Motivo de las Cartas
San Pablo fue un apóstol muy extraordinario. Era un hombre eficaz, de acción, era un judío de origen nacido en Tarso, notable ciudad dentro de la cultura griega. Como judío convertido sentía profundamente el que su pueblo no hubiera aceptado a Jesucristo como a su Señor. Y como conocedor del idioma griego, se sintió llamado a predicar su mensaje evangélico a todo el mundo, más allá de aquella Palestina ensimismada. Conocía la lengua de la cultura dominante, y era capaz de escribir en su lengua de forma más que aceptable y precisa, como así lo demuestra su expresión escrita para comunicar con fuerza y vitalidad unas realidades espirituales.
Aquellas primeras comunidades cristianas por él fundadas, recurrían en su ausencia a él, mediante mensajeros y a veces de manera epistolar sobre sus propios asuntos internos y hasta sobre puntos doctrinales discutidos entre ellos. Pablo se sentía padre en la fe de aquellos cristianos y trataba de aclarar, de dar pistas de solución y sobre todo de animarle en su fe, por medio de sus frecuentes cartas y misivas.
De toda ésta su correspondencia, la tradición nos ha trasmitido, catorce cartas. Si hojeas tu Biblia, en la parte del N.T., después del libro de “Los Hechos de los Apóstoles”, aparece la Carta a los Romanos. De ésta hasta la llamada Carta a los Hebreos, suman catorce, y todas ellas han sido atribuídas a Pablo como su autor.
Sin embargo, parece seguro, supuesto el estado de la investigación actual sobre el tema, que no todas pueden ser consideradas como originarias de Pablo, aunque todas estén inspiradas en él. Se aceptan y admiten como claramente suyas la 1º a los Tesalonicenses, las dos de Corintios, las escritas a los Gálatas, a los Romanos y a los Filipenses y la dirigida a Filemón.
El presente capítulo trata de iniciarnos a la lectura de unas cartas que, cronológicamente hablando, son los primeros documentos escritos del N.T. Son anteriores a los mismos evangelios, al menos tal como hoy los conocemos. Pablo fue un converso radical, pasó de perseguidor a mártir.
Pablo en Tesalónica
En su segundo viaje san Pablo llegó a Tesalónica y la fecha más probable, se fijaría en el invierno entre los años 49-50. Recordemos aquí la visión inspiradora que Lucas nos describe en los Hechos: “Durante la noche, Pablo tuvo la visión de un macedonio de pie, que le rogaba: - Pasa a Macedonia y ayúdanos – En cuanto vio la visión, tratamos de salir para Macedonia, convencidos de que Dios nos llamaba para anunciarles la Buena Nueva” (Hch 16, 9-10)
Tesalónica era una populosa ciudad y un importante centro comercial. Su población se eleva a los 200 000 habitantes. Hoy, con el nombre de Salónica, sigue manteniendo su indiscutido valor estratégico. En aquel entonces se encontraba ubicada en la “Vía Egnatia” que era la ruta que unía por tierra a Roma (fuera del paso del Adriático en su sección más estrecha) con Constantinopla, y era ya uno de los puertos más seguros del mar Egeo.
El relato de la permanencia del apóstol Pablo en Tesalónica lo podemos encontrar en el pasaje Hch 17,1-10. La comunidad judía era numerosa. Pablo fue invitado a tomar la palabra en la sinagoga. El texto de los Hechos ya antes citado sugiere que Pablo eligió como tema de interpretación bíblica el cap. 53 de Isaías, sobre el Mesías sufriente. Su predicación causó un gran impacto, de tal forma que algunos judíos provocaron disturbios en contra de Pablo. Este se vió obligado a huir hacia Berea y Atenas. Su trabajo misionero en la cuidad había durado a lo sumo unos tres o cuatro meses. En Atenas Pablo, preocupado de la comunidad de Tesalónica, envió a su discípulo y compañero Timoteo para recabar noticias de aquellos cristianos tan esperanzados y tan queridos (1 Tes 2,17-3,5). Luego de varios meses de espera, recibió en Corinto las buenas nuevas de Timoteo, la de que aquellos cristianos tesalonicenses soportaban con coraje la persecución de algunos judíos; pero, también le informó Timoteo que al ir falleciendo algunos de ellos, ciertos miembros de aquella iglesia estaban perplejos pensando en cómo los ya difuntos podrían asistir y beneficiarse de la venida del Señor. Al parecer, Pablo habría insistido en un pronto regreso en poder del Señor glorificado (“Parusía”).
