Homilía: 3º Domingo de Pascua (C)



Lecturas: Hch 5,27-32.40-41; S.29; Ap 5,11-14; Jn 21,1-19



Vivir de Jesús resucitado


P. José R. Martínez Galdeano, S.J.





Evangelio de una riqueza extraordinaria. Lo añade Juan, ya concluido el resto del libro, para corregir una idea equivocada. Todos los apóstoles habían muerto. Sólo él quedaba vivo, aunque fuese ya muy anciano. No pocos pensaban que Jesús le había prometido que estaría vivo hasta que viniese como juez al fin del mundo, que esperaban pronto. Pero Jesús no había dicho tal cosa. Juan corrige esa opinión narrando el hecho y las palabras de Jesús con precisión. Esto quiso Juan, pero Dios lo usó para transmitirnos mucho más. No pudiendo hablar de todo, nos limitamos a un punto: Jesús y nosotros en la Iglesia.

Pedro que dirige, los demás discípulos le siguen, la barca de Pedro, la tarea de la pesca, la pesca abundante siguiendo la orden de Jesús, el desayuno del pan y peces, la conciencia común de la presencia del Maestro, sin decirse nada, las preguntas de Jesús a Pedro, las palabras finales del Señor dándole su autoridad y abriéndole una luz para el futuro, todo este conjunto nos habla de la Iglesia, de su misión, de la presencia de Jesús, del alimento eucarístico, de la autoridad del Papa, de la caridad como fuente de autoridad y de gobierno, del sufrimiento y muerte con Cristo como destino último en este mundo.

Todos los que en la Iglesia bajo la autoridad de Pedro tratamos de ser de veras discípulos de Jesús, somos pescadores y estamos colaborando con su misión. No sólo obramos nuestra salvación sino que contribuimos a que otros también se salven. Cuando actuamos conforme al Evangelio, somos los apóstoles pescadores en la barca de Pedro, haciendo cada uno una tarea en parte igual y en parte diferente, pero colaborando todos en la pesca.

A veces tenemos la impresión de que Jesús no nos acompaña. Parece que no pescamos nada. El sacerdote puede tener la impresión de que a nadie le interesa lo que dice, de que la gente no se esfuerza por ser mejor, de que los fieles se confiesan por rutina, de que Jesús no es más amado. A los padres les parece que, pese a sus oraciones y esfuerzo por dar buen ejemplo y consejos a sus hijos, son más eficaces con la mascota que con ellos. Podríamos así seguir describiendo situaciones en el trabajo, relaciones sociales, los mismos grupos eclesiales. No vemos que Jesús nos acompañe en la Iglesia. Pero no es así. El está, en la orilla, en cada corazón… Y de repente, se oye su voz y viene una gran pesca: Un penitente de años, muchos años y bien arrepentido, una persona que te pide un libro o un consejo espiritual. Aunque no lo parezca, Jesús no abandona nunca a la Iglesia, siempre está con ella. También ahora, por ejemplo, en medio de toda esta tempestad desatada con los escándalos de algunos de sus sacerdotes.

Presente siempre, oculto a veces, otras veces Jesús se hace sentir. El discípulo que ama, que está convencido de que Él le ama y por eso cree ser el preferido, pues sabe que no lo merece, él se da cuenta el primero de que “es el Señor”. Él lo comunica a los demás y hay algunos que, como Pedro, hasta saltan al agua para llegar antes.

Cristo no abandona nunca a la Iglesia, está en ella. Es su cabeza y, si no estuviera unido a ella, la Iglesia, su cuerpo, moriría. El ha resucitado y ha subido al cielo, pero simultáneamente sigue con nosotros. No siempre se hace sentir, pero muchas veces sí. Es importante que ustedes conozcan algunas de las señales de que Jesús está: “Nadie de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”.

