P. Francisco Del Castillo, S.J. |
P. Rubén Vargas Ugarte S.J.
1. LOS ORÍGENES DE LA DEVOCIÓN
Tras él justo es mencionar al insigne autor de La Cristiada, el dominico Fray Diego de Hojeda. En los claustros de Santo Domingo, en donde vistió el hábito de religioso o en los de la Recoleta Dominica, escribió su Poema, que todo él rezuma su grande amor a Cristo. Dotes tenía como para emprender una obra de este género, pero sus estrofas son más bien fruto de la meditación asidua de la Pasión del Redentor y he ahí por qué en la edición príncipe dela Cristiada, figura un grabado en el que aparece Hojeda a los pies del Crucificado y de sus labios brota esta frase: Bebo el agua de la fuente del Salvador o en otros términos: Bebo de la fuente que mana de su Corazón.
Respondiendo
a la pregunta que se hace, es decir, por qué quiso Cristo morir en una cruz,
responde de esta manera:
Quiso morir en Cruz, porque
no había
género de tormento
formidable
de más afrenta ni demás
porfía,
ni más terrible en sí ni más
durable,
y con él declararnos
pretendía
su ardiente caridad, su Amor
afable,
que quien por el amado así
padece,
su pecho abierto en su
pasión le ofrece.
Y
más abajo en este mismo Libro XII, describe el momento en que José y Nicodemo,
depositan en el regazo de María el cuerpo yerto de su Hijo y dice así:
Vino al fin a la llaga del
costado,
a la preciosa llaga
descubierta,
para mirar el Corazón
sagrado,
como una ancha y venerable
puerta.
Viólo y dejólo en lágrimas
bañado
y otra llaga en el suyo vido
abierta,
llaga espiritual y llaga
viva
de la llaga del muerto
compasiva.
Otros
pasajes podían citarse, pero con lo dicho basta. Hojeda que en 1615 se
extinguía en el convento de Huánuco, pero cuyos restos reposan hoy en la cripta
de la sala del Capítulo de Santo Domingo de Lima, fue un gran amador de Cristo
y como tal no pudo menos de penetrar en su interior y descubrir las riquezas
encerradas en su Corazón.
1.4. El V. P. Juan de Alloza, S.J.
El venerable P. Juan de Alloza, de la Compañía y natural de la ciudad de Lima, fue tenido en vida y después de su muerte por hombre santo y de gran virtud. Lo elevado de su espíritu y el alto grado de oración a que llegó le merecieron el calificativo de extático. En una órbita que escribió para los Congregantes de María y que por desdicha, se ha perdido, hallamos esta exhortación: “Entrar dentro del amorosísimo Corazón de Jesucristo, y viendo que en él está toda la esfera del fuego del Divino Amor y que la leña con que arden son los encendidos deseos que tiene de la salvación de las almas que tanto le costaron, soplar y atizar el fuego para que crezcan sus llamas con estos afectos: “Oh gran Señor ¡Si todos los hombres y mujeres del mundo se salvasen! ¡Oh si no hubiese nadie que os ofendiese!...”
No
es pues de extrañar que a tan fervoroso amante de Jesucristo el mismo Señor le
premiase, convidándole a acercar sus labios a a llaga de su costado. El mismo
lo refiere en un Memorial que escribió por orden de uno de sus confesores y
dice que sintiéndose muy acongojado por la incertidumbre que tenía de su
salvación, recibió del Señor este favor y luego de haber aplicado sus labios al
pecho abierto de Cristo quedó tan consolado y tan lleno de confianza que pudo
escribir este dístico:
Non est cur timeam mortem, nam sanguine sacro,
Christe, tuo resident vita salusque simul.
En
los Procesos de su beatificación, existentes en el archivo Arzobispal de Lima,
se conserva su Autobiografía y basta recorrerla para darse cuenta de la íntima
unión del Siervo de Dios y Jesucristo.
Refiriéndose a su estancia en el Colegio de Huamanga, en donde no le faltaron
desolaciones y dolores, añade que también fueron muchas las gracias y favores
que recibió del cielo. En este dístico condensa su sentir:
Non sol tot mittit radios e culmine coeli quot mihi
divinus lumina amoris, amor.
Entre
esas Mercedes no puede omitirse la de la transverberación de su corazón.
Expresamente dice el P. Alloza: “que después de haber sido tratado con aspereza
por uno de los religiosos y escuchado palabras hirientes, puesto en oración, le
pareció que las cinco llagas de Cristo Nuestro Señor se imprimían en su propio
cuerpo y, fuera de revestirlo de un fulgor extraordinario, lo colmaron de
indecible suavidad, al mismo tiempo que hacían crecer en él los deseos de
sufrir y padecer. Hablando luego de la oración y de su facilidad en unirse a
dios, aún con sólo decir: Padre nuestro, agrega: “… muchas veces se me
representa vivamente que con un dardo encendido me clava el corazón y a veces
con tan violento afecto de deseo de ir a ver a Dios que me pone en peligro de
muerte. Lo que aquí me pasa puntualmente se puede ver en la Vida de Santa
Teresa, que ella escribió en el Capítulo XI, Morada Sexta”.
