La Iglesia - 39º Parte: La Universal vocación a la Santidad en la Iglesia - Los Carismas



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA







30.8. CARISMAS NO INSTITUCIONALIZADOS. SERVICIOS


El Concilio Vaticano II en Lumen Gentium, Nº 12, b, dice: "(El Espíritu San­to) distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier con­dición, "distribuyendo a cada uno según quiere", 1 Cor 12, 11, sus do­nes, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras. "A cada uno... se le ­otorga la manifestación del Espíritu Santo para común utilidad", 1 Cor 12, 7.
         
Y en el Decreto sobre el Apostolado seglar dice: "... El Espíritu San­to que obra la santificación del Pueblo de Dios por medio del ministe­rio y de los sacramentos, da también a los fieles, l Cor 12, 7, dones peculiares, : "distribuyéndolos a cada uno según su voluntad", de forma que "todos y cada uno, según la gracia recibida, poniéndolo al servicio de los demás", sean también ellos "buenos administradores de la multi­forme gracia de Dios", l Petr 4, 10; para edificación de todos el cuerpo en la caridad, Efes 4, 16.


30.8.1. CARISMA. DEFINICIÓN
         
Definición: La palabra "carisma" viene del griego: Jarisma = don gratuito, de "jaris" = gracia, don. Es en general cualquier gracia concedida al bau­tizado por benevolencia de Dios. En sentido técnico teológico, "es una gracia sobrenatural, gratuita y transitoria conferida a una persona con vistas al bien común del Cuerpo Místico de la Iglesia". S. Pablo da cuatro listas de carismas concedidos a la Iglesia en los primeros tiempos de su existencia, pero no son ni iguales ni completos. 1 Cor 12, 8-10; 1 Cor 12, 28-30; Rom 12, 6-8; Efes 4, 11.
         
S. Pablo habla de los carismas de apostolado, profecía, de discreción de espíritus, de doctrina, de exhortación, de himnos, de curación o sanación, de lenguas, de interpretación de len­guas o de revelación; en virtud de estos carismas, que podían investir a cualquier fiel, las comunidades cristianas eran instruidas y edifi­cadas. Otros carismas se ordenaban a la dirección espiritual y a la vida caritativa asistencial de los fieles: dones de gobierno de minis­terio, de limosna, don de cuidar a las viudas y huérfanos, de hospitalidad, etc. Los carismas tuvieron gran importancia en la vida y en la constitución de la Iglesia primitiva contribuyendo eficazmente al incremento y difu­sión de la fe.
         
El Concilio Vaticano II, en L G, Nº 12, dice: "Estos carismas, tanto los  extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo. Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su autenticidad y sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete, sobre todo, no apagar el Espíritu, sino "probarlo todo y quedarse con lo bueno", l Tes 5, 12.
         
El texto pretende sobre todo explicar el concepto de "carisma", distin­guiendo claramente entre los dones "más sencillos" y "comunes", a los que pueden aplicarse las palabras del apóstol de que, "a cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo", Efes 4, 7; 1 Cor 12, 11, y "los carismas extraordinarios". S. Pablo enumera estos dones extraordinarios de la manera siguiente:

  • "Sabiduría", para conocer y profundizar la verdades prácticas de la vida sobrenatural;
  • "Conocimiento", para conocer las verdades especulativas, de la  "fe" para los misterios de la revelación divina,
  • "Curación",  para curar de las en­fermedades del cuerpo y del espíritu
  • "Milagros",  virtud de hacer milagros
  • "Profecía",  para edi­ficación del cuerpo de la Iglesia
  • "Discreción de espíritus",  para dis­tinguir los falsos profetas de los auténticos
  • "Lenguas", para comuni­car en un estado de entusiasmo y con palabras ininteligibles para glo­ria de Dios;
  • "Interpretación de lenguas",  para la interpretación del discurso de lenguas.     

         
Lo decisivo de todos estos dones es que se otorgan "para edificación exhortación y consuelo de la comunidad", de ahí que "que el más alto de todos los carismas sea el amor (la caridad)", l Cor 13.
         
