Misterios Gozosos


PRIMER MISTERIO GOZOSO

LA ANUNCIACIÓN Y ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS EN LAS PURÍSIMAS ENTRAÑAS DE LA VIRGEN MARÍA




San Lucas refiere que el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando a su presencia, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel añadió: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le aclaró: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios». Y la informó de que su pariente Isabel había concebido un hijo en su vejez, porque, le recordó, «ninguna cosa es imposible para Dios». Entonces María dijo: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». El ángel, dejándola, se fue. Días después, María marchó a casa de Zacarías y saludó a Isabel, la cual exclamó: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno». A modo de conclusión, añade San Juan en el prólogo de su Evangelio: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros».

El relato evangélico ofrece numerosos temas para la contemplación y meditación cotidiana del creyente. Indicamos algunos. Cuando el ángel anunció a María el misterio de la Encarnación, la Virgen era ya la «llena de gracia», en quien Dios se había complacido, ciertamente por don y benevolencia del Altísimo, pero también por su colaboración y fidelidad, su vida de oración y sus obras... El plan que el ángel anunció a María incluía su embarazo, lo que llevaba consigo muchos riesgos y problemas graves con el esposo, con los padres, con la autoridad religiosa, con la gente... María dijo entonces “fiat- hágase”, “sí” a Dios, porque a lo largo de su vida se había acostumbrado a aceptar y secundar los planes del Señor; en lo sencillo y cotidiano se había habituado a creer y confiar en la palabra de Yahvé; y cuando llegó lo extraordinario, porque estaba en plena y perfecta sintonía con la voluntad de Dios, dijo una vez más, y no la última, “fiat”, “hágase”, “sí”, asumiendo todos los riesgos que pudieran sobrevenir y abandonándose en manos del Padre.

Un Padre nuestro, diez Ave Marías, Gloria y jaculatoria.


SEGUNDO MISTERIO GOZOSO

LA VISITACIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA A SU PRIMA SANTA ISABEL




Cuando el ángel anunció a María el misterio de la Encarnación, le dijo también que su pariente Isabel había concebido un hijo en su vejez, y ya estaba de seis meses aquella a quien llamaban estéril. Poco después, María se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá, Ain Karim, seis kilómetros al oeste de Jerusalén y a tres o cuatro días de viaje desde Nazaret. Llegada a su destino, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»

El saludo profético y la bienaventuranza de Isabel despertaron en María un eco, cuya expresión exterior es el himno que pronunció a continuación, el Magníficat, canto de alabanza a Dios por el favor que le había concedido a ella y, por medio de ella, a todo Israel. María, en efecto, dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación...»
El evangelista San Lucas no nos ha dejado más detalles de la visita de la Virgen a su prima Isabel, simplemente añade que María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa de Nazaret.

Muchos son los temas de meditación que ofrece este misterio. Conocido el embarazo de Isabel, María marchó presurosa a felicitarla, a celebrar y compartir con ella la alegría de una maternidad largo tiempo deseada y suplicada: ¡qué lección a cuantos descuidamos u olvidamos acompañar a los demás en sus alegrías! El encuentro de estas dos santas mujeres, madres gestantes por intervención especial del Altísimo, sus cantos de alabanza y acción de gracias, y las escenas que legítimamente podemos imaginar a partir de los datos evangélicos, constituyen un misterio armonioso de particular ternura y embeleso humano y religioso: parece como la fiesta de la solidaridad y ayuda fraterna, del compartir alegrías y bienaventuranzas, del cultivar la amistad e intimidad entre quienes tienen misiones especiales en el plan de salvación. Sería delicioso conocer sus largas horas de diálogo, sus confidencias mutuas, sus plegarias y oraciones, sus conversaciones sobre los caminos por los que Yahvé las llevaba y sobre el futuro que podían vislumbrar para ellas y para sus hijos. Parece una constante en la historia de los santos que las almas de Dios se hayan encontrado y entre ellas haya abundado la fraternidad y amistad, el diálogo, las confidencias, todo género de ayuda recíproca. María e Isabel son un modelo.

Un Padre nuestro, diez Ave Marías, Gloria y jaculatoria.


TERCER MISTERIO GOZOSO

EL NACIMIENTO DEL NIÑO JESÚS EN EL POBRE Y HUMILDE PORTAL DE BELÉN




Al regreso de la visita a Santa Isabel, no permaneció mucho tiempo María en su casa. Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Cada uno iba a su ciudad. José subió desde la ciudad de Nazaret, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.

Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace». Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado». Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.

San Francisco, nos refiere Celano, «celebraba con inefable alegría la solemnidad del nacimiento del niño Jesús; la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana. Representaba en su mente imágenes del niño, que besaba con avidez; y la compasión hacia el niño, que había penetrado en su corazón, le hacía incluso balbucir palabras de ternura al modo de los niños. No recordaba sin lágrimas la penuria que rodeó aquel día a la Virgen pobrecilla». El misterio de la Natividad de Jesús despierta profundos sentimientos de ternura, amor, fraternidad, humanidad, alegría, paz, solidaridad... Lo que dice y lo que deja entrever el relato evangélico invita a contemplar y meditar cómo los planes de Dios siguen su curso sorteando o valiéndose de los acontecimientos humanos; cómo en Belén se abrazaron la sublimidad de lo divino y la simplicidad y ternura de lo humano; cuánto debió sufrir José por no poder ofrecer a su esposa y luego a Jesús más que aquel portal; cuánta fe y confianza tenían José y María en la palabra de Dios para creer que el Niño nacido en aquellas circunstancias era el Mesías prometido; cuánto dista la escala de valores de Dios de la nuestra; qué ejemplo el de José, el de María, el de los pastores..., y el del Hijo del eterno Padre que tomó de María la carne de nuestra humanidad y fragilidad; etc. Como María, deberíamos guardar todas estas cosas, y meditarlas en nuestro corazón.

