, la inclinación al pecado procedente del pecado original".
"Cristo
fue intrínseca y absolutamente impecable, o sea, que no solamente no peco de
hecho, sino
que no podía pecar en absoluto".
4.3.2. Cuestiones
relacionadas con la ignorancia
Tesis 29ª. "En
Jesucristo no se dio absolutamente ninguna ignorancia privativa".
Este
enunciado de la tesis 29 ya lo hemos visto en la Tesis Nº 19 y 21
4.3.3. Cuestiones
relacionadas a las pasiones
Tesis
30ª.- "En Cristo existieron todas las pasiones humanas que en su
concepto no envuelven ninguna imperfección moral".
4.3.4. Explicación
Pasiones:
Se llaman pasiones a los movimientos, o a los actos de los apetitos inferiores
sensibles de la naturaleza humana. La palabra "pasión", viene del
latín "pati", ser pasivo, o que padece. Indica una aptitud para
recibir, para dejarse impresionar, para tomar la semejanza que un agente
impone. En el lenguaje popular la palabra "pasión" suele emplearse
en su sentido peyorativo, como sinónimo de "pasión mala", como algo
que es preciso combatir y dominar. Pero, en su acepción "filosófica",
las "pasiones" son movimientos o energías que podemos emplear para el
bien o para el mal. De suyo, en sí mismo, no son ni buenas ni malas; todo
depende de la orientación que se les dé. Las pasiones, iluminadas por el
amor, puestas al servicio del bien, pueden prestarnos servicios
incalculables, hasta el punto de poderse afirmar que es moralmente imposible
que un alma pueda llegar a las grandes alturas de la santidad sin poseer una
gran riqueza pasional orientada rectamente hacia Dios. Pero, las pasiones
puestas al servicio del mal, se convierten en una fuerza destructiva, de
eficacia verdaderamente espantosa.
4.3.5. Adversarios
Protestantismo
liberal y racionalista que ven en Cristo a un hombre cualquiera.
4.3.6. Sagrada
Escritura
En
el Evangelio consta expresamente que Cristo ejercitó actos pertenecientes a
todas las pasiones humanas que no envuelven ninguna imperfección o desorden
moral, o sea, todas excepto el odio y la desesperación, que envuelven
imperfección en su mismo concepto.
Amor:
”Jesús fijando en él su mirada, le amó”, Mc 10, 21;
Odio
: (como rechazo): “¡Apártate!,
Satanás, porque está escrito ...”, Mt. 4, 10;
Deseo:
“Y les dijo: con ansia he deseado comer esta pascua con vosotros antes de
padecer”, Lc. 22,
15;
Fuga: “Sabiendo Jesús
que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al
monte”, Jn. 6, 15;
Gozo:
”En aquel momento se lleno de gozo Jesús en el Espíritu Santo”, Lc 10,
21;
Tristeza: “Y tomando consigo
a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia”, Mt
26, 37‑38;
Audacia:
“Él les contestó: Id y decir a ese zorro: Yo expulso demonios y llevo a cabo
curaciones hoy y mañana”, Lc 13, 32;
Temor: “Toma
consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia”, Mc
14, 33;
Ira: “ Entonces
mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre:
¡Extiende tu mano!”, Mc 3, 5.
4.3.7. Magisterio de
la Iglesia
La
Iglesia ha definido expresamente la existencia en Cristo de las pasiones
corporales. Así lo dice el Concilio de Efeso: "Si alguno no confiesa que
el Verbo de Dios padeció en la carne y fue crucificado en la carne y gustó de
la muerte en la carne, y que fue hecho "primogénito de entre los
muertos", Col 1, 18, según es vida y vivificador como Dios sea
anatema". Denz. 124.
4.3.8. Argumento
teológico
Sto
Tomás dice:
1. Sufrió
las pasiones corporales, puesto que fue azotado, coronado de espinas y
crucificado.
2. Tuvo las pasiones sensitivas que no suponen imperfección, puesto que son
propias del apetito sensitivo inherente a la naturaleza humana y Cristo asumió
una naturaleza humana enteramente igual a la nuestra a excepción del pecado y
de la inclinación a él.
3. Tuvo las pasiones espirituales, porque son propias del apetito racional
(voluntad), y Cristo tuvo voluntad humana perfecta.