También vemos que los carismas que S. Pablo introduce en Efes 4 como especiales "dones del Espíritu" y los presenta en 1 Cor 12, 28, junto con diversos ministerios y servicios como "instituciones" de Dios puestas al servicio de la Iglesia: Apóstoles, Profetas, Maestros, los que poseen poder de hacer milagros, los que tienen don de curar, de asistir a los necesitados, de gobernar, de hablar lenguas, y el de interpretarlas. Ello demuestra que los carismas en modo alguno se pueden ejer­cer en contra de los ministerios, ni tampoco a la inversa. Carisma y ministerio, todo es don de Dios y todo ha de servir a la unidad, a la paz y a la edificación y consuelo del Cuerpo de la Iglesia.
         
La teología dogmática distingue entre: "gratia gratis data", aquella gracia que se concede a algún bautizado para salvación de otras personas; de la gracia "gratia gratum faciens", gracia de santificación que se otorga a todos los bautizados para su santificación personal. Esta gracia hace agradable en el acatamiento de Dios a aquel que la reci­be (gratum), bien santificándole formalmente, (gracia santificans), bien disponiéndole para la santificación o conservándole en ella, o acrecentándosela (gratia actual). La "gratia gratum faciens" cons­tituye el fin de la "gratia gratis data" y es,  por tanto, intrínse­camente más elevada y más valiosa que aquella, 1 Cor 1, 12-31.


30.8.2. SERVICIOS
         
La palabra "servicio" es de gran raigambre cristiana. Servicio, viene de "siervo", en este caso se trata de servir al Señor, Rom 6.22. El servicio de Dios excluye cualquier otro servicio, Mt 6, 24. Los ­cristianos sirven a Dios no en el temor, sino en la libertad de hi­jos, Jn 8, 33-36; Rom 6, 7. No siendo ya siervos, sino amigos de Jesús, Jn 15, 15, participan en el servicio de Dios que él mismo realizó por la causa del Evangelio, Filp 2, 7, deben, incluso, hacerse esclavos de los demás, Mt 20, 27; Gal 5, 13. Desde esta perspectiva "servir" es un asunto honroso y servir a Dios es una forma magnifica de amar al prójimo: "dedicarse al servicio de los santos", 1 Cor 16, 15, en la caridad, 2 Cor 9, 1, al servicio de la palabra, 2 Cor 3, 8, en el servicio de la reconciliación, 2 Cor 5, 19, o en el servicio apostólico, Hech 1, 25; Efes 4,1 2.
         
El servicio es la caracterización más noble de cualquier cristiano, después de que Cristo dijera de sí mismo: "yo no he venido a ser ser­vido sino a servir y dar mi vida para salvación de todos", Mt 20, 28; Mc 10, 45. Y en la última cena santificó el ejemplo de servicio con el lavatorio de los pies, Jn 13, 14, s.s, habiendo dicho igualmente: "El que me sirva que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Al que me sirva, el Padre le honrará", Jn 12, 26. En este servicio se despliegan los dones de la gracia (caris­mas) del Espíritu en bien de la edificación de la Iglesia, cuya plura­lidad presenta el Apóstol cuando habla de un carisma "de la palabra del conocimiento... de hablar lenguas, de discernir espíritus, etc." 1 Cor 12, 4-11. Todos estos carismas tienen su unidad en el único Es­píritu, en el único Señor y en el único Dios. 1 Cor 12, 4-11.
         
Todo este servicio está sostenido por las actitudes fundamentales de "la humildad, mansedumbre, comprensión y soportándose unos a otros en la caridad", Efes 4, 2; Col 3, 12. De este modo, el término "servicio" caracteriza la actitud fundamen­tal de Jesús en la tierra. Servir a Jesús es seguirle, servir a los demás es servir al mismo Jesús, Mt 25, 44, s.s. En la Iglesia primitiva el término "servicio", tiene el sentido específico de desempeñar una función de asistencia caritativa y apostólica. Hech 6, 1-4; Rom 11, 13; 2 Cor 3, 3-9; Col 1, 23; 1 Tim 1,12.


