2. Los designios del plan de Dios.
Nuestra fe cristiana afirma que Dios es Amor; y que creó al hombre y a la mujer para que, siendo ayuda el uno del otro, fuesen imagen y semejanza de Dios mismo, llamados a vivir en un amor como el suyo. Los hizo “hombre y mujer”, iguales como personas, pero distintos entre sí. Necesitados el uno del otro para ser felices, deben ser mutuo complemento, viviendo juntos el mismo amor. Por eso, instintivamente se buscan sintiendo amor el uno hacia el otro, y se unen en matrimonio con ese amor para vivir en él tal como se lo desean por instinto: para, estando juntos, ser felices durante toda su vida..
Pero el hombre y la mujer, nada menos que imagen y semejanza de Dios, tienen un espíritu inmortal que vivifica sus cuerpos, haciéndolos seres humanos, no una simple especie animal diferente. El amor en ellos, por el que se unen en pareja y viven en matrimonio, no es ni puede rebajarse a ser igual que el amor que se tienen los animales, solamente de atracción sexual, y de instinto maternal hacia el nacido. Conscientes se aman, se dan el uno al otro desde el amor, con toda la persona humana que ambos son.
Si en el acto de unión sexual sólo se donasen con donación física, y no se donasen espiritualmente como “personas” comprometiéndose entre sí totalmente y de modo definitivo, hasta la muerte, el amor con que se unen y se dan no sería verdaderamente amor “humano”. Y sólo en el matrimonio, en el que el hombre y la mujer han aceptado estar unidos para siempre, haciendo comunidad íntima de vida y de amor, con una elección consciente y libre, es posible esa donación total en el acto conyugal de unión por el sexo, que no es que lo haga ser algo “lícito”, sino “bendecido por Dios”.
Entre los hombres, un hijo es el reflejo permanente de ese amor superior al amor animal; y es signo viviente de la unidad inseparable del padre y de la madre; porque esa unión sexual que engendra “una persona”, supera el orden puramente biológico, pone en juego los valores que a los padres les hacen “personas”, y compromete en ambos el deber sagrado de entregarse en el amor a la educación de ese hijo hasta su desarrollo total; vínculo de amor que durará también toda la vida. No se da así en los animales al engendrar: el amor a los hijos dura en ellos muy corto tiempo; a veces ni un solo día.
Entre los seres humanos, hombre y mujer unidos en matrimonio por el amor no animal sino humano, puede ocurrir que la procreación sea imposible, por mucho amor que pongan en el acto de unión sexual. Pero el amor esponsal, aun en la esterilidad, no sólo les posibilita a prestar importantes servicios a la vida en pareja, y a la sociedad desde ella sirviendo en el amor a otras personas en el lugar de los hijos. Así lo hacen, con mucha felicidad de ambos en la adopción, y en la ayuda a otras familias y a niños minusválidos o sencillamente pobres, como matrimonio individual o en obras asistenciales, educativas, etc.; como, por suerte, se hace con frecuencia (FC 11 y 14).
Lo central de la Revelación en la Biblia es: “Dios ama a su Pueblo”. Con frecuencia se expresa en términos de amor de Esposo a Esposa, al hablar de la Alianza. El pecado se considera una “infidelidad” a esa Alianza entre los hombres y Dios. Y a la “idolatría” se la llama “adulterio”, por ser el abandono del amor esponsal de Dios siempre fiel. Ese amor siempre fiel de Dios se pone como paradigma de la fidelidad en el amor que deben tenerse los esposos; unidos, y amándose, realizan el Plan de Dios.
El Amor de Dios a los hombres llega a su expresión definitiva en Jesucristo uniendo a la humanidad consigo como su cuerpo; y dando su vida por ella teniendo que hacérsela hermosa y limpia, digna de ser su Esposa. El da a la humanidad su Espíritu, con el que esposo y esposa bautizados sean un solo cuerpo en Cristo, siendo el uno cuerpo del otro, amándose el uno al otro igual que a cada uno los ama Dios. A ello se comprometen al entregarse a ser de Dios como pareja en el Matrimonio que, de ese modo, es un Sacramento, signo del Amor salvador de Cristo en la Cruz y en su memorial la Eucaristía.
Haciéndose de Cristo con ese Sacramento, se comprometen a amarse el uno al otro como Cristo los ama, y entran a formar parte de la Alianza de Amor de Cristo con su Iglesia: para amarse no con cualquier amor, sino con el Amor de Dios. Por eso el matrimonio cristiano es indisoluble, como indisoluble es el amor de Cristo a su Iglesia, a la que perdona y la sana cuando ella le falla siendo pecadora. Con ese mismo amor indisoluble deberán también amar y educar a los hijos, a quienes en ese amor les dieron la vida; por esa fe en el amor, y no sólo porque se lo exige el instinto de padre y madre.
En el acto de unión conyugal mediante el sexo, no sólo expresan que son y se hacen de nuevo una sola carne, sino un solo corazón y una sola alma, como lo son en Jesucristo por obra de su Amor de Dios (Hch 4, 32; Ef 4,4); con un amor tan indisoluble que ni la muerte los separará, sino que los llevará a esa plenitud del amor con el que Cristo resucitado ama a su Iglesia a la que resucitará con él (Rm 8, 11), sin separarse jamás de su Esposa, aunque mil veces la haya perdonado de nuevo convertida a él.
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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