TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO II
Jn 1, 35-42
Los apóstoles responden con generosidad al llamado de Jesús, a nosotros también nos invita.
La vocación de los
primeros apóstoles es lo que nos narra este párrafo del evangelio de San Juan.
Podríamos intentar entrar en el ambiente en que se producen estas vocaciones,
en las motivaciones que tienen los apóstoles, en el modo de proceder de Jesús,
y en lo que fueron sintiendo los privilegiados que recibieron ese llamado. Es
el primer llamado que hacía el Mesías cuando estaba empezando a poner por obra
el plan encomendado por su Padre.
En el caso de Jesús: había dejado el refugio del
hogar no hacía mucho tiempo y había estado en el desierto, después de ser
bautizado en el Jordán. Ya se terminaban los preparativos, y ahora había que
empezar, el tiempo se le haría corto, tres años escasos, para tanta tarea. Y le
llenaban el corazón las emociones: va a empezar la obra de su Padre, y con su
Padre; va a poner en marcha la salvación que llenará el mundo hasta el final de
los años y de los siglos. Empezar por escoger un grupo, que serán sus íntimos,
que compartirán su vida, que serán el terreno fecundo donde quedará la semilla,
para que de ahí al fin brote con vitalidad exuberante, hasta convertirse en una
viña que llenará el mundo de racimos.
Estos sentimientos llenaban su corazón en estos días
iniciales. Y estando todavía en el desierto, pasa cerca de Juan Bautista, que
sigue atendiendo la fila de pecadores que necesitan una palabra de aliento y de
conversión. Juan detiene su trabajo al verlo de nuevo, intuía quién era ese
hombre que respiraba vida nueva. Lo señala y lo proclama: es el Mesías, y dos
de los seguidores de Juan se salen del grupo, para seguir las huellas que Jesús
va dejando en la arena del desierto por donde camina. Se sienten atraídos, les
ha fascinado su rostro y su mirada. Y Jesús, aunque camina como desinteresado
en los que lo siguen, ve lo que pasa, y los invita a que le sigan.
Se ha producido el comienzo: Jesús siente un afecto
especial por estos dos seguidores, sus dos primeras conquistas. Hombres rudos,
nobles, hombres firmes. Habrá que tallarlos, habrá que sacar de ellos lo mejor
que hay dentro de ellos; pero El lo sabrá hacer. Se ha establecido el lazo del
amor. Y ellos aunque no lo saben, son los primeros. La trascendencia de su
papel les es desconocida. Pero han sentido dentro una llamada. Esto lo estaban
esperando, algo así les tenía que pasar y ha pasado. Y la felicidad les inunda
la vida. Han empezado a adquirir conciencia de que tienen una tarea, ya saben a
qué dedicar su vida, y a Quien entregarle la vida.
La felicidad que tienen es tanta que no les cabe y
se les descubre por su mirada y por su sonrisa. Los que los encuentran se dan
cuenta de que algo les ha pasado. Vaya si les ha pasado: ¡han encontrado al
Mesías! El que tantas personas de tantos tiempos andaban buscando, ellos,
pobres pescadores, lo han encontrado, y han sido envueltos por su afecto y por
su llamado. Les ha pedido la vida y se la han dado y no han hecho muchas
preguntas, no han tenido tiempo para hacer cálculos: el amor les ha invadido.
Simón, el hermano de Andrés, ha quedado asombrado
con lo que ha pasado con su hermano. Y siente un impulso imposible de parar,
necesita encontrarse con ese “desconocido” que ha convertido a su hermano en
una hoguera. Y cuando se encuentran, hay una mirada muy especial de Simón a
Jesús, y de Jesús a Simón: Jesús estaba esperando precisamente a este hombre:
ya tiene la base firme para empezar a construir. Y le dice Simón tú te llamas
piedra, sobre ti apoyaré el edificio que necesito levantar.
En Pedro ¿qué sentimientos surgieron? Sentirse tan
especialmente señalado por este Hombre, que era un desconocido y ahora parece
que lo conociera desde su primer aliento de vida. Con un amigo así, Pedro se
atreverá a caminar sobre las aguas, y a surcar las tempestades; deberá ser
labrado (a veces a golpes duros) para poder ser la roca adecuada en que se
apoye el edificio, que este Hombre ha de construir.
Y así fueron sumándose en rápida sucesión el grupo
que acompañará a Jesús a todas partes, durante tres años, y que irán recogiendo
en sus corazones sus obras y sus palabras, para alimentar después de Vida
Verdadera a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los países.
...
Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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