1.5. El V. P. Francisco del Castillo, S.J.
El venerable P. Francisco del Castillo fue digno émulo de su hermano en religión el P. Alloza. Aunque en su Autobiografía procura hablar lo menos posible de sí, acá y allá asoman los encendimientos de su alma y los favores que recibió del cielo. Era aún estudiante de filosofía y en este tiempo dice: “que sentía un júbilo, alegría y consuelo grande en el corazón, otras me parecía y como que sentía tener la boca en el sacrosanto costado y llaga de Cristo Nuestro Señor, de quien me parecía sentir la presencia, no con figura o imagen corpórea sino con un modo intelectual muy delicado y sutil…”
En
abril de 1666 sintió los efectos de su unión con Cristo crucificado de modo que
el alma y aún el cuerpo se sentían como penetrados y unidos a Cristo. No es
fácil explicar con palabras este favor, pero el V. P. nos describe sus efectos,
de esta manera: “De aquí nacen los tiernos y amorosos abrazos con Cristo
Nuestro Señor crucificado, el parecerle y sentir el alma que le da a besar la
llaga de su costado, el entrarse el alma dentro del Corazón del Señor, el
parecerle que quiere volar por los aires con Cristo Nuestro Señor crucificado.
De aquí la apretura grande en los ojos, la suavidad y gusto en la lengua, el
incendio, regalos y deliquios del corazón, el parecer que el corazón crece y
que no se puede contener ni cabe en el pecho, el quedar sin fuerzas el cuerpo,
rendido ya como muerto y, finalmente, el parecer y sentir que Cristo Nuestro
Señor solamente está viviendo y amando en el alma y que puede decir con San
Pablo: “Vivo yo, ya no yo, sino Cristo vive en mí”.
Gracias
semejantes le fueron otorgadas más de una vez, de modo que vinieron a hacerse
frecuentes en su vida. Estando un día en su celda, en la casa de los
Desamparados, vio en visión intelectual a Cristo y sintió que su alma quería
volar y entrarse en el sacrosanto costado y unirse a su Divina Majestad y dice
el V.P. que oyó estas palabras: “que el modo para volar y entrar por el costado
a su Corazón era el abatirse y humillarse y que cuanto más se humillase, tanto
más veloz subiría el alma y entraría en su Corazón”. Por eso fue humildísimo y
mereció se repitieran tan extraordinarios favores.
1.6. Sor Paula de Jesús Nazareno
Para finalizar presentamos a un alma candorosa y pura, como el blanco hábito que vestía de Nuestra Señora de la Merced. Nacida en Lima el 10 de enero de 1687 e hija de Don Pedro Vallejo y Carriego, Caballero de Alcántara, muy niña entró en el convento junto con su hermana Rosa. Hizo notables progresos en todas las virtudes y el Señor la enriqueció con dones extraordinarios, como puede verse en su Vida que escribió por orden de su director espiritual. Una página de ella servirá para conocerla. Dice así: “Un día, después de haber comulgado y recogídome interiormente, decíale yo a mi Señor y Dueño de mi alma: Llevadme a la fuente, vámonos a las frescuras, mas esto no lo decía yo como que nacía de mí el decirlo, sino parecíame enseñármelo mi Señor, para que se lo dijese ni yo sabía lo que me decía. Halléme pues al instante a orillas de una fuente en compañía de mi Señor, que aunque no le veía sentía claramente estar conmigo, así como un ciego que tiene una persona cerca de sí y ésta le habla que aunque no la ve puede asegurar ciertamente que la tiene cerca de sí y está en su compañía, así le pasaba a mi alma que, aunque no veía a mi Señor, le sentía tan claramente cerca de ella y la hablaba tan inmediato mi Señor que conocía claramente estar en su compañía. Decía yo, qué fuente es esta donde mi Señor me ha traído y que tanto recreo me causa y aunque esto no lo pronunciaba, hablome mi Señor, diciéndome. Yo soy fuente de aguas vivas. Deseé tener inteligencia de estas palabras de mi Señor y díjome: Mira, yo soy fuente de aguas vivas porque de mi dimana todo o bueno y esto es lo que da vida al alma, pues mediante las virtudes que yo la comunico se hace heredera de la vida eterna. Dióme con esto un gran deseo de morirme, por ir a estar siempre en compañía de mi Señor y quitarme del riesgo que tenemos mientras vivimos de poderle perder. Servíame de gran peso mi libre albedrío, pues me parecía que Él podía ser causa de apartarme de tan gran bien y que muriéndome me libraba de tan gran enemigo y arrebatada de este deseo, empecé a decir los versos siguientes, los cuales me parecía cantárselos mi alma a mi Señor:
Vámonos a la fuente,
querido mío,
donde viva contigo
sin mi albedrío.
Sácame de prisiones,
vámonos luego,
donde pueda gozarte
por tiempo eterno.
Un
alma tan enamorada de Cristo y de tan subida perfección no podía menos de
buscar asilo en el Corazón del Redentor. Ella misma en uno de sus cantares nos
dice cómo en Él había colocado todos sus afectos:
Ocupando el corazón
tan noble y divino dueño,
ya no hay cuidado otro
alguno,
todos
los demás murieron.
A
su vez, el Señor se complacía en habitar en el pecho de su sierva y ésta lo
dice en estos versos:
Tú eres la que huyes de mí,
que yo siempre te pretendo,
solicitando me des
en
tu corazón un lecho.
Paula,
como se ve en su Vida, tuvo sus delicias en esta mística unión con cristo y en
unirse a su corazón y el Señor a su vez no se apartó de su sierva que tan
fidelísimamente se había entregado a Él (1)
(1)Vida de la Venerable Madre
Paula de Jesús Nazareno… escrita de su propia mano por la obediencia y orden de
su confesor el R.P.M. Fr. Miguel Antonio Rodríguez, de la Orden de la Merced,
siendo Vicario General de Lima. Monasterio de Mercedarias.
Bibliografía:
P. Rubén Vargas Ugarte S.J. Historia de la Devoción al Corazón de Jesús en el Perú.