P. José Luis de Urrutia, S.J. †
En el reciente abandono de esta práctica por los sacerdotes (apartándose de las orientaciones pontificias), podemos advertir diversas actitudes:
1. Negación de los hechos
Muchos no creen porque no admiten las pruebas. ¿Y por qué no admiten las pruebas? Detrás de esto está cierta mentalidad moderna. A priori, y más por tendencia intelectual que por raciocinio, minimizan todo lo sobrenatural. Esta tendencia es de origen racionalista-protestante, nadida principalmente en grupos alemanes, favorecida por nuestra euforia de progreso técnico-científico, y forma parte del actual humanismo prófugo de Dios e idólatra de la evolución. Es la falta de fe, que en el mundo se manifiesta por el ateísmo creciente, y en la cristiandad produce todas las desviaciones teológicas, faltas de obediencia y rebeliones contra el papado, que continuamente estamos padeciendo.
A quienes no se logra convencer de la existencia de los ángeles en la Biblia, o de la virginidad de María, según los Concilios, o del alcance del mismo primado pontificio (último criterio práctico y vínculo de unidad doctrinal y social), a tales heterodoxos (todavía tolerados), no nos empeñemos en probar el valor del culto al Sagrado Corazón; ni tan siquiera intentemos quitar sus prejuicios pueriles contra una terminología quizá menos acertada, o unos fenómenos místicos… Cuánto menos tendrán capacidad para apreciar el formidable regalo de la gran promesa. A ellos se aplica de lleno la frase áspera del Evangelio: “No echéis las perlas a los puercos” y a nosotros se nos advierte a continuación: “porque se revolverán contra vosotros” (Mt. 7,6)
2. Snobismo teológico (del cual se ha quejado repetidas veces Pablo VI)
Antes habría sacerdotes que se dejaban llevar excesivamente de su fobia contra las modas femeninas; ahora los hay que se dejan arrastrar irreflexivamente en su filia por las modas teológicas. En parte es respeto humano, en parte es un deseo de ser actuales. A ellos habrá que llamar la atención con San pablo: “Hermanos, videte vocationem vestram” (1 Cor 1,26). No queráis ser sabios según el mundo, tenéis que seguir a un Cristo crucificado, escándalo para unos y locura para otros. Y el mensaje de ese Cristo, vuestro Cristo, lo habéis de comunicar en comunión con la Iglesia, y su cabeza visible, siguiendo su Magisterio. Pero el Magisterio ya habló, y repitió, y sigue sosteniendo una enseñanza clara e indudable. No por capricho, sino por seguirla, escribimos estas líneas; y ella ha de ser siempre la piedra sobre la que colaboraremos a edificar la Iglesia. Si predicar la palabra o sentir con la Iglesia jerárquica resulta insoportable para los que buscan maestros que les halaguen los oídos, no por eso hemos de cejar (2 Tim 4,2 ss), pues “si intentamos agradar a los hombres, no somos servidores de Cristo” (Gal. 1,10). Por el contrario, si le confesamos delante de ellos, Él también (¡estupenda promesa!) nos confesará delante de su Padre celestial (Mt 10,32) Y puestos a ser originales, son tan pocos los que siguen a Cristo plenamente, que ésa es la mayor originalidad: la de los santos.
