LA EPIFANÍA
Mateo 2, 1-12
La fiesta que decimos de los
Reyes Magos, es la que la Iglesia oficialmente señala como la Epifanía del
Señor; porque lo importante no son los Reyes Magos, sino la “manifestación”
(eso significa epifanía) del Señor a todos los pueblos de la tierra,
significados por estos misteriosos magos venidos del oriente.
La narración de San Mateo nos
desafía a examinar nuestro propio recorrido, a ver si lo hacemos como ellos
hasta encontrar al Niño, junto a su Madre, para adorarlo y abrirle nuestros
cofres.
¿Ha pasado alguna vez una
estrella por nuestro cielo? Una vez que aparece la estrella se producen unos
deseos irresistibles de seguirla. Te encuentras que tu cielo de repente aparece
más luminoso, y que la estrella te hace señas. Sabes en el fondo de tu ser que
es un mensaje y una invitación. Hay muchas estrellas que adornan los cielos,
pero ésta es una estrella especial. Así lo sintieron esos misteriosos
personajes, que dejaron todo para seguir detrás de la estrella, en cuanto ésta
se puso en camino.
La estrella les llamaba, y
sentían alguna dificultad, porque para seguirla había que dejar toda la
seguridad en que vivían para aventurarse en una empresa incierta y arriesgada.
Y con algunos titubeos y recelos se pusieron finalmente en camino. Un camino
que la estrella marcaba: ellos la seguían dócilmente, y sin preguntar. El
camino a veces iba por las montañas y era incómodo, y a veces atravesaba
desiertos secos y hostiles. Los magos siguieron la estrella, mientras ella
estuvo presente.
Pero en la aventura, mientras
la estrella está visible en el horizonte, no hay problema, porque de ella
dimana la paz y la seguridad. Pero cuando se oculta uno puede pensar si lo de
la estrella no fue más que un sueño. Y ahora, ya no hay estrella ¿es que se
ocultó, o es que nunca la hubo y me guié por un espejismo? Pero fue verdad no
fue un sueño, pero ya no hay indicadores del camino, y si quiero seguir
adelante, hay que preguntar. Y seguir insistiendo, porque se presiente que la
estrella fue real y conduce al Niño que ha nacido como Rey de Israel. Y así lo
hicieron los magos. Y así hay que actuar cuando tienes la suerte de encontrar
tu estrella que te quiere guiar, a donde ha nacido el Niño que es el Rey de los
judíos.
Y cuando lo encuentres, porque
lo vas a encontrar, querrás adorarlo. Y aparecerá de la forma más simple,
porque es un rey diferente: está en brazos de su Madre, completamente indefenso
y necesitado. Pero al verlo sientes que estás delante del misterio mismo de
Dios: ¿qué sentiría Moisés ante la zarza ardiente? Que estaba ante la esencia
misma de Dios. Y a estos grandes personajes, al ver al niño, se les doblaron
casi insensiblemente las rodillas y se postraron. Adorar al niño, a eso te
quiere llevar tu estrella. Vivir adorándolo, y saber que la vida era para eso.
Y abrieron sus cofres y
vaciaron su contenido: oro, incienso y mirra. Vaciar el cofre es lo que se hace
al adorar, porque se adora con el corazón, con la vida entregada en su
totalidad. Y se siente la necesidad de vaciar todo el cofre a los pies de este
Niño, como lo hicieron los magos. Oro, incienso y mirra.
Y se volvieron a su tierra sin
oro. Habían encontrando el tesoro de la pobreza, pues éste es el regalo del
Niño que nace en un pesebre. Ese es un tesoro que pesa menos y vale más. Su
incienso, el humo aromático de la propia vida, convertido en oración, y que
estará siempre presente ante el Niño; allí se ha quedado también el incienso. Y
la mirra que sirve para embalsamar, y perfumar para convertir en amor las
espinas de la vida. Todo eso entregado al Niño que está en brazos de su Madre,
es la ofrenda de una persona que encontró su estrella y que vivió para
seguirla.
Y estos tres magos, que
dejaron todas sus riquezas a los pies del Niño, vuelven llenos de otras
riquezas.
...
Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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