Un Padre nuestro, diez Ave Marías, Gloria y jaculatoria.


CUARTO MISTERIO GOZOSO

LA PURIFICACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA Y PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS EN EL TEMPLO



A los cuarenta días del nacimiento de Jesús de la Virgen María, cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en su Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor, y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la misma Ley para quienes, por su pobreza, no puedan pagar el precio de un cordero.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel. El Espíritu Santo, que moraba en él, le había revelado que no conocería la muerte antes de haber visto al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo; y en el momento de entrar los padres con el niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

José y María estaban admirados de lo que se decía del Niño. Simeón les bendijo, y luego dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción –¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!– a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Este misterio invita a contemplar y meditar la diligencia con que José y María, más tarde también Jesús, se aprestan a cumplir siempre los mandatos de la Ley del Señor y a practicar las tradiciones y devociones del pueblo de Dios, sin detenerse a pensar si también a ellos les obligan. Al ofrecer María en sacrificio tórtolas o pichones, como manda la Ley para los pobres, entrega en realidad a su Hijo, al verdadero Cordero que deberá redimir a la humanidad. Simeón, hombre profundamente religioso, cultivaba en su corazón grandes deseos y esperaba al Salvador de Israel; vivía abierto a la acción del Espíritu, que le reveló que vería al Mesías, y que luego le hizo reconocerlo, mientras pasaba inadvertido para los demás. El cántico de Simeón, proclama al Niño gloria de Israel, y luz y salvación de toda la humanidad. Después el anciano, dirigiéndose a María y completando el mensaje del ángel en Nazaret, le dice que una espada le atravesará el alma: es la primera vez que se le anuncia el sacrificio redentor a que está destinado el Mesías, mientras se le hace vislumbrar para sí misma un futuro de sufrimiento asociada a su Hijo. La piedad, la perseverancia confiada en Dios, la alegría exultante de los dos ancianos, Simeón y Ana, debieron confortar a María y a José. El cántico de Simeón provocó en José y en María el asombro; la reacción de la Virgen ante la profecía referente al futuro de su Hijo y de ella misma, tuvo que ser idéntica a la que produjo el episodio de la adoración de los pastores: «María guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón».

Un Padre nuestro, diez Ave Marías, Gloria y jaculatoria.


QUINTO MISTERIO GOZOSO

EL NIÑO JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO



Después de la adoración de los Magos, la Sagrada Familia tuvo que huir precipitadamente a Egipto para librar a Jesús de la persecución del rey Herodes. Muerto éste, José tomó consigo al Niño y a su Madre, y regresó a Israel. Pero al enterarse de que Arquelao era el nuevo rey de Judea, tuvo miedo, y volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Allí el Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.

Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió los doce años, subieron todos a la fiesta, según la costumbre; al volverse, pasados aquellos días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Creyendo ellos que estaría en la caravana, hicieron un día de camino. Luego se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.

Y sucedió que, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que lo oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.

Jesús regresó con ellos a Nazaret, donde continuó viviendo sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Y Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

También María iba todos los años a Jerusalén, aunque era una obligación que la Ley mosaica imponía sólo a los varones. Los peregrinos solían hacer el camino en grupos numerosos, lo que facilitó que José y María no advirtieran la ausencia de Jesús durante horas; es fácil imaginar su preocupación, angustia e inquietud, como buenos padres, al comprobar que se les había extraviado. ¡Cuánto sufrimiento, hasta encontrarlo! Lo hallaron en medio de los doctores, formulando preguntas y respuestas que sobrepasaban el nivel de comprensión de un niño y que dejaban llenos de asombro a maestros y oyentes. El encontrarlo produjo en José y en María los sentimientos que la pérdida y posterior hallazgo de un hijo producirían en cualquier padre o madre. Las palabras de María son un cariñoso reproche de madre, a la vez que la expresión espontánea del dolor que les ha causado el hijo con su comportamiento. En su respuesta, Jesús llama a Dios «mi Padre», y manifiesta que su filiación divina y su misión han de llevarle en ocasiones a romper los naturales lazos humanos con su familia, de lo que era una primera muestra la aflicción causada ahora a sus padres, cosa que no se repetiría hasta el tiempo de su actividad mesiánica pública: Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió estándoles sujeto. Verdaderamente, los caminos de Dios son a veces muy difíciles de comprender, incluso para personas tan llenas del Espíritu Santo y tan dóciles a él, como María y José. Una y otra vez, María, ante los rasgos del misterio de Cristo que se le iban revelando y no acababa de comprender, guardaba todas esas cosas en su corazón y las meditaba.

Un Padre nuestro, diez Ave Marías, Gloria y jaculatoria.

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