Sto
Tomás dice: "Todas las pasiones de Cristo estaban perfectamente
orientadas al bien y controladas por la razón".
Primero:
en Cristo las pasiones estaban perfectamente ordenadas por relación a su
objeto. En nosotros a menudo estas pasiones nos conducen a cosas
ilícitas, no así en Cristo.
Segundo:
por relación a su principio, pues en nosotros muchas veces previenen el juicio
de la razón, mientras que en Cristo todos los movimientos del apetito sensitivo
estaban perfectamente controlados por la misma razón.
Tercero:
por relación al efecto, ya que en nosotros a veces estas pasiones no se
mantienen en el ámbito del apetito sensitivo, sino que arrastra consigo a la
razón. Esto
no sucedió con Cristo, el cual retenía en el área del apetito sensitivo los
movimientos naturales propios de su humanidad sensible, de suerte que nunca le
entorpecían el recto uso de la razón.
Santo
Tomás, examinada la cuestión de las pasiones de Cristo en general, estudia en
particular cinco pasiones (como son: el dolor sensible, la tristeza, el temor,
la admiración y la ira), por su especial interés, por la importancia singular
en orden al fin de la Encarnación. Veamos cómo lo expone:
1. Dolor sensible:
"Jesucristo padeció verdaderamente y en sumo grado
el dolor sensible", (de fe).
(Esta
conclusión está ya estudiada en la Tesis Nº 27).
Sagrada
Escritura
En
el Antiguo Testamento se nos describe por medio del profeta Isaías los
sufrimientos que ha de padecer el Mesías como el "Siervo de Yahveh"
en los cuatro cánticos. Is 42, 1‑4; 49,
1‑6; 50, 4‑l0; 52, 13‑15 y 53, 1‑12.
Estos textos se realizan en
los relatos de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo en los Cuatro
Evangelios del Nuevo Testamento. Cristo realmente sufre en su Pasión
verdaderamente por todos los hombres y muere realmente en la Cruz, expiando
nuestros pecados.
2. Tristeza:
"Jesucristo experimentó verdaderamente una
tristeza mortal".
Sagrada
Escritura
Cristo
en Mt 26, 38, dijo: "Triste está mi alma hasta la muerte". S
Lucas añade en 22, 24: "(Cristo) Lleno de angustia, oraba con más
insistencia y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la
tierra".
Santo
Tomás así explica: "El alma de Cristo pudo aprehender interiormente una
cosa como nociva, bien para sí mismo, como su pasión y su muerte en la cruz,
bien para los demás, como los pecados de los discípulos o de los judíos que le condenaron
a muerte. Por tanto, así como pudo darse en El un verdadero dolor, pudo darse
también verdadera tristeza, bien que esta difería de la
nuestra".
3. Temor:
"(Cristo) comenzó a sentir temor y angustia".
Sagrada
Escritura
Mc
14, 33: "Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan y comenzó a sentir
temor..."
Una
pequeña aclaración. Según se trate del temor que procede de la aprehensión de
un mal futuro que nos amenaza (en este sentido lo experimentó Cristo), el temor
producido por la incertidumbre de un mal desconocido que puede sobrevenirnos, y
en este sentido no lo tuvo Cristo.
4. Admiración:
"Jesucristo experimentó también el sentimiento
de la admiración".
Sagrada Escritura
Mt
8, 10: "Oyéndole Jesús (al centurión) se maravilló". Semejante
sentimiento experimentó ante la incredulidad de sus paisanos de Nazaret, Mc 6,
6. Al explicar teológicamente este fenómeno, Sto. Tomás dice que la admiración
no era posible en Cristo teniendo en cuenta sus ciencias divina, beatífica e
incluso infusa pero sí lo era para su ciencia "adquirida" o
experimental pues todos los días podía ocurrir algo nuevo. Y quiso el Señor
experimentar la admiración para instrucción nuestra, con el fin de que nosotros
admiremos también lo que El admiraba.
5. Ira:
"Jesucristo experimentó el sentimiento de la ira, totalmente
regulada por la razón".
Sagrada Escritura
Consta
expresamente que Jesús experimentó la ira en diversas ocasiones:
Jn
2, 15: "Jesús, al ver aquello, hizo un látigo de cuerdas y echó
fuera del templo a todos".
Mt
23, 13-33: "¡Ay de vosotros escribas y fariseos...!".
