¿Qué es el Año Litúrgico? - 5° Parte

P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.

2. EL DOMINGO
    Continuación

2.2.   ESPIRITUALIDAD

Liberación del trabajo

La liberación dominical del trabajo tiene una dimensión religiosa, pues ella se nos presenta como el símbolo del descanso mesiánico. Como anotábamos más arriba, la Resurrección del Señor ha introducido una liberación religiosa definitiva en la historia humana: los Santos Padres, al querer indicar la entrada de la eternidad en el tiempo precisamente por la celebración litúrgica dominical, acuñaron la expresión del “día octavo”.

Y lo más curioso es constatar cómo esta expresión está íntimamente ligada con el nombre pagano del domingo, es decir, “el día del sol”. Para la Biblia el sol y el día son inseparables (Gen. 1,16) Tomando estas dos realidades cósmicas como símbolos religiosos, los profetas anuncian a Cristo como un Sol (Mal. 3,20) y aseguran que un Nuevo Día se levanta: se trata de un día espiritual, religioso, sin ocaso (Zacar. 3,8-9)

La Resurrección de Jesús es el comienzo de este nuevo día religioso. Por ello San Marcos nos advierte que las mujeres llegaron al sepulcro “cuando salía el sol” (16,2) Parece indicar el evangelista que con la salida de Jesús del sepulcro alumbró un sol nuevo y amaneció un nuevo día también. Esta es la vivencia religiosa que leemos en un himno de los primeros siglos cristianos:

“Como el sol es la alegría de los que buscan el día, así mi alegría es el Señor, porque Él es mi Sol. Sus rayos me han resucitado, y su luz ha disipado todas las tinieblas ante mi faz. Gracias a Él he adquirido ojos para contemplar su día santo” (Odas de Salomón, 15)

Un día eterno amaneció para los hombres con la Resurrección del Señor, pues la vida eterna consiste en conocer al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (Jn. 17,3) Los Santos Padres fueron cautos en llamar al domingo “día del sol” por el peligro de confusionismos religiosos, y por eso, para señalar esta invasión del tiempo por la eternidad, daban al domingo el nombre de “día octavo”. Día octavo habla del descanso eterno en la vida inmutable de Dios y del reposo anclado en las playas siempre tranquilas de la eternidad divina. Y así el domingo hereda del sábado judío el reposo, que simbolizaba la vida feliz de Dios.

El reposo cristiano del domingo debe ser ante todo descanso para el espíritu, paz en el corazón nacida de la presencia de Dios en el alma; como bellamente lo dijo San Juan Clímaco:

“La Apatheia cristiana es un cielo en el corazón. Posee, pues, la Apatheia, el que ha elevado su espíritu sobre las creaturas... y ha puesto su alma ante la faz del Señor” (Escala del Paraíso, 29)

Por esta razón la Iglesia ha puesto el precepto de la misa dominical y aconseja a los fieles dedicar en este día festivo mayor tiempo a la lectura espiritual y a la oración, para penetrar con la contemplación en la ciudad eterna y poderla saludar así desde lejos, como los peregrinos que divisan la patria (Heb. 11,13-17)

Cuando Constantino publicó sus leyes prohibiendo el trabajo en los domingos, la Iglesia se apresuró a dar a esta liberación del trabajo cotidiano un simbolismo religioso. Y el descanso dominical viene a significar la liberación de la cautividad del pecado y de la condenación eterna traída por Cristo a los hombres mediante su Pascua. De ahí que la Iglesia insista sin cesar que no debe emplearse el día del Señor en diversiones pecaminosas, pues entonces el descanso dominical sería para el cristiano una contradicción existencial con su fe.

Tal vez la mejor manera de terminar estas reflexiones sobre el domingo será recordar las breves enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre este tema:


“La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en el Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1 Pet. 1,3) Por esto el domingo es la fiesta primordial que deben presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de veras de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico” (SC. 106)

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Bibliografía: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón S.J. Año Litúrgico y Piedad Popular Católica. Lima, 1982


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