Las promesas del Sagrado Corazón de Jesús - 3º Parte


P. Manuel Mosquero Martin S.J. †

Tercera Promesa del Sagrado Corazón de Jesús
"Les consolaré en todas sus aflicciones"




Murillo, genio en el arte pictórico, entre sus obras más célebres tiene un cuadro, que representa a San Francisco de Asís, apoyando su pie sobre el mundo y estrechando en apretado abrazo a Jesús crucificado, mientras Éste, desclava su brazo, y se lo tiende con amor. Símbolo maravilloso de las almas crucificadas, que buscan su consuelo en Jesús.

El Corazón de Jesús es el único consuelo verdadero de los atribulados.

Abrazar auténticamente la devoción al Corazón de Jesús, es resolver el problema más candente de la vida: el dolor.


En esta vida es inevitable el dolor

Nos lo dice la fe: “El hombre nacido de mujer vive poco y lleno de miserias” (Job).
Nos lo dice la Iglesia: Ella nos hace llamar a este mundo “Valle de lágrimas”; nos presenta el Crucifijo, imagen del varón de dolores”; nos propone el Corazón de Jesús rodeado de espinas y nos muestra la única vía del cielo, diciéndonos: “Si padecemos juntamente con Cristo es, para ser con Él glorificados”

Nos lo dice la experiencia: Recorred todos los caminos de la historia. Encontraréis, víctimas del dolor, a la humanidad, un continente, una nación, un pueblo, una familia, un individuo. Víctimas colectivas en las grandes catástrofes y víctimas individuales en las tragedias íntimas.
Y son víctimas del dolor en todas sus manifestaciones: guerra, hambre, pestes, inundaciones, terremotos, enfermedades, traiciones, torturas del cuerpo y agonías del alma, días de Gólgota y noches de Getsemaní. Todavía se recuerdan los fuertes terremotos que han asolado varios países.

El Corazón de Jesús, soluciona el problema del dolor

Él mismo lo promete: “Les consolaré en todas sus aflicciones”. Muchas veces deseamos que no vengan a nosotros los que sufren. Mucho menos los llamamos, porque nos sentimos impotentes a consolarlos. Sin embargo, Jesucristo nos ofrece esta promesa de consuelo para todas nuestras aflicciones, promesa que es un eco de aquella su afirmación categórica: “Venid a Mí los que padecéis y andáis agobiados…”. Es una invitación sin límites. “Que Yo os aliviaré”. A esa invitación ilimitada sigue una promesa terminante)

Fuera de Él no hay verdadero consuelo. “Llorar lejos de Dios (en la incredulidad o en el cumplimiento de su Ley) es llorar en el desierto. La arena absorbe las lágrimas, que son sangre de nuestro corazón” (S. Agustín). Y otro pensador religioso, Hartzenbusch, aseguró que “no puede haber muchos días hermosos en el olvido de Dios y en la mentira de las pasiones”.

Mucha gente se engaña con la idea de que la felicidad consiste en la satisfacción de sus deseos; y no reparan que el deseo es tan insaciable como el mar, y tanto más alborotadamente ruge cuanto con mayor premura cedemos a sus exigencias. El halago de nuestros egoístas apetitos intensifica el hambre del alma. Una de las mayores desilusiones del rico es no poder comprar la felicidad con su dinero, pues el dinero no satisface más que una parte de nuestro ser, ya que “no sólo de pan vive el hombre”.

En Él está el verdadero consuelo. “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón estará quieto hasta que descanse en Ti” (San Agustín). Después, por la posesión beatífica; ahora, por la presencia de la gracia divina, hecha amistad entre el pobre hombre y su Dios.
Entre los amantes y apóstoles del Sagrado Corazón encontramos a los que sufren con resignación y gozo:

“Señor, no creeré que me amas, si no me haces sufrir mucho y por mucho tiempo” (San Claudio de la Colombière)
“La vida sin sufrir, me sería insoportable” (Santa Margarita María de Alacoque)
Padecer o morir (S. Magd. De Pazzi)
Lo dice la S. Escritura: “Yo mismo os consolaré” (Is. 6,12).
“Bendito sea Dios… que nos consuela en todas nuestras tribulaciones” (2Cor 1,3-4) “Si algún consuelo hay, ése nos viene de Cristo” (Fil 2,3).


Modos de Consolarnos

¿Quitándonos las penas? No. Los sufrimientos para el cristiano, - que los soporta pacientemente, unido con Cristo, su divina Cabeza -, son una prenda segura de encontrarse dentro de los planes de la Redención. La cruz, según el abecedario cristiano, es la medida de la gracia y la gracia es la medida de la gloria. Por eso el Verbo la unió en su Persona, después en la de su Madre y, por último, en la persona de todos sus elegidos. Por eso el modo ordinario de consolarnos el Señor no será, quitándonos nuestras penas en el camino de nuestra vida, porque esto sería privarnos de una ocasión magnífica de glorificarle a Él y de merecer nosotros.

Aunque deje de sufrir, consuela. Es que hay otra manera de consolar, dándonos socorros actuales, para el momento del sufrimiento, que ilustren nuestro entendimiento, haciéndonos comprender que Dios no suprimió el dolor, sino que hizo algo más excelente, divinizarlo; y el que lo lleva en la vida, con valentía y garbo, ese es “como Jesús”. Es un arma, que consigue doble victoria: ser nuestro conductor al cielo y ser el redentor de nuestros semejantes. Sirve, pues, para nuestra santificación y para la salvación de nuestras almas. Y esos socorros serán también moción a la voluntad, para que acepte no sólo con resignación, sino también con alegría.

“El amor es la miel, que torna sabrosa las amarguras de la vida” (San Buenaventura).
“Cuando se ama, no se sufre; y si se sufre, hasta el sufrir es el mayor deleite” (San Agustín)
Amigo mío: Si piensas en serio, ¿verdad que es un disparate la súplica, que con palabras, o con el deseo dirige el pobre hombre a su Dios: “De tu cruz y de mis cruces, líbrame, Señor”?



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