Para Novios: 5º Parte - Creer siempre en el amor





P. Vicente Gallo, S.J.




Casarse con verdadero amor es importante. Pero más importante todavía es lograr que ese amor se mantenga vivo hasta el final de la vida. Y más importante aún que cada día crezca ese amor en lugar de disminuir y acaso desaparecer. Vivir juntos haciendo crecer siempre el amor de pareja, es un tarea para la que se necesita tener un aprendizaje ya antes de unirse en matrimonio. Es lo que trataremos de lograr en esta publicación.


Observemos que en la vida estamos dando importancia a diversas cosas, que en realidad la tienen, pero que no todas son importantes en el mismo grado. Hay que saber cuál de ellas tiene prioridad sobre las otras, y trabajar por mantener la prioridad puesta en ella. Eso mismo hay que aprenderlo, para saber guardarlo, en la vida de relación de pareja en el matrimonio. Gozar de buena salud; tener suficiencia económica; ver felices a los padres de ambos; ver a los hijos crecer con bienestar y comodidades; los estudios de los hijos para que tengan un buen futuro; tener una casa confortable; tener un automóvil envidia de los amigos; ser estimados ambos en el trabajo y crecer profesionalmente; tener buenas amistades; gozar de buenos fines de semana y las vacaciones; vivir muchos años juntos bien conservados; tener ahorros para lo que viniere; tener siempre buena comida y sin faltar caprichos; verse uno respetado siempre por el otro dentro de la vida en pareja.

Todas ellas son cosas muy importantes. Haciendo un listado con ellas y poniéndose a elegir tres a las que se quiera dar prioridad sobre todas las otras, o pienso que es no es muy fácil. Pero hay una cosa que debe tener prioridad por encima de todas las demás, y que no la he mencionado: “Nuestra relación de amor verdadero en la pareja”. Teniendo cualquiera de todas las restantes, o teniéndolas todas a la vez, si falta el verdadero amor en la relación de pareja, resultará un matrimonio desdichado. Y aunque falte cualquiera de las prioridades a elegir en esa lista, aunque faltaren varias, y aun todas (¡que Dios no lo quiera!); si hay verdadero amor en la vida de relación de la pareja, es ya feliz un matrimonio, a pesar de todo. Cultivar, pues, el verdadero amor en la relación de la pareja, debe ser el principal empeño de cada día, poniendo los medios que sean precisos para lograrlo. Todos los días de la vida, al despertarse para comenzar una jornada, es lo que se debe hacer como prioritario: tomar la decisión de amar al que es tu pareja suceda lo que sucediere. Los hijos mismos: solamente serán felices de veras, si ven lo mucho que sus papás se quieren; y sin ello, no serán felices aunque encuentren en casa todo lo otro que pondríamos en la lista de preferencias. Igual los padres de cada uno: no serán felices si ven el matrimonio de sus respectivos hijos cualquiera de las otras cosas, pero no ven lo mucho que se quieren; igual que se sentirán felices si ven esto, aunque no encuentren en ese matrimonio las otras cosas que hemos mencionado, que también se desea verlas, naturalmente, y en el grado mejor posible.

Serán envidia para los amigos, no por cualquiera de las cosas que ponemos en lista queriendo que no falten; sino viendo que, aunque os faltare cualquiera de ellas, hay en vuestra vida de relación un amor verdaderamente envidiable.

Un camino para lograr que ese amor de pareja sea auténtico y que cada día se acreciente es “El Diálogo”. No cualquier manera de “diálogo”, sino el que produce ser más de veras UNO en lugar de ser cada vez más DOS; y, con ese diálogo, vivir el ser UNO en el gozo de la verdadera INTIMIDAD: pudiendo decirse el uno al otro “¡qué tal suerte he tenido de haberme casado contigo!” Ese DIALOGO, solamente es aquel que consiste en tenerse tal confianza que siempre te atrevas a correr el riesgo de contar al otro algún sentimiento que te embarga, sentimiento de felicidad o sentimiento de tristeza, de temor o de rabia; para decirle a la vez las cosas que estás pensando desde ese sentimiento, y qué comportamientos estás teniendo por sentirte así.

No importa tanto la causa por la que te sientes de esa manera. Lo que importa es la seguridad de que el otro te va a escuchar con el corazón, te va a acoger con amor al decirle cómo te sientes, y que él a su vez te va confidenciar los sentimientos que él tiene y en los que igualmente necesita ser escuchado y acogido. Es tan importante este modo de “diálogo”, que siempre termina con un abrazo, un beso, un gozo único: el de sentirse amado, el gozo de verse valorado poniéndose en él tanta confianza, y el gozo de verse pertenecer al otro amándolo con toda verdad de lo que es amor, a la vez que sintiéndose no precisamente dependiendo del otro sino de veras “persona” autónoma, que libremente ama y que recibe amor sin ser chantajeada por ello.

