Homilías: Domingo 28 T.O. (A)

Lecturas:; Is 25,6-10; S.22; Flp 4,12-14.19-20; Mt 22,1-14

El Señor es mi pastor, nada me falta
P. José R. Martínez Galdeano, S.J.

Pablo está terminando su carta. Antes del saludo final les da las gracias por la limosna que le han enviado con Epafrodito, con el que va su respuesta. En general Pablo había tenido como norma no pedir a ninguna comunidad ayuda económica para vivir. Vivía de su trabajo como fabricante de tiendas de campaña, que era su oficio, aprendido probablemente de su padre. Lo tenía como punto de honor. Quiere evitar que nadie le pueda tachar de que predica a Jesucristo como un medio de vida. Con los Filipenses hizo una excepción, lo que confirma la gran confianza que con ellos tenía.

Expresa su agradecimiento de manera delicada. La limosna enviada con Epafrodito es prueba del afecto que ellos le tienen, lo que le ha alegrado mucho. Aunque ya lo supiese, el gesto sensible de su amor ha activado también el suyo. Pero no quiere que se sientan obligados a seguirle enviando limosnas. Él confía en Dios que ya le ayudará. Mira hacia atrás en su experiencia apostólica momentos muy variados; el Señor le ayudó siempre. A veces ha sufrido por falta de plata, ha tenido que aguantar el hambre, ha tenido que dormir en cualquier lado. Otras veces ha tenido más de lo que necesitara. “Se lo que es vivir en la pobreza y también lo que es vivir en la abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: a estar satisfecho y a pasar hambre, para la abundancia y para la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta”. El que le conforta, es Dios, es el Padre, Hijo y Espíritu Santo. Él le ha dado fuerza para superar el aguijón de la carne (“bástate mi gracia” –2Cor 12,9), para aguantar el hambre y la sed, los naufragios, cárceles, azotes y persecuciones. También cada uno podríamos decir tal vez no tanto, pero sí algo de ello. Es necesario y basta tener fe, tener confianza. “Si crees, todo es posible al que cree” (Mt 9,23); “confía, tu fe te ha salvado” (Mc 5,34). Como todos sabemos, la situación económica mundial ha sufrido de repente un cambio a peor. Lo normal es asustarse demasiado y así empeorar más las cosas. Hay que confiar en Dios. Y hay que pedir a Dios, por sí mismos y por los demás, para así saber afrontar la situación. Pidamos saber ser pobres o algo menos ricos: tener poder para superar lo que sea necesario; tener coraje para acortar gastos menos necesarios; no quejarse; no pedir préstamos (tengan en cuenta que las condiciones en Perú son tan onerosas que es normalmente imposible hacerles frente); procurar ayudar a los que más sufren.

La carta continúa: “Sin embargo, ustedes hicieron bien compartiendo mis sufrimientos. Mi Dios, por su parte, con su infinita riqueza atenderá con generosidad todas sus necesidades por medio de Cristo Jesús”. Estas expresiones muestran la hermosa realidad propia de la comunión de los santos, la que es el núcleo y la fuente de la unidad de la Iglesia. Ninguno de nosotros está obligado ni puede hacerlo todo en la Iglesia. Para cada uno Dios tiene un plan personal de vida. Todos tenemos que cargar con nuestra cruz. Pero en la obra de la Iglesia hay misiones diferentes, naturalmente unas más duras que otras, que muchas veces son heroicas (como en las persecuciones en la India que actualmente suscede tenemos un caso). San Pablo dice a los cristianos de Filipos que con su limosna han hecho bien y han compartido con él sus padecimientos. Esa limosna es un signo de que con él comparten su sufrimiento. Esa limosna, realizada a impulso de la gracia, muestra de su caridad, ha dado alegría a Pablo y ha contribuido a darle ánimo. Nosotros podemos también hacer lo mismo. Podemos compartir los sufrimientos de tantos apóstoles y misioneros, enfermos, cristianos perseguidos, como ahora los de algunas regiones de la India, colaborar con el Papa, con nuestro obispo, con nuestros sacerdotes (antes que criticarlos hay que orar y sacrificarse por ellos).

La limosna es también una forma y necesaria de compartir la vida y el sufrimiento de la Iglesia. Los católicos peruanos recibimos desde hace años una gran colaboración de nuestros hermanos de España, Alemania, Italia, Estados Unidos, Canadá y otras naciones. Debemos sentirnos muy agradecidos y orar mucho por ellos. Porque las fuerzas del mal están sembrando allí mucha cizaña. Y nosotros participemos generosamente también con nuestras limosnas, incluso restando de nuestros gastos superfluos y aun de los menos necesarios que los de nuestros hermanos más pobres, en esos esfuerzos del conjunto de nuestra Iglesia. Como hemos escuchado, “Dios con su infinita riqueza atenderá con generosidad todas sus necesidades por medio de Cristo Jesús”. Es decir Cristo Jesús se les hará más presente en su oración y en su vida, tendrán más y mejores luces para las decisiones que tengan que tomar en su familia, trabajo y demás obligaciones, recibirán más fuerza para llevar su cruz y se les hará ligera, tendrán más fácilmente la alegría y la paz de Dios.

Es oportuno a este propósito recordar alguna idea del Papa Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas est”, “Dios es amor”: “La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios, celebración de los sacramentos y servicio de la caridad. Para la Iglesia la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia” (25). Es una verdad que el Papa desarrolla con amplitud en la misma encíclica y que nunca debemos olvidar.

“A Dios, nuestro Padre, sea la gloria por siempre. Amén”. El “amén” es de Pablo. Es la expresión de un deseo profundo y religioso, basado en Dios y preñado de confianza absoluta. Dios es nuestro Padre. Así le llamamos en la oración de Jesús, el Padre nuestro; así le invocamos constantemente en las oraciones de la misa (fíjense con cuidado siempre y en cada misa); la fe en su paternidad, la confianza y esperanza en su providencia, la seguridad de su amor y misericordia, que se nos manifiestan en Jesús, deben llegar a estar siempre presentes, impregnar nuestro corazón y crecer de continuo por el Espíritu que se nos ha dado. Crecer en la fe va acompañado del crecer de la vivencia de que Dios es nuestro Padre.

A Él, “a Dios nuestro Padre, sea la gloria por siempre”. “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término. El Señor es mi pastor, nada me falta”. Amén, que así sea y cada vez más.

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