2. EL
DOMINGO
2.1. HISTORIA
En la iglesia primitiva
el día de la Resurrección del Señor recibió diversos nombres, que vamos a
recordar ahora:
Los evangelistas llaman
a este día “el primer día de la semana”. Así nos dicen que en la mañana del
primer día de la semana resucitó Jesús y se manifestó a los suyos (Mt. 28,1;
Mc. 16,9; Lc. 24,1; Jn. 20,1). Después de aparecer a las mujeres ya Pedro, el
“mismo día” se manifestó a los discípulos de Emaús, que “lo reconocieron en la
fracción del pan” (Lc. 24,35) y se hizo presente en medio de los discípulos
reunidos, a quienes dijo: “Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros”
y “Recibid el Espíritu Santo…” (Jn. 20,21-23).
Por el Apocalipsis
sabemos que los cristianos llamaban también al día de la Resurrección el “día
del Señor”. La expresión empleada por el Apocalipsis fue traducida por
Tertuliano como Dies Dominicus, de donde
vino nuestro vocablo “Domingo”,
para indicar en castellano el día de la Resurrección de Jesús.
El día de la
Resurrección del Señor recibió también el nombre del día del sol, pues así
llamaban los romanos al “primer día” de la semana judía. San Justino (+165)
explicando las costumbres de los cristianos escribía:
“Nos reunimos todos el
día del sol, porque es el primer día en que Dios, sacando de las tinieblas la
materia, creó el mundo, y este mismo día Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó
de los muertos” (1° Apolog. 67,3)
La carta de Bernabé le
da al día de la Resurrección el nombre de “día octavo” (15,9). Bajo la
influencia de los pitagóricos, para quienes el número ocho era el símbolo del
descanso, de lo acabado, de lo definitivo, los SS.PP. quisieron indicar con el ocho
que con la Pascua del Señor la eternidad había entrado en el tiempo, que lo
definitivo en el campo religioso estaba ya presente en la historia humana. Y
por ello usaron con frecuencia la expresión día octavo como sinónimo del
domingo.
Esta variedad de nombres
nos está indicando que la celebración del día domingo era algo esencial en la
vida de las iglesias primitivas. Y por ello el Concilio Vaticano II con toda
razón nos ha enseñado que la “Iglesia, por una tradición apostólica que trae su
origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual
cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o “domingo”
(SC. 106)
Que la costumbre de
celebrar la Pascua del Señor cada ocho días tenga sus raíces en los mismos evangelios,
lo constatamos leyendo el siguiente pasaje del evangelio de San Juan:
“Cuando llegó la noche
de aquel mismo día, el primero de la semana, estando bien cerradas, por miedo
de los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, llegó
Jesús, se pone delante y les dice: Paz a vosotros... Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás
con ellos. Estando bien cerradas las puertas, llega Jesús, se pone delante y
les dice: Paz a vosotros” (Jn. 19-29)
En la época apostólica
las iglesias celebraban el domingo con la liturgia eucarística, como nos lo
confirma aquel pasaje de los Hechos de los Apóstoles, en donde San Pablo
aparece hablando a unos fieles “congregados el primer día de la semana para
partir el pan” (Hechos 20,7). El mismo Pablo recomendaba a los fieles de
Corinto hacer una colecta para los necesitados de Jerusalén en la reunión del “primer
día de la semana” (1 Cor. 16,1-4)
A fines del siglo I la
Didajé nos habla del domingo como una fiesta religiosa cristiana perfectamente
guardada:
“El día del Señor
reuníos para la fracción del pan y la eucaristía, después de haber confesado
primero vuestros pecados, para que sea puro vuestro sacrificio” (14)
E Ignacio de Antioquía
hacía de la observancia del domingo el signo principal de los cristianos:
“Los que vivían conforme
al antiguo orden han venido a la nueva esperanza, no observando ya el sábado,
sino el domingo, día en que alboreó nuestra vida por Cristo y por su muerte”
(Ep. Ad Magnesios 9)
Los mártires de Bitinia,
arrestados por reuniones ilícitas, al ser interrogados el 12 de febrero de 304
en Cartago por el procónsul Anulino respondieron: “Nosotros debemos celebrar el
día del Señor. Es nuestra ley... Nosotros no podemos vivir sin celebrar el día
del Señor”.
El emperador Constantino dio leyes
para que se descansase del trabajo ordinario los domingos. Y de esta manera el
día del Señor se convirtió en un día festivo por la celebración de la
eucaristía y por la liberación del trabajo.
...
Bibliografía: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón S.J. Año Litúrgico y Piedad Popular Católica. Lima, 1982
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