30.9. CARISMAS INSTITUCIONALIZADOS. LA VIDA RELIGIOSA
         
La Constitución dogmática sobre la Iglesia L G, dedica el capítulo 6º al tema de los religiosos, o la vida religiosa, en el Nº 43, dice: "Los consejos evangélicos de caridad consagrada a Dios, de pobreza y de obe­diencia, como fundados en las palabras y ejemplos del Señor, y recomendados por los Apóstoles y Padres, así como por los doctores y pasto­res de la Iglesia, son un don divino que la IgIesia recibe del Señor y que con su gracia conserva siempre. La autoridad jerárquica, bajo la guía del Es­píritu Santo, se preocupó de interpretar estos consejos, de regular su práctica e incluso de fijar normas estables de vivirlos. Esta es la causa de que, como en árbol que se ramifica espléndido y pujante en el campo del Señor partiendo de una semilla puesta por Dios, se hayan desarrollado formas diversas de vida solitaria o comunitaria y varie­dad de familias que acrecientan los recursos ya para provecho de los propios miembros, ya para el bien del Cuerpo de Cristo... Este estado (de la vida religiosa), si se atiende a la constitución divina y je­rárquica de la Iglesia, no es (un estado) intermedio entre el de los clérigos y el de los laicos, sino que de uno y de otro algunos cris­tianos son llamados por Dios para poseer un don particular en la vida de la Iglesia y para que contribuyan a la misión salvífica de ésta, cada uno según su modo".
         
También se ha denominado al estado de vida religiosa como: "Vida consa­grada". El término "consagración", lo usa el Concilio Vaticano II, con el signi­ficado constante y global de "donación íntegra de sí a Dios". Cristo, es consagrado (ungido), y enviado al mundo por el Padre (L G, Nº 28). El Pue­blo de Dios, por la regeneración y la unción del Espíritu Santo en el  bautismo, es consagrado para formar una morada espiritual y un sacer­docio santo (L G, Nº 10). Los Obispos, son consagrados en su consagración episcopal, en el rito sacra­mental de la consagración les confiere "la plenitud del sacerdocio" y la capacidad de ejercitar el oficio de santificar, enseñar y guiar, al pueblo de Dios, (L G, Nº 21). Los presbíteros, son consagrados para predicar el evangelio guiar a los fieles y celebrar el culto (L G, Nº 28). Los laicos, son de­dicados a Cristo y consagrados por el Espíritu Santo (L G, Nº 34). El Concilio Vaticano II, destaca la existencia de la consagración también en la vida religiosa;  por eso la consagración no es exclusiva de la vida religiosa, sino que es compartida por ella con otros estados de vida. La nota esencial de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo me­diante la práctica de los consejos evangélicos, en una forma jurídica reconocida por la Iglesia que normalmente es la forma de vida de cada familia religiosa.
         
Así la vida religiosa se coloca en su estricto valor de se­guimiento de Cristo, pero más de cerca "pressius", L G, Nº 42, a la mane­ra de los discípulos, Lc 8, 1-3; Lc 3, 14. Este seguimiento "más de cerca" se concreta en la práctica de los consejos. Lo característico del es­tado religioso es la práctica de esos consejos evangélicos "comunitariamente", Nº 43, y con la aprobación jerárquica de la Iglesia. Nº 44.


30.9.1. ORIGEN DIVINO DE LOS CONSEJO EVANGÉLICOS

Los consejos evangélicos es­tán fundados en las palabras y ejemplos del Señor, y son un don divi­no que la Iglesia ha recibido de Cristo y conserva a través de la tra­dición de los Apóstoles y de los Santos Padres con todo esmero. Lo im­portante en esta visión del consejo evangélico es que no lo reduce a los que están formulados verbalmente en el Evangelio, pues sería difí­cil encontrar esa formulación para algunos, sino a todos aquellos que se encierran en los ejemplos de la vida de Cristo.
         
