Lecturas: Jer 1,4-5.17-19; 1Cor 12,31-13,13; Lc 4,21-30
Escuchar la Palabra
P. José R. Martínez Galdeano, S.J.
Escuchar la Palabra
P. José R. Martínez Galdeano, S.J.
El texto del evangelio de hoy continúa el del domingo pasado. Comienza constatando la satisfacción de los oyentes: “expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”. Sin embargo, como muchas veces sucede, no todo el mundo estaba conforme con todo. No critican las ideas sino la baja extracción cultural de la que proceden Jesús y sus familiares. Es esto bastante normal, no habiendo argumentos más fuertes. “¿No es éste el hijo de José?”. El rasgo confirma la historicidad del hecho.
Ya les indiqué que Lucas sigue un orden preferentemente temático y que este capítulo, al comienzo de la predicación de Jesús, está dedicado a su “Palabra”, palabra del Espíritu, palabra poderosa, palabra que obra hasta milagros, que hace lo que dice y que es la misma palabra que la Iglesia anuncia y que nosotros y ustedes escuchamos y debe hacer los mismos efectos.
Tal vez alguno esté tentado de objetar que ya no es así, que esa Palabra en manos de la Iglesia hoy está descafeinada. Porque no todo el mundo acoge la Palabra. Hay quienes la rechazan. Y esta doble actitud se dio desde el principio y la hace notar Lucas con frecuencia: Ya a los 40 días del alumbramiento la predice el anciano Simeón, el evangelio de hoy, la parábola de la semilla, la explicación de por qué habla en parábolas, el discurso a los setenta que envía a predicar, el buen ladrón y el malo, los que se convierten y los que persiguen hasta la muerte a Pablo, el maestro de Lucas, en sus viajes apostólicos. Lucas, al principio de su evangelio, establecida la eficacia de la Palabra, quiere también dejar claro que no todos la van a acoger. Durante el último viaje a Jerusalén Jesús dirá así a sus discípulos con ese estilo tan personal suyo hiperbólico, exagerado y oratorio: “¿Piensan que he venido a dar paz a la tierra? No, se lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos: tres contra dos y dos contra tres. Estarán divididos en padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc 12,51s).
Por eso a Jesús la reacción de Nazaret no le resulta sorprendente. Las muestras de rechazo se producen allí mismo en la sinagoga, como dice el texto. Jesús responde duro y con fuertes argumentos. Primero con dos dichos populares que constatan formas consolidadas de proceder de la gente: «Sin duda me recitarán aquel refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Les aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”. Además les recuerda la lección de dos milagros bíblicos de los grandes profetas Elías y Eliseo su discípulo. “A ninguna viuda hebrea fue enviado Elías, sino a una gentil sidonia, y a ningún leproso israelita curó Eliseo, sino a un sirio».
“Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos”. El profeta no es aceptado e incluso piensan deshacerse de él. Jesús lo sabe y lo sabe desde el principio. Es el drama de Jesús y el drama de Israel. Ya se lo profetizó a su madre el anciano Simeón. “Era necesario” (Lc 24,26). Sin embargo será aceptado por los paganos; los no judíos creerán en Él. Cristo ha venido a salvar no sólo a los judíos sino a todos. Es un tema constante en San Pablo y que Lucas hará notar otras veces.
“La palabra de Dios –dice la Escritura –es viva y eficaz y más cortante que espada de doble filo. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Hb 4,12). “Cuando encontraba palabras tuyas, las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, Señor, Dios todopoderoso” (Jr 15,16).
La Palabra es fuente de la fe; la Palabra, Espíritu y vida, hace lo que dice; la Palabra transforma el corazón del creyente; la Palabra es luz; la Palabra acogida da siempre fruto de 30, de 60, de 100 por uno. La Palabra es tan necesaria y eficaz que la Escritura la identifica con el avance de la Iglesia: “La Palabra de Dios iba creciendo, se multiplicó considerablemente el número de discípulos y multitud de sacerdotes iban aceptando la fe” (Hch 6,7).
Más de una vez les he estimulado a Ustedes a no quedarse, sino que mejoren constantemente en la vida de fe y en la práctica de la caridad. Hay que seguir corrigiendo defectos, hay que mejorar la oración, hay que aumentar la caridad y el bien que hago al prójimo, y así muchas más cosas. La Palabra de Dios es un arma eficacísima para ello. De forma que, si al volver su mirada al interior de sí mismos no notan algo de ese progreso por ejemplo de un año a esta parte, interróguense en primer lugar a ver si escuchan, si leen, si reflexionan sobre la Palabra de Dios y cómo lo hacen.
La Palabra de Dios hay que leerla, pensarla, gustarla, meditarla, dejarla que me juzgue y me cuestione, me enseñe, me estimule, me dé fuerzas para ponerla en práctica. La Palabra de Dios, meditada a los pies de Cristo Eucaristía, es la gran universidad de la oración contemplativa, el gran alimento de la fe. La Palabra de Dios se presenta a veces como la semilla que quiere echar profundas sus raíces y choca contra la dureza del corazón perezoso, contra sus piedras, con las raíces de sus espinas y malas hierbas, contra sus vicios y preocupaciones que le impiden llegar a Dios.
¿Qué hacer para ello? Es sencillo en el fondo. Basta leerla con humildad, para luego ponerla en práctica. Como María. Cuando no entendía la guardaba en su corazón (Lc 2,19.51). A la luz de la cruz y de Pentecostés lo pudo entender todo y vivirlo al servicio oracional de la Iglesia.