Parece
que en Cristo no debió darse el sentimiento de la ira, puesto que constituye
un pecado capital, opuesto directamente a la mansedumbre, y Jesucristo era
impecable y, además, "manso y humilde de corazón". Sto.
Tomás dice que hay dos clases de ira perfectamente distintas. Una, que procede
del apetito desordenado de venganza y constituye por lo mismo un pecado opuesto
a la mansedumbre y al recto orden de la razón; esta clase de ira no la
experimentó jamás Cristo.
Hay
otra clase de ira, perfectamente controlada por la razón, que consiste en el
deseo de imponer un justo castigo al culpable con el fin de restablecer el
orden conculcado. Esta ira es perfectamente buena y laudable, pues procede del
celo por el bien, y ésta es la que experimentó Jesucristo. Y solamente el
equilibrio maravilloso del alma de Cristo hizo posible que su ira santa no
rebasara jamás los límites de la recta razón ni la entorpeciera en lo más
mínimo.
CONCLUSIÓN GENERAL
Históricamente
hablando, a los errores cristológicos tras un "período inicial"
correspondiente a los Siglos II y III, sigue un período en el que aparecen las
tres controversias propiamente cristológicas, en cada una de las cuales se
discute y define un aspecto del misterio de Cristo:
1º.- Período
de la "cristología teológica", S. IV, en el que se afirma la
divinidad de Cristo en la Trinidad
2º.- Período
de la "cristología ontológica", S. V y VI, en el que se afirma la
constitución interna de Cristo en la unidad de persona y dualidad de
naturalezas.
3º.- Período
de la "cristología antropológica", S. VII, en el que se afirma la
verdadera humanidad de Cristo.
El
Siglo VIII es el período de clausura de estas controversias.
Nosotros
queremos concluir este tratado de Cristología Fundamental aclarando cuál es la
fe de la Iglesia por medio de su doctrina y también queremos dejar
claro dónde están los errores cristológicos acerca del Misterio de la Persona
de Cristo.
1. Negando la divinidad de
Cristo
- Arrianismo: Negando que el Verbo sea verdadero Hijo de Dios y por lo tanto verdadero Dios.
2. Negando algo de la
naturaleza humana de Cristo
- Docetismo: Negando la verdadera humanidad de Cristo
- Apolinarismo: Negando un alma humana a Cristo
- Monofisismo: Negando que ambas naturalezas pueden subsistir en su verdadera forma de ser sin transformarse ni mezclarse
- Monotelismo: Negando que Cristo tuviera verdadera voluntad humana
3. Destruyendo la unidad de
la naturaleza divina con la naturaleza humana en
unidad de persona del Verbo
- Nestorianismo: Negando que la naturaleza divina y la naturaleza humana de Cristo se hallen unidas hipostáticamente en unidad de Persona (Verbo).
4. Entendiendo mal la
filiación divina de Cristo en cuanto hombre
- Adopcionismo: Negando que Cristo , aun como hombre, es Hijo natural de Dios
A
través de esta visión histórica de las herejías cristológicas hemos visto la
importancia que tiene para la Iglesia comprender bien el Misterio de la
Encarnación. La Iglesia ha mantenido siempre en alto la confesión de su fe:
Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Jamás cedió ante los intentos
de atenuar la realidad expresada en estas palabras, a un tiempo sencillas y
profundas.
Esta
expresión de fe, ha costado a la Iglesia indecibles esfuerzos, sacrificios y
dolores, como hemos visto en la parte histórica de las herejías. Así durante
los primeros siglos del cristianismo la atención de los pastores y de la fe
sencilla del pueblo estuvo centrada en el misterio de la encarnación.
Más
de cuatrocientos años transcurrieron antes de encontrar las fórmulas
definitivas dogmáticas con las que se pudiera expresar de manera inequívoca lo
que la Iglesia cree acerca de la persona de Jesucristo. Entre estas
formulaciones del Magisterio eclesial destaca la fórmula del símbolo
Niceno-Constantinopolitano y que dice así:
"Creemos
en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de
todos los siglos; Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero;
engendrado, no creado; de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue
hecho y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se
encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre". Denz 54 y 86.