1º Carta a los Tesalonicenses
“Si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto, Dios por medio de Jesús, los llevará con Él” (1 Tes 4,14)
Guía de la 1º Carta a los Tesalonicenses
1,1-3,13: Saludo * La fe y el ejemplo de los tesalonicenses * “Tratamos a cada uno como un padre trata a sus hijos” * Timoteo regresa con noticias muy consoladoras.
4,1-5,22: Una vida agradable a Dios * La suerte de los creyentes que ya han muerto en el Señor * A la espera de su venida * Recomendaciones prácticas.
5,23-28: Bendición y saludo final.
La primera carta a los cristianos tesalonicenses es considerada hasta ahora por los expertos como el primer escrito de todo el N.T. (data del a. 50-51). Pablo escribe esta carta, motivado sin duda por el cariño pero sobre todo por la preocupación al ver aquella tan prometedora comunidad cristiana perseguida por la sectaria intolerancia de interesados e influyentes judíos y prosélitos (simpatizantes de los judíos). El deseo de abrir a la esperanza su fe incipiente le impulsa a insistir sobre algunos puntos acerca de la llamada “Parusía”.
Para una mejor comprensión y lectura puede dividirse la carta en dos secciones: La primera (1,2-3,13) destaca como idea motor, su acción de gracia a Dios por la fortaleza que ellos reciben y muestran en la persecución; la segunda (2,1-5,22), se inicia con unas exoneraciones a la fidelidad en el amor conyugal como expresión real de la consagración a Dios como cristianos que son. Ser cristiano no es ser cualquier cosa, porque “ese ser” viene de Dios. Hace una referencia al trabajo manual para no ser gravosos a nadie y poder así ser libres.
Se inicia en esta primera carta el tema de la suerte final de los cristianos que mueren en la paz del Señor. ¿Qué será de aquellos cristianos fallecidos antes de la venida gloriosa del Señor? Si ya han muerto, ¿cómo podrán participar de este acontecimiento? Eran algunas de sus preguntas.
Pablo responde en su breve escrito que quienes mueren en Cristo, al final de la historia humana que él la presiente cerca, es decir, cuando venga Cristo en fortaleza y gloria, quien haya muerto “en Cristo” ése siempre seguirá con Cristo. El espera que el final va a acontecer pronto, incluso estando él aún con vida. Ante la perversidad de aquellos judíos perseguidores de los cristianos, él al menos desea que el “día del Señor” acontezca y no se demore demasiado. Todo esto en definitiva es un misterio, y nada sabemos sobre fechas y tiempos que pertenecen a Dios. En consecuencia, la actitud cristiana ha de ser de vigilancia, de vivir con esta luz y no desmayar ante la maldad y el dolor que pueda rodearnos. Aquellos tiempos y circunstancias no eran ni mucho menos mejores que los nuestros, y el sufrimiento anhela su término definitivo y que éste sea justo.
El oficio manual de Pablo
Nacido en Tarso de Cilicia, donde proliferaban los rebaños, Pablo aprendió de su padre el oficio de tejedor de ásperas telas hechas de pelo de cabra que eran usadas para fabricar las tiendas de los comerciantes viajeros y pastores nómadas (Hch 18,3). Pablo sentía la necesidad de predicar el evangelio como un regalo de Dios, evitando todo aquello que sonara a lucro personal, y fuera carga para nadie. “No he apetecido ni dinero ni vestidos de nadie. Bien sabéis que, trabajando con mis propias manos, he ganado mi sustento y el de mis compañeros. Os he demostrado así, sin dejar lugar a dudas, que es preciso trabajar para socorrer a los necesitados, teniendo presente aquella máxima de Jesús, el Señor: Más dicha trae el dar que el recibir” (Hch 20,33-35). “No puedo, pues, exigir recompensa por algo que no parte de mi propia iniciativa, sino que se me impone como tarea a realizar. ¿Dónde está entonces mi recompensa? Está en el hecho de anunciar gratuitamente el mensaje de salvación, sin aprovecharme del derecho que me confiere esa misión” (1Cor 9,17-18).
“Esforzaos por mantener la calma, ocupándoos de vuestros propios asuntos y trabajando con vuestras propias manos, como os lo tenemos mandado. Así os ganaréis el respeto de los no cristianos y no tendréis que importunar a nadie” (1 Tes 4,10-12)
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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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