Cuando nosotros actuamos movidos por el Espíritu de Cristo, que hemos recibido en el bautismo y nos ha integrado en la Iglesia, estamos colaborando con ella y con Cristo y estamos ejerciendo de pescadores de almas. Así obramos desde luego cuando oramos y cuando recibimos la eucaristía y demás sacramentos; pero también cuando nos esforzamos por corregir defectos que malogran la calidad de nuestro trabajo y de nuestras relaciones con los demás; y, en general, cuando procuramos hacer del modo más perfecto aquello que debemos hacer y hacemos, pues esa es la voluntad de Dios: que hagamos todo lo que hacemos y sufrimos con amor a Dios y a los demás.

Una vida así es ya una vida sumamente eficaz. Por eso dice San Juan de la Cruz que un acto de amor puro vale más que todas las obras exteriores. Nunca debemos olvidar que Jesús obró la obra de la redención sobre todo en la cruz y que hubiera podido haber predicado menos o hecho algún milagro menos; lo que no podía suprimirse de su misión es su pasión, muerte y resurrección. Esto nos prueba a todos el valor redentor del sufrimiento por Cristo y con Cristo. Es lo más santificador y salvador que cualquiera de nosotros puede ofrecer a Dios. Que nadie olvide esto, sobre todo cuando tenga que pasar algo semejante. El próximo 17 de junio será beatificado en Linares, de España, Manuel Lozano Garrido, “Lolo”. Desde los 22 años inmóvil en silla de ruedas, así 25 años y los últimos 9 años ciego. Los que tienen ancianos, enfermos en sus familias, ábranles las luces de la fe, procuren que ofrezcan su dolor a Dios con Cristo crucificado. Un gran servicio para ellos y para la Iglesia.

La presencia de Cristo se da siempre. Pero a veces parece como que su figura y más su acción se han difuminado. Hay que llamarle. Por eso no me cansaré de exhortarles a la oración. “El que busca halla, al que llama se le abre” (Lc 11,9). Sean personas de oración no sólo en la misa o en la iglesia. Hay que aprender a saludar al Señor, que sabemos que está y nos ama, cuando lo encontramos al comenzar nuestra jornada o entrar al trabajo, a agradecerle cuando algo hemos hecho bien, a saludarle cuando se nos presenta de repente, a pedirle perdón o darle excusas cuando en algo nos hemos equivocado, a pedirle ayuda cuando algo nos resulte difícil o molesto, a solicitar luz para leer la Biblia. Hagan, hermanos, de su jornada un diálogo con Dios. No cabe duda que su vida habrá cambiado y todavía seguirá cambiando. Entonces estarán haciendo realidad lo de San Pedro: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”.


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1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo no comprendía que me quería decir Dios en este evangelio, un sacerdote me dijo lee este evangelio, cuando lo lei pensé después algo no estoy haciendo,y tengo que responder a lo que me pide Dios, y auqnue Dios sabe que le dicho que no le amo como él merece pues es el perfecto y Dios,y le pido me ayude e ello, entonces me decía que no hago, y el domingo en una misa un sacerdote lo explicó y habló de la realidad, y es que debemos dejar las ataduras humanas y entregar cada día a Cristo, dejando las ataduras, dando de si en las labores diarias, trabajar por Cristo y trabajar y también como dice el padre Galdeano "LA ORACIÓN", la bendita y buena oración, definitivamente si sin ella el mundo y uno en el se golpea con pérdidas de tiempo en pensar, en recordar, en concluir, cuando la respuesta de vida se da natural mediante la oración pues nos devuelve la sonrisa, las ganas de hacer algo aun cuando esta pueda irse también, pidamos unámosnos! ante todo lo que pasa en ORACIÓN pues solo la gracia de Dios cura las heridas más profundas y eleva el alma a su voluntad, ruego a Dios ilumine a su santa iglesia católica, santifique y enmiende a sus sacerdotes y lleve buenas almas a ellos, así sea sino es por Cristo que no se sea mejor...