La
doctrina de Cristo verdadero Dios (contra los judíos) y verdadero hombre
(contra la gnosis pagana), tales son los dos pilares de base de la cristología,
que se edifica sobre ellos desarrollando la verdad teológica de la "Unión
Hipostática" en la que se afirma: En Cristo la naturaleza divina y la
naturaleza humana están unidas en una sola Persona divina, que es el Verbo.
- Cristo es verdadero Dios e Hijo de Dios por esencia, porque fue engendrado por el Padre. (contra el arrianismo).
- Cristo es verdadero hombre, asumió un cuerpo real, no simplemente aparente (contra el docetismo).
- Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, asumiendo no solamente un cuerpo humano sino también un alma racional (contra el apolinarismo).
- La naturaleza divina y la naturaleza humana se hallan en Cristo unidas hipostáticamente, es decir, en unidad de Persona (contra el nestorianismo).
- Las dos naturalezas de Cristo, después de su unión, continúan poseyendo íntegro un modo propio de ser sin transformarse, ni mezclarse (contra el monofisismo).
- Cada una de las dos naturalezas en Cristo posee una propia voluntad física y una propia operación física (contra el monotelismo).
- Cristo, aun como hombre, es Hijo natural de Dios, no es Hijo adoptivo (contra el adopcionismo).
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
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- Jesús Liberador. Jean Galot, S.J. Edit. CETE, Madrid, 1982
- La conciencia de Jesús. Jean Galot. S.J. Edit. Mensajero, Bilbao, 1967
- La Persona de Jesús. Jean Galot, S.J., Edit. Mensajero, Bilbao, 1971
- Hacia una nueva cristología. Jean Galot, S.J. Edit. Mensajero, Bilbao, 1972
- Cristo. El Misterio de Dios. Tomos I y II. Manuel González Gil, S.J. Edit. Bac. 1976
- Jesucristo es el Señor. Paul Faynel. Edit. Sígueme, 1968
- Fundamentos de la Cristología Neotestamentaria. R.H. Fuller. Edit. Cristiandad, Madrid,1979
- Teología del Nuevo Testamento. M. Meinertz, Edit. Fax, Madrid, 1966
- Jesús el Ungido. Cristología. A. Lopez Amat. Edit.Atenas, Madrid, 1991
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- Jesús, el Cristo Jesucristo. F Ocariz, L.F. Mateo, J.A. Riestra. Edit. EUNSA, Pamplona, 1991
- El Verbo. Walter Kasper. Edit. Sígueme, 1982
- El es nuestra Salvación. Cristología y Soteriología. C. Ignacio González, S.J., Celam, 1991
- El desarrollo dogmático en los Concilios Cristológicos. C. Ignacio González, S.J. Celam, 1991
- Jesucristo el único Mediador. Bernard Sesboüé, S.J., Edit. Secr. Trinitario, Salamanca, 1990
- Dios entre los hombres. Piero Coda. Edit. Ciudad Nueva, 1993
- Jesús de Nazaret. Historia de Dios. Dios de la Historia. Bruno Forte. Edit. Paulinas, 1983
- Jesús de Nazaret. Olegario González de Cardedal. Edit. Bac. nº 9 Maior. 1975
- Jesucristo y la vida cristiana. A. Royo Marin, O.P. Bac, Nº 210.
- Vocabulario de Teología Bíblica. Xavier León Dufour, S.J. Edit. Herder, 1989
- Biblia de Jerusalén. Desclée de Brouwer. 1998
- Diccionario de la Biblia. H. Haag. A. van den Born y S. de Ausejo. Herder
- Diccionario de Teología Bíblica. J.B. Bauer. Herder
- Diccionario Teológico Manual del Antiguo Testamento. Jenni y Westermann. Cristiandad
- Nuevo Diccionario de Teología Bíblica. Rossano. Ravasi. Girlanda. Edic. Paulinas
- Manual de la Biblia. H. A.- Mertens. Herder
- Enciclopedia de la Biblia. Varios. Verbo Divino
- Palabra y mensaje del Antiguo Testamento. J. Schreiner. Herder
- La Biblia Palabra de Dios. P. Grelot. Herder
- La Biblia como palabra de Dios. V. Manucci. Desclée de Brouwer
- Versión nueva de la Biblia. L. H. Grollenberg. Herder
- Historia de Israel y de Judá. F. Castel. Verbo Divino
- Jesús, el Señor. Angelo Amato. Bac.
- El Misterio de Cristo en la Historia de la salvación. L. Rubio. Sígueme
Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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