¿Quién nos separará del amor de Cristo?

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Reflexión en base a la cita Romanos 8,34-39
Tomada de la Homilía del Domingo 18 T.O. (A)

«¿Quién condenará?» ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: «Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero.» Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. Ro 8,34-39

La perícopa de la carta a los Romanos continúa la comentada el domingo anterior y concluye la primera parte de la carta, que es la fundamental. Recuerden que en ella San Pablo ha expuesto la necesidad de la muerte de Cristo en la cruz, para que todos y cada uno de los hombres puedan salvarse, y además el haberlo hecho de forma gratuita y sobreabundante y no por interés alguno sino por puro amor. Todo esto supone esa salvación: liberación del pecado, filiación divina y participación de la vida del Hijo de Dios, don del Espíritu Santo, comunicación de sus dones, reordenamiento de todas las cosas criadas al servicio de Dios y resurrección con Cristo ahora y por toda la eternidad.

Acabada la exposición de tales maravillas, Pablo estalla en un himno final de admirado y agradecido reconocimiento, lleno de confianza en el amor de Dios, que hemos escuchado completo, añadidos unos versos al texto litúrgico: “Teniendo esto en cuenta” (es decir todo lo explicado anteriormente y en particular que a los que llamó a la fe los hizo justos y los glorificará por toda la eternidad – 8,30), “teniendo esto en cuenta ¿qué podemos decir?”. Porque no es fácil encontrar la palabra apropiada. “Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra?”. Cierto que no poseemos todavía esa gloria eterna; cierto que tenemos que seguir todavía en la carrera hasta la meta y todavía no hemos llegado; cierto que ese triunfo final, que se da con la muerte del justo en gracia (“bienaventurados los muertos que mueren en el Señor” –Ap 14,13) y es a su vez una gracia nueva de Dios, que no se merece, no depende de nosotros, sino de Dios; pero “mejor es caer en manos de Dios, que es misericordioso, que en manos de los hombres”, como respondió David al elegir un castigo para su pecado (2S 24,14). Es con mucho mejor depender de Dios que de los hombres y aun de nosotros mismos. Porque Dios nos quiere más y mejor que nosotros a nosotros mismos y puede infinitamente más. Y “si Dios está de nuestra parte ¿quién estará en contra?”. Es expresión de entusiasmo, deportiva. Hay muchas razones para no tener miedo. Ahí va la primera: irrefutable, apabullante. “El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (¡y de qué manera!), ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él?”. ¿El Demonio está contra ti y te va suscitar el recuerdo de pecados e imágenes terribles del pasado? ¿Tu costumbre de pecar está tan enraizada en ti que parece que no puedes hacer otra cosa? Y puede ser la lujuria, puede ser el odio, puede ser la ira, puede ser el miedo, puede ser lo que quieras; pero Dios es más fuerte. “Tengan fe, todo es posible al que cree”(Mc 9,23). “Si Ustedes no negarían un pan a su hijo que se lo pide, ¿cuánto menos su Padre celestial negará el Espíritu Santo, la fuerza del Espíritu, si se lo piden?” (Lc 11,12). El problema es la oración, el problema es la fe, el problema es la constancia en pedir. Todo el que pide recibe; “creo Señor, pero ayuda a mi incredulidad” (Mc 9,24); oigan al juez injusto, que acaba haciendo justicia a la pobre viuda que insiste tenazmente; “¿y su Padre no escuchará a los que le pidan con insistencia?” (Lc 18,7). Por eso es un gran verdad. “El que ora se salva”. Oren, pidan salir de sus pecados, de los graves y de los leves, de esos defectos tan enraizados y tan difíciles de erradicar. No hay vicio, no hay drogodependencia ni adicción alcohólica, no hay pecado que no se pueda vencer con la oración y el esfuerzo personal que la misma oración hace posible.

Y “¿quién será fiscal de los que Dios eligió? Si Dios absuelve, ¿quién condenará?”. Y la Iglesia sabe de modo infalible, sin posibilidad de error, que tiene el poder dado por Dios de perdonar todos los pecados: “A quien Ustedes perdonen los pecados, le quedan perdonados”. Cuando Ustedes se confiesen, no se olviden de dar gracias a Dios por ese sacramento de liberación, de purificación de perdón. “No mantendrá su cólera por siempre, pues se complace en el amor. Volverá a compadecerse de nosotros, pisoteará nuestras iniquidades. Arrojarás al fondo del mar todos nuestros pecados” (Miq 7,18-19).

“¿Quién condenará? ¿Acaso Jesucristo, el que murió y después resucitó y está a la derecha de Dios y suplica por nosotros?”. ¿Necesita nadie comentario para que le estimule la confianza en Dios, se levante como el hijo pródigo, se ponga en camino, pida perdón? Como en la cruz, Jesús, ahora a la derecha del Padre es decir con el poder del Padre está pidiendo tu perdón y todas las gracias que necesitas para tu santificación. No tardará en darte la gracia que necesitas. Recuerda: “Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, Yo lo haré. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán” (Jn 14,13; 15,7). Padre, yo sé que siempre me escuchas. Mira a éstos, que están en el mundo, pero no son del mundo. Y ahora viene como un credo comprimido: “¿Quién condenará? ¿Acaso Jesucristo, el que murió y después resucitó y está a la derecha de Dios y suplica por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿La aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnuedez?, ¿el peligro?, ¿la espada?. Como dice el texto: Por tu causa estamos a la muerte todo el día, nos tratan como a ovejas de matanza”. La cita pertenece a una suplica colectiva (S 44,11). El mismo salmo explica la victoria por la acción exclusiva de Dios (44,4).

Y prosigue: “Pero en todo esto salimos vencedores fácilmente gracias a Aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna (es decir nada ni nadie, ni en la tierra, ni en el infierno, ni en el mismo cielo) podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”.

Se lo había dicho Jesús a los discípulos al despedirse para ir a la pasión: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!. Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Pablo no estaba entonces allí, pero su experiencia de Cristo ha llegado a ser tan maravillosa o más. Estamos en el Año Paulino. No estuvimos en aquella cena. Pero en cada eucaristía cenamos con Él, cuando abrimos la Biblia nos vuelve a hablar. La victoria de Jesucristo es aquí victoria nuestra, por el amor que Dios nos ha demostrado en la obra de Jesucristo. Dice el Cantar de los Cantares (8,6) que “el amor es fuerte como la muerte”. Pablo dice que el amor es más fuerte que la muerte, que Dios nos ama más allá de la muerte; ese amor es prenda de resurrección.

Y así concluye esta primera parte de la carta, que, recuerden, desarrolla lo que podemos llamar la economía cristiana de la salvación, o, en otras palabras, la manera con la que debemos vivir la fe en Jesucristo.

Es, pues, la fe en que Jesucristo nos ama a cada uno personalmente; en que Jesucristo, sin haber pecado, se ha hecho responsable de compensar la ofensa a Dios que comportaban los pecados de cada uno; que lo ha hecho por amor personal a cada uno, porque quería tu salvación, porque quiere gozar de tu amistad por toda la eternidad, y estar unido en el amor a ti por toda la eternidad.

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