Los consejos son un don, un carisma dado por Cristo a su Iglesia. Esto implica un concepto más vital del consejo evangélico, en virtud del cual abrazar los consejos evan­gélicos es necesariamente imitación y seguimiento de Cristo. ­La vida religiosa es una consagración: "Por los votos, o por otros sagrados vínculos parecidos..., se entrega (el religioso) al servicio de Dios sumamente amado, de modo que él queda destinado, por un nuevo y peculiar y peculiar título. Ya por el bautismo había muerto al pecado y esta­ba consagrado a Dios; sin embargo, para extraer de la gracia bautis­mal fruto más copioso, pretende, por la profesión de los consejos evangélicos, liberarse de los impedimentos que podrían apartarle del fer­vor de la caridad y de la perfección del culto divino, y se consagra más íntimamente al servicio de Dios". "Pero como los consejos evangélicos, mediante la caridad hacia la que impulsan, unen especialmen­te con la Iglesia y con su misterio  a quienes los practican, es necesario que la vida espiritual de éstos se consagre también al provecho de toda la Iglesia. De aquí el deber de trabajar según las fuerzas y según la forma de la propia vocación, sea con la oración, sea también con el ministerio apostólico, para que el Reino de Cristo se asiente y consolide en las almas y para dilatarlo por todo el mun­do. Por lo cual, la Iglesia protege y favorece la índole propia de los diversos institutos religiosos". L G, Nº 44.
         
No hay que pensar que la consagración religiosa sea distinta de la consagración bautismal, que es la fundamental consagración cristiana, Mt 28, l9; pero "para poder conseguir un fruto más abundante de la gracia bautismal....", L G, Nº 44, el religioso se "religa", es decir, se liga con unos nuevos vínculos, (los tres votos: pobreza, castidad y obediencia), con los que garan­tiza más plenamente su consagración bautismal. Esta consagración de la vida religiosa, que no es otra cosa sino una forma determinada y concreta de expandir el dinamismo bautismal, es tanto más perfecta  cuanto más perfecto sea el vínculo y el compromiso voluntario.
         
Así el vínculo perpetuo es evidente y principal. El vínculo temporal se toma con frecuencia a manera de prueba. Con solos los votos tem­porales el sacrificio no es total, porque solo hay holocausto cuan­do uno ofrece a Dios todo lo que tiene.
         
La vida religiosa es un signo escatológico: En L G, Nº 44, se dice: "Por consiguiente, la profesión de los consejos aparece como "una señal" que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Igle­sia a cumplir diligentemente los deberes de la vocación cristiana". El valor de signo lo realiza, según la constitución L G, en tres dimensiones:
         
  • Aspecto escatológico: El estado de vida religio­sa es un recuerdo y una advertencia para el cristiano de que está en este mundo en marcha hacia la ciudad permanente, y que, aunque los valores terrenos no son en ninguna manera despreciables, sin embargo, son pasajeros.    
  • Aspecto cristológico: Es también un recuerdo a los cristianos de la necesidad de imitar a Cristo, por eso, el "esta­do religioso imita más de cerca y hace presente perpetuamente en la Iglesia aquella forma de vida que el Hijo de Dios tomó al entrar en el mundo para cumplir la voluntad del Padre", L G, Nº 44. Esta imita­ción se centra especialmente en la consagración virginal en vistas al Reino, en la pobreza voluntaria y en la obediencia, en una palabra todo ello orientado a la caridad.   
  • Aspecto de la trascendencia del Reino y de sus exigencias: Sólo la fuerza del  Espíritu impulsó a Cristo al desierto para comenzar así su vida pública, es capaz de empujar a tantos hombres al desierto en medio del mundo, en vistas a la salvación del mismo mando con la gracia de Cristo.