3. Pastoral comunitaria
El Vaticano II ha insistido en la unión de todos los cristianos: unión ecuménica, unión litúrgica (concelebraciones, misas participadas en comunidad…), unión en el mismo misterio de nuestra salvación (“fue voluntad de Dios salvar y santificar a los hombres no aisladamente, sino constituyendo un pueblo”) (Lumen Gentium 9). Una ascética anterior, nacida con el humanismo renacentista y contemporáneo de la libertad e igualdad individual de la enciclopedia francesa, había descuidado el aspecto social y comunitario del cristianismo, había insistido excesivamente en una visión egocéntrica de la santidad. Y ahora, al intentar superarla, desechan algunos, como parte de esa ascética ya inservible, la devoción al Sagrado Corazón, especialmente la práctica de los primeros viernes, cuya finalidad exclusiva es la salvación en solitario, prescindiendo totalmente del resto del Pueblo de Dios. En lo cual hay mucho de verdad, pero para exponer toda la verdad hay que hacer dos observaciones:
a. La misma devoción al Sagrado Corazón ha alcanzado su plenitud con Pío XI y Pío XII, no limitando la reparación, como Santa Margarita, a las ofensas que se hacen a Cristo en el altar, y ampliando la caridad fraterna, desde la primitiva, recomendada por la santa, de propagar esta devoción, hasta el cumplimiento del mandato nuevo de Cristo, a que exhorta la “Haurietis aquas” (Y así entendida, han podido decir ahora los Papas, que es “la norma de vida más perfecta” y “el mejor medio de practicar el cristianismo”)
b. La promesa de la perseverancia final, aunque individual y no comunitaria, por ser de tal importancia para todo hombre, y haber sido hecha por Cristo, bien merece una especial atención. Además, la promesa es estímulo para la práctica de la comunión, y ésta es esencialmente comunitaria y vínculo de unión entre los cristianos como entre los granos de trigo que forman una misma hostia, según la comparación tradicional. También la práctica de los primeros viernes supone e impulsa al espíritu de la devoción al Sagrado Corazón, “cuyo fin es laperfección de nuestro amor a Dios y a los demás” (Haurietis aquas)
4. Los signos de los tiempos
Toda la eclesiología post conciliar está en trance de “aggiornamento”, de acercamiento a los hermanos separados. Al hombre de nuestro tiempo hay que transmitirle el mensaje de salvación con formulaciones actuales, abandonando conceptos y modos de otras épocas ya trasnochados. Por eso no faltan quienes arguyen que la práctica de los Primeros Viernes, y en general la fórmula de devoción al Sagrado Corazón con sus restantes prácticas clásicas, más que de otra cosa es causa de desprestigio para la religión.
Es verdad que también esta devoción requerirá un “aggiornamento” en su terminología y en su presentación, como vimos lo tuvo en su misma estructura. Ya uno de sus órganos de difusión, el “Apostolado de la Oración” ha sido puesto al día por la Santa Sede (Estatutos de 1968).
Pero su esencia, como parte constitutiva de la doctrina cristiana, es inmutable. Si ayer fue la mejor forma de vivir el cristianismo, hoy no puede dejar de serlo, y hemos de repetirlo: “Veritas liberabit vos” (La verdad os liberará).
El Papa así lo juzga con palabras terminantes dirigiéndose a la Congregación General de la Compañía de Jesús (17 de noviembre de 1966): “El culto al Sagrado Corazón de Jesús es el medio más eficaz para lograr la renovación del mundo, según las normas del Concilio Vaticano II, incluso para luchar contra el ateísmo”. Actualidad y eficacia en la que también ha insistido en otros documentos, como en su carta apostólica Investigabiles divitias (6 de febrero de 1965): ·El culto al Sagrado Corazón, que, con tristeza lo decimos, ha decaído en algunos, ya en adelante florezca más cada día y se estime por todos” “lo exige nuestro tiempo, conforme a las normas del Concilio Vaticano II”. “Este ejercicio de piedad hay que inculcar antes que todos”. También el Vaticano II hizo pública profesión de este culto, cuando al comienzo de la segunda sesión, ya bajo Pablo VI, el primer viernes de octubre de 1963 toda la asamblea celebró la misa votiva del Sagrado Corazón.
No se puede decir, por tanto, que no esté de acuerdo con los signos de los tiempos. Si hoy tiene impugnadores, más los tuvo en el siglo XVIII (se le tachó de inútil, de dividir a Cristo, de influjo protestante y hasta de nestorianismo), cuando aún no había sido aprobado por la Santa Sede y cuando los jansenistas (entonces todavía tolerados) lo atacaban ferozmente. De la crisis del XVIII surgió el triunfo arrollador del XIX y XX. De la crisis actual estamosciertos que resurgirá con más pujanza que nunca, y será uno de los principales factores del espléndido renacimiento religioso que se avecina, “ultra quam speravimus” (más de los que podemos imaginar). La comunión de los primeros viernes, con su magnífica promesa, será uno de los elementos de resurgimiento y de ese renacimiento ya próximo.
Para leer la primera entrega:
Los Primeros Viernes - 1º Parte: Razones a favor
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El texto es una Comunicación Nacional del Apostolado de la Oración - Madrid, enero de 1969, del P. José Luis de Urrutia, S.J. †, en ese tiempo Director de la revista "Reino de Cristo" de dicho AO.
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