P. Rodrigo Sánchez - Arjona, S.J.†
Los estatutos nos hablan de un programa de Espiritualidad del Apostolado de la Oración y afirman que este programa tiene como “centro el sacrificio eucarístico” y que consta de “cinco elementos”: el sacrificio de la misa con el ofrecimiento diario; el culto del Corazón de Cristo (consagración y reparación); la devoción a la Santísima Virgen (imitación, intercesión, culto litúrgico), sentir con la Iglesia y asiduarse en la oración.
A estos cinco elementos señalados en los estatutos debe ser añadido por deseo expreso del Papa Pablo VI “un intenso culto al Espíritu Santo que habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles, como en su templo, y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos”.
1º El Sacrificio de la Misa y la ofrenda diaria
El Concilio Vaticano II nos dice que la Misa es “el Memorial de la muerte y resurrección de Cristo” (SC 47). El “Memorial” no es un simple recuerdo sicológico, es ante todo un recuerdo que resucita un hecho pasado, y así la Misa al recordar la muerte y la resurrección del Señor nos las hace presente bajo el símbolo litúrgico del pan y del vino consagrados.
Así, pues, en la celebración eucarística reaparece ante nosotros de forma misteriosa el mismo sacrificio que Jesús ofreció a su Padre en la Cruz. Hay un solo sacrificio, el del Calvario; hay un solo sacerdote, Cristo; y hay una sola víctima, Cristo. El cristiano puede unirse a Cristo y se convierte en sacerdote y víctima del sacrificio redentor.
El Concilio Vaticano II nos ha hablado del sacerdote común de los fieles y nos aconseja a todos los bautizados perseverar en la oración y ofrecemos a nosotros mismos como hostias vivas, santas y gratas a Dios (LG 10).
Nuestros estatutos nos recuerdan íntegro el número siguiente de la Constitución Conciliar Lumen Gentium:
“Cristo une íntimamente a los fieles a su vida y misión y los hace partícipes de su dignidad sacerdotal en un culto espiritual para gloria de Dios y salvación de los hombres. Por esta razón los seglares, como dedicados a Cristo y unidos por el Espíritu Santo, son llamados de modo maravilloso e instridos para producir en sí mayores frutos del Espíritu. Todas sus obras, oraciones y esfuerzos apostólicos, el trato conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso mental y corporal, si se hacen en el Espíritu, las mismas molestias de la vida, si se llevan con paciencia, se convierten en hostias espirituales aceptas a Dios por Jesucristo, las cuales son ofrecidas piadosamente al Padre en la Eucaristía, junto con la oblación de su Cuerpo”. (LG 34)
Esta larga cita del Concilio Vaticano II nos hace ver, cómo el Apostolado de la Oración y su Espiritualidad entroncan perfectamente con las enseñanzas del Concilio. Pues el Apostolado de la Oración nos recuerda que todo cristiano es sacerdote con Cristo “para ofrecer hostias espirituales” por la salvación del mundo entero. Y de esa manera la vida del socio del Apostolado de la Oración se convierte en una especie de Misa Mística, que no se celebra sólo cuando ese socio asiste a la celebración de la Eucaristía, sino que se prolonga durante todo el día como también el sacrificio de Cristo en la Cruz siempre está presente al Padre “por nuestra redención y la de todo el mundo”.
Y como el Concilio Vaticano II enseña, que la participación más perfecta en la Misa es la comunión, nuestros estatutos recomiendan a los socios la comunión frecuente y aún diaria. Y de este modo podremos los oscios del Apostolado de la Oración hacer realidad el consejo dado por el Concilio a todos los fieles:
“Recuerden todos que con el culto público y con la oración, con la penitencia y la libre aceptación de los trabajos y desgracias de la vida, con la que se asemejan a Cristo paciente, pueden llegarse a todos los hombres y ayudar a la salvación del mundo entero” (AA 16)
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