Nosotros hemos recibido por el bautismo el Espíritu de Jesús y hay que estar decidido a poner en obra lo que el Espíritu nos sugiere. En el fondo de una u otra forma es siempre obrar la caridad con Dios y con el prójimo. Es decir que la palabra de Dios nos empuja siempre a mejorar nuestra relación con Dios y con el prójimo, es decir a orar más y mejor, a perdonar, a ayudar al que lo necesita, a frenar en nuestros impulsos lo que molesta a otros, a ser más presencia de Cristo allí donde estamos. Esto exige la conversión interior a la fe y a la rectitud moral.
Hay que leer los evangelios y la Biblia con esta predisposición a la conversión desde la fe. Sólo así se puede entender a Jesucristo y su mensaje como mensaje de salvación. Se está leyendo bien la Biblia cuando se van encendiendo la fe y el amor de Dios, cuando se cae en la cuenta de defectos y cuando se aumenta la decisión y esfuerzo para corregirlos en el futuro. De una manera general: Cuando oramos, venimos a misa o hacemos un acto de acercamiento a Dios, debe producir en nosotros fuerza para obrar mejor respecto a Dios y respecto al prójimo. Procuremos, con la ayuda de Dios, que esto ocurra.
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1 comentario:
Buenos días amigos del blog….!!!!!!!!
Un abrazo grande desde Argentina:
Les voy a compartir, como resuena en mí esta perícopa. La acabo de leer. Va a ser una reflexión rápida (no es lo adecuado) pero mi tiempo es bien escaso. Y les ando debiendo algún comentario, para este mi muy querido blog.
Hoy no pude ir a misa, así que acá estoy leyendo el evangelio.
A mi modo de ver, acá hay dos temas: La lectura personal de la Palabra, y el desafío de evangelizar.
1- Acercarse a la palabra
En mi experiencia personal, al leer la palabra se entremezclan dos sentimientos.
Uno del corazón y el otro el de la razón.
Razón
Muchas veces tropiezo con pasajes oscuros, cuyo significado no me es accesible por la sola lectura. Se me “traba la lectio divina” para decirlo en “buen criollo” como decimos en Argentina. Entonces necesito leer a los especialistas.
-Aquí me separo del comentario de José Ramón. Todavía me cuesta dejar al corazón aquello que no entiendo. Yo más bien primero lo entiendo (hasta donde se pueda) y así, se lo dejo en bandeja al corazón. Luego de entender, mi corazón alcanza la alegría plena. La claridad que posibilita la practicidad de aquello que es Palabra de Dios.-
Ahí es donde busco mis libros de exégesis, y trato de buscar una clave hermenéutica, alguna pista que me ayude a su comprensión (por lo general, yo leo los evangelios desde mi libros, y no al revés).
Pienso por caso en muchos pasajes donde se habla de “Reino de Dios”, y me cuesta descifrar a que se refiere el evangelista con ese término, en ese pasaje particular.
El estudio teológico de la Palabra, para mi es clave.
Corazón
Otras veces, los textos se me presentan directamente apuntados a la reflexión, a la meditación del corazón para que, luego de comprenderlos, pueda practicarlos (en la medida de lo posible ) cuando son practicables (hay textos que no son practicables, sino informativos = Jesús era hijo de José).
También, luego del análisis exegético, estoy listo para la meditación y la puesta en práctica. Para mi meditación y exégesis van de la mano. Se complementan.
2- Predicación de la palabra
Dos partes inseparables
Los dos aspectos relativos a la lectura de la palabra que acabo de mencionar (razón – corazón; meditación-estudio) se ponen en práctica cuando uno trata de predicar la palabra y busca ser fiel al mensaje de Jesús.
Las dos dimensiones, me parecen inseparables, dos caras de la misma moneda. Cuando uno logra aunarlas, creo que “hace puntería” en esto de predicar.
Recepción de la palabra
Ahora bien: “hay que hacer los deberes, pero a la tarea la completa Dios”
Aunar razón y meditación nos va a dar buenos cimientos a la hora de predicar. Pero recepción que uno tenga de sus oyentes, es algo impredecible.
Esta cuestión nos toca en parte (si se nos piden explicaciones, precisiones). Pero el resto es tarea de Dios.
Muchas veces no nos va a ir bien, incluso pueden llegar a tratarnos mal (a veces explicita y otras implícitamente). Como el evangelista sostiene le pasó a Jesús esta vez. Otras veces, por suerte nos ira mejor.
La cosa es no apostar a lo seguro.
Hay que tratar de llegar, con nuestro ingenio, a los públicos más variados, como se pueda. Con tacto, con sutileza, sin fanatismos, siendo respetuoso del otro.
-Creo que este blog busca hacer eso. Yo le puse un enlace en mi Factbook, y aunque muchos amigos no se detuvieron a leerlo, al menos sé que un par chiquearon y lo vieron.-
Dedicarnos solo a charlas intra-eclesiales, donde podemos estar cómodos (y muchas veces rara vez nos cuestionen algo) creo, es un desacierto. Jesús marcó sus diferencias con la excesiva rigurosidad de la piedad farisea. Tuvo que confrontar. De allí que “no vino a traer paz”.
Esta perícopa puede ser consoladora y alentadora para muchos agentes pastorales. En su tarea común de llevar la Palabra a los demás.
Un abrazo en Jesús, Juan.
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