        
30.9.2. FINALIDAD PROPIA DE LA VIDA RELIGIOSA
         
La finalidad de la vida reli­giosa es la perfección cristiana en el ejercicio de la caridad. El pa­pa Pío XII decía que el estado de vida religiosa: "en tanto tiene razón de ser y es válido en cuanto se adhiere al fin propio de la Iglesia ­que consiste en conducir a todos los hombres a la santidad. Aunque todo cristiano, bajo la guía de la Iglesia, tiene que llegar a esa santa cumbre, sin embargo, los religiosos se dirigen a ella por un camino propio y con medios de naturaleza más sublime".
         
Por el bautismo hay una vocación genérica a la santidad, común a to­dos los hijos de Dios; y hay una vocación específica al estado de per­fección que consiste en una invitación particular por parte del Señor y requiere unas disposiciones particulares que son fruto de la gracia. Así entendido, la vocación religiosa es un carisma o manifestación es­pecial, que se inserta en la vocación universal a la santidad en la Iglesia.
         
La santidad sobrenatural es sustancialmente igual para todos, como participación en la misma santidad de Dios por la gracia santifi­cante. Pero no todos participan en el mismo grado, ni de la misma mane­ra en la perfección de Dios que por su infinitud, es participable en formas y medidas muy diversas. Todos los que están llamados a la perfección, son todos los bautizados; pero no todos lo realizan del mismo modo o manera. Los religiosos tien­den a la perfección por un camino peculiar y propio; más radical y más directo que el de los fieles comunes, es decir, por el camino de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.
         
El estado religioso se llama estado de perfección no en el sentido de que todos los religiosos sean santos y perfectos, (eso sólo Dios lo sa­be); sino porque es un género de vida más perfecto por la imitación de los ejemplos y enseñanzas de Cristo, a través de la práctica de los consejos evangélicos, y porque está ordenado al aumento y perfección en la vida de caridad. Los institutos religiosos no constituyen simples asociaciones u orga­nizaciones de beneficencia o apostolado, sino que son, en primer lugar escuelas de santidad.
         
La multiforme actividad que llevan a cabo en el campo del apostolado, de la enseñanza, de la cultura, de la beneficencia, etc, demuestra la vitalidad que deriva de la vida interior y es un testimonio de su importancia evangélica. Pero la validez y la grandeza de la vida religiosa están vinculadas con la búsqueda de la perfección a través del carisma propio de la institución a la que el religioso pertenece. Así la primacía de la vida interior y el culto de los valo­res sobrenaturales son inseparables de la auténtica vida religiosa y constituyen su testimonio en la vida pública de la Iglesia.
         
En la vida religiosa todo está ordenado en función de la vida de per­fección: los votos, la regla propia de cada instituto, las prácticas de piedad, la mortificación y abnegación en todo, son los medios ade­cuados ofrecidos por la Iglesia. Su eficacia está ligada al compromi­so personal de cada religioso y al esfuerzo constante, prolongado du­rante toda la vida, de tender a la perfección en la caridad. Por eso el Concilio Vaticano II, ha recordado a los religiosos su vida de fide­lidad y perseverancia en la vida religiosa.

         
Así en el decreto sobre la adecuada renovación en la vida religiosa Nº 4, d: "Recuerden los reli­giosos que la esperanza de la renovación ha de ponerse más en la mejor observancia de las reglas propias y constituciones que no en la multi­plicación de leyes". Y en L G, Nº 47, dice: "Todo el que ha sido llamado a la profesión de los consejos evangélicos esmérese por perseverar y aventajarse en la vocación a la que fue llamado por Dios, para una más abundante santi­dad de la Iglesia y para mayor gloria de la Trinidad, una e indivisible, que en Cristo y por Cristo es la fuente de toda la santidad". Y en el decreto sobre la renovación de la Vida Religiosa, Nº 5, d: "Los religiosos, fieles a su profesión, dejándolo todo por Cristo, Mc 10, 28, deben seguirle a Él", Mt 19, 21 como a lo único necesario, Lc 10, 42, oyendo sus palabras, Lc 10, 39, y dedicándose con solicitud a los intere­ses de Cristo, 1 Cor 7, 32.



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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.


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