A
partir del siglo IV la misa romana, presidida por el Papa, a pesar de las invasiones
de los bárbaros y otras calamidades, movilizó de forma avasalladora al pueblo e
hizo vibrar sus fibras religiosas más profundas.
Al
lado de las misas dominicales, tenidas en los templos parroquiales de la ciudad
para sus respectivos barrios, saltaban a primer plano las solemnes funciones
religiosas comunes para toda la población, en las que oficiaba el Papa en la
Iglesia elegida por él como Statio con asistencia de la corte papal, de los
nobles y del pueblo de todos los barrios de Roma.
Estos
cultos papales fueron puestos por escrito y de ahí nacieron los diversos libros
litúrgicos romanos:
El
Sacramentarium era el libro del altar; en él estaban las oraciones de cada misa
y los prefacios de las diversas solemnidades. Para las lecturas se usaban el
Apostolus y el Evangelium. El Catatorium era el libro del salmista que dirigía
el canto responsorial entre las lecciones y de los cantores que acompañaban las
procesiones de entrada, de ofertorio y de comunión. Por último los Ordines eran
los libros de los maestros de ceremonias.
Por
estos Ordines conocemos hoy todos los ritos de la misa estacional del Papa, los
cuales fueron evolucionando poco a poco a lo largo de los años y de los siglos.
Cuando la Misa papal había llegado a su máximo esplendor y popularidad, se
tenía de la manera siguiente:
El
Papa salía a caballo de su palacio pontificio en Letrán para dirigirse a la
iglesia estacional del día y era acompañado de un grupo de personas que
formaban una procesión solemnísima:
Precedían a pie los acólitos y a caballo los siete
diáconos de las siete regiones de Roma; seguían al Papa también a caballo los
altos funcionarios de su corte.
Antes
de que el Papa llegara a la Iglesia estacional ya habían llegado a ella siete
procesiones que habían salido de las siete regiones de la ciudad. En cada una
de estas procesiones marchaban a la cabeza una cruz de plata y los fieles
cantaban las letanías de los santos y otros cantos religiosos.
En la
puerta de la Iglesia estacional el Pontífice era recibido por los
representantes de la misma. El resto del clero romano había tomado asiento en
la sillería que rodeaba el altar en semicírculo; el pueblo venido delas siete
regiones de Roma en sendas procesiones llenaba las naves del templo. El Papa
era conducido a la sacristía, situada junto a la puerta de la basílica; allí se
revestía de los ornamentos sagrados, y cuando se ponía en marcha la procesión
hacia el altar, formada por clérigos con cirios e incienso que acompañaban al
Papa, los cantores entonaban el Introitum. Al llegar frente al altar el Papa se
postraba en silencio, homenaje mudo a la Majestad Divina; una vez levantado
besaba el libro del Evangelio y se dirigía a su cátedra. Allí permanecía
durante la liturgia de la Palabra.
Se
leían sólo dos pasajes de la Escritura; entre las dos lecturas se cantaba el
salmo gradual. La lectura del Evangelio era acompañada de gran solemnidad: el
diácono se acercaba a la sede del Papa y le besaba el pie; recibía de él la
bendición, tomaba del altar el libro del Evangelio, lo besaba y precedido del
incensario y delos ciriales se dirigía al ambón, desde donde proclamaba el
texto evangélico ante toda la asamblea puesta en pie.
Durante
el ofertorio los cantores entonaban el canto propio mientras todos los
presentes, incluido el Papa, hacían sus ofrendas de pan, vino y dinero. Al
finalizar el ofertorio el Papa recitaba la oración de las ofrendas.
Va el
Papa al altar y de cara al pueblo comenzaba la Oración Eucarística. Una vez que
iniciaba la fracción del pan volvía a su sede y allí recibía el sacramento del
pan y del vino; seguía la comunión del clero y de los fieles, mientras los
cantores entonaban el canto propio de la comunión. Acabada ésta, el Papa
recitaba la pos-comunión, un diácono cantaba el Ite Missa est y el pueblo respondía
Deo Gratias. En seguida se formaba la procesión que acompañaba al Papa hasta la
sacristía.
Al
hacer una valoración de la misa papal de aquellos siglos el P. Jungmann
escribe:
“No
podemos negar que, visto en conjunto este cuadro, saca uno la impresión de una
unidad grandiosa en medio de tanta variedad. Una gran sociedad, heredera de una
cultura milenaria, ha encontrado su última expresión en la Iglesia, y, por otra
parte, ha comunicado al culto de la Iglesia el esplendor de sus nobles tradiciones”
(Jungmann, p. 111-112)
De
esta manera la misa papal de aquellos siglos vino a ser para el pueblo romano
una parte integrante de su existencia terrena y por consiguiente fue popular en
sumo grado para todos los niveles sociales de la Roma de entonces.
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Referencia bibliográfica: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J. "La Misa en la religión del pueblo", Lima, 1983.
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