La tradición
cristiana ha sido unánime en atribuir el tercer evangelio a San Lucas, el que
fue compañero fiel de Pablo en gran parte de sus viajes misioneros, y también
cuando el apóstol estuvo preso y fue conducido a Roma desde Cesaréa del Mar.
Hacia el 180
de nuestra era, el obispo Ireneo señala a este Lucas como el autor de este
tercer evangelio y también del “Libro de los Hechos”. De esa época data el
llamado “canon de Muratori” que recoge la lista de los textos oficiales
(canónicos) del Nuevo Testamento e identifica también al autor del tercer
evangelio como Lucas, el viajero compañero de Pablo.
Lucas, según
parece, era originario de Antioquía de Siria y provenía del paganismo. Era una
persona muy sensible y trataba a las demás personas con gran respeto y
delicadeza. Esta faceta suya es patente en sus escritos. Como creyente se
entregó a tiempo completo al ministerio integral de evangelización, y esta
actitud se manifiesta en un desprendimiento radical respecto de la riqueza y
del dinero, y en una predisposición muy grande a favor de los muchos pobres y
necesitados. Y esto le brota desde dentro pues el Espíritu Santo se muestra a
través de sus dos escritos como su principal animador y valedor.
Como escritor
manejaba la culta lengua griega común con estilo y arte, respetando al mismo
tiempo giros y palabras de origen semita. El escribe principalmente para los
cristianos convertidos del paganismo. Les quiere infundir un mensaje de
confianza y gozo, mostrándoles la misericordia, benignidad y humanidad de aquel
Jesús que él no llegó a conocer personalmente; aquel Jesús revelaba a un Dios
como padre nuestro providente y cercano. El es quien nos trasmite la parábola
del hijo pródigo.
En las
circunstancias en las que Lucas redacta su evangelio, conoce muy bien lo
escrito ya por san Marcos y maneja fuentes comunes al de san Mateo, pero él
tiene sus propias informaciones. La tercera parte de su escrito evangélico se
basa en este peculiar material suyo propio. El trató de hacer una “exposición
ordenada” de todo como así lo indica en el prólogo (1,3). Su redacción se sitúa
hacia los años ochenta.
… DESPUÉS DE
INVESTIGAR A FONDO Y DESDE SUS ORÍGENES TODO LO SUCEDIDO, TAMBIÉN A MÍ ME HA
PARECIDO CONVENIENTE PONERLO POR ESCRITO ORDENADAMENTE… (Lc 1,3)
Claves para
la lectura de Lucas
Prólogo
(1,1-4):
Lucas es el
único de los cuatro evangelistas que comienza su escrito con un prólogo
propiamente dicho en el que se nos indica el cuidado que ha puesto en reunir
las auténticas tradiciones que proceden de aquellos que conocieron al mismo
Jesús. Lucas, por tanto, asume su tarea como un escritor serio que comprueba
sus fuentes, reúne los materiales, los selecciona, los organiza y los redacta
con el fin de basar la fe de los cristianos en la persona de Jesús que no es un
mito sino que fue el protagonista de una historia.
Entre los
hombres (1,5-4,13):
En esta parte
introductoria nos encontramos con los relatos de la infancia (1,5 – 2,52) y la
manifestación de cuál va a ser la misión encomendada a Jesús (3,1-4,13) En las
narraciones de la infancia nos presenta los acontecimientos que marcan la
figura singular del precursor Juan Bautista en paralelo comparado con la de
Jesús. Desde el comienzo, su evangelio subraya la originalidad y novedad de
Jesús, y su “misterio divino” que los hombres van a ir captando según la
pedagogía del poco a poco. María es la primera que sin entender se entrega al
servicio de Dios (1,38) El Jesús que nace en Belén es el “salvador” de los
hombres y su Señor; y las palabras de Simeón en la presentación del niño en el
templo dejan entrever que se le puede rechazar, y que su misión podría fracasar
en gran parte.
Al recibir el
bautismo, Jesús es señalado como algo más que un profeta, portador de un
mensaje de salvación, pues Dios se manifiesta como Padre de Jesús, su Hijo el
predilecto. Su misión va a ser precisamente la de ser el hijo que ama y desea
hacer la voluntad del Padre. Pero este señor Jesús es verdadero hombre. Y su “genealogía”
subraya este aspecto humano (3,23-26) y más todavía el relato de las “tentaciones”
(4,1-13) en el que Jesús rechaza el compromiso y apego con la riqueza, el poder
y el éxito fácil por se el “Hijo de Dios”.