En la vida de pareja, para ser felices y gustarlo, es necesario que cada día, todos los días de vivir juntos, se dediquen algún rato a experimentar que viven el uno para el otro, que siguen sin olvidarse. Y, a no dudarlo, el mejor modo de dedicarse un rato para vivir juntos, es ese “dialogar” en el que estamos insistiendo. Porque raro será el día, seguramente ninguno, en el que no esté afectada la vida de la pareja por algo que te produce sentimiento de gozo o sentimiento de tristeza, de temor o de cólera, o cualquiera de los sentimientos semejantes.

Recordemos la serie de motivos que vimos en la Charla del día tercero por los cuáles surge en uno de los dos, o en ambos, algún sentimiento que justifica iniciar un “diálogo” para compartirlo con el otro y ser escuchado por él. Recordemos también lo que veíamos en la Charla del segundo día como síntomas que delatan que algo no va bien en la vida de matrimonio, algo en lo que están siendo DOS en vez de UNO, y que hay que atajarlo para que no crezca y termine haciendo desaparecer el amor. Los sentimientos que por esa razón se experimenten, hay que compartirlos en el “diálogo”, y solamente así se los subsana: los sentimientos y el amor amenazado.

Hablando de la necesidad de ese diálogo diario, hay que advertir algunas cosas. Una, que no se ha de plantear ni prometer como una obligación, que sería una atadura pesada; sino como una necesidad, por la que vale la pena dedicarse a ello un rato todos los días, como todos los días se dedica un rato para comer o para hacerse el aseo. Y otra cosa: que no todos los días habrá “sentimientos” fuertes, pero que basta cualquiera de esos sentimientos para justificar el dedicarse un tiempo haciendo el debido “diálogo”; un ratito, no demasiado; para los sentimientos más fuertes que pueden ocurrir, quizás haya que dedicar una tarde de un sábado o de un domingo: quedándose a solas, con los hijos jugando en la calle o dormidos ya, poner la clave para crecer en el amor de pareja, el “diálogo” según el modo que tanto hemos repetido. El momento que sea el más oportuno, y el tiempo que se necesite.

Hay un segundo camino muy importante para crecer en el amor que en la relación de pareja deben mantenerse. Este camino es el “rezar juntos”. Somos cristianos, queremos entender el matrimonio desde la fe cristiana, y desde la fe cristiana hay que cultivarlo. Pues decir “Familia que reza unida, familia que vive unida”, es un aforismo que afirma una gran verdad. Se puede hacer de muchas maneras. Una yendo a Misa todos los domingos, yendo juntos y ojalá de la mano. Otra, comulgando juntos y de la mano, hablando después ambos con Jesús alimento de nuestro amor, y, si se puede hacer buenamente, dialogar algo delante de El. Otra, rezando juntos cada día, al compartir la comida. Otra, rezar juntos al acostarse; o también, después de haber hecho el amor sexualmente. Por supuesto, debe hacerse después de haber tenido una pelea.

Pero hay otra manera de “rezar juntos”, y es a la que especialmente quiero referirme. Me lo recuerda algo que me contó una antigua participante del Encuentro Matrimonial, ahora viuda. En una conversación muy grata, me contó que un día su nietecita se acercó a ella y le dijo con gran sorpresa suya: “Abuelita, estoy muy enojada contigo; vamos a rezar juntas”. Exactamente eso. Cuando un día estéis enojados el uno con el otro, decirse esas palabras y hacerlo; es un remedio muy eficaz contra el enojo. Cuando algún problema está afectando a uno de los dos, o a la vida de relación entre ambos, recurrir a la solución de aquella niña, decirse un “vamos a rezar juntos”, y hacerlo. Es muy buen camino, que no puede fallar, para rehacer el amor, cuando ha quedado maltrecho. Y lo es siempre para crecer en el amor que se desea tener en la vida de pareja.

Todavía hay un tercer camino para crecer en el amor que es sumamente importante. No podemos dejarlo de lado ni por rubor ni por tener reparo en tratarlo: es el tema de la “relación sexual”. Que no es solamente “hacer el sexo”; sino que es “vivir el sexo” cada uno, en la vida de relación, con todos los valores que Dios puso al hacernos sexuados. El esposo, vivir su masculinidad como aporte a la vida de pareja: la fortaleza, la constancia, la audacia en las decisiones y la firmeza en trabajarlas; hasta la rudeza propia del varón a fin de que el amor no decaiga en caricias vanas y melosidades; la fuerza en la que la mujer se apoye para sentirse segura siempre. La esposa debe vivir y aportar su feminidad: la dulzura, la generosidad y el aguante en la ayuda, cuando sobreviene la necesidad o acaso el dolor; la suavidad y finura en el saber acompañarse, los detalles amorosos que sólo la imaginación única de la mujer sabe inventar espontáneamente cuando llega el caso, hasta las lágrimas fáciles cuando se necesita el bálsamo de ellas en la relación de pareja.

