P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Gen 2,18-24; S. 127,1-6; Heb 2,9-11; Mc 10,2-12
Conclusión: la vida
en la familia es en cada persona muy importante para su propia salvación y para
cumplir con su misión en la Iglesia.
San Marcos, como ya
saben, se basa en la catequesis de Pedro en Roma a catecúmenos y bautizados en
su mayor parte de origen pagano. Eran idólatras y San Pablo en su Carta a los
Romanos nos descubre cómo eran y habían sido las costumbres familiares de
aquellas gentes. Dice que estaban entregados “a las apetencias de su corazón
hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos”, que estaban
entregados “a pasiones infames”, que “sus mujeres invirtieron las relaciones
naturales por otras contra la naturaleza…” (Ro 1,24ss).
El asunto era duramente
discutido entre los rabís. Habían dos opiniones muy opuestas: la del rabino
Shammai era el adulterio de la mujer y nada más; para Hillel valía cualquier
cosa que le desagradase al marido: hasta que se hubiese quemado la comida o
simplemente que otra mujer le gustara más.
Jesús rechaza el mismo
texto de Moisés, que justifica para el tiempo de Moisés como un mal necesario,
explicable por la dureza del corazón de los israelitas, y, apoyándose en el
mismo texto de la institución divina del matrimonio desde el comienzo de la
vida del hombre, declara con autoridad que el matrimonio es indisoluble en todo
caso. Porque “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
La historia de la
discusión termina ahí. Pero naturalmente chocaba con la opinión que siempre
habían escuchado los discípulos e insistieron por una mayor explicación. La respuesta
fue clara y tajante: hombre y mujer, realizado el matrimonio, no lo pueden ya
romper por ninguna causa.
En
el corrompido mundo pagano del Imperio Romano, la llamada a la castidad aparece
con frecuencia en las cartas de Pablo y en otros escritos cristianos. Nadie
crea que la modernidad ha descubierto nada nuevo en la liberación sexual; es un
retroceso a lo más viejo, primitivo y animal.
El
Catecismo de la Iglesia Católica, que contiene en sí las verdades fundamentales
que todo católico debe aceptar para serlo de verdad, nos enseña que la
institución social del matrimonio y la familia tienen su origen en la propia
naturaleza humana. Esto significa que los hombres y mujeres tienden a unirse
entre sí y a formar estas unidades sociales, que llamamos matrimonio y familia
empujados desde su propio interior, desde su propia naturaleza humana,
animal-racional. A medida que pasa el tiempo hombre y mujer van
desarrollándose, aparece el amor posesivo y exclusivo, nace el compromiso
natural total y el deseo creador. Surge así la institución social de la
familia, presente en todas las culturas y en todos los pueblos.
Todo
esto, que es cognoscible por la razón natural, es también confirmado por la
revelación desde el principio de ésta. Pero además el hombre no fue creado para
ser simplemente hombre, es decir como un animal que solo piensa y actúa
libremente; sino que recibió de Dios el espíritu divino, le hizo Dios partícipe
de su vida divina, lo hizo hijo suyo, lo hizo objeto de su amor y lo destinó a
participar de su gloria eternamente. Como la misma naturaleza humana, también
la familia, exigida por esa naturaleza, fue elevada al orden sobrenatural. El
Catecismo aporta una idea preciosa: “De un extremo a otro la Escritura habla
del Matrimonio y de “misterio”, de su institución y del sentido que Dios le
dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la
historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su
renovación “en el Señor” (1Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza
de Cristo y de la Iglesia (v. Ef 5,31-32)”. Por eso puede llegar a decir el
Catecismo sin miedo a exagerar: “Del Matrimonio válido se origina entre los
cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo por su misma naturaleza; además, en
el Matrimonio cristiano los cónyuges son fortalecidos y quedan como consagrados
por un sacramento peculiar para los deberes y la dignidad de su estado”(1638).
De esta forma la unión matrimonial queda “sellada por el mismo Dios” y se
integra formando parte de la alianza de Dios con los hombres (1639), que fue
establecida de modo definitivo por Cristo en la cruz. Dios es fiel y esa
alianza no se romperá jamás. “Este vínculo, que resulta del acto humano libre
de los esposos y de la consumación del Matrimonio, es una realidad ya
irrevocable y da origen a una alianza garantizada por la fidelidad de Dios. La
Iglesia no tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la
sabiduría divina” (1640).
Cuiden,
pues, los esposos este valor de su propio amor. Forma parte del conjunto de
valores más importantes religiosos y humanos de su vida humana y cristiana.
Rueguen a Dios con frecuencia para que les ayude a hacerlo crecer y no olviden
de hacerlo en la misa dominical, cuya participación en familia tiene un
significado especial para la Iglesia esposa de Cristo. En la escala de sus
valores denle más importancia que a otros valores sociales y económicos. Curen
pronto con el perdón las heridas que por la fragilidad humana le hayan podido
causar. Procuren que crezca, Vívanlo con alegría. Comuníquenselo. No olviden
que es un don para ustedes, para sus hijos, para la sociedad, para la Iglesia y
para Dios.
07.10.2012
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P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita†
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