Hechos y
dichos (4,14-9,50):
Se inician en
Nazaret con un texto de Isaías, y la incredulidad de la gente de su mismo
pueblo, que pretende admirar milagros sin aceptar el cambio de su propio
corazón (4,16-29). Es a partir de la casa de Pedro en Cafarnaún (Galilea),
desde donde se difunde y se aprecia su actuar “como quien tiene autoridad”
curando a muchos enfermos y eligiendo a aquellos discípulos que le iban a
acompañar a tiempo completo.
A quienes le siguen,
Jesús les empieza a instruir con las enseñanzas de las bienaventuranzas, el
amor a los enemigos y la actitud de sinceridad y honestidad consigo mismo
(6,20-49). En el capítulo 7 recoge la fe del centurión pagano, la resurrección
del hijo de la viuda de Naín, la respuesta a los discípulos enviados de Juan el
Bautista y la polémica comida con Simón
el fariseo. Este capítulo ofrece ya junto con el capítulo 8, unos hechos que
van inclinando a sus discípulos a vislumbrar el misterio de su maestro. Luego
de la multiplicación de los panes y los peces, viene la confesión de Pedro: “Tú
eres el Mesías de Dios” (9,20). Un mesías sufriente, pero que será
transfigurado por la gloria del Padre (9,28-36)
Hacia
Jerusalén (9,51-19,28):
Esta parte
del escrito evangélico según Lucas está formada por unos diez capítulos. Jesús
se pone en camino (sube) hacia su muerte y su gloria según la voluntad del
Padre. En esta sección, el evangelista recoge una serie de enseñanzas,
exhortaciones y controversias que pueden iluminar y ayudar a los creyentes
cristianos en su tarea de anunciar el evangelio a todos los hombres. La
narración de hechos es más bien escasa en estos capítulos. A lo largo de este
caminar hacia Jerusalén aparece ya con claridad el hondo misterio de Jesús. El
va a morir y va a ser rechazado por Israel, pero también va a resucitar y su
salvación será ofrecida a todos, y muchos no judíos la aceptarán y podrán toda
su confianza sólo en él.
En la ciudad
santa (19,29-21,38):
Jesús entra
por fin en Jerusalén con gran alborozo y muestras de alegría. Se dirige al
templo santo que es casa de oración. Jesús imparte sus enseñanzas en el entorno
del santuario y expulsa de él a los traficantes de mercaderías y cambistas. No
es un deseado mesías político, “dad al César lo que es del César” (20,25), y
proclama que Dios es un Dios de vivientes, de resucitados. Anuncia la
destrucción de la ciudad y de su templo. Son señales de que el reinado de Dios
está ya cercano. Este es distinto del soñado.
Muerte y
resurrección (22,1-24,53):
Lucas narra
la densa cena pascual y en ella Jesús expresa el sentido que confiere a su
muerte, que es una nueva alianza, y que a partir de ahora surge un nuevo pueblo
de Dios. Jesús da la vida por los suyos. La oración en el huerto de los olivos
nos muestra un Jesús muy humano, “doloroso”, que siente miedo y soledad al
llevar a cabo la voluntad del Padre. A continuación el proceso de Jesús y su
condena y sentencia de muerte en una cruz como un marginal.
Toda la
experiencia pascual está descrita en tres escenas que subrayan la necesidad de
una pasión previa a la resurrección. En el episodio de la tumba abierta y ya
vacía: “Recordad… que el Hijo del hombre debía ser entregado…” (24,6-7); en el
camino hacia Emaús: “¿No era preciso que el Mesías sufriera todo esto…?”
(24,26); y en la aparición final a los once: “… ya os dije que era necesario
que se cumpliera todo lo escrito…” (24,44) De esta forma el evangelio llega a
una conclusión (24,50-53), y ésta consiste en la escena de la ascensión que
manifiesta la exaltación del resucitado que está junto al Padre. Con él también
nosotros participaremos en el reinado de Dios.
...
Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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