Sin embargo, no dejemos en estos aspectos el “vivir el sexo” en la relación. Es también sumamente importante el acto de unirse sexualmente con verdadera pasión de amor. Como lo es la ternura que hay en los besos expresando el amor. Lo que leí en una Revista acerca de los besos: un beso en la frente significa ilusión; en la cabeza, protección; en los ojos, ternura; en la mejilla, afecto; en la boca, amor ardiente; en la nariz, equivocación; en el cuello, pasión; en la mano, cortesía; en los pies, humillación. Igualmente hay que tomar en cuenta que el acto de unión sexual puede tener distintas expresiones, hasta dependiendo del lugar del cuerpo que se quiera utilizar para hacerlo. Y también dependiendo del modo de pedirlo y de recibirlo: con verdadero amor, con simple aceptación, con desagrado o con verdadero rechazo.

No cabe duda que el sentir la Intimidad en el amor, al acabar un satisfactorio “diálogo” sobre los sentimientos, puede terminar con un profundo beso o abrazo; y también acaso con un amoroso acto de unión sexual. Mucho más cuando la Intimidad experimentada es al haber logrado, mediante un amoroso diálogo, la más sincera sanación, después de haberse herido con algún proceder grave, o con alguna tonta inconsecuencia, como suelen ser las más frecuentes heridas, casi siempre involuntarias.

La unión sexual en su función primordial es para procrear, con toda la fuerza de amor con la que hay que unirse a Dios para poner un nuevo ser en la vida. Pero no es sólo para procrear para lo que Dios puso en el hombre y la mujer la tendencia a unirse sexualmente y disfrutar del gozo gratificante, que es Dios también quien lo puso acompañando esa unión. En ese acto de unión sexual Dios se goza, y hace a la pareja partícipe de su gozo divino al ver realizado su sueño cuando creó: al hombre necesitado de la mujer, y a la mujer como respuesta para el hombre; para que en la unión de ambos mediante el amor, los dos fuesen “una sola carne”. Siendo hombre y mujer serían imagen de Dios mismo. Ambos participan del gozo de Dios, y Dios se goza al verlo.

Pero en este acto de donación mutua en el amor, es necesario, como en otros casos, saber dar, saber recibir, saber decir sí, y saber decir no cuando ese acto esté justificado; pues “hacer el amor”, que debería ser la mejor motivación para seguir amándose, puede ser la causa del desamor, o de amarse menos en vez de más. Por no haber sabido emplear esos cuatro verbos a su debido tiempo. Hay que decirse muchas cosas a la hora de realizar el amor; y es necesario saber decírselas, para que el amor sea manifiesto y para que sea un amor verdadero; con palabras o con simples gestos que hablan por sí mismos, los importantes “no verbales”.

No es raro que en parejas, casadas con mucha ilusión, llegue uno de los dos a no sentirse amado, y llegue también a no amar ya al otro; porque a su pedido siempre recibió un no como respuesta. Se llega al mismo caso de desamor cuando el uno sólo sabe pedir y nunca sabe aceptar el no del otro; igual que cuando sólo sabe ofrecer sexo, pero nunca sabe dar al otro tantas otras cosas de las que se siente necesitado o con derecho a ellas; o cuando sabe dar al otro muchas cosas, aun con abundancia, pero nunca le da la satisfacción del sexo, la mayor vivencia de intimidad; o cuando con el sexo no busca hacer al otro feliz, sino solamente gozarlo él mismo. En todo hay que cuidar el modo y la medida.

El acto de unión sexual, puede ser fuente de unión, o puede ser fuente de desunión en la pareja. Por exceso en pedir el sexo, cuando la mujer se siente ya harta del abuso del marido en el querer utilizarla sólo para satisfacer su desmedida pasión. Por la falta de “hacer el amor” sexualmente, cuando el otro puede temer que sea porque ya no se le tiene amor, o que se está satisfaciendo el instinto sexual con otra persona. También, acaso, por el modo de “hacer el amor” sexualmente, con el más craso egoísmo en vez del más generoso amor.

“Corruptio optimi pessima”, decían los latinos, que significa: “la corrupción de lo más bueno, eso es lo más malo”. Pues lo mejor, el acto de unión sexual, si se hace indebidamente, puede convertirse en algo nefasto, ser la causa del peor desamor. Todos estos aspectos acerca del uso del sexo en la vida de pareja, y los sentimientos que el uno o el otro está teniendo, son temas que no deben marginarse, sino estar atentos a ellos para dialogar oportunamente, sin que lo impidan el rubor o el temor de cómo reaccione el otro al plantear ese diálogo. Se comienza diciendo al otro lo mucho que le ama. Y al dialogar, tener en la mente que ese hablar sobre el sexo no es pecado, sino que Dios lo escucha y se complace en ver que se dialoga sobre el amor que en nosotros quiere hallar.


El amor en la vida de relación debe ser nuestra primera prioridad. Quiero rescatar en la memoria las otras cosas importantes que me gustará hallar en nuestro matrimonio; pero que siempre estén por debajo de nuestra relación de amor.


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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.

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